Obispos guindados a las tetas del Estado
Si uno ve lo que EL CARDENAL BALTAZAR Porras le ha sacado a William Dávila Barrios, ¿cómo habría sido en tiempos de Blanca Ibáñez, lo que este cardenal merideño hizo y deshizo? Porque en eso de pedir y recibir Baltazar Porras ha sido uno de los más ducho y artista.
Ese prelado mayor que anda con su vocecita gangosa y “misericordiosa”, que anda encogidito porque le conviene, que miente como un bellaco, que en todo momento quiere poner la otra mejilla para que lo zarandeen porque es por lo bajo por donde él sabe moverse. Este drácula sin corazón quiere que sigan los calvos impúdicos saqueando nuestros recursos, porque son estos calvos los que más saben darle a la Iglesia; como lo hacía el Lusinchi hundido en su perdición junto con la pobre Blanca Ibáñez. Que como sabían que la pobre estaba hundida en “horrible pecado” le sacaron hasta el neuma. Nada para la Iglesia es más beneficioso que un rico o un tipo con poder hundido en la desesperación y la corrupción porque de “ellos es el reino del Señor”. Dios santo. Porque además es muy bonito y bueno pedir perdón. No cuesta nada pedirlo porque, ¿quién le podría imponer una penitencia a la Iglesia? Se sabe que sin penitencia el perdón carece de sentido. En Miraflores gobernaba Blanca Ibáñez, y allá llegaron estos husmeadores de plata. La Ibáñez se había convertido para casi todos los curas en la nueva meca de la Iglesia. Los obispos de primero. El más desvergonzado fue el de San Cristóbal, monseñor Ramírez Roa, quien en muchas oportunidades salió fotografiado con la secretaria privada del presidente recibiendo cheques para su diócesis. Discurrieron por allí sacerdotes de la Arquidiócesis de Valencia quienes recibieron el 8-12-87 un cheque por un millón de bolívares y el 15-12-88 otro millón de bolívares. La arquidiócesis de La Guaira recibió un cheque el 14-12-88 por cinco millones de bolívares y otro millón el 23-11-88 y otro millón el 1-12-88. La Diócesis de Barcelona obtuvo un millón de bolívares mediante un cheque que llevó fecha del 23-11-88. La Diócesis de San Felipe consiguió de la Secretaria privada el 26-7-88, un millón de bolívares. A la Arquidiócesis de Ciudad Bolívar, doña Blanca la gratificó el 6-3-87 con setecientos cincuenta mil bolívares. La Arquidiócesis de Barquisimeto fue premiada el 1-11-88 con un millón doscientos cincuenta mil bolívares. La de Barinas no fue menos afortunada: logró dos millones. La Conferencia Episcopal alargó la mano y de inmediato la santa pecadora ordenó el 1-7-88 le fuese entregado un millón cuarenta y cuatro mil bolívares. La Arquidiócesis de Caracas no quiso quedarse atrás y reclamó su parte, que el 23-11-88 le fue entregado un millón quinientos mil bolívares. La de Maracaibo con uno de sus obispos más moralistas y severos, monseñor Roa Pérez, no pudo con la tentación y también le imploró a la amante del presidente algún dinerito para obras pías, y ésta le gratificó con un millón de bolívares. Téngase en cuenta que don monseñor Roa Pérez fue uno de los que tuvo el valor de analizar por la prensa el divorcio del Presidente.
No se mencionan otras cantidades de menor monta, pero las arriba señaladas suman para la época casi 19 millones de bolívares, que al cambio en dólares representaba más de un millón de dólares. La señora Ibáñez, digo, en cuanto cayó en desgracia fue inmediatamente olvidada por la Iglesia y en una carta que la “pecadora” le dirige al cardenal Alí Lebrún Moratinos, fechada el 31 de octubre de 1990 ella expone claramente que todas esas ayudas las había hecho considerando que por esta vía podía salvarse del horrible pecado en que había caído. Dice la pobre al cardenal Lebrún[1]: “Soy católica de fé (sic) verdadera y practicante desde mi infancia en un modesto hogar creyente de los Andes. He tratado a todo evento de ser consecuente con mis principios religiosos y de honrar mi fé (sic) en Dios, en Jesucristo y en nuestra Santa Madre Iglesia. No he hecho nada a nadie y en medio de las duras luchas que la vida me ha deparado, he tratado sólo de servir a los demás. He pecado, lo sé, porque soy humana y porque he sido auténtica en la expresión de mis sentimientos; pero nadie podría decir en propiedad que he transgredido la ética profunda y los deberes que me imponen mi condición de mujer, de católica y de venezolana. En paz con mi conciencia, tengo fé en Dios, en su justicia y en su perdón”. Se ve que doña Blanca Ibáñez desconocía el dicho: curas y gatos, seres ingratos[2].
[1] CRÓNICAS DE LA PERSECUSIÓN, Editorial Pomaire, 1993, Venezuela, pags. 367-370.
[2] Este dicho me lo refería mucho el padre Santiago López-Palacios.