MÁS SOBRE LOS MEDIOS EN LA ERA BETANCOURT
Hay que decir que para entonces, la Cadena Capriles (dirigida por Miguel Ángel Capriles) trabajaba codo a codo con el gobierno. La acción de los francotiradores era el menú diario en los disturbios del centro y de los barrios. El propio Capriles llegó a declarar que Betancourt era la mano peluda que estaba detrás de esos disturbios, «para justificar cualquier tipo de medidas, así sean éstas anticonstitucionales y huérfanas de todo fundamento jurídico648». Por los atentados con niples lanzados contra las oficinas del diario Clarín, que se hicieron en abril de 1962, se acusó en la Cámara de Diputados a Miguel Ángel Capriles, quien como persona muy enterada de lo que estaba pasando dijo: «El lanzamiento de esos artefactos explosivos ha sido obra de la Digepol, siguiendo instrucciones de Carlos Andrés Pérez. El gobierno debería hacer cosas de éstas a menudo649». Así como Pérez ordenaba lanzar bombas contra Clarín, le entregaba un arsenal a la Cadena para que se defendiera. Estas armas, por cierto, se las entregó a Rafael Poleo.
La relación de Capriles con la CIA fue siempre un tema caliente en Venezuela, y ciertamente Miguel Ángel era un hombre terrible, y manejaba gran cantidad de información. Para estos asuntos estaba en contacto permanente con Carlos Andrés Pérez, quien recibía de la CIA para las actividades antisubversivas, 500.000 dólares mensuales.
Prácticamente Capriles dictaba la norma a seguir en muchos actos y decisiones de alta política de Estado. Mantenía una muy estrecha relación con Pérez y Betancourt, y fue él quien llevó la batuta para que el PCV y el MIR fuesen declarados ilegales; cuando esto se consumó, gritaba: «¡Ha sido un gran triunfo de la Cadena!»
Decía Miguel Ángel Capriles: Con noticias bien aderezadas y dirigidas, procuraremos mover la opinión pública para que la mayoría se sienta en peligro a causa del comunismo y surja un movimiento colectivo en pro de la ilegalización de los partidos extremistas… Nosotros podemos lograr esta decisión publicando todas aquellas noticias que reflejen cómo los comunistas y sus aliados están atentando contra la seguridad pública y contra los sectores económicos, contra el Gobierno y contra la estabilidad del sistema democrático.
También consideró un triunfo de la Cadena, cuando el 30 de enero de 1962 se conoció que en la Conferencia de la OEA, en Punta del Este, se había aprobado la expulsión de Cuba. «Le han dado la razón a Venezuela y a la Cadena —exclamó—, y a mí, que fui el primero en lanzar en mis periódicos la acusación contra Fidel y su gobierno, y en insistir que por ser comunista no podía estar representado en los organismos interamericanos». Consideró también un gran triunfo de su Cadena cuando el día 15 de febrero Betancourt clausuró las publicaciones comunistas Gaceta e Izquierda.
Cuando había que decidirse sobre el allanamiento de la inmunidad parlamentaria a los diputados Eloy Torres y Simón Sáez Mérida, teniendo en cuenta que el voto decisivo en este caso lo tenía Arturo Uslar Pietri, Capriles desató una feroz campaña para inclinar la balanza en contra de los «rojos». Así fue como consiguió que Uslar votara a favor de estos allanamientos.
El 11 de mayo de 1962, fue un día grandioso para él porque por Decreto Presidencial el PCV y el MIR dejaron de funcionar como partidos, y en una alocución al país, Carlos Andrés Pérez habló contra los «cimarrones» alzados contra el gobierno que ahora quedaban fuera de circulación. Para esta época eran diarias las comunicaciones telefónicas entre Pérez y Capriles, y éste (el «Führer» padre de todos los medios apocalípticos), exclamaba que le había pedido al premier supremo que se acabara de una buena vez con los comunistas por los medios que fuesen necesarios, y concluía: «el ministro estuvo de acuerdo conmigo».
El 10 de octubre de 1961, Capriles tenía informaciones fidedignas sobre un plan del Pentágono, denominado «Venezuela», en el cual se detallaban operaciones de desembarco yanqui en nuestro país, en el caso que la izquierda consiguiese derrocar al gobierno de Betancourt.
