EN SEGUNDAS NUPCIAS
En 1964, Betancourt se separó de doña Carmen Valverde, por lo que decide retomar uno de sus placeres favoritos: hacer turismo por el mundo. Es uno de los hombres públicos más importantes del continente, y quiere gozarlo plenamente. Se va a dar un paseo por el mundo con su nueva compañera: Renée Hartmann (ex Coronil). «Haré un largo viaje. Estoy cansado […] Necesito encontrarme a mí mismo».
Efectivamente, el 11 de abril de 1964, esta pareja comenzó a dar una de las más impresionantes vueltas al mundo, todavía embarraganados como estaban. Visitaron ciudades como Nueva York —«en donde Rómulo vio por primera vez pinturas del Greco y Goya»—, Saint Louis (Missouri), San Francisco (California), Berkeley, Los Ángeles, Honolulú, Yokohama (Japón), Tokio, Kyoto, Kobe, Hong Kong, Kowloon, la frontera de la China Roja, Manila (Filipinas), Singapur, Islas de Penang, Bombay (allí adquirieron un ejemplar del Kama Sutra), Adén, Egipto, Port Said, Barcelona, Gibraltar, Londres (donde los recibió Alfredo), París, Bruselas, Luxemburgo, Bélgica, Colonia, Francfurt, Bonn, Amsterdam, Reims, Metz, Estrasburgo, La Haya, Rotterdam, Volendam, Lorena, Alsacia, […]; llevaban guardaespaldas y una secretaria privada para el ex presidente. Betancourt era un hombre aburrido, que junto a su esposa, en grandes trasatlánticos, practicaba su pasatiempo preferido: buscar parecidos en las personas. Y confiesa doña Hartmann que le llamaba mucho la atención que a Rómulo se le despertaba el apetito cuando más nervioso se encontraba. Esto lo pudo comprobar de manera fehaciente cuando se mató don Alejandro Oropeza en un accidente aéreo.
Establecido en Nápoles le visitan con frecuencia Luis Beltrán Prieto Figueroa, Reinaldo Leandro Mora (quien era embajador ante la Santa Sede), Gonzalo Barrios y Jesús Ángel Paz Galarraga. Todos precandidatos por AD, quienes saben que el viejo zorro es el depositario de la confianza norteamericana hasta su muerte (como Juan Vicente Gómez); es el único que puede certificar quién será el sucesor de don Raúl Leoni. Betancourt sentía hacia Prieto un rechazo íntimo que le costaba disimular, aunque el «Negro» le hubiese mostrado tanta fidelidad en los momentos más difíciles del partido. El pobre Prieto, para él, sencillamente carecía del don de saber aceptar órdenes, y de callar ante ciertas cuestiones que para Rómulo eran extremadamente delicadas. Nadie apreciaba más la virtud del oportuno silencio en política que Betancourt, y por eso muchas veces debió decirle: «Negro, ten cuidado que acabas de perder una buena oportunidad para callarte». Pero aquello era inútil. Y lo veía muy claro Betancourt: si Prieto llegaba a la presidencia, los humos se le irían a la cabeza, y todo un enjambre de bichos perniciosos y peligrosos comenzarían a rondarle para colocarle toda clase de trampas y seductoras ideas de cambios. El fin sería enredarle y hacerle perder el control. Entre ese enjambre veía clarito a Miguel Otero Silva (haciéndole declarar «sandeces» por El Nacional), a Jóvito Villalba (apartándolo del programa del partido), a los procomunistas enconchados en cualquier cueva universitaria. Que una vez pisara el Negro una sola de esas trampas, todas las demás se desencadenarían y el país entraría en un caos total. Por eso, después de él, Leoni con su nulidad inmensa como político resultó una continuación nada traumática para la estabilidad democrática del país. A Leoni no podría sucederle sino alguien muy audaz pero a la vez declaradamente proestadounidense y aferrado a su programa, como Carlos Andrés Pérez, por ejemplo; o en su defecto otro similar a Leoni, igualmente incapaz de salirse del marco que él señalase, y estaba claro que éste no podía ser sino Gonzalo Barrios. En todo caso, nunca alguien que en lo más mínimo pudiese ser visto con desconfianza por parte de los empresarios, la Iglesia, el Alto Mando de las Fuerzas Armadas, como de manera evidente resultaría en el caso del Negro Prieto si salía electo.
