LA GRAN DERROTA EN EL CAMPO PETROLERO
Cuando Fidel me pidió 300 millones de dólares
para desafiar a los gringos,
yo le dije que no contara con esa ayuda.
BETANCOURT
(REFERIDO AL ESCRITOR HUGO THOMAS)
Ya les había sido planteado a los americanos que para los países pobres, soberanía, independencia y autonomía, tenía que significar un mayor control sobre sus relaciones económicas, no pérdida de ellas. Rómulo Betancourt no tenía esperanzas de mejorar la situación de su país si no se zafaba del yugo de las grandes compañías petroleras, porque sin duda él sabía muy bien que existía una gran confabulación de los países desarrollados contra los pobres, porque obligaban a éstos a pagar cada vez más por sus importaciones, al tiempo que darles cada vez menos por sus productos. Cuando asumió el poder en 1959, iba a ofrecerle a la Casa Blanca toda la ayuda posible en defensa de los intereses norteamericanos, no sólo en Venezuela sino en el continente todo, a cambio de que las compañías petroleras supieran apreciar y comprender los necesarios cambios que nuestro país requería en el aspecto impositivo, legal y que se le diese a nuestro petróleo un precio justo. Para la gran tarea a realizar conjuntamente con Estados Unidos, puso al frente del Ministerio de Minas e Hidrocarburos al especialista y experto petrolero, Juan Pablo Pérez Alfonzo.
Pérez Alfonzo se puso a trabajar prácticamente sin ninguna base estructural clara, sin asesores, sin una organización de datos seguros y confiables; sin información al día sobre el voraz movimiento petrolero internacional, tomando en cuenta que, además, todos los procesamientos se hacían deliberadamente por parte de las compañías dentro del más estricto secreto. Sabía que a los norteamericanos les encanta comprar barato y vender bien caro.
En los primeros mensajes que se le enviaron a las compañías, se les dijo que no tenían nada que temer porque en el país no existía ninguna clase de sentimiento nacionalista que pudiese dar paso a expropiaciones y nacionalizaciones. Que el cambio de poder se había hecho en un todo de acuerdo con el Departamento de Estado; incluso Betancourt les calmó diciéndoles que lo que fuera bueno para ellas lo sería también para el país.
Nunca se sabía cuándo se estaba cobrando el precio correcto o adecuado en un determinado contrato, con qué tipo de crudo trataban, cuál era la situación de las reservas, la probable producción futura, el tipo de refinación, las cuotas de distribución, etcétera. Se debía tener un mapa general sobre la actividad explotadora, el control de las condiciones de desarrollo, para ver si era posible mantener aislado al país de las fluctuaciones del mercado internacional. Otro punto a atacar era cómo utilizar los ingresos para sembrar el petróleo, tal como se venía pregonando desde los tiempos de Medina Angarita. Tal siembra tenía que estar supeditada a la posibilidad de suplantar la participación mayoritaria extranjera. Pronto Pérez Alfonzo nombró una comisión coordinadora, pero luego descubrió que a ésta le era prácticamente imposible conocer los verdaderos movimientos de las compañías en relación con sus contratos de venta, y que no le iba a quedar otra salida que vivir actuando a la defensiva, y que en consecuencia su ministerio tendría que actuar a ciegas.
Las grandes compañías que operaban en el país funcionaban como un cartel que controlaba todos los tramos estratégicos de la industria, que iban desde las simples perforaciones hasta los productos terminados que se vendían en el exterior. Aunado a esto, esta industria, y lo sabía muy bien Betancourt, se encontraba fuertemente vigilada por la CIA, que para eso en esencia se creó esta central de información. De modo que los demás países productores de oro negro vivían enfrentados unos a otros sin poder conciliar sus intereses frente a la fluctuante situación de los precios. Práctica y principalmente, los precios los decidían la Creole y la Shell.
Pérez Alfonzo tuvo que plantearle a su jefe Betancourt que él no podía hacer nada en una situación fuertemente dependiente del capital extranjero y de la tecnología estadounidense, tal como nos encontrábamos.