Igualmente tenía conocimiento de cuantas operaciones Estados Unidos llevaba a cabo en el continente, y buscaba que nosotros aprobásemos una Ley Anticomunista, puesta en vigencia en El Salvador. Se hizo una larga campaña en la Cadena con este fin.
Poco antes, en 1958, ante la brusca caída de los precios del crudo (y como represalia a la expulsión de ciertos capataces petroleros por parte de don Edgar Sanabria), Betancourt se enfrenta a la necesidad de detener la fuga de divisas, y revertir una terrible recesión económica.
En lugar de aumentar los impuestos a las grandes compañías petroleras, lo que hizo fue rebajar en un 10% todos los salarios. Este fue uno de los golpes más terribles que sufrió el pueblo en aquella época. Pero, para contener las posibles reacciones, Betancourt giró instrucciones determinantes a su ministro de Relaciones Interiores: «… que se prepare el ejército y la policía para actuar sin contemplaciones contra las huelgas y los perturbadores del orden público».
Ya a los elementos más derechistas, combinados con la burguesía, les parecía inútil intentar derrocar a Betancourt por cuanto nadie como él para asegurar los negocios del capitalismo. Para entonces estaban detenidos 250 oficiales en el Cuartel San Carlos y la Armada estaba bajo permanente vigilancia, pues el irascible jefe les había advertido: «A mí no me joderán como a Gallegos». Betancourt le había dado una terminante orden al ministro de la Defensa: «Sobre sus presillas descansa la seguridad de la República y la vigencia del sistema democrático. Mande usted como si fuera el presidente, que yo lo respaldo».
En el inicio del año 1962 la capital amaneció con leyendas por todas las paredes: Rómulo Renuncia; luego sólo se escribiría RR, de tanto que se repetía. Era entonces uno de los temas más comentados. Pronto comenzaron a arreciar las manifestaciones contra el gobierno y una de las consignas que más se repetía era, imitando a un pato: «¡Betancourt cuá, cuá, cuá!» El presidente se comunicaba frecuentemente con los cuerpos represivos. Las órdenes eran tajantes: «Plomo a los revoltosos, y al que se coja vivo que se pase a los tribunales militares…. Yo ni renuncio ni me renuncian».
Su estribillo preferido era: «Estaré en Miraflores ni un día más ni un día menos. De Miraflores me sacarán con los pies para adelante».
Fueron enjuiciados en los tribunales militares 138 extremistas. El hombre en Miraflores estaba tenso, diciendo que a él no lo iban a tumbar como a Gallegos, porque estaba convencido que la determinación de los países democráticos, principalmente Estados Unidos, era defenderlo a como diese lugar. Nada iba a ganar el imperio norteamericano permitiendo que otro militar tomara el mando cuando él, Betancourt, estaba haciendo las cosas tal cual le gustaban a las transnacionales. Más aún, él podía darles cuanto quisieran bajo la aureola de demócrata. Además quedaba clarísimo una vez más, que pueblo no tumbaba gobierno en Venezuela (sólo cierto hasta el 13 de abril de 2002).
Si los estudiantes se embochinchaban demasiado hasta el punto de hacer imposible la convivencia ciudadana, se enviarían sus marines, como ya lo habían hecho en Haití, República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Honduras. «Usted tranquilo, Rómulo. No afloje el gatillo», le dijeron en la embajada americana.
AD se había olvidado totalmente de los proletarios, buhoneros, zapateros, plomeros, bodegueros o carpinteros del sindicalismo, lo que resaltaba eran los cabilleros y las bandas armadas, porque los jefes como González Navarro, Vargas y Malavé Villalba vivían como príncipes en quintas lujosas, con choferes y autos de lujo. Pero para esa época los verdaderos amigos del Partido del Pueblo eran multimillonarios con los sólidos apellidos de Pocaterra, Cisneros, Tinoco, Salvatierra, Mendoza, Vollmer, Arria, Cordero, Zuloaga, Machado, Zingg, Uslar, Newman, Branger, González Gorrondona, Blohm, Di Mase, Boulton, Benacerraf, Beracasa. Desde entonces, Eugenio Mendoza (esto luego se haría una práctica para el resto de los grandes caimacanes criollos), tendría siempre socios de sus empresas en el Gabinete. Don Eugenio, durante el mandato de Betancourt, multiplicaría por veinte su fortuna. Después, los Vollmer pasarían a ser una de las familias con el más consolidado capital en Venezuela.
