José Sant Roz
(Antes de iniciar este diario me entero que ha muerto uno de los hombres más extraordinarios de Mérida, el amigo César Albornoz. Tenía noventa años haciendo el bien, trabajando para las comunidades, hombre de izquierda, un sabio como Juan Félix Sánchez o Luis Zambrano… qué estela de amor, de creación, de poesía, deja a su paso)
16-1-2020: Una guerra como esta no se había visto en doscientos años. Ni siquiera en la Guerra de Independencia. Si te detectan un mal y no tienes dólares para las medicinas, una operación, un tratamiento…, te mueres. !Cuántos camaradas he visto morir en los dos últimos años! Hay mucha gente, que se han muerto porque no recibió a tiempo la asistencia urgente necesaria. Luego te sabotean con lo de la gasolina, el gas, la electricidad, las telecomunicaciones, la inflación, el bachaqueo, el contrabando, la escasez de alimentos, y el maldito cabeza de melcocha de Donald Trump con su diarrea de sanciones para ver si nos logra poner en cuatro manos como lo hicieron otros cerdos presidentes norteamericanos con Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Rómulo Betancourt, Caldera, CAP, Lusinchi, Luis Herrera…
Cierto, que a partir de 1998, surgió una genuina alegría nunca vista en el pueblo; una alegría cargada de esperanzas, de nobles y profundas ilusiones, pero a la par, como contrapartida, nos sobrevino una avalancha de odio de la clase llamada alta y de cierto sector de la clase media ansiando desgracias, cataclismo, muerte y desolación por doquier para el país. De allá venimos, de aquellos días tan gloriosos como duros, de una guerra comandada por la más aberrante cúpula eclesiástica, por empresarios mafiosos y los partidos que quedaron descabezados, sin rumbo, por Chávez, en aquella elecciones para presidente de 1998.
Partimos, pues, hacia Los Pueblos del Sur, en medio de un día muy asoleado, y viendo por todas las arterias que van al sur de la ciudad de Mérida, los estragos de las sanciones gringas con kilométricas colas para poner gasolina. Un aspecto apenas de la gran guerra que sufrimos. Es un panorama tétrico, son los estragos del diario bombardeo a la población, y puedo ver los cadáveres sobre las aceras, amontonados en pétrea soledad en extensiones calcinadas por un asedio sin fronteras. Nos detuvimos a sacar un poco de efectivo del Banco de Venezuela en un cajero que está en el Centro Comercial Milenio. Las taquillas están desiertas. Necesitamos algo de efectivo para poder comprar en Lagunillas unas panelas para el consabido trueque que hacemos, en cada viaje, por otros alimentos.
En todo caso, vamos ligeros de carga, bastante escoteros. Llamamos a algunos familiares de los Mora para informarles que partiremos hoy por si acaso alguien quiere irse con nosotros. Las comunicaciones están también bastante deficientes…
Podemos, aún, considerarnos afortunados y hacer estos viajes en los actuales momentos. Para alguien que con su sueldo pudo en 2011 adquirir un carro de segunda mano, como es el caso nuestro, y lograr conservarlo en medio de tantas escaseces, puede considerar esto como un milagro. Lo primero es tener lo necesario para alimentarse, y si algo más se consigue, pues meterle al carro para poderlo movilizar como lo hacemos, por las cornisas de una montaña a cinco horas de Mérida: y entonces vienen los requerimientos, que si buscar el aceite para el motor, que si las bujías, la batería, los cauchos, y cualquier reparación que surja, sabiendo que hoy todo esto de reparaciones y repuestos se tasa en dólares. El 24 de diciembre, por ejemplo, se nos murió una batería que había sobrevivido milagrosamente desde 2014. Gracias a mi hija Adriana, que da clases de inglés a domicilio y al hecho de que algunos alumnos le pagan en dólares, pudimos comprarnos la fulana batería. Las pastillas de los frenos que lleva nuestra camioneta, por ejemplo, no son originales y producen un ruido chirriante horrible.
Luego, hay que agregar la tarea de ponerle gasolina a la camioneta, haciendo colas, como se ve, de tres o cuatro días (con las consabidas amenazas de aquellos enfurecidos opositores que saben que soy chavista en un territorio que fue la meca del guarimberismo más radical en el occidente del país).
