Por: Freddy Parada
Insólito que la paz y la guerra como competidores se disputen la llegada nariz con nariz, creen la confusión de quien ganó y se apele a la fotografía para dilucidar el que perdió. Absurdo que la guerra haya alcanzado los niveles de simpatía que ponen en duda la sindéresis y la estabilidad psíquica de quienes la defienden. Locura que las controversias, de ahora en adelante, se disipen con cañonazos y bombas, con misiles y artillería. Demencial observar que los gobiernos se cautiven más por la guerra mientras los pueblos añoren la paz que en sus vidas llega y se va por el asedio de la dictadura del capital que la cerca y la tortura.
En la guerra, en su antes y desarrollo, como todo casino, apuestan los que tienen, los que aspiran a ganar, los que tienen fuerza de capital y aspiran el control de todo lo que les rodea. En ese casino se apuesta para ganarlo todo. Hay casino de casinos.
En el casino de la guerra participan pocos, son puñados que no llegan al centenar. Los bandoleros y bandidos de nuevo estilo y de una interioridad anímica y psicológica más sanguinaria a la de los wéstern de cine y televisivos son los que participan. El requisito de ingreso ser multimillonario.
En el casino de la guerra hay pocos ganadores y muchos los perdedores. Los perdedores no se inmutan, les queda en demasía mucho capital, la cual aspiran recuperar en otro episodio bélico. De esa esquizofrénica y psicótica realidad, la guerra se convirtió en un tema trivial de conversatorio menudo en la mayoría de los espacios de la vida. Tan común como la desnudez de la parte intima trasera del auto proclamado, y hasta un hazme reír de unos cuantos que no son pocos.
La guerra la genera el capital, quienes no saben lo que tienen en capital activo y fijo, por la abundancia excesiva; los que se enriquecen en cantidades exorbitantes a costilla del trabajo y la miseria de todas y de todos. No hay rincón en el mundo donde no tengan presencia. A diferencia de los políticos que se esmeran por ser conocidos, estas familias procuran por pasar desapercibidas en cada una de sus andanzas.
Toda guerra tiene sus etapas, en la fase preparatoria, los multimillonarios actúan, su participación es decisiva, no hay nada que no se haga a sus espaldas, ni nada que no quieran se haga. En la fase de desarrollo, ellos sólo reciben a millares de kilómetros de distancia las noticias de lo sucedido y de lo que sucederá. En esta fase los actuantes son otros. La raza blanca, la pura, la que no esta mezclada con otra, pero muy lejos al estatus que tienen el real poder del dinero, tampoco está en el escenario de la batalla. En el terreno de lucha están los pobres, los negros y trigueños, los indios, los que no son blancos puros, los que luchan sin saber las autenticas razones de su lucha, salvo el concepto amorfo, lánguido, desvanecido, raquítico y escuálido de patria y de libertad.
Ahí en ese escenario, la sangre se convierte en riachuelos y luego en ríos; la paz queda pulverizada y surgen nuevos tipos de seres humanos, de corazones rotos, de almas compungidas, de miradas perdidas, de pensamientos perforados por largas pesadillas, de lagrimas publicas y escondidas, acompañadas por un ímpetu que produce la post guerra : comenzar de nuevo, construir lo destruido, el de trabajo de equipo, de solidaridades permanentes, de reconocimiento a los otros, del surgimiento de nuevos amigos, de no rendirse y de mirar hacia adelante en búsqueda del futuro añorado, temporalmente destruido.
Los costos de la guerra son vastos, no sólo en lo económico, en lo social, político, cultural, moral, ambiental, ético, psicológico. La guerra lacera todo. Tiene la capacidad de hacer llorar hasta los pájaros y los mares. Toda la naturaleza tiembla ante el rujar de las maquinas y los gritos de las victimas.
Los costos de la paz son pocos, porque no se construye con armas de destrucción masiva, con aviones y helicópteros de combate, sino con hospitales, escuelas, universidades, teatros, parques recreacionales, con trabajo digno y salarios dignos, sin robo ni amenazas. La paz acarrea disminución acelerada del sistema punitivo, menos policías, menos militares, menos jueces y menos cárceles. La paz es amiga de la humanidad, lo contrario de la guerra. La paz es el mejor recinto para la meditación y la recreación, para la imaginación y la fantasía, para el amor y para el hogar.
No se puede construir en la guerra, ni producir. La construcción de lo pequeño o lo grande sólo se puede lograr en la paz. La paz es el medio fecundo para hacer realidad los sueños dignos que se procuran. La vida deviene de la paz, el fuero materno es un recinto de paz, de solidaridades y complementariedades, no de competencia destructiva.
La guerra es una patología de la vida humana promovida por el poder del capital. La paternidad de la guerra no la tiene el pobre, la ha tenido y la tiene el poder que acumula grosera y morbosamente el capital.
La paz la construyen los pobres. Se construye de abajo hacia arriba, su estructura está hecha de sensibilidad, de afectos, de lo mejor de las cualidades humanas. La guerra por su naturaleza misma, por su diseño y ejecución, busca la aniquilación del contrario y tiene como nacimiento la maledicencia.
La paz deja ser paz cuando la explotación la corroe, la codicia la envilece, el individualismo la enferma, su hábitat lo contaminan. La paz deja ser paz si la convierten en mercancía, porque el valor de cambio la putrefacta. La paz es imposible en el sistema de capitales que crece y se desarrolla aprovechándose cruelmente del trabajo ajeno, potencia el individualismo educa para el egoísmo y la trampa, para la competencia destructiva a nombre de la acumulación desmedida de la ganancia.
Los mercenarios de la guerra: el intelectual y el material, cautivan a ingenuos quienes por deseo de figuración negocian con ellos, y la aparente sensibilidad labrada en el tiempo se rinde y termina arrodillada por el Rey dinero y por las fantasías que ofrece el capitalismo hollywoodense.
La paz no puede competir en esos escenarios ni en esas maneras de cautivar militantes a su favor. Su pensamiento y acción es desinteresado y de elevado altruismo.
La guerra como negocio tiene como escenario fecundo para sus aterradores fines el capitalismo. El capitalismo es en esencia la sociedad de los negocios. Los negocios como medio y los negocios como fin, es la sociedad donde los negocios lo convierten en Dios, como Destino Manifiesto.
La paz posee como terreno prolífico para acometer sus objetivos históricos y estratégicos el socialismo. Que es la sociedad del ser. La sociedad donde el ser gobierna al tener. La sociedad de la especie humana, de la vida en su máximo esplendor. La sociedad de la equidad, de la igualdad de oportunidades, de la democracia que tiene como fase superior al socialismo.
La Venezuela de hoy quien es objeto brutal de ataques absurdos es la mas prístina evidencia de la guerra como negocio; la más fehaciente prueba de participación de multimillonarios inversores extranjeros que apuestan como casino por el animo de multiplicar sus ganancias obteniendo riquezas que no le pertenecen o construyendo lo que destruyó; la incuestionable muestra de comprometer la conciencia de jóvenes artistas a cambio de acezar a más espectáculos en vivo, a ser actores de televisión o de cine y salir en revistas de espectáculos que los hagan sentir momentáneamente como seres impolutos en la sociedad de los engaños.