Por supuesto que Betancourt había llegado al poder con la ilusión de lograr en corto tiempo un acuerdo con estas compañías, para que aceptaran los controles fundamentales para fijar impuestos y precios más justos; las compañías no tenían la menor intención de ceder en estos asuntos. Odiaban terriblemente cualquier clase de control. Ellas querían seguir operando con todas las facilidades, tal cual como lo habían hecho durante la época de Juan Vicente Gómez, López Contreras o Pérez Jiménez.
Además, las compañías tenían su propio lenguaje, esquema de negociaciones, y parámetros para moverse en el tiempo y en el espacio.
Por tanto, recurrieron a la excusa que se estaba viviendo un período de recesión, porque los precios caían estrepitosamente, y le adjudicaron parte de la culpa a nuestro desorden judicial y fiscal, a la manera irresponsable del manejo que tuvo la dictadura de este recurso.
El empresariado nuestro, altamente dependiente del gobierno de turno, ante una situación de crisis artificial permanente con las compañías petroleras, decidieron aliarse con éstas. Fue cuando las compañías petroleras comenzaron a establecer una alianza estratégica defensiva con el sector privado.
Las compañías presionaban para que al gobierno no se le subieran los humos a la cabeza y pidieran más de lo que debían, porque el Estado venezolano, desde los tiempos de Gómez, se venía comportando frente a ellas como un verdadero mendigo, siempre implorando la caridad de un aumentico en el pago de los royalties y de los impuestos.
Fue así como en 1959, los precios inexplicablemente cayeron, por lo que Venezuela dejó de percibir ese año más de cien millones de dólares, y las compañías dijeron que dejaron de ganar 276 millones de dólares.
El dilema que se le presentaba a Betancourt era, ¿cómo hacer para unificar a los países subdesarrollados en una acción diplomática agresiva para buscar una protección mutua y tener así una más segura participación en los principales mercados, sin que los gringos por ello se irritasen, y llegasen a considerar que se estuviera implementado una política poco amistosa hacia ellos?
En sus afanes por organizar internamente la situación petrolera, Pérez Alfonzo creó una Comisión Coordinadora de la Conservación y el Comercio de Hidrocarburos. El modelo que quería estudiar esta comisión para el negocio petrolero, era el prorrateo que se aplicaba en Estados Unidos. Pérez Alfonzo, para este estudio, cometió el grave error de invitar a un miembro de la Texas Railroad Comission para que le indicase la mejor forma de organizar tal mecanismo. Ese fue siempre el grave error que cometieron todos los gobiernos desde Gómez hasta el 2002, consultar expertos gringos de las propias compañías petroleras, para que nos asesoraran en asuntos altamente delicados y de los que dependía nuestra propia vida económica, como el pago de los royalties, el acuerdo sobre los impuestos sobre la renta, así como la forma en que debían hacerse las rondas para el otorgamiento de concesiones. Con este tipo de asesorías, por ejemplo, Medina Angarita llegó a conceder a estas compañías 6 millones de hectáreas solamente durante el año de 1944, lo que representaba una barbaridad.
La técnica del prorrateo parecía lo mejor, frente a lo que se denominaba posted price, que correspondía al precio de venta del petróleo para las refinerías, algo que en absoluto reflejaba el valor real, debido a la inmoral práctica de los «descuentos». El tema de los descuentos nunca se hacía público, era un secreto, y a veces hasta los impuestos se pagaban con base no en los precios reales, sino en el referido a los descuentos.
Para que se vea que Betancourt hizo unos leves escarceos para usar el petróleo como arma política, haremos mención por los menos de dos hechos significativos que se dieron durante la gestión de Pérez Alfonzo: no vender petróleo a Israel, por no mantener buenos lazos con nuestros socios árabes, como tampoco embarcarlo a República Dominicana, como represalia a las acciones hostiles a nuestro gobierno por parte de Trujillo.
