AUTOR Y COMPILADOR: Pedro Pablo Perira
22 -6 -1993: Los periódicos locales de Mérida están apareciendo con abultados remitidos sobre las constantes denuncias de irregularidades en nuestra universidad de Los Andes.
Un tribunal se ha presentado al diario “El Vigilante” para pedir el manuscrito de un artículo que apareció firmado por un tal “Hombre de la Etiqueta”. Para esa vaina si son valientes los señores del Consejo Universitario de la ULA, no para enfrentar las estafas y robos que se cometen en su administración sino para tratar de amenazar a los que denunciar los espantosos robos y estafas que se dan en la ULA. Seguramente se está cocinando otra demanda contra Sant Roz.
28 -6 -1993: Voy a la Avenida 8 a encuadernar unos recortes de periódicos y justo en el local de la Encuadernadora me encuentro con el profesor Ernesto Pérez Baptista. Le pregunto por las razones de ese forcejeo entre el Consejo Universitario y APULA en lo referente al decreto 79 y me contesta que es sencillamente producto de una pelea de negros: del negro Fermín contra el negro Corao, y se ríe con su manera nerviosa y a la vez por su ágil respuesta.
La semana pasada recibí del vicerrector Leonel Vivas una invitación para asistir a una reunión con el escritor Camilo José Cela, en la Casa de los Gobernadores. Creí interesante comunicarle, que una de las personas que más conoce a Cela en Venezuela, no sólo por haber vivido en su casa de Palma de Mayorca, sino por haber compartido una larga amistad intelectual, y haber publicado en su revista de Son Armandas, es Argenis Rodríguez. Que tal vez sería interesante invitarlo. Yo había leído en la prensa varias invitaciones a escritores del Estado Lara. Le sugerí al doctor Vivas que invitara a Argenis y quedó en “estudiarlo”. Hoy me llama su secretaria y me dice que sólo podrán pagarle a Argenis los pasajes, ya que no hay dinero para pagarle los viáticos porque la Contraloría únicamente permite que se le den viáticos al personal de la Institución.
Bueno, Argenis no pudo venir.
Me ha llamado más tarde Leonel Vivas y me ha dicho más o menos lo que me explicó su secretaria: que no pueden pagar viáticos a quien no es personal de la ULA; le he preguntado entonces para qué han traido a ese señor desde tan lejos, a Cela, quien no trabaja en la ULA; me ha contestado que para mostrarlo a la gente de Mérida. Que ellos no le han pagado a ningún escritor para ningún encuentro con Cela.
Llamo a Argenis y le digo que si se quiere quedar a dormir en mi apartamento, y me dice que sí. Que él quisiera ver a Cela.
Aquí hay un disgusto tremendo por la traída de Cela. La Facultad de Humanidades se ha negado a recibirlo. Esta Facultad se cree superior a todo el mundo aunque no haga ni sirva para un carajo. La indignación se debe a que Leonel busca con esta invitación proyectarse y coger cancha en el medio profesoral para su proyecto personal de candidatearse a rector. El tiro entonces le ha salido por la culata en su propio medio. Esta fue la misma Facultad que se negó a darle el doctorado Honoris Causa a Jorge Luis Borges, pero que sin embargo no chistó cuando el rector José Mendoza Angulo se lo confirió al patriarca adeco Gonzalo Barrios.
3 -793: El día está un poco nublado. Abrí las ventanas y vi hacia las laderas de La Hechicera y pensé que probablemente no entraría avión. Estaba en pie desde las dos de la mañana, pues no había podido dormir en toda la noche, de modo que me puse a preparar una clase. Pensé en mi hermano Argenis.
A última hora Argenis no quiso venir a Mérida. Razón tuvo al no querer venir. Cela fue acaparado por los trémulos besamanos de la cultura local. El día del acto en la Casa de los Gobernadores encontré a J. M. Briceño Guerrero abrazado con efusión al gobernador Jesús Rondón Nucete. La cosa se veía venir muy protocolar y prosaica.
