Por: Antonio Nava
Así describe, entre 1,705 y 1.723, el historiador español José de Oviedo y Baños los extensos territorios que darían origen a la República Bolivariana de Venezuela:
En la parte que llamamos Tierra-Firme de Las Indias tiene su situación la provincia de Venezuela, gozando de longitud doscientas leguas, comprendidas entre el morro de Unare, por donde parte límites al Oriente con la provincia de Cumaná, y el Cabo de la Vela en que se divide al Occidente de la gobernación de Santa Marta; de latitud tiene más de ciento veinte leguas, bañando al Septentrión todas sus costas el océano, y demorándole (1) al Sudoeste el Nuevo Reino de Granada, sirven al Mediodía de lindero a su demarcación las caudalosas corrientes del río Orinoco; su terreno es vario, porque en la grande capacidad de su distancia contiene sierras inaccesibles, montañas asperísimas, tierras altas, limpias y alegres vegas tan fértiles, como hermosas, y valles tan deleitosos, que en continuada primavera divirtiendo con su amenidad, convidan con su frescura, dehesas y pastos, tan adecuados para cría de ganados de todas especies, principalmente del vacuno, que es excesivo su multiplico; y el cabrío abunda tanto en las jurisdicciones de Maracaibo, Coro, Carora y el Tocuyo, que beneficiadas las pieles, enriquece a sus vecinos el trato de los cordobanes; críanse caballos de razas tan excelentes, que pueden competir con los chilenos y andaluces, y mulas, cuantas bastan para el trajín de toda la provincia, sin mendigar socorro en las extrañas.
Sus aguas son muchas, claras y saludables, pues no hay amagamiento de serranía, ni ceja de montaña, que no brote cristalinos arroyos, que cruzando la tierra con la frescura de sus raudales, la fecundan de calidad, que no hay cosa que en ella se siembre, que con admiración no produzca, ayudando a su fertilidad la variación de su temperamento, pues a cortas distancias, según la altura, o bajío que hace la tierra, se experimenta frío, cálido o templado, y de esta variedad de temples se origina su mayor excelencia, pues lo que en un sitio no produce, en otro se multiplica, y lo que en una parte se esteriliza, en otra se fecunda, y así abunda de trigo, maíz, arroz, algodón, tabaco y azúcar, de que se fabrican regaladas y exquisitas conservas; cacao, en cuyo trato tienen sus vecinos asegurada su mayor riqueza; frutas, así indianas, como europeas; legumbres de todos géneros, y finalmente, de todo cuanto puede apetecer la necesidad para el sustento, o desear el apetito para el regalo. Sus montes crían maderas preciosas y de estimación; como son granadillos, gateados de diversos colores, caobas, dividives, guayacanes, palo de Brasil, tan conocido por lo fino de sus tintas; chacaranday, tan hermoso por la variedad de sus visos, que asimila al carey metiéndolo en el torno; y el cedro en tanta abundancia, y tan común, que sirve de materia a las obras más ordinarias, siendo singular el árbol que no destila dulzuras, pues abrigando enjambres de silvestres abejas, forman en los troncos colmenas a sus rubios panales; críanse vainillas, más aromáticas y fragantes que las de Soconusco; y en la jurisdicción de la ciudad de Carora, grana silvestre, tan fina como la de Misteca, que si se dedicaran a su beneficio, fuera de grande aumento a los caudales; la zarzaparrilla y el añil son plantas tan comunes en los barzales, que más sirven de embarazo que provecho, por la poca aplicación a su cultivo.
Los bosques mantienen en abundancia diversas especies de animales, siendo los más frecuentes leones, osos, dantas, venados, báquiras, conejos y tigres, los más feroces que produce la América, habiendo enseñado la experiencia, que mantienen más ferocidad mientras más pequeñas son las manchas con que esmaltan la piel; sus mares y sus ríos abundan de variedad de peces, unos plebeyos por lo común, y otros estimados por lo exquisito; sus costas proveen de admirables salinas, así por la facilidad con que cuajan, como por lo apetitoso de la sal que crían. Los campos están siempre poblados de varios pájaros y distintas aves, sirviendo aquéllos de deleite con la hermosura de sus plumajes y suavidad de sus cantos; y éstos de regalo, con lo sabroso y apetecible de sus carnes, siendo los más comunes para este efecto la guacharaca, el paují, la uquira o gallina de monte, la tórtola, la perdiz, y otras muchas de diferentes especies, que son materia para el divertimiento de los aficionados a la caza.
