1º de agosto.
Recibo de Vicente Gervasi (de Dinamarca) un libro suyo traducido al francés.
Checos y rusos siguen enfrentados. Le escribo a López y a Vicente Gervasi. Lectura del «Antonio Pérez», de Marañón y del «Jour not intine«, de Novalis. Pensando en que debo comprar el «Journal«, de André Gide. Pensando en que debo decidirme en pasar en limpio varias cuartillas del relato que deseo enviar al concurso «Sésamo». Por un momento soñé que podría retirarme al campo (en Venezuela) y escribir un diario, pero de lo que piense o sueñe. Sería algo así como Walden, pero absolutamente puro, espiritual, de místico.
Recibimos una tarjeta de López que nos envía desde Gijón.
«… (Antonio Pérez) era, como todos los intrigantes, maestro en el arte de saber hacia dónde corría el agua, para empujarla en la misma dirección» (Marañón).
He ido perdiendo la vista paulatinamente. debe ser cosa de la lectura. Hoy pasé todo el día leyendo y siento mareos. Me duele no poder seguir leyendo. En vano bajo una luz demasiado clara. Procuré leer el Diario de Novalis. Este Diario me hace recordar la casa que Turupial tenía en el campo, en la que pasé varios días con él. Idilia, José, Teresita y mi papá. Yo andaba con un rifle. Por las noches no había luz y dormíamos en el corredor en unos chinchorros. Mi papá cantaba con su ronca voz: Rataplán, Rataplán, Rataplán.
2 de agosto
Ya debe saberse quién se ganó el concurso de cuentos de “El Nacional” de este año. No fui yo, por lo visto, por cuanto no se me ha comunicado nada. Nunca me ganaré un concurso, ni ningún premio.
Lectura del «Antonio Pérez», de Marañón.
Hoy he tenido que volver a la Embajada a decir que no me envíen más propaganda ni invitaciones de ningún tipo. Todo lo que viene de allá lo tomo como una provocación del señor G. Por lo tanto me he estado diciendo algunos versos del monólogo de Hamlet: «Quién soportaría los ultrajes y desdenes del tiempo, la injuria del opresor, la contumelia del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, la insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete». Me decía esto, que ahora copio completo de la versión del Hamlet que tengo a mano y me digo que me gusta pasar por pruebas. Me gusta enfrentarme a todo, así me templo. Lo único malo (que es bueno a la larga) es que estoy encerrado todo el santo día en un cuarto, no tengo medios para divertirme, ni cómo olvidar ciertas cosas. Pero es bueno de todos modos, como lo dije. Uno debe sentir hasta lo más profundo. Tengo 32 años y sé que aún no he luchado como sé luchará en el futuro. Leí unos retazos del diario del Che Guevara y vi su sufrimiento. Pero me dije que si eso era heroico, lo mío lo es aún más porque es una cosa de adentro. Y ya se sabe que la lucha dentro del espíritu es más violenta aún y más fuerte. El Che Guevara tenía un escape en sus sufrimientos físicos. Yo no tengo un escape en mi sufrimiento espiritual, en mi impotencia. Mejor, aprendo a dominarme, a pensar. He necesitado siempre una educación jesuítica. Procuré leer a San Juan de la Cruz, pero no pude. Yo lucho. Salgo. Pero doy mis grandes batallas dentro de mí. ¡Si pudiera sacarlas! como anotó Borges: la lucha de Raskolnikov era peor que la lucha de Napoleón. Napoleón, en cierta medida, dijo lo mismo: siempre ha habido una lucha entre el espíritu y la espada: a la larga siempre sale triunfando el espíritu. Las batallas qué son con el tiempo ante la locura de Hölderlin, la lucha de Dostoyevsky por escribir sus novelas, la locura consciente de Strindberg, la soledad de Novalis, el exilio de Ramos Sucre que culminó con su suicidio. ¿y Rimbaud? y ¿Lautréamont? y ¿Kafka? y Mariño, que se volvió loco a los 22 años? No me pasa nada. Soy un afortunado. No perder de vista que lo mejor es levantarse desde abajo. Ahí está la fuerza y difícilmente se equivoca uno luego.
Ahora oigo a Bach. Y en Bratislava los checos se enfrentan a los rusos. El retiro, bella expresión. Santos. Santos. Santo-hombre solitario que lo soporta todo con gran entereza, sin mover un dedo, Santo-hombre que lea con pasividad para desarmar al enemigo. Enseñanza que he sacado de mí, pero no soy así. Me dejo dominar por la furia, la vanidad, la falta de tacto. he dado ya una imagen (falsa) de mí y creo que debo seguirla dando. No creo en ningún Dios, pero la expresión «Ayúdame, Dios mío» me viene a la mente a cada instante. Terminaré creyendo en un dios. Uno se da cuenta de que tiene que creer en un dios. ¿Por qué? Porque el dios está en ti. Tu dios es tu fuerza, tu alma. El momento en que dices «ayúdame Dios mío», te dices: (vulgarmente) «ayúdame bien».
Siento un gran dolor por la gente que se enemista conmigo. No me queda otro remedio que combatirla y (si acaso) destruirla. Con lentitud escribí esta última palabra: destruir
Me pongo a pensar: ¿seré algo en vida, no sólo el que escribe y que pasará a la posteridad como escritor? Quiero ser algo en vida, tener poder, hacerme sentir con todo mi peso. ¿Lo lograré? Afortunadamente mi mamá tuvo 15 hijos, de los cuales vivimos nueve. ¿Y de dónde nos salió la ambición, la ilusión? Mi mamá y mi papá eran o querían ser algo. Algo, palabra que no me deja. Me permite decirlo todo. Los bendigo padres míos. Mejor ser lo que somos que no nada. Y somos algo. Heme aquí escribiendo para la posteridad.
3 de agosto
Hoy le he puesto punto final al relato largo que enviaré al concurso «Sésamo», en Madrid. Todavía (creo) repasaré unas páginas.
Ayer el coronel me dijo que supo (cuando era director de la Escuela de Artillería) que tanto los oficiales como los soldados imitaban su manera de ser: su manera de mandar, de vestir o de cargar la gorra.
“¿Qué es lo que caracteriza como heroica una forma de vida? Son dos factores: una comprensión y una actitud». (Theodor Binder).
Compré dos tomos del «Journal» de André Gide y un libro de Chamisso: «Pierre Schléminhl», en versión francesa. Lectura del «Antonio Pérez» de Marañón y de algunos poemas del libro de Vicente Gervasi: «Por arte de sol».