El sitio principal desde donde hablarían las eminencias eran unas sillas de plástico, cubiertas por sábanas blancas, las cuales semejaban burriquitas mal trajeadas. Pensé en La Catira. Había una mesa con mantel marrón, sin flores todavía, cables, micrófonos y luces…
Pronto una marejada de mujeres expeliendo fragancias artificiales, ocuparon las primeras filas. Los muchachos de ceremonia eran los enhiestos intelectuales de la gobernación, todos dependientes de las ejecutorias de Alberto Rodríguez y el director de cultura del Estado, don Manuel De La Fuente. Amable Fernández me susurraba por la espalda: “-Debiste haber traído el libro Maldito Descubrimiento para obsequiárselo a Cela”. Iba y venía por los pasillos con ansiedad artificial el escultor Manuel De La Fuente. Tuve un encontronazo con Rondón Nucete quien entró en pánico; se encontraban a mi lado Alirio Pérez Loprestti, Daniel (estudiante de economía), Roger y el propio Amable, cuando lo enfrenté: «-Oye, mira, ¿cuándo vas a pagar tus crímenes cometidos en El Arenal? Asume tus responsabilidades, sinvergüenza por ese espantoso ecocidio…»; el hombre intentó escabullirse y le tuve que gritar: «¡Vagabundo, indolente, cobarde!». Lo vi ir a toda prisa por entre las sillas, el rostro ennegrecido por el pánico. No volvió a aparecerse por donde yo estaba ubicado con mis amigos. El patio se fue anegando de gente que lucían sus mejores trajes. No había sillas suficientes. Después llegó Alicia Jaten y entonces Roger Vilain le cedió su puesto. Finalmente llegó la comitiva que rodeaba a Cela, entre quienes estaban el fulano gobernador, el obispo Baltazar Porras, Corao el Secretario de la ULA, el Vicerrector académico Leonel Vivas y, como un encapillado delincuente, el señor Guillermo Morón. De último el señor J. M. Briceño Guerrero con un cartapacio de papeles que llegué a pensar por lo estrecho y el rebullicio se le iban a volver mierda cuando se dirigiera al atril. Inició el acto un adiposo semicalvo, director de ceremonia de la ULA, con la insipidez de siempre, quien luego le dio concedió la palabra al izquierdoso Leonel Vivas. Las palabras de Leonel fueron más que todo informativas, pero precisas y sencillas para no caer en profundidades como le pasó cuando escribió la novela “Los callejones del viento”. Inmediatamente le correspondió el turno al excelentísimo filófoso J M Briceño Guerrero, quien extrajo de su fajo de papeles un manojito, escritos a mano. Inició la lectura de su discurso, pues era el presentador oficial de Cela. De cuanto dijo, aunque hice grandes esfuerzos por entender algo, nada me quedó en claro. Fue un discurso plagado de latinajos y frases en griego; versos de Ovidio y Horacio, retazos de la Ilíada o de la Odisea. Algunas veces traducía sus citas, otras veces, adrede, haciendo sufrir al público, lo evitaba. Al final de su discurso dijo que recibíamos a Cela con rencor, con envidia, etc., pero en ningún caso con indiferencia. De este maniqueo balbuceo no salió sano el señor Briceño Guerrero de su larguísimo y ditirámbico discurso. Yo lo veía como estupefacto, con un pálido temblor en sus pequeños ojos, y con su proverbial insolencia retórica en sus labios. Guillermo Morón de vez en cuando alzaba las manos al cielo para decir cuán extraordinarias eran aquellas palabras del eminente catedrático cuasi jubilado, que aplastaba con sus conocimientos a los tristes parroquianos que le escuchaban. Le miraba y parecía decirle en voz baja: «¡Hurra!, ¡que gallo!» (Sin espuelas de oro, claro).