Con grandes dificultades, Abdullah Tariki (el famoso «Jeque Rojo») y Juan Pablo Pérez Alfonzo lograron que el 10 de septiembre de 1960, Irak, Irán, Kuwait, Arabia Saudita y Venezuela se pudieran reunir en Bagdad. Daban los primeros pasos para conformar la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). En conjunto, todos ellos controlaban el 80% de la producción mundial. El fin era comprometerse a asegurar precios justos y regular la producción. Se iban a enfrentar a las «Siete Bandidas» (Exxon, Chevron, Mobil, Shell, Texaco, Gulf y BP), que venían disponiendo a su gusto de los niveles de producción y del costo del barril.
La verdadera causa que incide en la decisión para formar la OPEP (sin que en nada queramos demeritar los altos aportes en la creación de esta organización por parte del doctor Pérez Alfonzo) es la rebelión en aquellos momentos de los pueblos árabes.
En 1976, se produjo el lanzamiento de El Desastre, libro que recoge unas conversaciones entre Pérez Alfonzo y Domingo Alberto Rangel, moderado por Pedro Duno, Fernando Martínez, Kim Fuad e Iván Loscher. Allí, el señor Martínez le pregunta a Pérez Alfonzo:
—¿Quién tuvo la idea inicial de la OPEP?
Pérez Alfonzo vacila un poco y luego contesta:
—Sí, sí, tenemos que hacer recuerdos. Quizás de eso no se ha dicho nada. El otro día me preguntaron, ¿bueno pero quién inventó la OPEP, usted o Rómulo? Yo traté de decirle que las cosas no son tan sencillas. La verdad es que de parte de Rómulo lo que hay es un respaldo constante. Él me estimula y me puya porque siempre me mantengo retraído. ‘Vaya adelante, vaya adelante’. No tenía esperanza del resultado… él es el político mientras que yo soy el individuo que estoy obligado a dar mi opinión.
Las circunstancias eran propicias para que apareciese una organización de países productores; en parte los expertos se daban cuenta de que el propio Gobierno de Estados Unidos, le exigía a las compañías un determinado tope a su producción. Esto ilumina a los gobiernos de los países petroleros, que entienden que ellos deben organizarse para impedir que los carteles siempre estén en manos de las compañías privadas.
Pensar que la OPEP nació para enfrentar tajantemente a las Siete Hermanas, es un error. No había el suficiente coraje político, ni el respaldo y la conciencia de los pueblos de los países productores para emprender una guerra contra los dueños del mundo. Rómulo Betancourt, decididamente no estaba por este plan sino todo lo contrario, como sabemos. Domingo Alberto Rangel tiene una mejor explicación de estas circunstancias: El acontecimiento de fondo fue el avance significativo que tuvo el nacionalismo árabe en los últimos años de la década de 1950. Este nacionalismo tuvo por profeta en Egipto a Gamal Abdel Nasser y en Irak a Kassim, cuyo golpe se produce precisamente a mediados de 1958.
Tanto Nasser como Kassim, indicaron una sacudida de los pueblos árabes, que orientaron su acción política hacia el nacionalismo.
Ya jugaba un papel preponderante en este nuevo escenario Abdullah Tariki, quien en 1949 había sido nombrado director general de Supervisión de los Asuntos Petroleros de Arabia Saudita. Tariki era gran admirador de las ideas nacionalistas y revolucionarias de Nasser en Egipto. Él tiene que mirar hacia Venezuela por ser este uno de los mayores productores de petróleo y había impulsado una Ley de
Hidrocarburos en 1943, que causó un gran impacto entre los árabes. En diciembre de 1960, el Jeque Rojo fue nombrado ministro de Petróleo.
Cuenta Rangel que en esa época él viajó a El Cairo con Pérez Alfonzo para asistir al Congreso de la Liga Árabe, y en el ambiente se respiraba una gran euforia nacionalista; además, las esperanzas de aquellos pueblos se acrecentaron con la insurrección argelina. Ese fervoroso nacionalismo, según Rangel, fue decisivo en la constitución de la OPEP. Pérez Alfonzo coincidió con Domingo Alberto en este punto; pero en aquellos tiempos la caída de los precios de los hidrocarburos, impuesto por las compañías, causaba alarma y desesperación en las economías de los países petroleros. Y añade Pérez Alfonzo: «Los países árabes venían invitando a Venezuela desde el año 56… el gobierno venezolano ni siquiera el provisional, tomó las medidas en ese sentido».
