(En la gráfica vemos a Sant Roz conversando con el famoso Barrabas…)
AUTOR Y COMPILADOR: Pedro Pablo Pereira
Semana Santa (abril) de 1985: Días de lluvia. Días nublados. Dios, Jesús, ha querido que permanezcamos en casa, en soledad, meditando y rezando. Dejamos que sus enseñanzas nos recuerden dónde se sustenta la fuerza de su SER: y allí encontramos, el valor moral supremo del cristianismo: el culto fervoroso y sublime por los pobres. ¿Qué sería de la humanidad sin esas pruebas encendidas de Jesús hacía los humildes? Los políticos de partido no aman a los pobres, sino que los utilizan como si fuesen un tornillo más del inmenso engranaje de las infernales máquinas trituradores del universo. Jesús revela la fuerza superior que hay en el amor al pobre, y hace de la pobreza una virtud que enaltece al hombre; pobres han sido todos los sabios, todos los mártires, todos los héroes y poetas, y Jesús encuentra en sus indigencias, en sus dolores y llagas, la fuente, la sustancia eterna de la verdadera libertad y de la verdadera liberación de las condenas terrenales.
Jesús preparó su doctrina de hermandad pensando siempre en la divina identificación con los desamparados, con los despreciados de la Tierra, leprosos, tullidos, desdentados, prostitutas, locos.
En medio del rumor sagrado de esta tenue lluvia, de estos días grises escucho su Voz: «Amadles, a los pobres, porque ellos están pagando por nosotros». Y los ricos también pagan por su falta de pobreza pero están irremediablemente condenados a ser unos viles, unos malvados y prepotentes. La pobreza de los ricos es infernal. Ellos los ricos, poseen la pobreza de la ruindad de alma. La plaga moral que asola al mundo es el deseo criminal de querer ser rico; la obsesión maldita de poseer; carrera ingrata y desnaturalizada, de no conformarse con sus dones naturales sino de buscar las sensaciones que prodigan los bienes materiales. Y su Voz conmueven las fibras más hondas: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados, porque de ellos es el reino de los Cielos (Mateo, V, 3 -10; Lucas, VI, 20 -25).
«El que ha encontrado el reino de Dios debe comprarlo al precio de todos sus bienes y aun así hace un negocio ventajoso con ello».
«Malditos vosotros ricos, que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis» (Lucas, VI, 24 -25).