Prieto, por otra parte, era de una versatilidad extraña; dirigía una revista para pedagogos, intelectuales, políticos y profesionales llamada Política con el fin de ir creando un espacio para su futura candidatura presidencial; su jefe mayor se enteraba de estas cosas, y las veía con malos ojos. Aparecía como un personaje indefinido, y a Betancourt le estremecía esa meliflua viscosidad. A veces hablaba de darle un vuelco al país, y aunque para Rómulo era pura demagogia, estas posturas molestaban a un partido que estaba siendo minado horriblemente por el negocio sucio, la mordida y el clientelismo. Prieto, que había sido elegido senador (por dos períodos consecutivos) por el estado Nueva Esparta, jamás se preocupó siquiera en resolver el problema del acueducto, el asfaltado de una calle o la puesta en marcha de algún alumbrado en algún barrio. Se la pasaba encerrado en su castillo de cristal, malhumorado, repartiendo recomendaciones para sus acólitos y pidiendo colaboraciones contantes y sonantes para su revista, que era exageradamente muy bien financiada por Miraflores y varios despachos oficiales. De Miraflores recibía un subsidio de 25 mil bolívares mensuales (unos 5.000 dólares para la época).
Prieto igualmente le avaló a Betancourt todas sus posiciones anticomunistas: asumió total indiferencia cuando se perseguía con saña a los excluidos jóvenes del MIR, cuando se los hostigaba sin compasión para él estar a la altura del jefe máximo, y hacerle sentir cuán apegado estaba a su línea de guerra sin cuartel a los «extremistas». Él convalidó, y esto es lo más horrible, la represión desatada durante el gobierno de Leoni: las torturas y los asesinatos, la gran cantidad de desaparecidos, y con esa indiferencia justificó las acciones fascistas de Gonzalo Barrios cuando éste era ministro de Relaciones Interiores. Dijo Prieto —léase la prensa de la época— que Barrios era un hombre incapaz de ordenar la represión o de tolerarla. Cuando se le preguntó por qué razón no había elevado su voz de protesta contra el monstruoso crimen en contra del profesor Alberto Lovera, y contra los desaparecidos y fusilados, entonces contestó:
—¿Cómo lo iba a hacer, siendo yo el presidente del partido?.
Para Prieto, cualquiera en AD que criticara a sus propios compañeros quedaba como un tonto, y él no estaba para asumir ese papel tan ridículo.
El caos represivo en Venezuela entonces alcanzaba niveles horrendos. Se dio el caso que un Cuerpo de las Fuerzas Armadas publicó un aviso del general José Agustín Paredes Maldonado, en el que se ordenaba detener vivo o muerto a un ciudadano venezolano. Cuenta José Vicente Rangel que un fiscal del Ministerio Público se atrevió a hacer una interpretación de esta barbaridad gravemente anticonstitucional, y el general Paredes Maldonado respondió: «Dígale a ese fiscalito que no me adorne el aviso en esa forma, porque lo que yo he querido decir está muy claramente dicho».
Docenas de venezolanos eran sometidos a juicio por parte de tribunales militares y en las detenciones que practicaban los efectivos del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA), se atribuían funciones que sólo le correspondían a la Policía Judicial. Se comenzaron a instalar en distintos lugares de Venezuela, los famosos campos antiguerrilleros como los de Cachipo, Urica (en El Tocuyo), Cabure, Yumare, Cocollar, Isla del Burro, en los que centenares de ciudadanos eran torturados. Las cárceles se encontraban hacinadas de presos políticos y desde las de Tacarigua, San Carlos y Maracaibo llegaban denuncias sobre frecuentes violaciones de los derechos humanos. En Cachipo torturaban los propios oficiales de las Fuerzas Armadas, y allí mataron al pintor Juan Pedro Rojas y desaparecieron a los presos Roberto Bastardo y José Pulido Núñez, entre muchos otros.
