JOSÉ SANT ROZ
Cuando Medina fundó el Partido Democrático Venezolano (PDV), lo hizo con hombres de su gobierno, lo que no podía calar en las masas. Además, la gente con la que él contaba conocía poco de organizaciones políticas, casi toda proveniente de la vieja estructura gomecista. Este
fenómeno de la organización partidista sin pelotones de macheteros dispuestos a colaborar con la causa, como sucedía en el siglo XIX, era completamente nuevo. Y algo más grave, el PDV carecía de ideología, verdadera ética y programa para transformar a Venezuela. Ni siquiera Medina inspiró a su grupo con los ideales bolivarianos, así hubiera podido darle un sólido impulso a su movimiento. Betancourt en cambio contaba con un grupito muy activo, trabajando con las comunidades, repartiendo propaganda, dando charlas, organizando redes para el trabajo de formación social. Hablaba de la necesidad de una reforma agraria, de leyes que iban a permitir el control de nuestro petróleo, del voto universal y secreto, del voto para la mujer, de la lucha contra el latifundio y la explotación del hombre por el hombre; de enjuiciar a los corruptos, de industrializar al país mediante una gran transformación social.
Estando en la oposición le era muy fácil a Betancourt, prometer todas estas cosas, sobre todo entre los pocos profesionales y gente de la clase media caraqueña en la que aquellas ideas calaban; se formaban cuadros que se iban al interior de la República a hablar de un programa de educación y salud para los pobres. En cierta medida, el presidente estaba cumpliendo con casi todo lo que prometían los adecos, pero al que gobierna no se le ve lo bueno sino lo malo que hace. Lo bueno se verá cuando quien le sustituya lo comience a hacer peor. No sabía Medina cómo imprimirle a su causa un fervor popular por medio de mítines, con dirigentes fogueados que recorran las calles, los barrios y los campos, con debates y asambleas públicas.
Lo que más minaba el poder de Medina era la mentira pertinaz, el chisme y la guasa contra su gestión, ahora que había total libertad de prensa y, quienes criticaban al gobierno, lo podían hacer de la más impune y desvergonzada manera, porque sabían que si se les tocaba un pelo formarían la Dios es Cristo, y ya el ejército no estaba como para salir a ametrallar pobladas. Por esto mismo, los adecos hacían ver que Medina era peor que Gómez, más sádico y brutal, más farsante que el peor de los godos que lucharon contra Bolívar.
Podía decirse que Rómulo había echado las bases de un partido radical trabajando en la clandestinidad, cuando López Contreras desató aquella persecución absurda contra los mismos estudiantes que le habían declarado la guerra a Gómez en el año 28. El intransigente líder adeco tenía tras de sí una leyenda, Medina no. Lo que se decía era que Betancourt había asaltado un cuartel mientras Medina era un simple oficial que apoyaba la dictadura.
Todo esto pesaba en el ambiente político de la época. Medina no sabía cómo defenderse de los ataques implacables de Rómulo cuando lo señalaba como elemento del viejo sistema gomecista y, peor aún, tampoco tenía quien supiera defenderle.
Este notable personaje de Guatire lo había aprendido de los obreros comunistas costarricenses, que para dominar las masas hay que hacerse primero de un mito revolucionario y dejar luego que las palabras libertad, pan y tierra cojan vuelo por sí mismas; darle mucha fuerza a las palabras esperanza, bienestar, educación y salud para los más desposeídos. Cuando se presiente una revolución todo se transfigura en el ser humano, y la gente se hace propicia para el engaño. La mejor manera de recrear esa atmósfera es mediante una acción violenta, por un golpe de Estado, porque con los morrocoyunos reformismos se adormecen las pasiones. En varias reuniones de su grupo, el ex comunista increpa con dureza a sus seguidores, los insulta, los sacude con su cortante cuchillo de claridades. Les asegura que pronto su movimiento asaltará los cielos; que se producirá un vuelco que hará trizas a ese gomecismo que se niega a morir. Nada ha nacido —grita—, todo está muerto todavía. Hiede. Hiede, aprendan a afinar el olfato. En política todo es cuestión de olfato. Con palabras como estas que repercuten en los ánimos y las voluntades, dejará fundado, en la mente y en el pueblo, las verdaderas bases de su partido: golpear, primero golpear inclementemente, hasta ver caído al enemigo.
