Primer impasse legalista
El general Serviez y Santander están entre los que siguen hacia los llanos por la ruta de Casanare. Las rencillas entre venezolanos y granadinos continúan enrareciendo el ambiente.
Los segundos decían que los primeros eran agresivos e intransigentes, brutos y mandones.
Santander no conocía hasta aquel momento la vida de los llanos y a los llaneros, y la impresión que le produjo aquellas inmensidades con sus gentes semidesnudas o desnudas, descalzas, rodeadas por peligros de todo tipo, en donde sobre- vivían los más capaces y mejores dotados físicamente, jamás pudo comprenderla ni aceptarla. Trabó amistad con José Antonio Páez y con él recorrió grandes extensiones hasta la región de Trinidad de Arichuna, viendo la manera diestra y admirable como este indómito llanero manejaba la lanza, nadaba con ella, coleaba y montaba a pelo su brioso caballo.
Se vio que no estaba en condiciones de convertirse en jefe de aquellos bravos patriotas. Correr a caballo, meterse en los ríos y manejar la lanza como un florete, requerían de un tenaz y largo entrenamiento y, prácticamente, había que nacer con especiales condiciones para hacerlo.
La división de Casanare, a las órdenes del coronel venezolano Miguel Valdez, propuso a Serviez, a Urdaneta y a Santander, y a otros oficiales, que se reunieran en el Arauca para saldar muchas diferencias y ponerle coto a la anarquía. Aquella junta se reunió sin la presencia de Urdaneta el 16 de julio de 1816. Entre otros, estaban el ya referido coronel Miguel Valdez, los tenientes coroneles Paredes y Guerrero y los comandantes de infantería. ¿Con qué laureles y antecedentes se presentaba Santander como para convertirse en el posible jefe militar de la zona? Verdad era que se había salvado de la degollina realista que acabó con millares de sus compatriotas en Nueva Granada, pero no había participado en un solo hecho glorioso en el que él hubiese dado pruebas de arrojo militar, de cualidades estratégicas valiosas y determinantes frente al enemigo: un rosario de fracasos, de posiciones vagas y cobardes y de mediocres actividades eran las que sobrellevaba. Sin duda que la información que sobre él tenían aquellos llaneros venezolanos, que lo reciben en Guasdualito, era totalmente equivocada, confusa.
Dice el historiador Rafael María Baralt que “los tristes restos que sobrevivieron a Morillo y a varios jefes oficiales distinguidos llegaron a Guasdualito y luego pensaron en establecer un gobierno que diese unidad y eficacia a los refuerzos comunes y los libertara del caos político”. Se nombró Presidente de la República al teniente coronel Fernando Serrano, ex gobernador de la provincia de Pamplona; consejeros de Estado a los generales Urdaneta, Serviez, y al doctor Francisco Javier Yáñez. El mando en jefe del ejército se confirió por mayoría al coronel Santander. Baralt dice “que aquel minigobierno, sin tierra ni súbditos, era altamente ilegal y ridículo”; y se pregunta: “¿El ejército de Santander, granadino desconocido en Venezuela a la que jamás había hecho el más pequeño servicio, dónde estaba?”.
Sin embargo, el historiador granadino J. M. Restrepo toma más en serio aquella administración y hace notar un punto de honor y delicadeza en favor de su paisano. Dice que éste, sorprendido por su nombramiento, y no creyéndose con las cualidades para mandar a los llaneros de Venezuela, hizo esfuerzos porque se admitiera su renuncia, que presentó en el acto; pero ésta le fue negada. Añade Restrepo, que uno de los motivos principales que le hicieron predecir a Santander un mal resultado de aquel nombramiento, era que se le había tachado, desde los sucesos en Cúcuta entre Bolívar y Castillo, de enemigo de los venezolanos. Sigue diciendo, entre otras cosas, que Santander no tenía dotes para mandar hombres semibárbaros como los llaneros de Casanare y del Apure; que éstos sólo apreciaban a los jefes que tenían un valor y fuerza corporal superiores a los demás, que domaban los caballos cerreros, toreaban con destreza y atravesaban a nado los ríos caudalosos; que Santander sólo era un buen oficial de Estado mayor, instruido y civilizado, y que esto los llaneros lo veían con recelo.
Hasta entonces, los granadinos no tenían un guerrero de la talla de Páez o Bermúdez, Mariño o Urdaneta y otros tantos, quienes en territorio venezolano habían provocado grandes pérdidas a los realistas. Así que las sugerencias del coronel Valdez para formar una unión con aquellos granadinos eran harto generosas. La historia sobre la renuncia de Santander la cuenta Baralt de otra manera; dice que cuando aquel cuerpo administrativo se trasladó a Trinidad de Arichuna, varios jefes venezolanos se opusieron fuertemente a él, y propusieron en su lugar a un jefe único y absoluto que tuviese la confianza de los llaneros y les llevara a una guerra total contra el enemigo. Se provocó un pequeño desorden pidiéndose la deposición de Santander, y viendo éste que no era el hombre de aquellas circunstancias, renunció inmediatamente al mando ante el presidente Serrano.
El principal promotor de la deposición —dice O’Leary— fue el coronel Rangel. Observando éste la apatía con que Santander miraba las privaciones de las tropas y el descontento de los oficiales, le hizo en nombre de éstos y en distintas veces algunas observaciones. Vio Santander como impropio de un subalterno las palabras de Rangel, y tanto por orgullo como por espíritu de contradicción insistió en las medidas que había adoptado. El disgusto se hizo general y Santander aparentó no perturbase. Resolvió Rangel removerle de un puesto que desempeñaba con más terquedad que lustre. Con todo hizo todavía un último intento para persuadirle a que oyese los justos reclamos de los oficiales. Se dirigió a su habitación, donde le encontró tan tranquilo como si nada sucediese.