Venezuela vivía una perfecta dictadura militar gobernada por un civil que estaba creando la matriz de opinión, apoyado por Washington, con la que se pretendía hacer ver que era el hombre más democrático del continente. Lo más cruel es que hombres dentro de Acción Democrática que se consideraban cultos, pedagogos y con altas responsabilidades dentro del gobierno, como Prieto Figueroa, nunca dijeran una sola palabra para criticar y condenar estos horrendo crímenes.
El caso del profesor Alberto Lovera (dirigente del PCV) no era en absoluto como para que el doctor Prieto Figueroa lo pasara por alto, mucho menos siendo presidente de su partido. A Lovera lo detiene una comisión de la Digepol encabezada por el «capitán» Carlos Vegas Delgado, el 18 de octubre de 1965, a las 6 de la tarde, cerca de la Plaza de las Tres Gracias y a pocos metros de la UCV. Era, como sabemos, ministro de Relaciones Interiores el doctor Gonzalo Barrios.
La doctora Eva Golinger, quien por más de cinco años se ha dedicado a desclasificar documentos de la CIA, en el propio Washington, encontró, sobre las acciones de esta agencia en Venezuela, en 1967, informes que muestran por qué se ordenó el asesinato del profesor Lovera. Nos refiere que con fecha 23 de abril de 1965, en un informe especial, previamente clasificado como secreto por la CIA (que se titula «La subversión cubana en América Latina»), se detalla cómo se veía «la creciente amenaza» de la «exportación de la revolución cubana» en la región. Según este documento secreto, la CIA consideraba que tres países en particular estaban bajo peligro de subversión: Venezuela, Guatemala y Colombia, por lo que era necesario que la Agencia incrementara sus fuerzas de contrainteligencia y contrarrevolución en esas naciones.
En Venezuela, la CIA se enfocaba en la persecución y el monitoreo de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y específicamente de su líder, Alberto Lovera. El informe, en su página 6 comenta: […] las Fuerzas Armadas Venezolanas de Liberación Nacional (FALN) es una entidad comunista-terrorista y bien establecida… que tiene más de 2.000 miembros —cientos de los cuales son activistas de tiempo completo que han recibido entrenamiento en Cuba— y están por todo el país…
Informes recientes [tachado] indican que los comunistas venezolanos están preparando un plan comprensivo de acción política por todo el país para complementar las operaciones guerrilleras de la FALN… El número de guerrilleros campesinos en el estado Falcón, una de las áreas principales de las operaciones de la guerrilla, ha aumentado de 14 a 44 por ciento… otro informe indica que Cuba prometió al líder de la FALN, Alberto Lovera, que le extendería un apoyo financiero considerable a su organización este año… Los cubanos ciertamente continuarán dando prioridad al entrenamiento de los venezolanos en las tácticas de la guerrilla [censurado]. Es posible también que los cubanos tengan varios asesores guerrilleros en el campo con los insurgentes venezolanos… [censurado]».
