GRÁFICA: Sant Roz entrevista al escritor Nèstor Francia
AUTOR Y COMPILADOR: Pedro Pablo Pereira
13 -12 -1984: Recibo otra carta de don Arturo Uslar Pietri, fechada el 2 -11 -84:
«Apreciado amigo: Recibí su amable carta del 29 de octubre y mucho me complace saber que se ha reincorporado usted a nuestro país y que está trabajando denodadamente en la Universidad de Mérida.
«Como usted mismo dice, los obstáculos son grandes, los motivos de desesperanza son muchos, pero es precisamente en semejante marco donde los hombres que valen pueden destacarse.
No pierda usted el ánimo y convénzase de que no está solo aunque de momento no vea mucha gente a su alrededor.
Gracias por el trabajo que me envía y reciba un cordial saludo de su amigo,
Arturo Uslar Pietri».
14 -12 -1984: Tengo a mi lado la revista norteamericana NEWSWEEK, y encuentro que más del cincuenta por ciento de las cartas que allí han sido publicadas reflejan un verdadero furor contra la Carta Pastoral de los obispos de EE UU. La Carta muestra un duro ataque contra la «insensibilidad» de los poderosos, que nada o muy poco hacen por los países pobres. Pide se adopte una actitud más justa y humana para conseguir erradicar la miseria en los pueblos atrasados.
Pero es que hay tal mundo de mutilados, traicionados y torturados, que muchos sufridos parecieran más bien clamar porque no los salven. Prefieren la muerte. Un tal R. B. Lesser, de Portugal, escribe lo siguiente: «Encuentro muy interesante que sea la iglesia católica quien pretenda dar consejos morales y económicos a EE.UU. Qué coincidencia, que sean precisamente los más pobres y con mayores trastornos económicos -como Irlanda, México, centro y Suramérica -las naciones más influenciadas por la iglesia católica…» Parker Fistshugh, de Tejas, añade: «Cuando el Vaticano se tome algún tiempo en dar a los rectores de su iglesia nuevas ideas para iniciar y llevar a cabo un sistema que eduque y saque del caos a los países católicos más atrasados, entonces estaré dispuesto a escucharles». Por su parte Michel Castellini dice: «Quizás ellos entregarán otra Carta sugiriendo como el Vaticano podría hacer una mejor distribución de sus BILLONES en activo, para los pobres y necesitados. Después de todo, ¿no empieza la caridad por casa?».
11 -2 -1984: Ya me encuentro viviendo en Mérida. Trabajo en la Universidad de Los Andes. He pasado unos días terribles con la suerte que le tocó al pobre abogado Juan Luis Ibarra Riverol a quien le dieron un tiro en la boca. Aquellos acontecimientos eran vientos de locura y algo terrible se avecinaba sobre Venezuela. Ibarra Riverol había sido abogado del Comandante Luis Alfonzo Godoy quien había denunciado una cadena de actos de corrupción en las Fuerzas Armadas. A Godoy lo metieron en la cárcel e Ibarra Riverol ejerció su defensa. Este crimen marcará mi vida para siempre. Pude ver las escenas por televisión, de las pequeñas hijas del abogado Ibarra Riverol, en uniforme escolar, frente al edificio donde lo mataron, en El Silencio, en estado horriblemente doloroso, indagando por lo sucedido. No he podido pensar en ninguna otra cosa que en este crimen y vivo poseído por un deseo inmenso de que alguna vez en este país se haga justicia. Estoy enfermo por la indiferencia de este maldito país ante estos delitos, por la cobardía de los políticos; cómo se puede ser político en medio de una farsa tan grande. Mi corazón no soporta tanto asco, tanto dolor.
He ido a pedir una cita al obispo de Mérida, don Miguel Antonio Salas y me la ha negado. Insisto, aparto la puerta, trata de retenerme el sacerdote León Febres, el secretario del obispo, lo retiro con fuerza, subo hacia la oficina de su eminencia, y lo encuentro echado en un enorme sillón de madera contemplando la nada. Le digo que debemos hacer algún pronunciamiento sobre estos crímenes cometidos con toda impunidad por los corruptos pero el obispo no entiende por qué lo molesto; por qué he cometido el insólito abuso de meterme en su despacho para hablar de algo tan terrestre y burdo, y con su santa serenidad me contesta que la Iglesia no puede meterse en esas cosas públicas. Que para eso están los tribunales. Que para eso están los medios de comunicación y las instituciones del Estado.