4 de agosto de 1968
Me levanté temprano (ahora deben ser las once de la mañana) y estuve trabajando en las correcciones de algunas páginas del libro que con seguridad enviaré al concurso Sésamo de relato corto. No creo que me gane nada, pero sí que me tomen en cuenta. La crudeza de este libro (es el más crudo que he escrito hasta ahora) no se «compagina» con la sociedad española de nuestros días. Así pues, enviaré mi libro por mantener mi esperanza fija en un sitio. Anoche leí varios capítulos del libro de Muschg, «Historia Trágica de la Literatura», para consolarme un poco en las desgracias que le acaecían a otros escritores.
Todo el día con dolor de cabeza. Apenas si leí tres capítulos de «Antonio Pérez». Ahora saldré a dar una vuelta. Son las 2 y 1/4 de la tarde. Ayer (se me olvidó escribirlo) compré una postal de un cuadro de Magritte: «L´empire des lumiéres«. Magritte ha sido una de mis grandes revelaciones, descubrimientos queda mejor decir. Lo comparo a cualquier cuento de Poe o de Hoffman. Leí que Wagner, en sus últimos tiempos, no pensaba sino en la espera del correo y hablaba sólo del desprecio que sentía hacia los hombres; escribía; «siempre tengo que retroceder con asco ante ellos, y los echo tanto de menos» Luego se presentó como el redentor del mundo enfermo.
Nada más salimos y dimos vueltas: Rue de la Longue Haie, Avenue Luise, Toison d´Or, Ixelles, Rue Souverrain y nuevamente Rue de la Longe Haie. Nos tomamos un café con leche en un restaurant. Ahora son las cuatro menos cuarto de la tarde. Espero que C, se despierte para ir a acostarme y leer un rato. El dolor de cabeza no me ha abandonado y la pastilla que tomé me estragó el estómago.
Después, en la tarde, como una distracción o ver una película de aventuras, he leído una novela de Simenon: «La ventana de la Rouet».
Noche: al cine: una película muda. Yo no sé qué de Satán. Pensando que debo templarme más. Lo que me venga es porque me lo busco. Pensando en el relato que escribí y que voy a enviar al concurso. Malaya lo crudo que es. No puedo hacer otro tanto. Relectura de un cuento de Borges: «Deutsches Requiem«. Son las doce de la noche. Lectura de varias notas del «Journal», de André Gide. Le creí entender que con buenos sentimientos no se hace buena literatura (pienso así). Ni con malos tampoco, digo yo, pero cuando uno escribe como verdaderamente piensa o quiere todo parece mala intención. Idea de llevar el diario cada hora.
5 de agosto
9 de la mañana. Tomar café con leche. Oír las noticias.
Cinco y cuarto de la tarde. Salí de aquí un poco molesto por una carta que le llegó a M, y que me mostró mutilada. Hablaban de ella y de su pasado y no quiso que yo leyera esa parte. Para distraerme preparé el envío de «El camino más corto» y lo envié al concurso «Sésamo» de Novela Corta. Me fui a la Embajada y de allí me fui con el Coronel a su casa donde nos tomamos unas cervezas y comimos. El coronel es un experto cocinero. Luego nos sentamos y el coronel me dijo que de aquí le había escrito a su mujer diciéndole que él tenía una amante. Pasamos en seguida a hacer otros comentarios; dijo que recién llegado aquí, él y el embajador Morales fueron a un dancing y éste bailó con la mujer del Consejero, a la cual se apretaba con toda sensualidad. El Consejero estaba en una puerta mirando, dice el coronel. Hablamos de este embajador y yo le pregunté al coronel qué hay de cierto de eso de que el embajador se le metía a una sobrina de unos catorce años que pasaba unas vacaciones en su casa. «Muy sospechoso -dijo- esa niña vivía azorada. Me confesó que los días de fiesta, sábados y domingos no los esperaba con ningún placer porque tenía que pasarlos en la casa. Lo que se deduce que el embajador la atacaba. Esa muchachita descansaba los días de trabajo porque se iba para la Alianza Francesa». Yo le dije al coronel que la mujer del embajador se hacía de la vista gorda y el coronel me dijo que él había hecho la misma observación.
Salí un momento a comprar «Infierno», de Strindberg.
7 de la noche. Tengo la vista agotada. Apenas si puedo leer una página de «Infierno». Y eso tengo que consultar mucho el diccionario, lo que me perjudica aún más la vista. Si voy al cine, como lo tengo pensado, tal vez me duerma; no puedo estar sin hacer nada y nunca (casi nunca) he podido dormir de día. Desde que me encuentro en Bruselas (hace más de dos años) si he dormido de día han sido unas tres veces. Aquí en esta casa, donde llevamos más de un año, sólo una vez he podido dormir de día. Tengo en la cabeza la casa de Turupial que queda cerca de Guardatinajas. No se me olvidan las tardes, la soledad y los caminos por donde andaba yo con mi rifle 22. En compañía de José maté un pájaro carpintero. Por entrenarme mataba toda clase de pájaros. Pero desde aquí en lo que pienso es en el corredor de la casa, donde podría escribir y dormir en un chinchorro. Mi mayor trabajo lo hago con los ojos. Pienso en el temor de quedar ciego, así como Beethoven quedó sordo.
Ocho y media de la noche. Regreso de comerme una tortilla en el «foyer africano». Antes que se me olvide debo anotar que el coronel también me dijo que el próximo embajador será el Cónsul de Amberes, un tipo de apellido Dávila, cuya única gracia es la de estar casado con una sobrina de Gonzalo Barrios, el candidato del gobierno a la Presidencia de la República. No obstante estar fatigado me iré al cine. ¿Qué voy a hacer aquí, malhumorado, cansado, solo, sin ganas de leer? Yo creo que la soledad me vendrá bien por un tiempo. Digo vivir solo, en un cuarto, escribiría todo sin temor a que nadie leyera lo que escribo. Este diario no es íntimo porque aquí hay alguien que lo lee minuto a minuto. Esto me cohíbe.
6 de agosto
Me despierto como lo vengo haciendo últimamente, con el primer grito de C. Sigo en la cama unas horas más. Ahora son las nueve de la mañana y me dirijo a la Embajada. Acompañé al coronel a una venta de alfombras. Continuando la conversación de ayer me dijo que la mujer de Licause le había dicho a su mujer (a su señora) que el embajador Morales se le metió un día a la señora de G. El embajador sabía que G estaba en la Embajada. Esto se lo contó la misma señora de G a la señora de Licause, que se lo dijo a la señora del coronel.