Cuando hubo terminado aquella exquisita perorata, a los asistentes les quedó la sensación de que los únicos que habían entendido al distinguidísimo experto en griego y latín, eran Guillermo Morón y la cohorte de vagos del Consejo universitario. Los pendejos restantes habían quedado con la boca abierta, lamentando no saber lenguas muertas, para degustar con pasión las bellísimas sentencias del Dante merideño. Yo pensé en Teresa de la Parra, quien decía ¿para qué acudir a las lenguas muertas si con su pobre lengua viva se puede comer el pan nuestro de cada día?
Morón le decía a Briceño Guerrero cuando éste buscaba su asiento: «-Dáme una copia; quiero una copia. No te olvides de darme una copia».
Creo que Cela, empujado por el fervor indetenible de Morón, también pidió la suya. Yo, que estaba cerca, oí cuando J M Briceño Guerrero les contestó que su discurso estaba escrito a mano, y que no estaba del todo corregido; pero Cela le respondió: «mejor así».
Le tocó el turno a Cela. El ceremonioso semi -calvo de los actos le quiso decir al Premio Nobel que hablara desde su asiento, pero Cela le contestó contundentemente que iba a hablar de pie. Cela dijo unas sencillas y elocuentes palabras de devoto amor por la literatura venezolana, de aprecio sincero por nuestro país. Agradeció los enormes elogios de Briceño Guerrero. Debo confesar que sus palabras me conmovieron. Fueron cortas, dichas con una fuerza que parecían profundamente sinceras. Cuando se dirigió a su asiento, Briceño Guerrero estaba todavía sentado y permaneció sentado, apenas alzando la mano para corresponder a Cela quien posó su mano sobre su hombro. Briceño Guerrero sonreía triunfal. Mucha gente que no entendió el sesudo discurso del filósofo barinés se le acercó para felicitarlo efusivamente; él había sido el gran triunfador de esa hermosa mañana. Podría decirse que era Briceño Guerrero y no Cela el homenajeado.
Lo único grandioso que escuché de Cela aquel día, y que no fue en su discurso sino en un comentario a un particular, es que los gringos no nos ven como suramericanos sino como sub-americanos.
Acabado el acto, Cela fue rodeado por la comitiva oficial. Algunos corrieron a darles su mano. El tulmulto era grande. Sobre todo de mujeres y camaramen. Vi a lo lejos a un señor llamado De Armas, siempre coleado en todos los actos de la ULA. El gobernador en ese momento fungía como presentador oficial. Luego la masa se fue dispersando. El gobernador dirigía a la excelsa comitiva por unos pasillos interiores de la Casa para después aparecer por una puerta que daba a la salida. Y desaparecieron. Alirio Pérrez Lopresti me aconsejaba: «Profesor no creo que valga la pena asistir al acto de esta noche. Será más prosaico que el de hoy». Yo estuve de acuerdo. Llegó el Secretario Corao y me saludó displicentemente en el momento en que llegaba el doctor Chuecos. Luego a Corao no le quedó otra salida que extenderme su mano. Alirio a mi lado, impertérrito parecía no enterarse de su presencia. Corao quien respondía a una pregunta del doctor Chuecos, dijo algo, sonriendo y sugiriendo que yo era el Hombre de la Etiqueta. Le contesté que estaba equivocado de plano. Permanecí fijo en el puesto que ocupé desde que llegué; mirando el desagüe del torbellino por la puerta principal. Iba a mi lado Roger diciendo que tampoco pensaba asistir al acto de la noche en el Aula Magna. Miré al cielo aún enturbiado de la mañana. Eran casi las doce del mediodía. No sé por qué me sentí tan sereno y tan confiado en mis pasos. No me planteaba si ir o no al acto de la noche donde se le conferiría la más alta distinción de la ULA a Cela. Por la noche me quedé en casa. Casi no recordaba a Cela, ni el barullo del acto de la mañana.