Señor, qué salida le queda a uno, en estos casos; no sé si dominar nuestros deseos suicidas u homicidas, y dejar que a todos nos lleve el diablo. “- Si –le grito-, esta casa arzobispal es la representación del palacio de Satanás”.
Entonces me dirijo a la casa del recién reelecto rector de la ULA, doctor Pedro Rincón Gutiérrez. “Señor Rector, ¿para qué sirve un rector? Le ruego que se realice algún gesto de rechazo total, aquí en Mérida, por lo que ha pasado en Caracas con el asesinato de Ibarra Riverol”.
Quien me lleva a casa de Pedro Rincón Gutiérrez (en la Pedregosa Norte) a las 8 de la mañana fue el profesor Enrique Corao. Y encuentro a Pedro Rincón Gutiérrez con un albornoz azul y en chanclas, y rodeado de un grupo de profesores. Él esta echado en un sillón de madera. Le digo que hagamos un acto en la plaza Bolívar contra el crimen y contra la impunidad, y entonces se queda pensativo, pero luego me asegura que cuente con él, que con seguridad estará en ese acto que con urgencia necesita el país. De allí me dirijo a la Facultad de Ciencias y reparto una hoja donde invito al acto.
Luego voy al diario Frontera y anuncio que habrá una concentración contra el crimen en la plaza Bolívar para condenar el asesinato en la persona de Juan Luis Ibarra Riverol. Estas cosas en Venezuela son insólitas. Estas cosas nadie entonces las plantea. En la Universidad de Los Andes todas las protestas son para pedir aumento de sueldo para los profesores o cupo, pasaje y comedor gratis para los estudiantes. Un horrible crimen como el de Ibarra Riverol es un asunto que sólo a un loco como yo le puede llamar la atención. No obstante consigo que el diario Frontera reseñe la nota al día siguiente, y aparece con titulares rojos, en la página de sucesos.
El 13 de febrero de 1985 pronuncié las siguientes palabras en la plaza Bolívar:
«Este sencillo acto de hoy es un grito de angustia frente a la manera alegre como están actuando los poderosos criminales de este país. Hay muertes que reclaman de nosotros gestos de indignación y de alguna acción decidida y directa. Hay muertes que si no se condenan con la mayor energía pueden provocar una catástrofe total. En este país se van hombres como si nada hombres que ofrendan sus vidas por nosotros y aquí nadie se conmueve. Aquí lo único que prospera es la muerte, abono para el escepticismo, la frustración y la condenación moral. ¿Dónde está la Universidad de Los Andes a la que poco le importa que muera un abogado que estaba luchando contra la corrupción? ¿Dónde está esa iglesia que vive moqueando por la perdición espiritual del hombre de este país? Están sus aposentos como el Caifás y el Sanedrín, riendo y libando vino, ensanchando sus vientres y sus befas, viviendo del engaño de la estafa del propio Estado y de la estupidez de este pueblo.
“¡Cuanto se habrá envenenado la vida entre nosotros que aquí ya nadie tiembla ante estos asesinatos anunciados con tanta frialdad! Que aquí los elocuentes alcahuetes de los ladrones se encuentren entre los propios jefes de la república y que nadie haga nada.
“Aquí hay miedo de cobarde y de llorones, aquí huele el miedo por todas partes; aquí se suda temor porque estamos adheridos a nuestros intereses materiales e inmediatos como los parásitos a sus presas. Los curas atados a los pareceres de los gobernantes, como los gobernantes a sus concubinas. Aquí se vive entre sucias componendas, cada cual en sus oscuros negocios, desintegrado, enjaulado con sus pequeños parcelas personales. Aquí no se cree en nadie y cada cual lo que intenta cultivar es la adulación, el egoísmo, la adulación, la hipocresía y la envidia. ¿Y qué clase de sociedad es esta donde estamos obligados a vivir angustiados, terriblemente aislados los unos con los otros, siempre acosados por el fantasma del crimen?
“¿Por qué nos habremos empeñado en que Venezuela sea del ladrón y del miserable?