El 21 de enero caía asesinado en El Manicomio, el estudiante Alfredo Rafael Tirado. El 22 de enero moría en Maracay a manos de las bandas armadas de AD, Pedro José Ramos Núñez. Este joven fue asesinado por Pedro Rafael Alfonzo y Luis Betancourt, quienes tripulaban un camión de Cadafe. Ese mismo día también fue acribillado Miguel Arviaca, en Caracas.
Como se venía haciendo de manera normal desde 1959, cada 23 de enero se asesinaba a muchos jóvenes, y ese día de 1962 cayeron Ernesto Álvarez, en Acarigua, Alfredo Rafael Carmona, en Lídice, Isaac
Velásquez Luy, en La Pastora; Aníbal José Giménez, Ana Lourdes Pacheco, Justo Camacho, Carlota Ochoa (de 47 años, en Catia), Pilar Pérez Blanco…
De modo que este 23 de enero de 1962, fue particularmente sangriento; los asesinatos continuaron el día 24 con las muertes de Esther María Flores, en El Guarataro; Olga Hernández, en El Silencio, Ramón Guevara Solórzano, estudiante del Liceo Urdaneta muerto en el Nuevo Circo; Rodolfo García Graterol asesinado por la Digepol en Guanare; Rafael Hurtado Manuit, muerto en el 23 de Enero; Pilar Ponce Blanco, enfermera, a la que le alcanzó una bala dentro del Hospital Psiquiátrico; Santiago Alfonso Figuera, en El Silencio; Armando Sánchez Sisco, en Catia; Elías David La Rosa, estudiante de 21 años, asesinado en El Cementerio; Martín Palacios, de 15 años, alumno de la escuela Enrique Chaumer y Alfredo Rafael Tirado, en Lídice; Ernesto Alvio, en la Charneca; Antonio Díez, en Catia; José Zurita, Alberto Manzanares, Luis Ernesto Saavedra, Francisco José Rosales, en otras partes de la ciudad.
Fue una época tenebrosa, que el autor de este trabajo recuerda nítidamente, cuando no había noche en Caracas que no se escuchasen las ráfagas de las ametralladoras. Constantemente cruzaban la ciudad coches policiales cargados de agentes armados hasta los dientes; no había consideración con nadie y nadie estaba a salvo. Las noticias que llegaban del interior eran igualmente horribles: Julián Torres, fundador del PCV, luego de ser torturado se le aplicó la ley de fuga; apareció con un disparo en el abdomen; a Valentín Araujo lo mató la Guardia Nacional en Barquisimeto; Daniel Matute fue asesinado por la policía de San Juan de los Morros.
Aquel gobierno, peor que el de Pinochet, era considerado en el hemisferio occidental de «bien democrático», y Rómulo Betancourt se crecía con el nombre de padre de la democracia, no sólo de Venezuela sino de América del Sur. Es en ese enero turbulento, cuando mediante el Decreto 674, el gobierno decide restringir otras garantías; impone este decreto hasta abril, cuando el Congreso lo revoca. Son clausurados diarios, semanarios y noticieros.
Ardían protestas en los estados de Mérida, Sucre, Falcón, Portuguesa y Trujillo. Fabricio Ojeda anuncia públicamente que se va a las montañas. En marzo caen dos estudiantes más: Aquiles Bellorín y Álvaro Ruiz, asesinados por las bandas armadas de AD. Pedro Ortega Díaz, jefe de Operaciones Militares del PCV, entra en contacto con el capitán de corbeta Jesús Teodoro Molina Villegas y provocan el llamado Barcelonazo. El nuevo ministro de Relaciones Interiores, Carlos Andrés Pérez se distinguió entonces por sus métodos represivos y sin miramientos con quienes eran sorprendidos en protestas o disturbios.
Fueron fusilados muchos de los alzados en este movimiento de Barcelona. Se calcula que fueron más de trescientos los muertos en esta intentona.