Santa Teresa de Jesús: Los amantes se entienden sin señas.
6 -7 -1993: A eso de las 4 de la tarde, cuando estoy llegando a casa, luego de impartir mis clases en la Facultad, María me recibe preocupada. Me dice que había llamado Argenis para decir que se había cortado las venas. Llamo a mi hermana Milagros a Caracas, luego a San Juan de los Morros, porque en el apartamento de Argenis nadie contesta. Al parecer la información es confusa y el accidente habría ocurrido hace unos cuatro días. Finalmente consigo hablar con el propio Argenis y lo he invitado a que se venga a pasar un tiempo a Mérida. Mañana me dice si acepta la invitación.
10 -7 -1993: He sido citado a la Policía por unas supuestas “ofensas” que le hice a una señora profesora que tiene unos perros en la urbanización donde vivo y que se viven cagando por todos los edificios del sector. Pero yo lo único que hice fue preguntarle a la susodicha si sus perros eran hijos de una perra. Más nada.
Visito al padre Santiago López Palacios. Me recibe su hermana y lo encuentro durmiendo en un mueble de la sala. Sigue su lucha frente a la muerte. Le hablé sobre la posibilitad de editar en otra parte el libro de Fernau. Ya no se puede contar para nada con el Centro de Publicaciones de la Facultad de Ciencias de la ULA.
Leo en el libro de Loski (traducción de Zavrostki), lo siguiente:
La Tierra es un ser vivo, animado por el alma mundial. … qué firmeza indestructible en todas las vicisitudes de la vida da al alma del hombre el andar continuamente en Dios.
El mal básico es el moral, la preferencia egoísta de sí mismo antes que a Dios y todos los demás seres, que crea el reino de existencia sicomaterial con sus descomposiciones y discordias. El empobrecimiento de la vida, dolor, enfermedad, muerte, son consecuencia inevitable del mal moral. Quien, como los fundadores de la filosofía cristiana, empieza por el reconocimiento de su pecado como fuente de todos los males y padecimientos en el mundo, junto con esto contempla, dándose cuenta de su culpa y responsabilidad por el mal, su libertad, se ve provisto de libre albedrio y podría hacer únicamente el bien. Degradado por el reconocimiento de su culpa, el hombre recibe, como si fuera en premio y en ayuda, a su sensibilidad moral, gran consuelo;… se descubre luminosamente la verdad de que el mundo en su fondo es bello; empieza a ver la bondad primigenia del mundo y la alta dignidad del YO humano en su honda esencia, que posibilita el reconocimiento de la libertad y responsabilidad… Hasta la muerte no resulta mal absoluto, pues no destruye en el hombre todo, sino aquel lado de su vida que está corrompido por si mismo y merece destrucción. La muerte no es la aniquilación de la personalidad, sino por el contrario, condición de ascenso a la vida individual eterna, que participa de la plenitud de la existencia Divina. La vejez, enfermedad y muerte aparecen transitorias, como mal relativamente secundario: pueden evitar a condición de realizar perfectamente el bien moral, y su horror se borra ante la belleza y plenitud de existencia en el Reino de Dios.
San Juan de la Cruz: «Para probarlo todo no desees probar nada. Para saberlo todo, no desees saber una cosa determinada. Para poseerlo todo, no desees poseer nada.
Rindiéndolo todo a Dios, el alma recibe todo el mundo de vuelta, y además en forma divinizada: de una sola mirada abarca «qué es Dios en sí y en las cosas. Contempla el mundo en su hermosura indecible y alcanza aquel ensanche que se llama conciencia cósmica.
San Pablo: «Somos mendigos, pero enriquecemos a muchos; no tenemos nada, pero poseemos todo».
12 -7 -1993: Leo en el libro del Cardenal Quintero sobre el penoso caso de monseñor Felipe Rincón Gutiérrez, que el ministro Cristóbal Mendoza (de la época de Eleazar López Contreras) se opuso a que don monseñor Navarro fuera obispo, porque la sociedad de Caracas «jamás vería con agrado a un individuo de color en el trono capitalino».