“Lo que ha hecho, señores, que hoy nos reunamos aquí es el asesinato en la persona del abogado Juan Luis Ibarra Riverol, la gota de sangre que ha rebasado este inmenso océano de abusos y barbaridades políticas. Un crimen que debería helar todos nuestros corazones y llenarnos de un valor enorme para rechazarlo, para condenarlo con todas nuestras fuerzas. ¿Cómo podríamos irnos a nuestras casas, totalmente indiferentes ante este espantoso crimen? ¿Cómo podríamos callar y permanecer lerdos y mudos, colaborando con los criminales, contribuyendo al olvido de estos nauseabundos actos? ¿Cómo es posible que los piadosos hijos de la Iglesia católica se planten tan indiferentemente ante estos crímenes y sin embargo participen tan activamente en las campañas electorales, realizando hasta homilías donde exaltan a candidatos de su preferencia, como lo ha hecho esta iglesia con el doctor Jesús Rondón Nucete? Este es el caldo de cultivo perfecto para que prospere tanta maldad, tanto delitos y desafueros. Allí se cocinan – Señalando yo hacia la catedral -, allí se urden intelectualmente todos esos crímenes -:Señalando hacia el rectorado – y allá se defienden y se comercian – Señalando hacia la gobernación.
“Un minuto de silencio a la memoria del doctor Juan Ibarra Riverol».
La ULA, que tantos remitidos emite en defensa de cualquier adefesio jurídico, incluso se ha solidarizado con banqueros que han estafado a la nación (pero que han sido a la vez profesores de la ULA), y que están siendo enjuiciados por algún tribunal, ante este monstruoso crimen de Ibarra Riverol, no publicó siquiera una nota de protesta. Desde este momento supe que Pedro Rincón Gutiérrez era simplemente un triste demagogo; un hombre que le gustaba jugar al ping pong de la política de partido. También un mentiroso y un cobarde. Él se burló con el peor descaro de lo que yo le decía; yo fui más de cuatro veces a recordarle, que el acto estaba por iniciarse en la Plaza Bolívar y no se presentó. Él no estaba para esas minucias, sino para medrar bien alto. Claro, como no se le iba a entregar un diploma o una condecoración, ni tampoco lo iban endiosar, para qué asistir.
Estuvieron presentes en este sencillo acto: el decano de la Facultad de Ciencias, el matemático Jesús Rivero, además de los colegas Oswaldo Araujo, Cristina Trevisán y la doctora Aura Azocar, entre algunos que recuerdo.
AUTOR Y COMPILADOR: Pedro Pablo Pereira
GRÁFICA: SANT ROZ ENTREVISTA AL ESCRITOR NÉSTOR FRANCIA
13 -12 -1984: Recibo otra carta de don Arturo Uslar Pietri, fechada el 2 -11 -84:
«Apreciado amigo: Recibí su amable carta del 29 de octubre y mucho me complace saber que se ha reincorporado usted a nuestro país y que está trabajando denodadamente en la Universidad de Mérida.
«Como usted mismo dice, los obstáculos son grandes, los motivos de desesperanza son muchos, pero es precisamente en semejante marco donde los hombres que valen pueden destacarse.
No pierda usted el ánimo y convénzase de que no está solo aunque de momento no vea mucha gente a su alrededor.
Gracias por el trabajo que me envía y reciba un cordial saludo de su amigo,
Arturo Uslar Pietri».
14 -12 -1984: Tengo a mi lado la revista norteamericana NEWSWEEK, y encuentro que más del cincuenta por ciento de las cartas que allí han sido publicadas reflejan un verdadero furor contra la Carta Pastoral de los obispos de EE UU. La Carta muestra un duro ataque contra la «insensibilidad» de los poderosos, que nada o muy poco hacen por los países pobres. Pide se adopte una actitud más justa y humana para conseguir erradicar la miseria en los pueblos atrasados.
Pero es que hay tal mundo de mutilados, traicionados y torturados, que muchos sufridos parecieran más bien clamar porque no los salven. Prefieren la muerte. Un tal R. B. Lesser, de Portugal, escribe lo siguiente: «Encuentro muy interesante que sea la iglesia católica quien pretenda dar consejos morales y económicos a EE.UU. Qué coincidencia, que sean precisamente los más pobres y con mayores trastornos económicos -como Irlanda, México, centro y Suramérica -las naciones más influenciadas por la iglesia católica…» Parker Fistshugh, de Tejas, añade: «Cuando el Vaticano se tome algún tiempo en dar a los rectores de su iglesia nuevas ideas para iniciar y llevar a cabo un sistema que eduque y saque del caos a los países católicos más atrasados, entonces estaré dispuesto a escucharles». Por su parte Michel Castellini dice: «Quizás ellos entregarán otra Carta sugiriendo como el Vaticano podría hacer una mejor distribución de sus BILLONES en activo, para los pobres y necesitados. Después de todo, ¿no empieza la caridad por casa?».