Los cuerpos represivos son cada vez más agresivos, pues se les ha dado puerta franca para que actúen como les venga en gana: no hay jueces ni tribunales que vigilen por ley alguna. No existen organizaciones que velen por los derechos humanos, o que vengan y vean cómo se tortura en nuestras cárceles. En verdad, el gobierno de Rómulo, después del de Trujillo en República Dominicana, fue el que masacró a más estudiantes. El 1º de mayo cae asesinado el joven de 13 años, Manuel Infante, y cuatro días después, en Maturín son abaleados los estudiantes César Millán y Rafael Guerra. En Caracas, en la avenida principal de El Cementerio, el 8 de mayo, es asesinado el estudiante de la Escuela Técnica Industrial, Enrique Leonardo Pérez. El 4 de mayo, mediante Decreto Nº 746, se vuelven a suspender las garantías en todo el territorio nacional hasta el 31 de julio.
El 9 de mayo de 1962, se emitía el Decreto Nº 752, que suspendía de toda actividad política al PCV y MIR. La introducción la hace Carlos Andrés Pérez, quien plantea juicios de rebelión civil contra sus dirigentes, incluidos sus parlamentarios. El país era un hervidero de rumores. Circula la versión de un atentado contra el presidente y el periódico Clarín pone en circulación una edición extra donde se habla que uno de sus edecanes ha sido herido. Este diario será suspendido por quince días. El 27 de este mes, el Ministerio de la Defensa envía una circular a las diferentes dependencias militares alertándoles de un posible golpe de Estado. El presidente tiene entre sus planes estar en Mérida el 2 de junio para asistir a la reunión anual de Fedecámaras.
Los altos jefes militares le recomiendan suspender la gira. Betancourt es tajante: «Cuando asumí la presidencia acepté correr esos riesgos. Dé instrucciones al mayor Gustavo Carnevali para que se traslade a Mérida con tropas del Destacamento de la Guardia Presidencial y se responsabilice por mi seguridad, mientras yo permanezca en esa ciudad».
La caravana presidencial, corriendo muchos riesgos, salió hacia Barinas el 1º de junio a las 6 de la mañana. En el trayecto van los militares comunicándose con todos los cuarteles y altos personeros del gobierno. Al llegar a Barinas, el coronel Soto Tamayo consigue convencer al presidente de que se pernocte allí, en el Hotel Los Llanos y se continúe el viaje, al día siguiente de madrugada. Se hacen los preparativos para el alojamiento. Se recorren las cuadras con pelotones de soldados, y los altos oficiales, comienzan a recibir un radiograma del Ministerio de Relaciones Interiores. Carlos Andrés Pérez le participa al Alto Mando que se ha producido un alzamiento en Puerto Cabello, y que ya ha alertado al comandante de esa base naval, capitán de navío, Jesús Carbonell Izquierdo.
El presidente musita: «Es muy difícil gobernar a este país». Enciende un puro y se retira aparte a una sala. Se esperan nuevas noticias. A la una de la madrugada, otro radiograma informa que para las 5 de la mañana está programado un estallido subversivo en todo el país. El presidente se retira a su habitación. A las 5:30, nada se sabía todavía. A las 6 se dirigen a casa del gobernador para tomar el desayuno. A las 7:30, cuando están terminando de desayunar, se recibe otro radiograma: el Batallón Nº 2 de Puerto Cabello se agrega a los sublevados, y la Guardia Nacional en el lugar se mantiene fiel al gobierno, y mantienen control de las instalaciones de El Palito.
Betancourt se pone de pie, y le dice a sus edecanes que se suspenda la gira, y se retorne inmediatamente por tierra a Caracas. Soto Tamayo le hace ver la gravedad de la situación y que es preciso regresar por avión.
Rómulo se muestra sereno y seguro que saldrá victorioso de esta nueva crisis. Llegan a La Carlota, y ya a las 9:30 de la mañana se encontraba el presidente en Miraflores coordinando con el ministro de la Defensa un ataque contra los insurrectos: Sólo 200 infantes de marina y 300 civiles ocupaban el casco de la ciudad de Puerto Cabello.