Le escribo a Consalvi. Hace ya unos cuantos días que no recibo nada de nadie. Y escribo por prueba. Me está entrando un complejo de persecución y pienso que G se coge mis cartas, tanto las que mando de aquí como las que vienen de allá. Tal vez sobornó al correo. La idea me viene porque leí en el «Antonio Pérez», de Marañón, que Antonio Pérez le mostraba todas las cartas al rey, luego las lacraban de nuevo y las despachaban. Pero yo creo que las mías se las cogen y están preparando una carpeta con ellas. Hoy, para alegrarme un poco, me dije que en verdad debía existir una justicia divina. Aquí no habrá quien pueda envainar a G, pero él vive enfermo; lo operaron del recto y el recto se le infestó. Y si es su mujer, esta pobre mujer vive con la cara hinchada. Todos los años deben operarla. desde hace más de un mes no sale de la casa porque no quiere que la vean que se parece a un mogol.
Lectura de «infierno», de Strindberg y varias notas del diario del Che Guevara.
Pensando en escribir un relato autobiográfico. Locuras. Sueños. Ideas persecutorias. Pero me detengo y me digo: en vez de escribir un relato sobre ti, ¿porque no emprendes una nueva novela? La novela sería más importante desde el punto de vista del creador, pero con la autobiografía, pienso, digo más. Una calamidad. No me decido por nada y estoy estancado.
Diez y media de la noche: regreso del cine: «La vida privada de Henrique VIII».
7 de agosto
Hasta para pasar a la historia hay que tener amigos.
Como siempre: Orlando Araujo se ganó el concurso de cuentos de “El Nacional”. El premio se lo regaló su amigo Zambrano Urdaneta, quien a su vez recibió otro premio del mismo diario de manos de un jurado a quien él había otorgado otro premio, etc.
Leyendo «Infierno».
Fui a la Embajada y allá estaba estaban el coronel Licause y Guilarte. Guilarte hablaba de su mismo problema: dos hijos ricos que piden un préstamo y no lo consiguen y él (su papá) que es pobre y pide un préstamo y no lo obtiene. «Estas son las injusticias», dice. Después, cuando Guilarte da la espalda, el coronel me lo señala y dice: «éste está meando fuera del perol».
He estado tomando whisky, la vista me duele. Me falla. Leo alternativamente a Strindberg y a Waltern Muschg. Mi camino debo abrírmelo por fuera de Venezuela. A Dios gracias, español se habla en medio mundo. No me explico cómo escritores de tanto talento no han querido trascender de esas islas que son los países latinoamericanos. La vagancia me llama. Ahora estoy tomando. Le escribí a Gervasi preguntándole si tiene varios libros de Ramos Sucre y si me los puede enviar. Yo le ofrezco enviarle «Los cantos de Maldoror» y «Autodefensa», de Strindberg.
Envié el libro al concurso de Sésamo para aliviarme y así emprender otra obra. Tal vez trabaje en unos cuentos.
8 de agosto
Tengo tres noches soñando con mi hija Valentina. Anoche soñé que tenía los dedos taladrados con esta inscripción: «Yo soy hija de Argenis». Cuando la vi así la abracé y me puse a gritar de dolor en plena calle.
Veinte minutos para las tres de la tarde. Fui a la Embajada y de allá me traje el número de “El Nacional” correspondiente a l3 de agosto. El coronel me invita a comer a su casa. Irán un sirio, un profesor de francés y yo. Llamó a Guilarte pero éste como que no va. «Lo que son las vainas -dice el coronel-, me pregunta que quiénes van. De seguro que si fuera Ganteaume el que lo invitara no diría nada y se presentaría en el acto. Como uno es pendejo».
Lectura de algunos capítulos del libro de «Ensayos», de Mariño Palacio. Lectura de «Infierno». No presto ninguna atención a la lectura y la abandono en seguida. Lectura, no obstante, de algunas notas del «Diario» del Che Guevara. Son las cuatro y media y dentro de poco me iré al Museo del Cine a ver una película sobre el Tercer Reich.
Doce de la noche. Regreso del Museo del Cine donde he visto dos películas: unas sobre la proclamación de Hitler y otra de Hitchcock: «Le 39 marche«. Lectura de San Juan de la Cruz y de Laurence Sterne.
9 de agosto
Anoche regresé a la una de la madrugada y entré a la casa vomitando. Había pasado casi todo el día en la casa del coronel en donde almorcé en compañía de un profesor francés, un coronel sirio y del Comandante G. Luego se agregaron Licause y otro comandante de apellido Rico. Más tarde llegó L; de allí luego nos fuimos el coronel, G., Rico y yo a casa del embajador de México y seguimos tomando y comimos un pastel y unos frijoles. Yo hablé hasta por los codos. Se pasaron a los chistes groseros. Dormí y soñé que estaba en Venezuela y yo asistía al velorio del Che Guevara. Me sentía un poco a la expectativa porque me daba cuenta de que había gente que me observaba mucho. Me vi después en la calle de Bruselas donde habían volcadas dos camionetas de la policía. Soñé también que dormía en la tierra, en un campo o en un pequeño otero. Dormía al lado de mi hermano José. Hoy no he hecho más que leer una revista venezolana y varios artículos de prensa venezolanos. He vuelto a vomitar y leer unas notas del «Diario» del Che Guevara. Esta inactividad me desmoraliza, por lo tanto me propongo pasar algunos cuentos a máquina y enviarlos al concurso de la Casa de Las Américas. He hecho correr la noticia de que envié ese relato al concurso Sésamo. Ojalá, entonces, me lo gane.
El coronel vino esta mañana por acá a decirnos que no tendrá nada en su casa el domingo, como nos lo prometió al embajador de México, a Dávila (el Secretario de esa Embajada) y a mí. Estuvo el coronel hablando largo rato de política y de Carlos Andrés Pérez, a quien considera el heredero absoluto de Betancourt. Parece que mañana tiene que atender al coronel Murillo Esperandío, amigo íntimo suyo y compañero de promoción. Antes de irse le presté dos libros: «Tirano Banderas» y «El Tiempo y el Viento».
Leí un trabajo de José Ramón Medina en el que me cita dos veces.
11 de agosto
Ayer pasé todo el día mal y el de hoy no se presenta mejor. Tengo los oídos tapados y no puedo leer nada. Me arden los ojos Pienso que los lentes ya no me sirven y la vista me ha ido empeorando. Anoche soñé que G y su señora vinieron por casa y M se iba con ellos y no quería que yo fuera. Yo salté de la cama, porque todavía dormía y corrí al baño a lavarme. Pero el lavamanos estaba roto. Y había que limpiarse la cara y enjuagarse la boca en el chorro del Bidet. Yo me agaché y cuando fui a coger agua en las manos toqué algo fofo. Solté el chorro asqueado y busqué otras llaves de agua. Pensé en la de la cocina y ésta estaba llena de peroles enmantecados. Me desperté pensando que me sentía torpe, pesado y llenos de malos olores.
Para salvar el día de hoy me propongo leerme una novela de Simenon: «La porte«. Esta mañana apenas me desperté me leí dos ensayos de Mariño Palacios.