Otro documento desclasificado de la CIA, de fecha 26 de octubre del 1967, detalla los logros del gobierno venezolano en cuanto a la represión de los grupos «insurgentes» (la FALN y el PCV) y su colaboración con la Agencia para impedir la expansión de la Revolución Cubana en Venezuela. El informe contiene datos sobre la infiltración y penetración por parte de las fuerzas policiales venezolanas, en aquel entonces lideradas por personajes como el terrorista Luis Posada Carriles, a las organizaciones izquierdistas en el país, y en particular, a la FALN. Añade el informe de la CIA que: […] las fuerzas policiales venezolanas han desarrollado mecanismos y conocimiento que han exitosamente resultado en la captura de los líderes de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional y sus equipos… Algunos de los mecanismos utilizados fueron la penetración del movimiento izquierdista a través de la infiltración de agentes gubernamentales en el movimiento comunista, además de la explotación exitosa de los prisioneros y los ex comunistas. Estas tácticas hicieron posible que el gobierno reuniera una gran cantidad de información sobre las actividades insurgentes que entonces hizo posible la implementación de medidas efectivas para contrastarlas… El gobierno fue extraordinariamente exitoso en la eliminación del equipo de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional en el este de Venezuela a través de la infiltración de agentes policiales en el aparato comunista durante la fase formativa; a través de la identificación de los miembros principales, los lugares de reunión, las vías de abasto, etcétera, de las unidades subversivas; y luego la detención rápida de casi todos los miembros de la insurgencia a través de operaciones cuidadosamente coordinadas y planificadas por la policía política y la Guardia Nacional…
Luego de su captura, Alberto Lovera fue inmediatamente trasladado a la sede de la policía política (Digepol), en el edificio «Las Brisas», donde comenzó a ser torturado. El director de de esta instancia era J. J. Patiño González, quien el 23 de octubre ordena que Lovera sea llevado al Retén «Planchart», en Puente Mohedano. Allí continúan las cruentas torturas contra este comunista, a quien en estado sumamente delicado sus verdugos deciden llevárselo al campo antiguerrillero de «Cachipo», en el estado Monagas. Allí los encargados de este centro, viendo la gravedad del detenido se niegan a recibirlo. Continúa así el macabro ruleteo, hasta que la comisión que lo lleva y trae de un lado a otro, decide devolverse a Caracas. En el camino se les muere el preso, entonces aquellos monstruos deciden depilarle el cuerpo, le destrozan la placa dental, le rebanan los dedos de las manos. Luego lo amarran con una larga y gruesa cadena de hierro que la unen a un pico a la altura del cuello y así lo lanzan al mar. El 27 de octubre un pescador encuentra flotando este cuerpo, en Lecherías, Barcelona. El ministro Barrios no asume la responsabilidad del horrible caso. Entonces la Digepol, con su director J. J. Patiño González a la cabeza, inicia una campaña en prensa, radio y televisión diciendo que ese cadáver no corresponde al de Lovera y que si lo han asesinado «han sido sus propios compañeros de militancia por disensiones internas respecto a la lucha armada».
En aquella época, Prieto Figueroa escribió en un artículo en su revista Política, en la que decía: «Betancourt es superior a Jesucristo, porque éste en su cruz de moribundo estuvo entre dos ladrones y a uno de ellos le prometió su reino. Rómulo no tiene esa clase de condescendencia. Para él, el puesto de los ladrones está en la cárcel».
Como la situación por la candidatura presidencial por causa de esta y otras monstruosidades se estaba complicando en AD, y Rómulo prácticamente ya ni vivía en Venezuela (pero al igual que Guzmán Blanco, a quien él apoyara, ese sería escogido por su partido), Prieto le aderezó con sumo cuidado una carta, entre amenazadora y melosa, para que Betancourt por todo el cañón se decidiera por aquel negro que tanto le quería. Quizá mal asesorado por Jesús Ángel Paz Galárraga, Prieto no midió muy bien sus palabras. No era precisamente falta de tacto político la manera como le solicitó apoyo a Betancourt para su candidatura, sino que el menos apropiado dentro de AD para tal postulación era precisamente Prieto. Paz Galarraga, la mano derecha de Prieto, le dice que no pierda tiempo y que de una vez presione con unas declaraciones a El Nacional. Prieto se lanza desnuda y brutalmente, por lo que la melosa misiva que le ha enviado pierde todo peso y veracidad. Rómulo decide volver a Venezuela para destrozarlo, como lo había ansiado siempre.