JOSÉ SANT ROZ
A principios de la década de los cuarenta, nació el movimiento Acción Nacional (AN) que más tarde se convertiría en el Partido Socialcristiano COPEI. Acción Nacional una creación del jesuita don Rafael Antonio Caldera Rodríguez. Iba a ser la AN, una organización que entraba en el combate ideológico nacional, con una fuerte carga franquista (de los fascistas españoles como José Antonio Primo de Rivera); y que a la postre, acabaría por ser la contraparte aparentemente “reaccionaria”, por cristiana, del movimiento betancourista en gestación.
Mejor dicho, podría definirse a la AN, como el ala cristiana de AD, cada quien bando, el adeco y el cristiano trabajando por su lado, pero remando juntos en la conformación soterrada de un pacto de derechas. Persiguiendo los mismos intereses.
La AN entraría en el combate político como un movimiento para atacar en todos los terrenos al pobre Isaías Medina Angarita. Don Rafael Caldera, al igual que Betancourt, había entendido que la mejor manera para debutar en un combate ideológico tenía que ser a través de un cuartelazo. Por ello AN se va a embanderar con los grupos económicos unidos a las compañías petroleras que no se sienten contentas con el gobierno.
Hubo un momento en que el persistente ruido dekl golpismo, y la confrontación de los grupos de izquierda ensordecieron acabaron por ensordecer y confundir al pueblo. Fue el momento que aprovechó el doctor Rafael Caldera para entrar en escena y ocupar la posición político-partidista de los grupos declaradamente anticomunistas y católicos. Este espacio, por fuerza, tenía que recoger los restos del moribundo gomecismo, a los fanáticos cureros y a lo más podrido de las viejas montoneras. Aparecía Caldera como un joven de muy buena conducta, con estampitas y medallitas de la Virgen María y de la Virgen de Coromoto colgadas del pecho. Por su peinado engominado, por sus trajes cruzados, y por su mirada y su empaque furibundamente pacato y formal, parecía como sacado de los cuadros de aquellas Ofensivas Nacional Sindicalistas (JONS) que en España dirigía Ramiro Ledesma Ramos. Era además, un estudiante muy formal, de 20 puntos.
Al contrario de Rómulo Betancourt, el doctor Rafael Caldera jamás mostró empeño alguno en hacerse novelista. Él sí concluyó su carrera de abogado, en todas partes lo llamaban doctor, e iba regalando a sus seguidores una foto suya que por detrás tenía a la Virgen María. Como había sido estudiante del colegio San Ignacio los curas casi lo cargaban en andas y hasta se persignaban cuando lo veían… Fue escogido en varias ocasiones para dirigir discursos al dictador Juan Vicente Gómez, y lo hacía tan bien que el dictador se mostraba incómodo con tantos retruécanos y solicitudes al Grandísimo para desde sus alturas le protegiera. Pero bueno, Gómez creía que se trataba de un pichón de cura, y lo aceptaba como a quien no le queda más remedio que resignarse a las inevitables ceremonias de los enjundiosos adulantes.
En ocasiones, por sus impecables discursos para actos oficiales, Caldera era el escogido para hacer entregar de ramos de flores a Gómez, con motivo de alguna efemérides en la ciudad de Maracay. De modo que este joven nunca encabezó acción alguna contra Gómez, tampoco contra el general Eleazar López Contreras. No lo hará contra la Junta cívico-militar presidida por Rómulo Betancourt, ni mucho menos contra la Junta comandada por Carlos Delgado Chalbaud, ni la que presidirá luego el general Marcos Pérez Jiménez; eso sí, se mostrará implacable en una campaña aviesa, fanática y criminal tanto contra la presidencia de Medina Angarita como contra la de Gallegos.
Mientras Caldera trataba de ganar adeptos entre la burguesía, en AD, comenzó Betancourt buscaba apoyo tanto entre los comerciantes, entre los militares y los “pata en el suelo”. Recorría el país atacando con furiosa y obcecada maldad al gobierno de Medina Angarita. Entretanto como fiera carroñera, Caldera esperaba que los adecos tumbaran al gobierno para luego ellos acercarse y mondar su parte.
Caldera dejó tranquilamente que Betancourt procurara adueñarse de los “pata en el suelo” porque a fin de cuentas él se sentía seguro con que los curas y la vieja tradición cristiana implantada a sangre y fuego por los conquistadores le aseguraran una buena figuración entre los pobres. Caldera dejaba que Betancourt buscara ponerse en sintonía con los juanbimbas, recorriendo campechanamente toda la geografía venezolana, con una pipa y sus gafas con montura de carey, con un sombrero de paja, a veces en alpargatas, compartiendo con la gente humilde sus platos más sencillos, fríjoles, pisillos, hígado encebollado, sancochos… entretanto Caldera iba de pueblo en pueblo tragando hostias pasándolas con vino de consagrar… así fue la historia del gran adeco blanco y del gran adeco verde… tal para cual.. ninguno de los dos, en verdad, creían en Dios. Sólo en el becerro de oro… ni más ni menos…