JOSÉ SANT ROZ
Rómulo Betancourt, en 1934, cuando vivía en Costa Rica se hacía pasar por comunista y llegó a hablar estupideces contra el revolucionario César Augusto Sandino. Luego se vino a Venezuela a la muerte de Juan Vicente Gómez y se reunió con Eleazar López Contreras y le contó que él ya se había dejado de eso, de andar con comunistas. Que no se metiera con él. Pero el viejo López lo expulsó del país y le dijo que sólo se entendería con él el día que probara que no seguía teniendo nada con los rojos. Entonces Betancourt hizo una gira, estuvo en Chile y llegó con una declaración internacional diciendo que él no era comunista y nada tenía que ver con los “caga-leche hijos de Lenin”. Fue, cuando liberado de estas cargas se alió con Nelson Rockefeller, y se hizo agente gringo (asimilado) para el norte de América del Sur y el Caribe. En 1944, el Departamento de Estado lo adoptó como uno de los suyos, y lo escogieron para que encabezara el golpe contra Isaías Medina Angarita. Derrocado Gallegos por Carlos Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez, Betancourt se refugió en Estados Unidos, esperando que el Departamento de Estado le diera su oportunidad; ésta se presentó en 1958, y vino a Venezuela como un perfecto agente de la CIA. En 1960, siendo presidente de la República, su alianza primordial la realizó con los cubanos agusanados antifidelistas, entre ellos y principalmente Diego Cisneros, el padre del magnate Gustavo Cisneros.
Desde que yo tenía 13 años de edad me dediqué a analizar las personalidades de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, seres, políticos, que se hicieron indispensables el uno al otro. Sin el uno, el otro no habría tenido ningún destino político. El uno surge de los primeros movimientos obreristas de la izquierda de América Latina, y el otro de la más rancia ultra-derecha falangista española. Ambos eran audaces, demagogos, hipócritas, falsos y muy traidores a su patria. Caldera aprendió inglés por recomendaciones del Departamento de Estado gringo porque se le notaba mucho fuelle presidencialista, y cuando finalmente fue Presidente por primera vez, dio un discurso en este idioma en el Congreso de los Estados Unidos, de tal modo que lo pasaron en Venezuela en cadena nacional. Todos los presidentes de América Latina aprendían inglés para ir a EE UU y lucirse ante la prensa, y para decir que vieran que no eran indios. Betancourt nunca aprendió bien el inglés, pero lo mascullaba, y sabía decir con mucha prestancia: “¡Oh Yes!”
Cuando Betancourt derroca a Isaías Medina Angarita en el 45, Caldera pasó a ser Procurador General de la Nación. La vida hizo que por un tiempo anduvieran por caminos separados durante el mandato de Pérez Jiménez, pero no dejaban de cartearse, porque ambos amaban y seguían las órdenes que dictaba el Departamento de Estado. Durante el mandato de Pérez Jiménez, Caldera tenía un bufete de abogado en Caracas, y era el nada más y nada menos que el abogado del jefe de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada. Fue Caldera quien divorció a Pedro Estrada para que se casara con una de las más bellas mujeres de Caracas quien había enviudado. El esposo de esta mujer murió en un accidente en extrañas circunstancias. Caldera dirigía al partido COPEI que se llevaba muy bien con la dictadura. Cuando en 1958 vio que Pérez Jiménez no tenía vida corrió y se auto-encarceló en la Seguridad Nacional donde se la pasaba jugando dominó, y después “huyó” a Estados Unidos. Se dirigió a Nueva York y junto con Jóvito Villalba, bajo la organización de la OEA y del Departamento de Estado gringo, pasó a suscribir el Famoso “Pacto de Nueva York”. Caldera nunca abandonó el Pacto de Puntofijo, porque sin ese Pacto nunca habría sido presidente dos veces. Era también adeco, y reconocía que COPEI era el ala cristiana de Acción Democrática.