Apenas comenzaba a funcionar la OPEP, Pérez Alfonzo cometió el gran error de creer que realmente las compañías petroleras y el Gobierno de Estados Unidos podían representar intereses distintos.
Creyó que el gobierno de la Casa Blanca podía interesarse en cooperar para que las grandes compañías hicieran un aporte y así evitar un grave deterioro de los precios. El sólo hecho de habérsele apenas asomado tal propósito despertó de inmediato irritación en Washington, lo que alarmó y preocupó mucho a Betancourt. Lo que ganó Pérez Alfonzo con tales solicitudes fue que Estados Unidos se inclinase por favorecer para sus mercados al crudo canadiense.
Tímidamente, Betancourt mediante implorantes llamadas a Arthur Schlensiger, logró trasmitirle al presidente Kennedy que sería altamente beneficioso para la política de su país, que su gobierno le concediese a Venezuela un acuerdo preferencial, para evitar conmociones populares, porque urgido como estaba de recursos para enfrentar una seria crisis financiera, tal acuerdo le resultaba cien veces más efectivo que cuanto nuestro país pudiese recibir por medio de la Alianza para el Progreso. Nada pudo lograr en este sentido Betancourt, pese a los inmensos esfuerzos por convertir a Venezuela en el paladín de la lucha contra Cuba, contra el comunismo.
En verdad, Betancourt no podía darse el lujo de hacerse el sueco frente al descaro de las compañías en el tema de los impuestos. Cuando comenzaron desde la Cámara de Diputados ciertos movimientos para que las compañías pagaran un poco más, la Creole y la Shell aplicaron una estrategia para arrinconar al ya atemorizado gobierno. Con toda la saña de que eran capaces, comenzaron a desacelerar las inversiones, la explotación, las perforaciones y el nivel de empleo, y la señal que le enviaron a Betancourt fue: «no hay un clima favorable en este país para las inversiones». Y no sólo querían que el gobierno se acobardara con estos mensajes, sino que se le advertía que debían ofrecer nuevas concesiones. Que si el gobierno no les permitía operar como a ellos les pareciese mejor, pues se irían al Medio Oriente y al Norte de África, donde el producto les resultaba más competitivo que el venezolano, y que lo pensara pues, el señor presidente Betancourt, porque hacia allá desviarían sus negocios.
Betancourt comenzó a desesperarse, cuando además las compañías le dijeron que unos 3.000 técnicos habían abandonado el país en los últimos dos años.
Indudablemente Betancourt no era el hombre fuerte para enfrentarse a estas compañías, y fue dejando que lo abrumaran los acontecimientos.
La Creole y la Shell, temiendo que el gobierno les fastidiara, y peor aún, que en el futuro las cuestiones se les pudiese complicar, acudieron a formar una alianza cerrada con el sector privado nacional. Ambos tenían el mismo propósito, que no era otro que asfixiar, dominar y controlar el Estado; someterlo a sus dicterios e intereses. Los cuadros de AD también comenzaron a ser infectados por empresarios mercenarios y lacayos. Fue así como las compañías lograron confeccionar su propia Cámara de la Industria Petrolera que, según Franklin Tugwell, «fue inmediatamente admitida por Fedecámaras, y prontamente se convirtió en una importante fuente de asesoramiento técnico en la producción de estudios contrarios a la política gubernamental».
Tugwell describe cómo se desarrolló esta bien orquestada asociación y las acciones que se llevaron a cabo: Las compañías comenzaron a proveer generoso respaldo financiero a Fedecámaras y durante un año contribuyeron con más de 200 mil bolívares; más del 10 por ciento de lo aportado por sus cerca de 200 miembros. Donaciones de la industria petrolera sobrepasaron ampliamente las de cualquier otro contribuyente, incluida la bien cimentada industria bancaria. Además de esto, las compañías proveyeron al sector privado de mano de obra y dinero para la publicidad y propaganda de sus campañas. Los estrechos lazos de los diarios venezolanos El Universal y El Nacional con el sector privado facilitaron estas acciones.