Recibo desde Caracas dos cartas en un paquete donde viene una novela de Argenis: El Hombre y su imagen – La Mujer y su imagen. Una carta es de Argenis y la otra de Melysendra quien durante muchos años fuera su mujer:
Caracas, 4 de julio de 1993
Querido José
Mérida
A mí Cela se me había caído hacia tiempo. Yo creo que de él queda Pascual Duarte. Lo demás ya no se puede leer. Escribí un artículo sobre su obra para El Nuevo País. No sé si estás enterado que tengo una columna ahí todos los miércoles.
Tengo varias novelas inéditas, pero aquí no hay editores y Fuentes rompió con Pomaire.
Escribo una novela sobre un crimen pasional y mi cuarto tomo de las Memorias. Allí el Agreda no sale bien parado: jodió a Idilia y le robó todas sus propiedades junto a una sobrina que es médica, sus dos hijas que son unas p…. A mí Idilia, antes de morir, me dijo que le había regalado un apartamento a Teresa, que no sabe qué hacer con su vida. Después Teresa se casó con un negro flojísimo, inculto y que también tiene la cabeza mala. Teresa anda casi en la miseria. Vivió aquí, pero me trajo su marido y los corrí. Por poco no maté a ese pobre loco con un punzón. Me echaron a perder la cocina y ahora no sé con qué repararla. También me rompieron libros y papeles, cosa que para ellos no vale nada.
Bueno, aquí te envío una novela compuesta de dos partes: El Hombre y su Imagen, que es una visión de un hombre de hoy aquí en Venezuela. La segunda parte es La Mujer y su Imagen. Un retrato de otra pobre diabla, tan idiota y frustrada como el hombre de la primera parte. Ojalá logres publicarla allá. Que me paguen en ejemplares. Mándame, si puedes, “Poder”. Por ese libro nunca me dieron un centavo. Entonces habla allá y diles que me manden unos ejemplares y no me paguen. Ve a ver cómo haces. En Venezuela la gente no está preocupada por la literatura sino por la política y la política está llena de mierda. Un abrazo, Argenis.
Maracay, julio 07 de 1993.
Estimado José:
Cumplo con lo encomendado por Argenis. Está emocionado con la posibilidad de ver publicada su novela.
Estoy de verdad preocupada en alto grado. Argenis ha intentado suicidarse, en lo que va de año, en tres oportunidades. La primera en la casa de Clara en San Juan (se tomó toda una caja de ATIVAN – 100 pastillas); la segunda en mayo, en Caracas (se preparó un coctel con destapa cañerías, limpia vidrios, cloro, etc.) y la tercera en junio, también en Caracas (se cortó las venas de la muñeca izquierda, botando más de un litro de sangre -tiene muy buen organismo y mejores plaquetas). Al margen de su naturaleza hipersensible y de su super yo hiper inflado (puede ser que como protección ante un mundo que le resulta demasiado incómodo y duro), le noto una tristeza casi constante, que sólo es suplantada por la violencia excesiva bajo el efecto del alcohol. Como comprenderás este estado no le permite producir ideas claras, que se traduzcan en la continuación de su obra y se cierra el círculo vicioso nuevamente con la tristeza. Es una situación insostenible en el tiempo para cualquier ser humano, y tu hermano (tú lo conoces mejor que yo) es más ser humano que la mayoría.
Yo tengo 13 años acompañándolo y estoy segura que lo he hecho bien, sé que la soledad es del alma y esas soledades son difíciles de ser acompañadas. Veremos qué pasa.
Considero que tú y Adolfo son las personas que inspiran respeto y afecto a Argenis, y solo de ustedes espero una ayuda.
Saludos y afectos a la profesora.
Cariño para todos. Melysendra.