A las 9:45 de la mañana, pues, cogemos por la autopista que va a Ejido. Todas las noticias hablan que el Protector de Mérida Jheyson Guzmán va a buscarle una solución al gran problema de la gasolina, que van a sacar de estos de las estaciones a todos los de la Chamba juvenil que estaban asumiendo provocando caos en la distribución del combustible. Alguien comentó ayer en una de esas colas: “los de las Chambas resultaron chimbos”. También dijo el Protector de Mérida que se iba acabar el pan de piquito para los llamados VIP que son los que no hacen colas porque surten sus vehículos pagándoles en dólares a los dueños de las gasolineras.
Lo cierto es que la ciudad de Mérida se encuentra en un estado muy lamentable. Incluso ayer propuse una consigna en una reunión política, y es que hagamos propaganda para que el turismo en nuestra ciudad se incremente de manera más vertiginosa, con un lema que diga por ejemplo: “-Usted no necesita visitar la luna: en Mérida, la ciudad turísticas por excelencia usted podrá extasiarse visitando y hundiéndose en los más hermosos cráteres jamás vistos, a lo largo de sus tres principales avenidas: Los Próceres, Las Américas y la Andrés Bello…”. Toda una belleza gracias al gobernador adeco que tenemos. “Aquí usted podrá volver al pasado, a LA VENEZUELA DE ANTIER, a aquel tiempo en que éramos felices que no lo sabíamos…”.
La Guardia Nacional revisa nuestra camioneta en la alcabala de Las González. Luego de una breve inspección nos pregunta hacia dónde nos dirigimos. Les muestro lo que llevo en la tolva: unos costales vacíos, libros, unas matas para trasplantar…, educadamente el guardia nos piden disculpas por las molestias ocasionadas…, y seguimos nuestro camino.
Mientras conduzco, voy recordando que ayer visité a la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes donde trabajé más de veinte años, para dar prueba de que aún estoy vivo, es decir rellenando una planilla llamada “Fe de Vida”, algo que los profesores jubilados debemos hacer los primeros días de cada nuevo año: uno está vivo, pero lo que sí está muerto es la Facultad de Ciencias donde trabajé tanto tiempo… Encontré la Facultad en pavoroso abandono: con los estacionamientos para los carros llenos también de cráteres y maniguales por todos lados, ideal para un tour para expertos en ciencia lunática… Ví unos carros desvencijados a la entrada de la Facultad, totalmente comidos por el óxido, desmantelados, sin cauchos ni rines…, todo fantasmal, hiriente al recuerdo…, un erial hacia donde uno dirigiese la mirada.
Seguimos nuestra marcha: Nos detenemos en Lagunillas y compramos tres panelas, cada una a 45.000 BS. Llegamos a Estanques y vemos varias personas pidiendo cola para ir a Los Pueblos del Sur, y comenzamos el largo ascenso hacia unos tres mil metros, para pasar tres páramos en camino a nuestro destino: Canaguá.
En un punto llamado Las Labranzas, nos detenemos a tomar del cafecito que llevamos en nuestro termo. Nos ubicamos en el filo de un abismo y mientras libamos nuestro café y masticamos unos trozos de arepas de trigo, nos ponemos a contemplar la maravilla de las montañas con sus copetonas nubes blancas en dirección al Sur de Lago. Abajo, hacia la tierra caliente, todo es un milagro de esplendorosos caminos, extensiones inmensas de bosques y laderas perdiéndose en las inmensidades de las fragancias impolutas de estas montañas vírgenes: lirios y pinos, silencios entre remansos, oquedades y abismos. Se detiene una motocicleta en la que van dos jóvenes que ya nosotros habíamos adelantado a la altura de Tusta. La moto les viene fallando. Los invitamos a tomar café y nos ponemos a hablar sobre la siembra de café en la zona de San Antonio, hacia donde ellos se dirigen.
Retomamos la marcha: Hay tiempo para pensar en tantas cosas en un viaje, de unas cinco horas, y entreverado me vienen a la memoria la imagen de mi amigo Juan Veroes, a quien operaron a mediados de diciembre y le extrajeron un tumor cancerígeno que tenía ubicado en la laringe. Lamento que no pude ir a verlo antes de hacer este viaje. Veroes perdió el habla y se comunica sólo por mensajes de texto que va escribiendo en una pizarrita.