—Coronel —le dijo Rangel— estamos en la necesidad de salir de este lugar, las tropas están disgustadas y los caballos muriéndose de hambre y de sed con la sequía.
—Yo también debo morir algún día —fue lo que respondió Santander.
Después de una fuerte discusión, Santander renunció, y con “un digno ejemplo de patriotismo se presentó a servir en la misma división que había sido jefe”. Aunque cabizbajo y silencioso, viendo el techo pajizo del rancho donde se encontraba, debió decirse: prefiero servir a los godos, que a estos bichos insensatos…
Dos años menor que Páez, Santander resultaba en ciertos aspectos su polo opuesto: sus divergencias morales serán, con el tiempo, los arquetipos políticos de las regiones que representarán. Páez era arrebatado y mañoso; los venezolanos serán arrebatados y tramposos. Páez era muy mujeriego y, por tanto, atrevido, desconfiado. Santander era de falsa delicadeza, proclive a ceder ante lo convencional; rencoroso y vengativo, y tenía paciencia, sabía esperar: amaba eso que se llama el espíritu de las leyes, pero en verdad que sólo cuando debía esgrimirlas para favorecer sus planes, sus muy personales proyectos. Lo del encontronazo en Trinidad de Arichuna los muestra a los dos claramente: cuando Santander, enfático, reclama le sea aceptada su renuncia, Páez se ríe de estas minucias. Funesto habría sido el resultado de haber resultado designado Santander como Comandante en Jefe del Ejército en aquella ocasión.
Páez era todo un gran señor del poder sobre Apure, rica provincia que entonces tenía un millón de reses y medio millón de caballos, cuarenta mil de ellos domados y listos para ser utilizados en la guerra. ¿Qué habría hecho Santander, en caso de que hubiese tenido valor militar, con los inmensos recursos que había en los llanos, ante aquella famosa comisión que enviaría el general Bolívar quien, de paso, se encontraba con fuerzas sin cohesión, maltrecho y desobedecido por oficiales de inferior rango al que ostentaba Páez para proponer nada menos que se le reconociese como jefe supremo de la república? Páez no vaciló ponerse bajo sus órdenes, a pesar de que hasta entonces no lo conocía personalmente. Tampoco se puso Páez con teatros legales para despojarse del mando supremo que se le había conferido y del cual no tenía facultades para delegarlo en otra persona. Tan mal se hablaba entonces de la fiereza y el salvajismo de los llaneros, que no era concebible una conducta moderada al servicio de los cultos abogados, legisladores y burócratas, al estilo de Santander, y que a la postre habrían de provocar desastrosas luchas locales, que aún continúan siendo la negra mancha que sufre la República de Colombia, por ejemplo.
Hasta esta época, Páez no había sido envenenado por la ambición personal, por la oligarquía caraqueña y valenciana. Podía decirse que era un hombre puro, un verdadero revolucionario.
Así pues, que el tembleque gobierno instaurado en Guasdualito vivió poco, aunque dio un impulso tremendo a la suerte de Francisco de Paula Santander, que hasta entonces había vagado de un lado a otro de la región de Cúcuta, con restos de divisiones derrotadas. Lo único interesante que todavía podía mostrar a sus compatriotas era su juventud, cierta cultura y el haber tenido la suerte de encontrarse con un título de Coronel sin grandes sacrificios, además de haberse salvado de la horrorosa persecución de los españoles quienes colocaron un gran cerco en el triángulo de Pamplona-Ocaña-Cúcuta.
La denominada Junta de Guasdualito pidió un jefe absoluto, y la elección recayó en José Antonio Páez, realmente el auténtico caudillo de la única fuerza que allí había.
En este impasse con jefes venezolanos, Santander da las primeras muestras de su obsesión legalista. Cuando Páez le dice que, ante las graves circunstancias, el grueso de los oficiales ha decidido conferirle el mando supremo y sólo obedecerle a él, Santander consiente, pero añade que sólo entregará el mando y se someterá a sus órdenes siempre que se admita su renuncia. Algunos observaron que era innecesario, pues habían desconocido su autoridad. El coronel granadino ante tantos argumentos, no hace sino repetir que sólo entregará el mando si se le acepta su renuncia, y el grupo que lo rodea insiste en la inutilidad de aquel acto; entonces, enérgico, dice que prefiere que se le quite la vida antes de consentir tamaño ultraje a su persona. Para dar énfasis a las palabras clava su espada en tierra. Fue entonces cuando no se supo por qué giros de la historia,
Páez llega a admitir las razones de Santander.
Más tarde, en 1837, Santander dirá en sus Memorias: “Yo no debía continuar mandando unos hombres propensos a la rebelión y en un país que se creía deshonroso que un granadino mandase venezolanos”. En cambio Rafael María Baralt sostiene:
“La verdad del caso, es que Santander tenía contra sí fuertes antipatías, que no era hombre para tanto, y por fin que, aunque dotado de una capacidad distinguida, no poseía instrucción en su ramo ni disposición natural para la guerra; él entraba en aquel número que los llaneros llaman de pluma por mal hombre”.
Así y todo, Santander no quedó tan mal parado de aquella penosa prueba. Asumió el mando Páez, investido de la suprema autoridad civil y militar, y organizó tres divisiones de caballería las cuales pasaron a ser comandadas: una, por Rafael Urdaneta; otra, por Manuel Serviez y la tercera por Francisco de Paula Santander. El objetivo inmediato de Páez fue el adueñarse del bajo Apure, y a finales de 1816 estas fuerzas patriotas avanzaron hacia Barinas.