Tres y media de la tarde. Vino L con su hermano Luis y salimos con él a comer en el «Foyer Africano», y de ahí nos fuimos con M al Hospital de Ixelles para hacer ver a C que tenía fiebre. Ahora estoy solo en casa con C. M está con una señora que le está traduciendo la tesis al francés. Yo estoy leyendo ese libro de Simenon: «La porte«, que no me parece nada bueno ni regular. Me siento pesado y si camino me canso y no me puedo dar el lujo de leer nada que me haga pensar. L está contento de que la gente diga que es peligroso y que lleva un diario. «eso te lo debo a ti», me dice.
Diez de la noche. Regreso del Museo del Cine: «Le jour se live«, de Marcel Carrié.
12 de agosto
Nada. Una desmoralización total. No recibo correspondencia de nadie. No sé nada de Álvarez, no leo. Ahora quisiera salir lo antes posible de este país. Son las dos y media de la tarde y aún no me decido por ningún libro y así y todo pienso que yo he sabido aprovechar bien mi tiempo. Desde que me encuentro aquí he escrito una novela de 320 páginas, unos relatos de 120 cuartillas, una novela corta que dio 115 cuartillas, luego está la versión definitiva de «Entre las Breñas»; por último este diario. He tenido noción del tiempo, aprecio por el tiempo. He estado pensando si no sería buena idea escribir una novela en fichas.
Seis de tarde. Creo que he perdido el día, al menos leí un poco: las notas del «Diario del Che», unas páginas de «Señor de Identidad» y unos ensayos de Uslar.
Los nervios no me dejan tranquilo. No leo, no tengo paciencia para hacer nada. Todo es vano intento. No he podido pasar de las primeras cinco páginas de los libros de «De Quincey». Tengo una hilera de libros: Dostoievsky. Novalis, Joyce, Jung, García Lorca, Shakespeare, Borges, Melville, San Juan de la Cruz, Sterne, etc., etc., etc.
Doce de la noche. Regreso del cine: «Jour de colére, de Drengues”. Film danés.
13 (Martes) de agosto
Nada. La misma desazón. Pensando si los dibujos sin sentido que uno hace en los momentos como éste tienen algún sentido. Mal que bien he leído algo de «El asesinato, considerado como una de las bellas artes», «Historia trágica de la Literatura» y «Diario de Virginia Woolf.
Parálisis total.
Al cine: «Notorioris«, de Hitchcock.
Recibo carta de mi hermano Adolfo. Recibo carta de V. Gervasi y un libro suyo que le pedí: «Los espacios Cálidos». Recibo dos números de la revista «Imagen». Ayer tarde (7 de la noche) vino L por mí. Pasamos buscando el embajador de México y con él nos fuimos al apartamento del coronel. El embajador estaba nervioso con lo que sucedía en mi país, y L estaba nervioso por llegar a la casa de unos belgas donde ha pasado todos estos días y donde íbamos a comer. A las ocho arribamos y Mr. Phillipson salió a recibirnos bajo la lluvia. L conoció a Mr Phillipson en la meursal del National Bank, Allí, sentados al pie de la chimenea que ardía, estaba un barón. Yo me senté después de conocer a todo el mundo. La mujer del barón, una francesa de unos 35 años (el barón tenía 58), la señora de Mr Phillipson y los padres de Mr Phillipson tomaron unos whiskies antes de sentarse a la mesa. A mí me mandaron a colocarme frente al padre de la señora de Mr Phillipson y la señora del barón. Comimos la comida criolla que prepararon el coronel y L, la cual se elogió mucho por supuesto y la que me ha hecho doler el estómago. ¡Cómo estarían aquellos viejos! Mr Phillipson es subgerente de una sucursal del National City Bank y su señora tiene una tienda de antigüedades. Esta familia es judía. La madre de la señora de Mr Phillipson, elogió mucho la decisión de los pilotos de línea al apoyar a Israel en su lucha contra Argelia por el avión de AL que este país retiene. Yo dije que los árabes y los judíos estaban en guerra, que eso era todo, y en seguida me di cuenta de que la señora cambió conmigo. L habló de las amabilidades de la familia Phillipson y dijo que se asombró al ver la casa por fuera, «un verdadero garaje», pero cuando entró se asombró aún más: un verdadero palacio». Yo procuré decir algo inteligente y hablé de las películas de Bosman y de «El idiota», de Dostoievsky. El embajador de México hizo varios chistes, el coronel habló de cocina con la señora del Barón, diciendo que nos extrañaríamos si dijéramos cómo era y dijo cómo era.
El barón se elogió a sí mismo diciendo que en verdad hacía trabajo de obrero. La mamá de la señora de Mr Phillipson, atacó el tema de los exterminios judíos por Hitler. Yo dije: «Una guerra». Pensé que esa señora se diría que yo era hitleriano o comunista. Nos despedimos. El coronel y yo nos fuimos con el embajador en su auto. Éste nos dijo: «Bueno, yo los invito a la del estribo». «Yo se la acepto -dijo el coronel- porque usted es amigo mío». Y allí en la oficina de la Embajada estuvimos hasta las cuatro de la madrugada.
Entre otras cosas debo decir que el coronel se asombró cuando el embajador de México dijo que admiraba mucho la música clásica. «!No puede ser! ¿Y a ti también te gusta, Rodríguez?”. Yo dije que sí y el coronel continuó: «Yo no sabía eso, yo no paso esa música, yo la música que quiero es la popular».
- Vengan un día de éstos -dijo el embajador de México- y les pongo unas rancheras.
Yo estaba aquí leyendo a Faulkner cuando llegó el coronel y me invitó a salir. Llegamos a la Grand Place y nos sentamos en un bar a tomar cerveza y a hablar de media humanidad. El coronel me dice que ha aprendido mucho de mí; yo, la verdad hablo con ejemplos y con la historia por delante. Comimos un bistec. Hicimos un plan que pondremos en práctica: invitar a los venezolanos a una cena… lo demás vendrá después como caballo de Troya. Cargaremos siempre con el embajador de México.
16 de agosto
Nada. Fui a la Embajada y hablé con el coronel. Me dice el coronel que L y G ven mal nuestra amistad. Según L y G se han encompinchado después de ser tan grandes enemigos. L llama a G «El Negrito», y G que se las da de moralista no pasa a L, por cuanto éste protege a un italiano robador de tierras.
L vino por casa a despedirse. Se va hoy a España a despachar su familia para Venezuela.
