JOSÉ SANT ROZ
Lo primero que se me ocurre decir de nuestro amigo Santiago, es que era un gran enamorado de la vida. A medida que le iba conociendo, me asombraba su capacidad para mantenerse prudentemente distanciado de sus semejantes, acompañado sólo con sus plantas y de su sombra. Qué lástima que en aquella no hubo en Mérida un sabio de sus conocimientos que hubiera podido llevar un diario sobre los vastos conocimientos y talentos que poseía que abarcaban además de las lenguas, las matemáticas, la mineralogía, geología, estudio de las religiones y la astrología. Nosotros en todos nuestros proyectos editoriales siempre pensamos en nuestro querido Santiago. Es el caso de que actualmente tenemos de su pluma un significativo trabajo que quisiéramos que el público lo conociera. Pero es muy arduo editar en este país. Mientras aquí se publican monumentos a la ociosidad, verdaderos bloques de diez kilos que nadie lee, para lograr la publicación de “Y ELLOS NO SE AVERGONZABAN, tuvimos que pasar una odisea espeluznante; tuvimos primero que hacer largas colas para solicitar un préstamo a Fomento de la ULA. Luego de editado, el libro quedó tan mal impreso que casi nadie quería adquirirlo para apenas trata de pagar el inicial de aquel préstamo.
Un día mientras conversaba con el padre en su biblioteca, de pronto nos topamos con una carpeta marrón que contenía unos papeles medio amarillos de viejo. El padre la puso en mis manos y me dijo esta la traducción de un libro que hace años, léela. Y me la llevé a casa. La leí. Me fue muy útil y algunas de sus ideas la utilicé en ciertos trabajos. Este libro me hizo pensar mucho, y tome la obsesión de querer explicar el origen de muchos de nuestros prejuicios. Compré obras de Reich, de Alexandrian, Colin Wilson, Bretón Foucault. Hasta me metí en la terrible empresa de escribir una novela que pudiera dar alguna explicación de los prejuicios sexuales en Latinoamérica. Esta empresa la ha dejado, verdaderamente agobiado por la dificultad del tema.
La gente se alarma cada vez que se habla de sexo, sin saber, como lo demuestra claramente Joachim Fernau en su libro, que tal cosa no fue siempre así. Y es hermoso saberlo. La gracia, el buen gusto para referirlo, las dotes de escritor y la enorme cultura de este alemán, hacen de este libro una delicia en cada una de sus páginas. El padre Santiago ha hecho una sencilla y hermosa traducción de esta obra, que tuvimos la suerte que la señora esposa de Fernau, nos concediera el permiso para editar sólo 500 ejemplares en Venezuela. Cuando apenas comienza el libro, sentimos la prosa fresca, que en castellano, por el conocimiento del idioma que tiene el padre, casi parece un canto, Como el Cantar de los Cantares, por ejemplo: «Muchos podían verla desnuda o descubierta en las fiestas religiosas o en el baño, pero con la mirada no delataba ningún deseo, al igual que los hombres mismos corrían desnudos en el juego de la esgrima o durante el juego del solsticio de verano. Pero en la casa, en las horas nocturnas, en el abrazo, pensaba entonces en lo magnífico, en lo estupefactivo, en lo casi mortal que ella esperaba. Era ella como si recibiera un dios con el que tuviera que luchar».
Dice D. H. Lawrence que nuestra tarea actual es comprender el sexo y que esta comprensión es más importante que el acto mismo. Que quizás algún día la gente se asombrará que una civilización tan dedicada a desarrollar inmensos aparatos de producción y de destrucción haya encontrado tiempo y la infinita paciencia para interrogarse con tanta ansiedad respecto al sexo; que quizás se sonreirá, recordando que esos hombres que nosotros habremos sido creían que en el dominio sexual residía una verdad tan valiosa como la que ya habían pedido a la tierra, a las estrellas y a las formas puras de su pensamiento; … pensemos un poco en todas esas astucias con las cuales, desde hace varios siglos se nos ha hecho amar el sexo, con las cuales se nos tornó deseable conocerlo y saber cuánto de él se dice; con las cuales, también, se nos incitó a desplegar todas nuestras habilidades para sorprenderlo, y se nos impuso el deber de extraer la verdad; con las cuales se nos culpabilizó por haberlo ignorado tanto tiempo. Ellas son las que hoy merecían causar asombro. Y debemos pensar que quizás un día, en otra economía de los cuerpos y los placeres, ya no se comprenderá cómo las astucias de la sexualidad, del poder que sostiene su dispositivo, lograron someternos a esta austera monarquía del sexo, hasta el punto de destinarnos a la tarea indefinida de forzar su secreto y arrancar a su sombra las confesiones más verdadera. Todo esto conversaba con el padre.
Ironía del dispositivo: nos hace creer que en ello reside nuestra «liberación».
Nos complace a todos tener este libro traducido por el padre, en un país donde hay tanto miedo de pensar; tanta audacia para la barbarie y la estupidez. El padre Santiago López Palacios no fue un inmigrante que llegó a nosotros con dólares para “invertir”, con carros últimos modelo para vender, ni con otras bagatelas mecánicas que llaman tecnología de punta; él nos trajo conocimiento, creación, la alegría del saber.