AUTOR: Pedro Pablo Pereira (En la gráfica aparece un artículo publicado por Sant Roz el 31 de octubre de 1989, poco después del CARACAZO… ah{i podía verse toda la furia de su pluma contra los criminales adecos)…
1973 -1974: Me enrolo en un postgrado de matemáticas, mediante un convenio de la universidad de Oklahoma con la Universidad de Carabobo, y descubro aún más mi abismal ignorancia, es decir, que algo comenzaba a aprender.
Deambulo por Perú, Brasil y Argentina, buscando al Bolívar que quería hacer un continente unido frente a las pretensiones esclavistas y explotadoras de Estados Unidos y Europa. Y sólo encuentro gente disipada, nuestro continente desintegrado, dictaduras, sangrientas represiones y abulia brutal en todos los partidos políticos.
Me enamoro de las matemáticas y quiero irme a realizar un doctorado en el exterior porque quiero disciplinarme en este conocimiento. Obtengo pequeños resultados en el área de Álgebra. Recibo una invitación para estudiar en una universidad de Nueva York.
Asido a la angustia.
Mis pensamientos vuelven una y otra vez a la casa de la Bombilla en Caracas, a donde nos establecimos recién llegado de San Juan de Los Morros. Allí se ubica la familia Rodríguez Rodríguez con toda su prole, con mi padre perdiendo la memoria, con mi madre plagada de dolores y achaques, con un hermano epiléptico y cuántas necesidades y miserias. Era vieja casa de dos pisos, construida durante el mandato de Medina Angarita, que acabó convirtiéndose en el llegadero, y a veces posada, de multitud de paisanos mercedarios (de las Mercedes del Llano) y sanjuaneros (de San Juan de los Morros) que emigraban a la capital en busca de un futuro. Llegaban a la Bombilla los Hurtados, los Ascanios, los Utrera, los Orta, los Rojas, los Perdomo…, y allí comían por gracia y efecto de la multiplicación milagrosa de los panes. Recuerdo en particular a un sanjuanero llamado Armando Hurtado que se presentaba silencioso a la hora del almuerzo y cuando mi madre le decía, entre el olor de un hervido y las frituras de caraotas, sardinas o chicharrones: “-Armando, venga y se sienta a la mesa”, él respondía bromista y feliz: “No gracias, doña Clara, no tengo hambre, yo comí ayer, hoy no me toca…”.
La gente guariqueña que por algún motivo tenía referencia de nosotros en Caracas, se presentaba por la Bombilla con sus busacas y maletas, y decía en ese son cantaíto de los llaneros: “Permiso, ¿viven aquí los Rodríguez, para que le dé amparo a este paisano?”
Para esta época, mi hermano Argenis se había casado con la pianista Julieta García, pero siempre reportaba por La Bombilla y allá se quedaba con su esposa y su primera hija, Clarita. Clarita se convertiría luego en una de las más grandes pianistas venezolanas (y su segunda hija con Julieta, Valentina, en una extraordinaria diseñadora).
Mi hermano Adolfo, como ya dije, estaba casado con la llanera Luisa Ascanio, mercedaria, y con ella tuvo tres hijos. Mi hermana Idilia estaba casada con Alberto Turupial (no tuvieron hijos) quien era un senador adeco; mi hermano Alirio, el aviador, se había matrimoniado con una aragüeña con la que tuvo dos hijas. Cada quién había cogido por su lado, pero todos de vez en cuando nos reuníamos en La Bombilla, y se formaba con los otros llaneros toda una algarabía de cuentos, bromas, risas, recuerdos y cantos con cuatros y maracas.
El primero de mis hermanos en fallecer fue Alirio, quien tuvo que enfrentar a unos altos oficiales ladrones de la Aviación y siendo capitán pidió la baja, y comenzó a entender de qué modo estaba hecho este mundo de injusticias. Alirio era el único de nuestros hermanos que firmaba con los apellidos Rodríguez Barberi, porque se colocaba el de la abuela paterna. Dado de baja en la Aviación, para ganarse la vida, Alirio se fue a las selvas de Guayana a conducir avionetas estropeadas, trabajando para unos buscadores del oro, y padeció dos accidentes aéreos; del primero estuvo convaleciente un año, y en el segundo pereció junto con otro compañero de armas. Todos sus hermanos le adoraban con devoción y admiración, siempre imaginando que llegaría muy lejos en sus aspiraciones, dada su gran inteligencia, por lo que su muerte resultó un golpe terrible del que nunca nos repusimos. Alirio además era poeta, cantante y músico, y el mejor oficial que durante sus estudios llegó a acapar los más altos reconocimientos en la Academia Militar. Cuando se graduó apareció en titulares a ocho columnas en los diarios nacionales recibiendo el sable del Presidente de la República.
Cuando Alirio hacía sus prácticas de vuelo en aquellos viejos camberras entrenando a sus cadetes, pasaba por sobre la casa de nosotros en San Juan de Los Morros, hacía algunas piruetas y luego volvía a la base de Palo Negro, en Maracay. Todos en casa sabíamos que se trataba de él…
Tantas historias y recuerdos… Como dije, me casé en 1967: trabajaba para entonces en la Maternidad de la Clínica Santa Ana como auxiliar de Laboratorio, y tenía dos becas para estudiar en el Pedagógico de Caracas, una por el propio Seguro Social y otra por el Ministerio de Educación. Ganaba en total como unos quinientos bolívares mensuales. Luego, poco antes de graduarme, comencé a trabajar de 7 de la mañana hasta las once de la noche dando clases en liceos públicos y privados. Trabajé en el Liceo Mariano Picón Salas que quedaba por Petare; en el liceo Andrés Bello, en el Fermín Toro, en el J M Núñez Ponte, en la Universidad Luis Caballero Mejías, en la UCV, en el Colegio San Antonio de la Florida, y tantos otros que ya no recuerdo. Me partía verdaderamente los lomos dando las materias Física y Matemáticas. También daba clases particulares, con lo que llegaba a redondearme un sueldito de poca monta.