Ahora son las diez y media de la noche y regreso del Museo del Cine donde he visto dos películas: «Quartel» y «Lettre á trois femmes«. Pero no era esto lo que iba a anotar al sentarme aquí sino lo que sigue: Ayer el coronel me dijo que se presentó a la casa de G con un ramo de flores rojas para la mujer de éste. “¿Para qué es eso y para qué se molesta?», disque le preguntó el Consejero al coronel. «-Para su señora -le respondió el coronel-, en el día de su cumpleaños». “¡Carajo! -exclamó el Consejero- Se me había olvidado que hoy cumplía años mi mujer!”. Yo me reí y le di unos golpes en la espalda al coronel: “-Ajá, le dije, seguro que usted lleva un año esperando para hacer el regalo”. El coronel se rió. Yo pensé en lo que me dijo una vez: «A mí me gustaría vengarme de mis enemigos besándoles sus mujeres».
Sábado 17 de agosto
Me quedé en cama hasta las once de la mañana pensando en el trabajo que debo emprender con «La maqueta» de novela que envié al concurso «Sésamo» si no me la premian. Constará de tres partes: 1) Vida y diario (o diario y vida) de Pericles Sansón. 2).- El consejero.- 3) Final, o epílogo o El Embajador. Ayer leí un poco en el libro de Armas Chitty, «Tucupido, formación de un pueblo del llano». Leí algo de «Ulises».
18 de agosto
Ayer leí seis capítulos de «Cumbres Borrascosas». Leí unas notas del Diario de Virginia Woolf. De resto no hice más nada. Pensé en alguna novela que escribir o en si sigo trabajando en el bosquejo ese que titulé «El camino más corto» y que envié al concurso Sésamo.
Mañana: salimos a dar una vuelta y comentamos las «actitudes» de L. Es grosero; tiene un dinero que no se explica uno de dónde lo sacó y que cuando fue a inscribirse en la escuela Militar viajó en cola a Caracas; nunca dice por qué lo sacaron del país, pues era adeco; llegamos a la conclusión que más bien lo sacaron por asuntos de negocios; tal vez cogió demasiado en poco tiempo sin cuidarse las espaldas; después, según el mismo explica, como vio que todos los ricachos del Estado Monagas se apropiaban de las tierras del municipio, llegó él, a cuenta de militar, y tendió una gran cerca; apoyó a un italiano, a quien encargó de un hato y el italiano se hizo millonario a los pocos años. Luego está eso de que L cada vez que nos brinda un café nos dice: «-Pero yo espero que ustedes más adelante me darán cuando estén en las buenas». Yo le guardo un resentimiento desde la noche que terminé de pasar en limpio mi novela y la empaqueté y todo para enviarla a Buenos Aires y él llegó y le pedí que me llevara a la Gare para depositar ese paquete en el correo., pues dijo: «-deja eso para el lunes». Recién nos conocíamos y la noche de esto M le acababa de hacer un trabajo. Estamos de acuerdo con el coronel, que dice que L es «muy cómodo». Para donde quiera que anda carga un gentío que es la que le hace todo. Es grosero con los obreros y empleados de la Embajada o de los establecimientos donde va a hacer sus compras. Cree que a cuenta de que es diplomático y tiene dinero puede comportarse como lo hace. Y como es lógico: así como es grosero con los que no tienen nada, es «decente» con los que tienen algo. No dice una grosería delante de «las señoras» de los Embajadores o cónsules, pero delante de otros que no son de «exageraciones» es «simpático» o popular porque habla con el «no joda» por delante. Ahora, no hace mucho, mandó a su mujer a Venezuela para que gestionara lo de su ascenso y nadie le recibió la mujer, ni el ministro, ni los otros generales, ni la mujer del ministro ni las mujeres de los otros generales. Estaba loco escribiéndole cartas a todo el mundo, ofreciéndose como incondicional y como ferviente admirador de tal o cual. A la mujer (para sacársela de encima, según se colige) le mandaron a decir que se fuera tranquila, que a L lo iban a trasladar para España. Bueno, no bien llegó la señora L preparó el viaje y mandó la familia para España. Luego él se fue detrás como para presionar: «ya estamos aquí, esperamos la confirmación», etc. Pero no sucedió nada. La familia, que se residenció en Oviedo, tiene que partir para Venezuela el 30 de este mes (agosto). Ahora se sabe que el puesto que pudo haber conseguido L ya se lo dieron a otro. Y a él no le queda otro remedio que regresar e instalarse en este país que odia tanto. «Me dedicaré a buscar mujeres, dice, a tirar, a leer y escribir». Porque desde que supo que yo llevaba un diario se dedicó a llevar un diario. Y no lleva 3 meses llevando su diario» y ya se miente hasta mí mismo. «Tiene que leer, L», le digo yo. «¿Leer qué?- me responde él. Yo he leído, responde a James Joyce, por Ulises». Y se explaya en enumerar a tientas y a locas otros libros o autores que me ha oído citar. Ajo, y con el coronel es una cosa por delante y otra por detrás. En sus fiestas el coronel es el primer invitado, pero apenas el coronel da la espalda dice: «-Ese carajo tiene fama de delator. Cuando estaba en Venezuela se decía de él que todo golpe que «abortaba» era porque lo delataba. Además, aquí en la Embajada se apropia de 500 dólares que le mandan para que se pague una secretaria y un chofer».
Lectura de «Cumbre Borrascosas».
El próximo mes M termina sus estudios y su beca se vence. Así pues, tendremos que regresar al país o solicitar una nueva beca y seguir en Europa. Pero abandonaríamos este país o esta ciudad. Queremos «empezar una nueva vida», esto es procurar que donde nos encontremos ahora no tratar con venezolanos y permanecer al margen de todo trato con los demás. Yo debo escribir una novela en forma; una novela en forma quiere decir una novela de 300 o más cuartillas. Con L vamos a romper todo trato. Lo haremos con «suavidad» para evitar su enemistad o su rencor. Son las cuatro y 10 de la tarde y he estado leyendo «Cumbre Borrascosas», que como siempre, las veces que lo ha leído, se posesiona de mi espíritu. Me di cuenta de que Emilia Bronte estaba «empapada» de la literatura de vampiros. Es lo que descubro ahora que tengo en mucha estima esta clase de literatura. Me como una taza de arroz con leche y huevo batido imagino el próximo pueblo en que M y yo viviremos. Me imagino escribiendo o leyendo las obras de Poe, Dostoievsky, Balzac, Faulkner, Valle-Inclán, Hoffman, etc.
18 de agosto
9 de la noche. Regreso del Museo del Cine. He asistido a «Los Olvidados». Nueva visión y mejor aparición de esta película de Buñuel. Límites: realidad- pesadilla-delirio. El fin de «El Jaibo» es extraordinario en su delirio cuando está muriendo y piensa en el hueco negro en que se hunde y ve un perro negro corriendo hacia él o en su cabeza. Hay un brillo de mojados y claros y sombras. Podría compararse al final de «Bajo el Volcán», o (modestamente) «Entre las Breñas».