11 -2 -1984: Ya me encuentro viviendo en Mérida. Trabajo en la Universidad de Los Andes. He pasado unos días terribles con la suerte que le tocó al pobre abogado Juan Luis Ibarra Riverol a quien le dieron un tiro en la boca. Aquellos acontecimientos eran vientos de locura y algo terrible se avecinaba sobre Venezuela. Ibarra Riverol había sido abogado del Comandante Luis Alfonzo Godoy quien había denunciado una cadena de actos de corrupción en las Fuerzas Armadas. A Godoy lo metieron en la cárcel e Ibarra Riverol ejerció su defensa. Este crimen marcará mi vida para siempre. Pude ver las escenas por televisión, de las pequeñas hijas del abogado Ibarra Riverol, en uniforme escolar, frente al edificio donde lo mataron, en El Silencio, en estado horriblemente doloroso, indagando por lo sucedido. No he podido pensar en ninguna otra cosa que en este crimen y vivo poseído por un deseo inmenso de que alguna vez en este país se haga justicia. Estoy enfermo por la indiferencia de este maldito país ante estos delitos, por la cobardía de los políticos; cómo se puede ser político en medio de una farsa tan grande. Mi corazón no soporta tanto asco, tanto dolor.
He ido a pedir una cita al obispo de Mérida, don Miguel Antonio Salas y me la ha negado. Insisto, aparto la puerta, trata de retenerme el sacerdote León Febres, el secretario del obispo, lo retiro con fuerza, subo hacia la oficina de su eminencia, y lo encuentro echado en un enorme sillón de madera contemplando la nada. Le digo que debemos hacer algún pronunciamiento sobre estos crímenes cometidos con toda impunidad por los corruptos pero el obispo no entiende por qué lo molesto; por qué he cometido el insólito abuso de meterme en su despacho para hablar de algo tan terrestre y burdo, y con su santa serenidad me contesta que la Iglesia no puede meterse en esas cosas públicas. Que para eso están los tribunales. Que para eso están los medios de comunicación y las instituciones del Estado.
Señor, qué salida le queda a uno, en estos casos; no sé si dominar nuestros deseos suicidas u homicidas, y dejar que a todos nos lleve el diablo. “- Si –le grito-, esta casa arzobispal es la representación del palacio de Satanás”.
Entonces me dirijo a la casa del recién reelecto rector de la ULA, doctor Pedro Rincón Gutiérrez. “Señor Rector, ¿para qué sirve un rector? Le ruego que se realice algún gesto de rechazo total, aquí en Mérida, por lo que ha pasado en Caracas con el asesinato de Ibarra Riverol”.
Quien me lleva a casa de Pedro Rincón Gutiérrez (en la Pedregosa Norte) a las 8 de la mañana fue el profesor Enrique Corao. Y encuentro a Pedro Rincón Gutiérrez con un albornoz azul y en chanclas, y rodeado de un grupo de profesores. Él esta echado en un sillón de madera. Le digo que hagamos un acto en la plaza Bolívar contra el crimen y contra la impunidad, y entonces se queda pensativo, pero luego me asegura que cuente con él, que con seguridad estará en ese acto que con urgencia necesita el país. De allí me dirijo a la Facultad de Ciencias y reparto una hoja donde invito al acto.
Luego voy al diario Frontera y anuncio que habrá una concentración contra el crimen en la plaza Bolívar para condenar el asesinato en la persona de Juan Luis Ibarra Riverol. Estas cosas en Venezuela son insólitas. Estas cosas nadie entonces las plantea. En la Universidad de Los Andes todas las protestas son para pedir aumento de sueldo para los profesores o cupo, pasaje y comedor gratis para los estudiantes. Un horrible crimen como el de Ibarra Riverol es un asunto que sólo a un loco como yo le puede llamar la atención. No obstante consigo que el diario Frontera reseñe la nota al día siguiente, y aparece con titulares rojos, en la página de sucesos.