A nivel ideológico, las compañías petroleras repetidamente señalaron que el bienestar de las élites económicas venezolanas había estado siempre ligado al bienestar de la industria petrolera y que la política del gobierno, dañina para la industria petrolera, sería así mismo dañina para el sector privado.
Pero no sólo eso, a sabiendas de lo horriblemente anticomunista que era el gobierno de Betancourt, las compañías tenían la barbaridad de aducir que el futuro de la empresa privada criolla estaba siendo desafiado por un gobierno socialista. Que estaba claro que el mundo capitalista privado era un todo unificado y que cualquier trastorno que sufriesen las compañías extranjeras afectaba seriamente el capitalismo nacional.
Esta era una guerra bien extraña, cínica y cruel. Él quería a mucha gente de Fedecámaras, e igualmente desde hacía varios años había procurado mantener una cordial relación con la Creole y con la Shell.
Entonces dejó que vociferaran algunos «trasnochados izquierdistas» de su partido, atacando los abusos petroleros del norte, que los comunistas sacaran a relucir su antiimperialismo, mientras él haría lo necesario por callar y dejar hacer a las compañías lo que quisieran.
Pronto, la situación adquirió un clima preocupante, por el estado de ardoroso servilismo que presentaba la oligarquía ante las compañías. Y para completar, el personaje escogido por ellas para emprender la defensa de sus intereses fue Arturo Uslar Pietri. Entonces le comenzaron a armar un partido para que se presentara en las próximas elecciones y tentativamente ir al ruedo electoral como candidato a la presidencia.
El slogan fue pensado en Washington: «Arturo es el hombre», y en efecto era el hombre perfecto para defender a las compañías. Brillante escritor, columnista estrella de varios periódicos nacionales e internacionales, experto en publicidad, conocedor del medio televisivo, político (ocupaba una curul como senador por URD) y amante de la libre empresa.
La posición de Uslar Pietri era que el gobierno le pretendía cobrar a las compañías excesivos impuestos, rehusando entregarles más concesiones e interfiriendo en las actividades soberanas de estas transnacionales. Que tal interferencia provocaba la decadencia de la industria petrolera, y que Venezuela corría el peligro de perder terreno frente a otras áreas competitivas de este producto en sus mercados tradicionales. Esta posición de Uslar junto con Fedecámaras, creó en el mundo de las finanzas la sensación que nuestro petróleo era más costoso que su equivalente del Medio Oriente.
Nadie podía demostrar que nuestro petróleo resultase más costoso que el del Medio Oriente, pero como carecíamos de suficiente información, Uslar se apoyaba en esto para desacreditar nuestra posición, por demás débil. Poco tiempo después, un experto del Instituto Tecnológico de Massachuset (MIT), M. A. Adelman, encontró que esos datos eran falsos porque las compañías escogían una mezcla de áreas productoras costosas para hacer sus cálculos.
La idea que trataba Uslar de infundir en el pueblo, era que el poder competitivo de nuestro petróleo resultaba pobre; noción que Betancourt sabía que era totalmente falsa, toda una vulgar simulación a fin de ejercer presión sobre el gobierno y minar su posición política. Pero Uslar sabía que como el mercado era muy complicado, él podía moverse con sus inventos a sus anchas, en la seguridad que no sería descubierto, y que cualquier acusación de traidor no podría ser seriamente sostenida.
Ante estos ataques, Betancourt fue cediendo, perdiendo confianza en sí mismo y en la capacidad de llevar en el área de petróleo una política soberana, y sin mucho escrúpulo y con muy poca vergüenza, acabó ciñéndose a lo que decidieran las compañías. No quiso hacerles frente y denunciar sus acciones tramposas, ni sus presiones. Tenía muy pendiente lo del 48. Además las arcas estaban vacías, carecíamos de reservas y se vivía un estado de recesión, y él, Betancourt, se había embarcado en una política anticomunista de desgaste, que le restaba a sus acciones popularidad; por otro lado, carecía de apoyo por parte de la juventud.