Produce esta provincia, singulares simples (2), de los que usan para su aplicación a la medicina, como son la cañafístola, los tamarindos, la raíz de china, la tacamajaca, eficaz confortativo para la cabeza, el bálsamo de Carora, y el aceite que llaman de María o Cumaná, antídotos para cualquiera herida, y célebres preservativos para todo pasmo. Tiene minas de estaño en diferentes partes, y en el sitio de Cocorote unas de cobre, que descubrió Don Alonso de Oviedo, vecino de Barquisimeto, de grande opulencia y rendimiento; beneficiólas su Majestad de su cuenta mucho tiempo, sacando porciones muy considerables de metal, que se llevaban a España para fundición de artillería, y después habiéndolas empeñado en cantidad de cuarenta mil pesos (con ciertas condiciones) a Don Francisco Martín, vecino de Caracas, éste las despobló, aplicando los esclavos y aperos de su labor a otras fundaciones de mayor conveniencia propia.
Fue en lo primitivo rica de minerales de oro, que con facilidad tributaban las arenas de sus quebradas, y hoy, aunque se hallan muestras en las más de ellas no se benefician, o porque, acabados, los veneros (3) principales, no corresponde lo que rinden al trabajo de quien lo saca; o porque aplicados sus moradores (que es lo más cierto) a las labores del cacao, atienden más a las cosechas de éste, que los enriquece con certeza, que al beneficio de aquéllos, que lo pudieran hacer con contingencia; críanse cristales muy transparentes, sólidos y tersos, y veneros de azul tan fino, que iguala al ultramarino; palos para tintas de diferentes colores; y finalmente produce y se halla en ella cuanto puede desearse para la manutención de la vida humana, sin necesitar de que la socorran con sus frutos las provincias vecinas; y si a su fertilidad acompañara la aplicación de sus moradores, y supieran aprovecharse de las conveniencias que ofrece, fuera la más abastecida y rica, que tuviera la América. (4)
Dieciséis décadas después, en 1.881, José Martí nos regaló una nueva y fidedigna pintura de nuestra patria y sus pobladores, que aún no avizoraban el advenimiento del hombre extraordinario llamado a retomar los proyectos del Libertador, para encaminar sus pasos hacia la grandeza para la cual estaba y está predestinada. Decía Martí:
Venezuela es un país rico más allá de los límites naturales. Las montañas tienen vetas de oro, y de plata, y de hierro. La tierra, cual si fuera una doncella, despierta a la menor mirada de amor. La Sociedad Agrícola de Francia acaba de publicar un libro en el que se demuestra que no hay en la tierra un país tan bien dotado para establecer en él toda clase de cultivos. Se pueden allí sembrar patatas y tabaco: –té, cacao, y café; la encina crece junto a la palmera. Hasta se ve en la misma pucha el jazmín del Malabar y la rosa Malmaison, y en la misma cesta la pera y el banano. Hay todos los climas, todas las alturas, todas las especies de agua; orillas de mar, orillas de río, llanuras, montañas; la zona fría, la zona templada, la zona tórrida. Los ríos son grandes como el Mississippi; el suelo, fértil como las laderas de un volcán.
Esa tierra es como una madre adormecida que ha dado a luz durante el sueño una cantidad enorme de hijos. Cuando el labrador la despierte, los hijos saldrán del seno materno robustos y crecidos, y el mundo se asombrará de la abundancia de los frutos. ¡Pero la madre duerme aún, con el seno inútilmente lleno! El labrador del país, que sólo ama a la mujer y a la libertad, no aspira a nada, y no hace nada, coge, al igual que los hindúes, las frutas maduras que cuelgan de los árboles, y, cual un gitano, canta, seduce, pelea, muere. En esa naturaleza virgen, los hombres de los campos tienen todavía costumbres grandiosas y audaces. Es el desprecio a la vida, el amor al placer, el recuerdo atrayente de una vida anterior de libertad feroz: son poetas, centauros y músicos. Relatan sus proezas en largos trozos de versos que se llaman galerones. Sus bailes tienen una dulce monotonía, la del céfiro en las ramas de los árboles, todas las suaves melodías de la selva interrumpidas por terribles gritos del huracán. Sus goces, como sus venganzas, son tormentosos. Beben agua en la tapara, una ancha fruta vacía de corteza dura. Se sientan en sus chozas sobre cráneos de caballos. Sus caballos, bajo sus espuelas, tienen alas. Con su garbo deleitan a las mujeres; con su fuerza derriban a los toros.