El 13 de febrero de 1985 pronuncié las siguientes palabras en la plaza Bolívar:
«Este sencillo acto de hoy es un grito de angustia frente a la manera alegre como están actuando los poderosos criminales de este país. Hay muertes que reclaman de nosotros gestos de indignación y de alguna acción decidida y directa. Hay muertes que si no se condenan con la mayor energía pueden provocar una catástrofe total. En este país se van hombres como si nada hombres que ofrendan sus vidas por nosotros y aquí nadie se conmueve. Aquí lo único que prospera es la muerte, abono para el escepticismo, la frustración y la condenación moral. ¿Dónde está la Universidad de Los Andes a la que poco le importa que muera un abogado que estaba luchando contra la corrupción? ¿Dónde está esa iglesia que vive moqueando por la perdición espiritual del hombre de este país? Están sus aposentos como el Caifás y el Sanedrín, riendo y libando vino, ensanchando sus vientres y sus befas, viviendo del engaño de la estafa del propio Estado y de la estupidez de este pueblo.
“¡Cuanto se habrá envenenado la vida entre nosotros que aquí ya nadie tiembla ante estos asesinatos anunciados con tanta frialdad! Que aquí los elocuentes alcahuetes de los ladrones se encuentren entre los propios jefes de la república y que nadie haga nada.
“Aquí hay miedo de cobarde y de llorones, aquí huele el miedo por todas partes; aquí se suda temor porque estamos adheridos a nuestros intereses materiales e inmediatos como los parásitos a sus presas. Los curas atados a los pareceres de los gobernantes, como los gobernantes a sus concubinas. Aquí se vive entre sucias componendas, cada cual en sus oscuros negocios, desintegrado, enjaulado con sus pequeños parcelas personales. Aquí no se cree en nadie y cada cual lo que intenta cultivar es la adulación, el egoísmo, la adulación, la hipocresía y la envidia. ¿Y qué clase de sociedad es esta donde estamos obligados a vivir angustiados, terriblemente aislados los unos con los otros, siempre acosados por el fantasma del crimen?
“¿Por qué nos habremos empeñado en que Venezuela sea del ladrón y del miserable?
“Lo que ha hecho, señores, que hoy nos reunamos aquí es el asesinato en la persona del abogado Juan Luis Ibarra Riverol, la gota de sangre que ha rebasado este inmenso océano de abusos y barbaridades políticas. Un crimen que debería helar todos nuestros corazones y llenarnos de un valor enorme para rechazarlo, para condenarlo con todas nuestras fuerzas. ¿Cómo podríamos irnos a nuestras casas, totalmente indiferentes ante este espantoso crimen? ¿Cómo podríamos callar y permanecer lerdos y mudos, colaborando con los criminales, contribuyendo al olvido de estos nauseabundos actos? ¿Cómo es posible que los piadosos hijos de la Iglesia católica se planten tan indiferentemente ante estos crímenes y sin embargo participen tan activamente en las campañas electorales, realizando hasta homilías donde exaltan a candidatos de su preferencia, como lo ha hecho esta iglesia con el doctor Jesús Rondón Nucete? Este es el caldo de cultivo perfecto para que prospere tanta maldad, tanto delitos y desafueros. Allí se cocinan – Señalando yo hacia la catedral -, allí se urden intelectualmente todos esos crímenes -:Señalando hacia el rectorado – y allá se defienden y se comercian – Señalando hacia la gobernación.
“Un minuto de silencio a la memoria del doctor Juan Ibarra Riverol».
La ULA, que tantos remitidos emite en defensa de cualquier adefesio jurídico, incluso se ha solidarizado con banqueros que han estafado a la nación (pero que han sido a la vez profesores de la ULA), y que están siendo enjuiciados por algún tribunal, ante este monstruoso crimen de Ibarra Riverol, no publicó siquiera una nota de protesta. Desde este momento supe que Pedro Rincón Gutiérrez era simplemente un triste demagogo; un hombre que le gustaba jugar al ping pong de la política de partido. También un mentiroso y un cobarde. Él se burló con el peor descaro de lo que yo le decía; yo fui más de cuatro veces a recordarle, que el acto estaba por iniciarse en la Plaza Bolívar y no se presentó. Él no estaba para esas minucias, sino para medrar bien alto. Claro, como no se le iba a entregar un diploma o una condecoración, ni tampoco lo iban endiosar, para qué asistir.
Estuvieron presentes en este sencillo acto: el decano de la Facultad de Ciencias, el matemático Jesús Rivero, además de los colegas Oswaldo Araujo, Cristina Trevisán y la doctora Aura Azocar, entre algunos que recuerdo.