Sabía Rómulo utilizar las ideas abstractas de Marx, del negro Chirinos o incluso de Bolívar, y llevarlas al pueblo con fantasiosas expresiones de libertad, liberación, progreso, pan trabajo, tierra o
guerra contra el imperialismo. Sobre todo hablar un lenguaje etéreo y rimbombante, que nadie entendiese. Darle sinuosidades maremoticas a las palabras con temblores de manos y muecas. Iba a sobrar gente que delirara ante estas sandeces, no ante las verdades, ni ante los sentimientos auténticos de dolor expresados con devoción sincera. Su chirriante voz cortó los aires, entró en el combate de la diatriba hablando de «causas postreras», «delgadochalbonearlo», «drozblanquizar», «sicofante», «obsoleto», «criollos descastados», «dejación de su conciencia», «esguince acomodaticio», «propaganda agitativa», «árboles aquietadores», «periclitado» («la paloma peráclita sobre la cabeza de Escalante»), «capadare», «enchinchorrarse», «conservo tatuada en la memoria», «hampoducto», «conciudadano», «morrocoyuno», «hallacas multisápidas»; «odios y rencores subalternos», «arepa matutina», «cuota-parte», «reloj de tiempo», «multánime palabra colérica», «áureos lingotes de oro», «vaciados de mármol», «conciómetros castrenses», «vagarosa aspiración», «deseabilidad».
Estas aberrantes expresiones que produjeron una enorme deformación moral en el venezolano, y que hemos venido cargando a cuestas desde hace más de medio siglo, llegaron a ser elogiadas por lo más granado de la intelectualidad de nuestro país. A don Mariano Picón Salas, por ejemplo, les parecían llenas de riqueza filosófica, y llega hasta a decir que eran tan creativas como las de Bolívar. En una especie de prólogo al libro Hacia América Latina democrática e integrada, escrito por Betancourt, dice Picón Salas: “Como el común de los mortales lee y piensa menos que nuestro Rómulo, en nombre de cierto purismo y academicismo anquilosado que todavía prevalece en ciertos sectores de opinión venezolana, se le han censurado en su lenguaje algunos neologismos impuestos por la necesidad de decir
cosas modernas o que no se previeron en el arcaico «Tesoro», de Covarrubias. Palabras nuevas para problemas dinámicos que ya no se definen con las viejas fórmulas enmohecidas en el arcón. Como el lenguaje de Bolívar, el de Betancourt también se adelanta a los coetáneos, y a veces una metáfora audaz le sirve para esclarecer o definir una situación difícil”.
El texto sigue con otras serviles y miserables loas. Betancourt para retribuirle sus elogios expresó que Mariano era «acaso el mejor dotado escritor que ha producido la Venezuela de todos los tiempos y el de más sólida cultura humanística». No hay que olvidar que don Mariano, en lo más profundo de sí, fue también muy adeco. Desde los primeros pasos que comenzó a dar este partido, asimiló de Rómulo todo ese arsenal de vulgaridades con el que procuraba hundir y embarrar a sus enemigos. Como se recordará, Picón Salas le colocó al sabio Humberto Fernández Morán el vulgar mote «Brujo de Pipe». Y veremos, que cuando le convenga, don Mariano estará dispuesto a darle «todo el apoyo que requiera» al gobierno de Medina.
Nada, pues, debe sorprendernos la manera como, en tiempos más próximos y como una suerte de confirmación del proverbio «la historia se repite a sí misma», se embanderaron un grupo numeroso de la clase intelectual venezolana contra la política del presidente Hugo Chávez.