El labrador extranjero tarda en ir allá. Prefiere la América del Norte, donde está desarrollado el trabajo, la vida es tranquila y la riqueza es probable. En Venezuela, hay isleños, nativos de las Islas Canarias, una posesión española, hombres rutinarios, de poco alcance mental, de mano pesada, preocupados y mezquinos. Crían vacas y cabras, y venden su leche. Cultivan el maíz. Hay alguno que otro francés, artesano de mérito, cocinero, barbero, zapatero, sastre. Hay alemanes, que tienen el arte de vender bien lo que laboran mal. Hay italianos que comercian con frutas, tocan el órgano, viven hacinados en un miserable apartamento y limpian zapatos. Es, pues, imposible la unión entre esa tierra y esos hombres. Se necesita un hálito de fuego para despertar a esa gran durmiente: hay que romper el encantamiento a fuerza de arado: hay que lanzarla por esos campos húmedos y fragantes: semejante ujier debe anunciar a la naturaleza inempleada la noble visita del trabajo humano.
En la ciudad, una vida rara semipatriarcal, semiparisiense, espera a los forasteros. Las comidas que en ella se sirven, exceptuando algunos platos del país, las sillas para sentarse, los trajes que se usan, los libros que se leen, todo es europeo. La alta literatura, la gran filosofía, las convulsiones humanas, les son del todo familiares. En su inteligencia como en su suelo, cualquier semilla que se riegue fructifica abundantemente. Son como grandes espejos que reflejan la imagen aumentándola: verdaderas arpas eolias, sonoras a todos los ruidos. Sólo que se desdeña el estudio de las cuestiones esenciales de la patria; –se sueña con soluciones extranjeras para problemas originales; –se quiere aplicar sentimientos absolutamente genuinos, fórmulas políticas y económicas nacidas de elementos completamente diferentes. Allí se conocen admirablemente las interioridades de Víctor Hugo, los chistes de Proudhon, las hazañas de los Rougon Macquart y Naná.
En materia de República, después que imitaron a los Estados Unidos, quieren imitar a Suiza: van a ser gobernados desde febrero próximo por un Consejo Federal nombrado por los estados. En literatura, tienen delirio por los españoles y los franceses. Aunque nadie habla la lengua india del país, todo el mundo traduce a Gautier, admira a Janin, conoce de memoria a Chateaubriand, a Quinet, a Lamartine. Resulta, pues, una inconformidad absoluta entre la educación de la clase dirigente y las necesidades reales y urgentes del pueblo que ha de ser dirigido. Las soluciones complicadas y sofísticas a que se llega en los pueblos antiguos, nutridos de viejas serpientes, de odios feudales, de impaciencias justas y terribles; las transacciones de una forma brillante, pero de una base frágil, por medio de las cuales se prepara para el siglo próximo el desenlace de problemas espantosos –no pueden ser las leyes de la vida para un país constituido excepcionalmente, habitado por razas originales cuya propia mezcla ofrece caracteres de singularidad, –donde se sufre por la resistencia de las clases laboriosas, como se sufre en el extranjero por su esparcimiento: donde se sufre por la falta de población, como se sufre en el extranjero, por su exceso. –Las soluciones socialistas, nacidas de los males europeos, no tienen nada que curar en la selva del Amazonas, donde se adora todavía a las divinidades salvajes. Es allí donde hay que estudiar, en el libro de la naturaleza, junto a esas míseras chozas.
Un país agrícola necesita una educación agrícola. El estudio exclusivo de la Literatura crea en las inteligencias elementos morbosos, y puebla la mente de entidades falsas. Un pueblo nuevo necesita pasiones sanas: los amores enfermizos, las ideas convencionales, el mundo abstracto e imaginario que nace del abandono total de la inteligencia por los estudios literarios, producen una generación enclenque e impura, –mal preparada para el gobierno fructífero del país, apasionada por las bellezas, por los deseos y las agitaciones de un orden personal y poético, que no puede ayudar al desarrollo serio, constante y uniforme de las fuerzas prácticas de un pueblo.