19 de agosto. Lunes
A la Embajada. Subo a la oficina del coronel. ¿»Se acuerda del aquel comandante Rangel?», me dice-: Bueno -sigue- su mujer formó un escándalo aquí. Iba de una casa a la otra llevando y trayendo chismes. Puso a pelear las dos embajadas, ésta y la del Mercado Común. Imagínese, hasta dónde llegó el escándalo que Rivero los invitó a una fiesta y le dejó la mano extendida a Rangel. A la mujer de Rangel le dio la mano porque era mujer».
Con cuánto desgano leo todo. Hasta con «Cumbres Borrascosas» me pierdo. Es la espera del libro que me editará Jorge Álvarez lo que me tiene así. No creo en ninguna promesa hasta que la veo realizada. Obsesión por una novela. Personajes que uno no sabe quiénes son. No importa. Personajes, objetos, propaganda, noticias de radio, imágenes de televisión, cine, propagandas, letreros y un hombre-masa (vamos a llamarlos así). Y toda clase de hombre descentrado de todo esto. Un hombre que no tiene nada que ver con la «participación», ni con la integración. No, claro. Ni es consumidor. Ciertamente hoy no podría escribirse una novela como «Cumbres Borrascosas». Ni existe un amor semejante al que sentía Heathcliff por Catalina. El hombre de hoy está constreñido a olvidar gracias a tantos mecanismos. El hombre, si acaso tiene necesidad de «amar», a causa de la soledad que produce la presente sociedad de hombres-máquinas-edificios-aviones-cohetes-televisión-cine-periódicos-revistas-autos-velocidad-medio-muerte. La novela del futuro será la del hombre despersonalizado.
Un hombre-nada. Un hombre-aparato. Un hombre-multitud. Un hombre-club. Un hombre-traje. Un hombre-que-no-es-dispensable-porque no hace falta, puede ser suplantado por otro. Existirá el otro hombre, claro, cuya tragedia será peor, porque será el consciente el causante del otro hombre. Vendrá un mundo sin dioses. Los dioses están muriendo por siempre. El hombre será un desaparecido.
Al cine: «Mina Vanghel» y «La rideau cramoisi«.
20 de agosto.
Sin salir de casa. Lectura de «Cumbres Borrascosas», parangón con «Absalón».
Le escribo una carta a Miguel Otero Silva diciéndole que por aquí me encontré con Gómez Grillo y estuvimos hablando acerca de él. Me interesa ganarme esta amistad. Para un escritor venezolano, pienso, “El Nacional” es una columna vertebral. De paso le pido un favor como prueba: ver si logra rescatar alguno de los dos relatos que envié al concurso y me hace publicar uno. No creo que consiga esto. Pero pidiendo pequeños favores se averigua si uno tiene oportunidad con alguien. Si no me responde o no se puede lo que le pido no se pierde nada. En todo caso no se pierde nada y hay mucho que ganar. Es la primera vez que le escribo a Miguel Otero Silva; lo he tratado poco, poco he hablado con él. Una vez en una recepción del diario “La República” me dio su teléfono para que lo llamara.
Pensando todo el día en que si llego a tener una posición política debo organizar un fichero de la gente que conozca o trate: pequeñas biografías, reseñas, etc. Ningún objetivo por ahora.
Puedo decir que este es un día perdido. No sé cómo me hice escritor. Primero escribí para parecerme a un hermano que deba discursos en el liceo. Yo nunca pude dar discursos. Después porque me entusiasmé verdaderamente. Después porque viví lo que leí; salía a la calle y me hacía que era un personaje de novela. Luego he seguido escribiendo. Es todo.
Pero aquí estoy atascado. Sin ideas. O con muchas ideas, pero sin poner nada en práctica.
Lectura de «Le diable et le bon Dieu«, de Sartre.
La novela: algo suelto con comas, largo a través de calles y bares.
Ir más a los bordes. Ubicación: aquí. Venezuela está olvidada, ya no me veo más en ella.
27 de agosto
7 de la mañana: nos enteramos por la radio que Checoslovaquia ha sido invadida por los rusos, polacos alemanes del Este, búlgaros, y húngaros.
Relectura de algunos capítulos de «Moby Dick». Para mí que toda la gran literatura inglesa salió de este libro: «Ulises», «Las Olas», «El Viejo y el mar», «Mientras Agonizo», etc.
Siguiendo por la radio la ocupación de Checoslovaquia por las tropas rusas. Ciertamente que esto no me deja leer en paz. He pensado que más vale el gesto de un hombre que cualquier obra que deje escrita o haga. Me identifico con Dulce y lo sublimo.
6 y media de la tarde: noticia por la radio: Syoboda es hecho prisionero. Yo no he podido leer por estar pendiente de la radio que cada media hora pasa un comunicado.
21 de agosto
La Tchecoslovaquie envahie para les troupes des cinq pays communistes voisins, es el titular de la prensa de la tarde belga.
22 de agosto
La prensa y los comentarios concretados a la conferencia de Yalta: el mundo repartido en dos bloques: comparación de lo que hacen los rusos en Checoslovaquia con lo que han hecho los EE. UU. América Latina: Santo Domingo, Cuba, etc.
Con la ocupación de Checoslovaquia.
Voy a la Embajada me voy con el coronel y Licausi a casa del coronel. Allá almorzamos. Licausi se va el sábado. Bueno, pero se fue Licausi y el coronel y yo nos quedamos conversando, siguiendo la conversación de otros días y el coronel continuó: «la que era una intrigante de verdad era aquella señora del Dr. Rodríguez Gómez. Bueno, esa se daba la mano con la mujer de Rangel. Pusieron a pelear a todo el mundo. A la mujer de Martínez la pusieron a pelear con la mujer del Embajador Rivero. Regaron que la mujer del Embajador Rivero compraba trajes usados en París… Fue Ganteaume el que dijo que no creyera eso que andaban diciendo por ahí, que el Embajador Morales se le había metido en la casa y había apurruñado su mujer; esto me lo dijo la misma señora Morales, me preguntó que pensaba yo, yo le dije que nada, la mujer de Ganteaume lloraba mocos, su marido no lo sabe… Una mujer que no podían ver aquí era a la mujer del antiguo secretario Molina; la mujer de Molina trataba con profundo desprecio a esta chusma porque tenía dinero y las otras mujeres no le perdonaban esto…
23 de agosto
Anoche me fui al cine: «Ensayo de un crimen», o «la vida criminal de Archivaldo de la Cruz», de Buñuel.