Entonces se ordena movilizar al Batallón Piar desde Barquisimeto, el «Motoblindado» de Maracay y el «Carabobo», de Valencia. Entre la joven oficialidad de estos destacamentos hay un odio terrible contra Betancourt, pero se sienten impotentes, condenados, carecen de un líder. Se concentran todas estas fuerzas junto con 600 guardias nacionales a las puertas de la sitiada ciudad. La escuadra al mando del capitán de navío Benatuil, bloquea al puerto desde el mar y la aviación cubre el cielo con toda libertad. Con tal situación, se hacía innecesaria una matanza. El Alto Mando militar aconsejó rendición por bloqueo, pero Betancourt insistió en una acción inmediata «con órdenes directas a sus fichas de confianza».
Con frecuencia Rómulo Betancourt se comunica con el Departamento de Estado para informales que cuanto sucede son cosas de bochincheros cuyas perturbaciones carecen de peligro porque no tienen armas; que las Fuerzas Armadas se encuentran monolíticamente del lado del gobierno. Que no hay nada que temer.
Cunden revelaciones más horribles todavía; poco antes de esta rebelión, un grupo de jóvenes miricos le había pedido a Rómulo Gallegos una entrevista, éste les contesta que no quiere verlos. El portento de las letras venezolanas que nunca fue joven y que entonces los adecos llamaban «Maestro de Juventudes», que jamás insurgió contra Gómez, que jamás escribió un artículo contra los dictadores venezolanos, que vivió en el exterior recibiendo una pensión del dictador Marcos Pérez Jiménez, éste hombre alelado en su gloria, como fiel ejemplo de lo que son los adecos, mandó al diablo a una juventud que sí se había quemado el pecho en la resistencia, en la clandestinidad, con enormes esperanzas de que al fin tuviéramos patria. Gallegos no sabía qué hacer con un montón de dinero que había recibido recientemente, pues Betancourt ordenó que se le pagase los sueldos caídos como presidente, y viáticos por diez años de servicio que remontaban la friolera de dos millones setecientos sesenta mil bolívares. Tal vez esto también le inutilizaba para entender el país.
Muy pocos van descubriendo que la fulana novela Doña Bárbara no encierra ninguna crítica al imperialismo norteamericano, porque el fulano mister Danger que en ella aparece, es un tío cordial, medio cuatrero y borracho, nada que ver con el monstruo del norte que aplicaba la Enmienda Platt contra Cuba, que masacraba dominicanos, que invadía Haití y que condenaba a la esclavitud más infame a todos los países donde funcionaba la United Fruit Co. Lo único valioso que había hecho mister Danger era meterle un tiro a un caimán, al que dejó tuerto, algo realmente poco creíble, por demás.
La canción de los verdugos no cesa: el 9 de mayo caen asesinadas dos mujeres en el barrio Los Alpes, de El Cementerio: Eduvigis Colorado de Urbina y Eulalia Fuenmayor de Salas. El 22 de mayo es monstruosamente torturado por la Digepol, José Gregorio Rodríguez, miembro del Comité Regional del PCV. Luego es lanzado desde un 4º piso.
Y finalmente, para esos sufridos medios de comunicación que se han convertido en las más espantosas plañideras del planeta desde que Hugo Chávez asumió el poder en 1998, aquí les coloco este comunicado:
República de Venezuela – Ministerio de Relaciones Interiores
Dirección Nacional de Información, Número 8
Caracas 29 de junio de 1962. 153º y 104º
Resuelto:
Por cuanto aparecen frecuentemente publicaciones con noticias falsas o evidentemente exageradas sobre materia de orden público que producen alarma e intranquilidad colectivas, se hace del conocimiento de todas las empresas editoras del país y de los dueños de periódicos, radiodifusoras y televisoras, que de acuerdo con el decreto vigente de suspensión de garantías, Nº 746, de fecha 4 de mayo de 1962, el cual incluye la establecida en el artículo 66 de la Constitución Nacional, relacionada con la libertad de expresión del pensamiento, se ordena que las publicaciones del país, sea cual fuere su naturaleza, se abstengan de dar informaciones relacionadas con el orden público, manifestaciones con avisos o remitidos, detenciones, alteraciones del orden, actos de terrorismo y demás hechos semejantes, sin consultar previamente con los funcionarios designados al efecto por el Despacho o por la respectiva Gobernación del estado, según sea el caso.
A los infractores de la presente resolución se les aplicarán las sanciones que el caso amerite, de acuerdo con el régimen de excepción vigente en el país.
Comuníquese a las publicaciones, radiodifusoras y televisoras.
Carlos Andrés Pérez