Otro mal contribuye a malversar las extraordinarias fuerzas intelectuales de la república. En los hombres hay una necesidad innata de lujo: es casi una condición física, impuesta por la abundancia de la naturaleza que los rodea; –llevados, además, por el desarrollo febril de su inteligencia, a las más altas esferas de apetencia, la pobreza resulta para ellos un dolor amargo e insoportable. No creen que la vida sea, como es, el arte difícil de escalar una montaña, sino el arte brillante de volar, de un solo impulso, desde la base hasta la cima. El don de la inteligencia les parece un derecho a la holgazanería: se entregan, pues, a los placeres costosos del lujo intelectual, en lugar de mirar a la tierra, trabajarla afanosamente, arrancarle sus secretos, explotar sus maravillas, y acumular su fortuna por medio del ahorro diario, al igual que como por el constante goteo se forma la estalactita. Se tienden sobre la tierra, impidiéndole abrirse, y sueñan. Pero viene el amor, el amor de una mujer distinguida, el amor sudamericano, rápido como la llama, imperativo y dominador, exigente y morboso. Hay que casarse, poner casa lujosa, vestir bien a los hijos, vivir al uso de las gentes ricas, gastar, en resumen, mucho dinero. ¿Dónde ganarlo en un país pobre? Y se habla entonces, y se escribe, para el gobierno que paga, o para las revoluciones que prometen; se ponen a los pies de los amos, que odian a los talentos viriles y gozan destruyendo los caracteres, venciendo a la virtud, refrenando a la inteligencia.
La clase intelectual y culta está así desacreditada y como aniquilada por ese servilismo vergonzoso, a tal extremo que se mira ya con justificada desconfianza a los literatos, –el gobierno es de los fuertes y de los audaces. Los jefes de renombre se rodean de los literatos en desgracia. Los mantienen, por su audacia y sus medios de fuerza, en su posición de riqueza fugaz: los literatos les pagan dando apariencia y forma de legalidad a las voluntades del amo. Y ¡qué héroes ha producido esa tierra! Al observar el vigor con que su valentía acaba de ser recordada por un joven dotado de gran talento, Eduardo Blanco, en un libro que brilla como una lámina de oro, Venezuela heroica, diríase que puesto que se comprende siempre a los héroes, se podría serlo también. Pero, si los hombres inteligentes de Venezuela, bastante numerosos y notables para ser tratados como clase, pudieran desear un amor más vivo por la independencia personal, y una aplicación más útil, más directa, más patriótica de sus fuerzas, hay en ellos, como en toda la gente del país, una condición que seduce: la grandeza de corazón. Dan todo cuanto tienen y piden aún más para dárselo al prójimo.
Se exige al extranjero una honradez probada y una vida virtuosa; pero se le estima y se le recompensa. La generosidad llega casi a la prodigalidad. Gozan gastando dinero y se honran despreciándolo. Siempre tienen la sonrisa en los labios. Pronto se hace uno amigo de todo el mundo, lo cual es muy agradable, porque hombres y mujeres charlan admirablemente. Se interesan por nuestras penas, le hablan a uno de sí mismo. Se tiene la sensación de no estar perdido en el mundo como una hormiga o una mariposa. (5)
La utopía aún está por realizarse, mucho hemos avanzado a pesar del pesado fardo que nos impone el imperialismo. Sólo los buenos venezolanos que hoy luchamos por Nuestra América, podremos arrancar del interregno los sueños de Bolívar y Chávez para convertirlos en realidad y hacer de la Patria Grande un lugar donde prevalezca la justicia, la prosperidad y con ellas la felicidad de todos.
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(1) Limitándole
(2) Simple: Material de procedencia orgánica o inorgánica, que sirve por sí solo a la medicina, o que entra en la composición de un medicamento.
(3) Venero: Mina.
(4) José de Oviedo y Baños. Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela. Páginas 19-22.
(5) José Martí. Nuestra América. Páginas 288-292