El periodista, escritor, politólogo, profesor y luchador social Juan Veroes tiene 80 años, había vivido 34 años con una merideña, pero repentinamente hace un año cambio decidió cambiar de pareja: se divorció y luego se enmaridó con otra señora de más o menos su misma edad. Encontrándose Veroes convaleciente de la operación (en la cual hubo de extraérsele su laringe) se produjo un rompimiento sentimental, y aquel luchador de mil batallas quedó varado en una UCI del Seguro Social, sin poder coger hacia ningún hogar, el día en el que se le diera el alta… Pasó 24 y 31 de diciembre en el Seguro Social y el 2 de enero, finalmente, un alma caritativa se lo llevó a su casa…
En todo esto voy pensando, cuando a las 1:30 ya nos encontramos en El Valle de la Luna, nuestra casita. Vemos que el verano comienza a hacer estragos en nuestra siembra aunque los días se muestran con un brillo sublimemente encantador. Apenas estamos colocando nuestros macutos en la cocina, cuando vemos entrar a la vecina Engracia con un abundante plato de comida, desbordante de cambures verdes sancochados, arroz y una buena ración de cochino frito, además de asaduras. Dios, qué grandioso recibimiento. Aquí no se pregunta si usted tiene o no hambre o si quieres comer, si no que van al ataque y le rodean y lo someten a la dicha de buenos platos. Pocas veces he comido con tanta saña y coraje, y en plenitud de mis cabales, en levantándome el ánimo aquellos cambures y cochinos fritos, rematamos con un buen café coromotano, y nos sentamos en el porche a contemplar la grandiosidad del silencio que es la bendición más grandiosa jamás superada. Porque el cafecito siempre hay que tomárselo sentado, embebiéndose uno mismo en la placidez redonda y serena de la montaña que está frente a nuestra casita.
Le hago una visita al señor Corsino Mora, el gran padre de la aldea, para darle el feliz año y para preguntarle por su salud, por sus hijos, por la recogida del café, por los puercos, las vacas y cómo se presentan para este año las Pintas y Repintas. Lo encuentro en el patio afeitándose en el lugar de siempre, ante un espejito aunque ya no lo necesita porque está ciego, pero bueno, es la costumbre… Apenas me oye, gira, extiende sus brazos en la dirección en que supone me encuentro y espera el abrazo. Luego aparece su hijo Manuel y nos ponemos a conversar en el corredor, y ahí me entero que el 24 de diciembre falleció el padre de la señora Marcolina (nuera del señor Corsino). Que hubo varios familiares que fallecieron en diciembre y que la gente ha estado de luto; que un muchacho de diez años se ahogó en el pozo de Canaguá, un lugar de esparcimiento al que se acude los días 25 de diciembre y el primer día del año nuevo. La cosa estuvo, pues, un poco fúnebre. Hubo otros intríngulis familiares no menos novedosos, pero que no deben registrarse en este diario, que quedan sólo para nuestro consumo interior…
A la familia Mora le extrañó mucho que nosotros no hubiésemos pasado en la aldea el 24 ni el 31 de diciembre, como lo veníamos haciendo desde el 2013. El problema que realmente enfrentamos en esta oportunidad es el de las largas colas para poder abastecer de gasolina a la camioneta.
(Luego de varios intentos, finalmente, decidimos hacer una cola en la estación que está en La Mata, el día 6 de enero. Nos plantamos allí, el lunes 6 de enero por la madrugada, y fue el martes 7 a las nueve de la noche, cuando de manera milagrosa logramos poner gasolina. Una cola en medio de un sol tremendo, teniendo que cubrir los vidrios con paños para mitigar el fogonazo de los intensos rayos solares. Teniendo que desayunar, almorzar y cenar mediante viandas que se tenían que preparar en casa y llevarlas hasta punto donde nos encontrásemos en la cola. Con todos esos traumas que implican no tener un lugar dónde hacer las necesidades físicas diarias, y compartiendo con cada cual de los otros compañeros de cola, lo poco que se tiene para comer y beber).
Por la noche nos visitan los hijos del señor Corsino, Enrique y Ángel. Tomamos té de menta y conversamos en la sala hasta casi las 10. Nos enteramos que la perra Solita, durante nuestra ausencia pasó tres días fuera de la casa, prácticamente viviendo donde los Mora.
(Continuará)