Es decir, que la debilidad y la cobardía (muy acendrada en la clase de los intelectuales) no reconocen moral, ideales o principios. En la época
que nos ocupa, el presidente Medina sí contaba a su favor con cierto sector representativo de la intelectualidad criolla, con la excepción de Andrés Eloy Blanco, Mariano Picón Salas y Rómulo Gallegos.
Don Laureano Vallenilla Lanz participó en la creación del Partido Democrático Venezolano (PDV), escribiendo parte de sus documentos fundamentales y un programa mínimo de acción, pero no tenía fe en esta organización. Él dirá: «No creo en el porvenir de esa organización de burócratas, de oportunistas y de ambiciosos […] Les une solamente el deseo de complacer al presidente y de disfrutar del Presupuesto General de Rentas y Gastos Públicos». A la postre Medina Angarita no acabaría confeccionando sino un club, porque por desconocimiento de la acción social organizada, en un principio llegó a llamar a su movimiento: «Partidarios de la Política del Gobierno» (PPG), lo que le hizo mucho daño. Gonzalo Barrios, bromeando, decía que había llegado la hora de introducir y conjugar el verbo pepegear, cosa que no estaba mal, porque don Gonzalo pepegeó desde que nació hasta su muerte.
Para saber si alguien apoyaba al gobierno, los adecos preguntaban: ¿oye, tú pepegeas? En el recuento de esta historia se verá que no hubo nadie en Venezuela que pepegeara más, aún con los copeyanos en el poder, que todo el CEN de AD, la CTV y los adecos empresarios; además de pepegeadores eran verdaderos vivalapepas.
Aparecen como simpatizantes o miembros del PDV personajes como Miguel Otero Silva, José Rafael Pocaterra, Alfredo Tarre Murzi, y José Agustín Catalá quien funge como secretario para el Distrito Federal.
El ataque a Medina Angarita es lanzado mediante una propaganda despiadada y vulgar, que promueve el diario El País. Dicen que en el recién urbanizado El Silencio, algunos de los apartamentos son para las queridas de los altos funcionarios. Cuando se le reclama al director de
El País, Valmore Rodríguez, por las pruebas de esos supuestos desquicios, responde riendo: «Son rumores que corren por Caracas. Haré una aclaratoria. Es que ustedes los del gobierno son demasiado susceptibles».
Quien estaba realmente luchando contra las imposiciones despóticas y explotadoras de las empresas norteamericanas en nuestro país, era Medina, aunque sus enemigos le hubiesen encasquetado los motes de «reaccionario», «arbitrario» y «vendepatria». Por el contrario Betancourt, que sí estaba contra las medidas nacionalistas y justas que Medina pedía para su pueblo, lograba aparecer como socialista y revolucionario. ¿Tiene explicación por qué los radicales como Domingo Alberto Rangel (llamado por su padre ideológico «Jurunga Muerto»), Simón Sáez Mérida, Américo Martín, Gumersindo Rodríguez y Moisés Moleiro se dejaron embaucar por él? Sí la tiene. Lamentablemente toda esta gente, a pesar del odio que decían tenerle a Rómulo, en el fondo fueron ardientemente betancuristas. El estilo panfletario, por ejemplo, de Domingo Alberto Rangel respira betancurismo puro. Si Bujarin fue el hijo ideológico de Lenin; el de Betancourt no fue otro que Domingo Alberto Rangel. Pero Rangel no tenía la constancia, el olfato político, ni el empuje o la vocación de poder, que en todo momento y a todo trance sí supo mantener su padre.
La fuerza política de Medina en Caracas era tal, que cuando se realizan el 22 de octubre de 1944 las elecciones municipales, la coalición de PDV-UPV, arrasa en las parroquias caraqueñas; Betancourt consigue entrar al Ayuntamiento del Distrito Federal, por la parroquia San Agustín. Lamentablemente, en la misma medida en que Medina se hacía fuerte en el seno de los sectores populares, decaía su prestigio en los medios castrenses.