L es malo, mala gente, me dijo el Coronel-: “Imagínese que Licausi fue a pedir un préstamo al National City Bank y como L lo supo salió corriendo a decirle a Philipson, el gerente, que no le diera ningún préstamo porque había renunciado al puesto y después no tendría como pagar. Fue un acto gratuito de L contra Licausi porque L lo llama su amigo y siempre lo invita a comer. Seguro que después que sale de su casa o de la mía comenta malas cosas contra nosotros”. Yo me acorde que la otra vez, antes de irse a España, L pasó por la casa tres veces consecutivas buscándome. Tenía mala cara y se lo dije al Coronel. ¿Qué quería? El coronel dice: «Ah, estaba preocupado. No hacía sino exclamar: ¿Qué habría escrito Rodríguez en el diario? «Yo le digo al coronel que tenía que ser eso, porque no me buscaba para decirme nada. Me dijo entra ahí y me abrió la puerta del carro. Yo creí que me buscaba para reclamarme algo. Yo estaba preparado. Pues no me dijo nada. Sólo un comentario: «Anoche me decía: ¿qué estará escribiendo Rodríguez en su diario sobre aquella gente?». Aquella gente era los Philipson y su mujer, el conde y su mujer y los padres de la mujer de Philipson. Además del embajador de México, el coronel y yo, la vez que cenamos en casa de los Philipson. Yo no dije nada. Tal vez L esperaba que yo le dijera que fuéramos a casa para leerle las notas de ese día. La verdad fue que L se portó «como un verdadero arrastrado» esa noche. Hizo las veces de sirvienta. Salía de la cocina empujando un carrito y nos servía a todos. «Si lo vieran sus hijos -comentó el coronel después-, él que los trata a las patadas y se hace servir todo por ellos. Si lo viera su mujer; él que la obliga a servirle todo y que se las da de importante». Entonces era esto lo que le preocupaba más ese día, la impresión que yo vería en él, la burla que yo escribiría aquí, el asunto de que un conde en chaqueta y que se sentaba en el suelo para decirnos que mientras nosotros íbamos de negro y nos sentábamos en sillones, él se igualaba a nosotros sentándose en el suelo y poniéndose chaqueta deportiva para comer con nosotros.
Pero esto no es nada L (para parecer democrático) también se sentó en el suelo al lado del conde. Pero el conde no lo vio ni una vez. L también fue por un minuto a su cuarto y se puso una chaqueta. Aquello era un peo. L quería decir que él era un indio puro, originario de un príncipe indígena. Qué vaina. Cuando salimos no hicimos más que exclamar: «¡Diga eso!, L comiendo con un conde y para celebrar nos encerramos en la habitación privada del embajador de México y seguimos tomando a la salud de todos los condes y de todos los príncipes indígenas de Venezuela. Pero no pudimos hacer más. Yo me dormí y cuando me desperté el coronel y el embajador de México iban por la segunda botella. Después se durmió el coronel y el embajador de México abrió su tercera botella. «Jílele nomás», era todo el comentario del embajador de México que estaba preocupado con los disturbios estudiantiles en su país. Su gran preocupación para ese otro día era enviar un telegrama de apoyo al presidente. Para eso había dejado durmiendo en su residencia al chofer de la Embajada. «¿Jílele nomás, coronel, y échese el del estribo! El coronel no podía y roncaba. Yo no roncaba pero tampoco podía. «Ah, chihuahua, se me rajaron los venezolanos. Y tan machitos que yo me los hacía».
Vicente Licause: Dirección: Calle La Mesa, 45-36. Prados del Este, Caracas.
Fuimos a la Universidad. M iba a hablar con una profesora y a inscribirse para presentar los exámenes. De regreso pasamos por la Embajada y Licause nos trajo a casa. Está golpeado, dice. Tuvo que renunciar a su cargo de Secretario de la Embajada de Suecia. Allá llegó un nuevo embajador que le dijo que le consiguiera una mujer y que lo llevara a los burdeles más famosos. Bueno, cayó en desgracia porque se negó. Para completar se enemistó con Morales Crespo, su amigo de hace 14 años. Y su mujer perdió el puesto en Venezuela y ahora acaba de recibir una carta en la que le dicen que él tampoco obtendrá nada.
Diez de la mañana del 24 de agosto de 1968.
A las seis vino el coronel por mí y nos fuimos a despedir a Licause al aeropuerto. Licause, como su esposa, quieren justificarse al volver a tratar a los Morales. Licause dice: «Mi mujer es tan buena que no le guarda ningún rencor a Morales». Por otra parte, una vez en casa de López, la mujer de Licause me dijo: «Pero Vicente es tan bueno que no le guarda ningún rencor a Morales. Seguro que cuando se lo encuentre en Venezuela lo salude y renazca la amistad. Una amistad de tantos años no puede acabarse en minutos». Total que allá ellos. Esta gente no tiene de qué vivir y no les queda otro remedio que seguir pegados a la vieja teta. Morales los coloca. Que si faltó una vez, bueno, qué importa.
Dentro de poco, y no me equivoco, L será un enemigo más. Dejarlo que hable y que reclame si tiene que reclamar. Guardar silencio, no solicitarlo más, no preguntar más por él. Silencio, tranquilidad, postura. Sangre fría, como dicen ahora de los checos; ésta es la mejor arma.
8 de la noche: regreso del cine. «Les fraises sauvages«, de Bergman. Lo mejor fue el sueño o la pesadilla que tuvo al comienzo. Por lo demás es lenta y fatigosa.
Pensando en el coronel: desde que mandó su familia para Caracas (mujer y cuatro hijas a las cuales cocinaba y atendía) se siente solo. Vive en un apartamento de dos piezas, sala de baño, cocina, y recibo o comedor. Lo imagino sentado al balcón mirando hacia afuera, porque así es como hace cuando yo estoy allá. Se sienta y habla de lo que ha vivido. De vez en cuando se prepara un café y se come una fruta.
25 de agosto
Dubck en Rusia. Soñé que M y yo vivíamos en Caracas y la familia de M y mi mamá vivían en un mismo edificio pero no se conocían. Una tarde mi mamá bajó y M salió corriendo y le dijo: «¿Sabes?, Argenis y yo nos casamos ayer».
Sueño con Tablante Garrido que tenía una librería y yo fui allá y le robé unos libros.
Soñé que M escribía sus memorias y las publicaba en “El Universal”.
Soñé que fui a vender unos libros a una librería de viejo que queda cerca del Museo del Cine aquí en Bruselas.
El presidente de Checoslovaquia que está en Moscú, llama a las Naciones Unidas para recomendar que se despreocupen del problema checo porque éste se arreglará entre la familia socialista.
Ayer, Francia hizo explotar su primera bomba H.
Fidel Castro aprobó la intervención rusa en Checoslovaquia.
Ayer salimos a dar una vuelta con C y nos detuvimos frente a la alcaldía para ver salir a unos recién casados.
Leyendo «Los bravos», de Fernández Santos. Éste y García Márquez se asemejan mucho narrando.