Este dejar otra vez que las compañías cogiesen el timón de las leyes para hacer con nuestra economía lo que les viniese en gana, desfiguró totalmente el sentido de la lucha social dentro de AD: fue cuando comenzó a dominar en él, la tecnocracia, el pragmatismo, y se adueñaron de su dirección los más burdos y descarados demagogos. Se vio entonces a las claras que no era ningún partido de izquierda, ni mucho menos socialista, y se partió en mil pedazos. Y fue así como también Copei, con la ayuda de esas mismas compañías saldría inmensamente fortalecido, lo mismo que el FND de Uslar Pietri.
Todo esto se iba a poner de manifiesto y de manera patética, cuando en 1966 el gobierno otra vez intente por exigencias de la grave situación económica y de algunas voces revolucionarias y patrióticas, reformar el sistema impositivo para aumentar los niveles de tributación. Para añadir leña al fuego, después Uslar, que había estado haciendo gobierno con Leoni, se retirará de la coalición y emprenderá frontales y feroces ataques contra el gobierno. Fedecámaras se unirá a esta cruzada, y las compañías, otra vez, desembolsarán grandes cantidades de dólares para pagar medios de comunicación y comprar políticos e intelectuales. En este terreno a Leoni le tocará recular tan denigrantemente como le correspondió a Betancourt. En esta segunda batalla, «Uslar Pietri, Fedecámaras, la Cámara de Comercio de Caracas y los portavoces de numerosos grupos montaron una enorme campaña publicitaria dirigida a torpedear los proyectos del Gobierno. Los titulares proclamaban: En marcha la liquidación de la industria petrolera venezolana».
La Creole aseguraba que nuevos impuestos atrasarían y desgarrarían el progreso del país. Todo esto al tiempo que se bajó el ritmo de la producción y se llegó a las más críticas cifras en décadas. Copei se frotaba las manos porque para este partido era totalmente injustificado que el país recibiese más ingresos «porque estaba visto lo ineficiente y corrupto que era el gobierno». Un tal Comité de la Clase Media surgió de la nada para unirse a los ataques al gobierno.
Ante este río sucio, el pobre Leoni pedirá calma y le dirá a los partidos de oposición que se acordaran que de acuerdo con el Pacto de Nueva York, la política petrolera debía ser excluida del debate partidista.
La conclusión se hizo entonces clara para el mundo: Venezuela va directamente al comunismo665. Cuando el tema se llevó al Congreso, los partidos de oposición se retiraron para romper el quórum, y lo que se acabó finalmente aprobando fue posponer la discusión de la reforma tributaria, lo que resultó un contundente triunfo de las compañías. El anciano Leoni salió a decir entonces que las fricciones con las compañías se habían acabado y que todo estaba mejor que antes, que el gobierno dejaba de recibir cientos de millones de dólares.
Se acabó reduciendo, pues, la exigencias sobre los ingresos de las compañías. Pronto la Creole y la Shell anunciaron que se había disipado todo el ambiente de conflicto y dificultades para entenderse, y que retornaba la confianza y el progreso al país. Betancourt recibió estos anuncios paseando por un crucero, y tomando un martini, con fresa y un puntito de vodka, «caribeñamente delicioso». Aquella dependencia era irreverentemente irreversible, «porque nosotros los venezolanos habíamos nacido sólo para vender petróleo y esa era nuestra única misión y función, e imaginarse cualquier otra cosa es de locura y de absoluta irresponsabilidad».
De todo esto nació una gran amistad entre Rómulo y Arturo Uslar Pietri.
Pérez Alfonzo salió del gobierno de Rómulo totalmente defraudado y hasta arrepentido de lo que había hecho, y luego, en la época de Leoni, tuvo que confesar amargamente «que las ganancias de las compañías estaban aumentando hasta alcanzar niveles aún más altos que durante la dictadura de Pérez Jiménez, algo que consideraba intolerable dentro de un sistema democrático». De esta manera se le hacía evidente a Pérez Alfonzo, que bajo un régimen democrático, las anomalías de las dependencias del negocio petrolero debían corregirse urgentemente para la satisfacción de las grandes necesidades colectivas.