El coronel me dijo que le iba a robar el diario a L. El coronel está nervioso porque se confió mucho en L y está nervioso con el mío y una vez me dijo que cerrara muy bien la puerta de mi casa porque alguien podría robármelo.
10 de la noche: Termino de leer «Los bravos», de Fernández Santos.
26 de agosto. (Lunes)
Compro, para leer como pasatiempo, la novela de un portugués escrita en forma de diario: «El anticuario de Sao Pablo», de Joaquín Paço D’ Arcos.
Hoy he peleado con M por el asunto de las cartas. Yo dejé de escribirle a mi mujer y no sé nada de mis hijas para complacerla a ella y ella no deja de escribir y de recibir cartas de dos de sus hermanas y de una mujer que le cuida una hija en Caracas. Esto me molesta porque yo pienso que si regresamos a Venezuela ella no dejará de ver a esta hija suya y tal vez se encuentre con el hombre que la embarazó. A mí me interroga: «-¿Y tú verás a tus hijas?». Le respondo que no sé. Pero yo sí sé que ella no dejará de ver a esa hija suya. Me gritaba que el padre de su hija era mejor que mi mujer, que yo soy un atormentado y que el otro siempre la respetó.
Compro un trabajo de Jaspers sobre Strindberg y un tomo del teatro de Strindberg. M siempre me acusa de salir a decir la vida que lleva conmigo. Yo le digo que hable también de su pasado para que no me echen toda la culpa a mí. Yo sé que quiénes la conocen la tratan de mártir, santa y pura y a mí de traidor, sinvergüenza y vulgar.
Una vez se me ocurrió escribir una novela en forma de fichas. Ejemplo:
Nombre: A. R.
Lugar de nacimiento: Santa María de Ipire. Venezuela.
Padres: Javier Rodríguez Barberi. Descendiente de italianos. Una tía suya fue pianista. Al mismo Javier le gustaba cantar y cantaba con una voz ronca y se acompañaba con una sinfonía de boca o un peine envuelto en un papel. Una tía suya murió loca. Su madre murió ciega. El mismo Javier murió casi ciego y loco. Antes de casarse con la madre de A. había tenido cuatro hijos en otra mujer a la cual le había regalado una casa de palma. Javier embarazó quince veces a la mamá de Argenis. Al final a esta señora tuvieron que «cerrarle las trompas».
Clara de R: Según ella, venía de una familia de colombianos. Un primo de su papá llamado Alirio Díaz Guerra, fue secretario de la presidencia durante el gobierno del General Joaquín Crespo; era poeta y dejó un libro de memorias titulado «Recuerdos de Venezuela». Murió en Nueva York. Clara se casó cuando tenía 25 años. Era hija única entre cuatro hermanos. Aún vive.
Etc.
Es esta vaina de sentirse acosado, endeudado. Le dicen a uno: «ven a comer en casa…». Y como yo no me niego para nada, ya me siento endeudado. Luego viene la rebeldía lentamente hasta que un día estalla. No voy porque llevo una «política» desde aquí a la que todavía no le veo los frutos. Cualquiera dirá que me domino porque me interesa, o porque tengo miedo. En las actuales circunstancias no temo a nada ni a nadie. Si no me he ido a Argentina se debe a la simple razón de que no tengo el pasaje completo para irme. Si no me voy a Venezuela es porque no quiero llegar con las manos «vacías». Si no me mudo de aquí es porque no tengo dinero para pagar un mes completo y comer en la calle. Además, no me mudaría por un mes. Y no quiero regresar a Venezuela. Y la novela no sale. Y yo no paso de escribir las notas de este diario. Estuve muy mal ahora porque repetí no sé cuántas veces una misma palabra: deja. Y tengo la certeza de que debo que vivir solo para realizar una verdadera obra. Ese libro del portugués que leo ahora me da muchas ideas para la acción. Pero no me decido abandonar este trozo de tierra porque espero cartas de todas partes, cartas que no llegan y que yo espero con ansiedad. No hace mucho pensaba enviarle a José Ramón Medina una copia de mi novela. Le diría que extrajera algunos capítulos y los publicara en “El Nacional”. Sería el único que la leyera (inédita) en Venezuela. Tengo muchos proyectos y por eso no me muevo, no me voy. Proyectos fácilmente realizables con esta máquina de escribir. La acción, la intriga, el combate, la adulancia, el hacerse temer, etc., todo eso no es más que un juego para mí. Hasta la vida de Strindberg, con todas sus desesperaciones, es un juego para mí. Tengo que sentir, que sufrir, que hacer sufrir para saber o probarme que vivo o no. Esta última palabra me parece hecha, me parece de otro, más veo un sentido en ella y por eso la puse.
27 de agosto
Con el coronel en la Embajada. Me confiesa que tiene una alemancita como amante (de unos 22 años y que se paga sus estudios de francés en la Alianza Francesa). Antes el coronel tuvo una holandecita, pero ésta, después del acto sexual le olía mal la piel de la cara. Ahora el coronel se compró un aparato para grabar las conversaciones telefónicas; será la manera de defenderse de L, ya que éste, por imitarme a mí lleva un diario.
Estoy haciendo que el coronel me introduzca con G y ya el coronel le ha dicho a G que yo digo que él es un trabajador y un organizador. El coronel me dice que cuando le comunicó eso a G éste se quedó silencioso y lo miró. Ayer volvieron a salir y el coronel le preguntó qué pensaba de L a lo que respondió: «ese es un loco», y al preguntarle sobre Guilarte, respondió;: «ese es un negrito analfabeto». Pero al preguntarle sobre mí, se calló. Más tarde dijo: «¿Y ese diario que lleva ese muchacho?». «Nada», le respondió el coronel. «Ese diario no son más que notas para escribir sus libros». Y parece que la introducción va viento en popa. Estaba yo con el coronel y Guilarte en las oficinas de las fuerzas armadas y G llamó por teléfono. «Que bajemos», dijo el coronel. «Ganteaume quiere que Rodríguez, tú, Guilarte y yo bajemos a tomar una copa de champagne para celebrar el cumpleaños del viejo Morán». Bajamos y nos tomamos la copa de champagne. No se dijo mayor cosa y cuando yo me despedía de G éste me agarró por un brazo y me mostró algunas reproducciones de cuadros de pintores venezolanos que penden en su oficina y me los fue comentando. Luego dijo, señalando uno: «He aquí la típica putica venezolana. La putica nuestra es púdica, no afloja el culo ni lo mama, siempre dice que es virgen». Y me enseñaba el cuadro de un burdel donde se bailaba con mucho recato.
He empezado a leer el ensayo der Jaspers sobre Strindberg. Empezó a escribir a los veinte años. Cambió contantemente de oficio tanto como de profesiones. Fue bibliotecario, actor, etc.