La mano de EE UU en la primera sublevación contra Bolívar
Nos dice O’Leary que en cuanto el Libertador salió para Venezuela fue testigo en Bogotá de toda clase de intrigas:
Por aquel tiempo (nos refiere) se formaron sociedades secretas que se denominaban Círculos, cuyo objeto principal era minar la reputación del Libertador y sembrar la desconfianza entre las diferentes secciones que componían a Colombia; desconfianza que tan amargos frutos habría de dar después. El Círculo principal residía en Bogotá y constaba de doce individuos, cada uno de los cuales era jefe de un Círculo subalterno, que se componía también de doce miembros, y así sucesivamente se formaban otros en la provincia… Por medio de esta organización, de la que eran principales directores Santander, Soto y Azuero, se mantenía agitando al país y se concitaban odios contra el Libertador, haciéndole aparecer como enemigo del pueblo y promotor de planes liberticidas.
Estos Círculos dirigían periódicos como El Conductor, desde el cual Azuero y Soto atacaban a Bolívar. Es difícil evaluar la honda depresión que provocaron aquellos libelos. De estos Círculos saldría la orden para asesinar a Sucre. Imagínese pues el lector el modo criminalmente “revolucionario” con que en aquellos tiempos, nuestros “demócratas” ejercían y practicaban la reciente independencia del territorio: asesinando a sus libertadores. ¿Qué moral, qué principios y qué dignidad podían esperarse de las generaciones posteriores si la honda repercusión de aquellas locuras la llevamos en el inconsciente, en la irremediable tendencia a constituir grupitos de partidos corruptos, y con ellos imponer una camarilla avarienta y sórdida, —de paso se usaban los títulos más notables del lenguaje revolucionario para aparecer como intocables, indispensables—. Era por esto, señor Arciniegas, por lo que Bolívar sabía que después de su muerte todo iba a perderse.
Cuando Santander atacaba al Libertador se mantenía anónimo; quería sopesar el efecto de sus calumnias. Temía perder eso que se llama: ascendiente político sobre las masas. Se conducía rodeado de una bien trajeada columna militar que, con ruido de espuelas y pasos marciales, atraía las miradas de los ociosos parroquianos. No faltaba quien, desde los balcones y ventanas, echara vivas patrióticas con aguas de jazmín y rosas.
Esas satisfacciones, para finales del año 26 y principios del 27, no colmaban sus deseos. La batalla de Boyacá, la máxima gloria de su carrera militar, parecía opacada por otros triunfos. Todas sus pretensiones para hacerla la batalla oficial de la independencia de Colombia encontraba oposición entre muchos generales. Más aún, tendía a levantar fuertes polémicas ya que asociaban aquel acontecimiento con el insólito acto de fusilamiento de los treinta y nueve oficiales realistas. En este sentido Francisco emprendía una doble lucha: primero, cometía actos abusivos de autodestrucción moral para callar sus propias voces y, segundo, buscaba la forma de eliminar a quienes aún se lo recordaban. Este proceso confuso lo hacía cada vez más irascible llegando a exclamar que lamentaba no haber podido fusilar treinta y nueve mil españoles.
Habiéndose acabado las guerras contra el invasor europeo y ante la posibilidad de hacer un balance sereno de lo conseguido y escoger a los nuevos pilotos del país, comenzó una desbocada movilización por el poder. Bolívar seguía en Venezuela, Sucre en el sur y todo el peso de la tempestad se concentraba en Bogotá: había llegado la hora para que el Vicepresidente utilizara argumentos y métodos parecidos a los de Páez.
No pudiendo sublevar cuarteles, optó por provocar un escándalo en el Ejército colombiano libertador del Perú, estacionado en Lima. La excusa sería la defensa de la Constitución, situación que le venía de perlas en momentos cuando el Libertador había perdonado a los revoltosos de Venezuela, a los anticonstitucionalitas de Páez, Guzmán y Peña.
El objetivo era sublevar a la Tercera División del Ejército colombiano comandada por el general venezolano Jacinto Lara, la fuerza militar más importante en el sur. Uno de sus oficiales, enviado con órdenes expresas desde Bogotá, coronel granadino José Bustamante, depuso y encarceló a los jefes venezolanos e hizo después un acto ridículo de fidelidad a la Constitución. Las imprevisiones de aquel amargo desenlace recayeron como siempre sobre el Libertador, a quien sus propios amigos acusaban de haber dejado al general Jacinto Lara en tan delicado cargo. Se decía que Jacinto no era el hombre para conciliar los intereses del pueblo peruano con los del Ejército colombiano.
Ya estaba en plena marcha la inmensa red subversiva que Santander había armado con Henry Clay, Secretario de Estado de los Estados Unidos, el diplomático Anderson, radicado en Bogotá, y William Tudor, cónsul de los EEUU ante el Gobierno del Perú. El que incitó y coordinó la acción de Bustamante fue William Tudor.
Si Bustamante fracasaba se tenía listo el plan B, que consistía en preparar la guerra del Perú, dirigida por el general Lamar —prácticamente convertido en Presidente del Perú, gracias al apoyo norteamericano— contra Colombia, en cuyos intríngulis estaba también bien metido Santander. Como era difícil desestabilizar por dentro a Colombia, entonces, había que empezar por el sur.
Los espías al servicio de William Tudor consiguen una importante correspondencia entre unos papeles de Jacinto Lara; Tudor envía un informe, el 3 de febrero de 1827, al Departamento de Estado en el que dice:
Se encontraron muchas importantísimas cartas de Bolívar, de Sucre y de otros generales, las cuales arrojan considerable luz sobre los designios del primero, y serán una ayuda poderosa para Santander en sus esfuerzos para proteger la Constitución de Colombia contra los pérfidos designios del Usurpador…
Estrechamente trabajando con Santander, Tudor frotándose las manos al ver que el “Coloso” se encontrará en serios y violentos aprietos, agrega en su informe:
La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más consoladoras. Esto no es motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habría consumido todos sus recursos, sino que también los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso en el futuro… si hubiera triunfado, estoy persuadido de que habríamos sufrido su animosidad…
EEUU estaba echando las bases para la organización de un sistema colonialista y esclavista para América Latina, porque Tudor añade que la fe principal que mueve al Libertador es “su odio a la esclavitud y el deseo de abolirla. Leed su incendiaria diatriba contra ella en la introducción a su indispensable Constitución (…) contémplese el Haití de hoy y a Cuba (inevitablemente) poco después y al infalible éxito de los abolicionistas ingleses (no por virtud, eran abolicionistas); calcúlese el censo de nuestros esclavos; obsérvense los límites del negro, triunfante de libertad y los del negro sumido en sombría esclavitud, y a cuántos días u horas de viaje se hallan el uno al otro; reflexiónese que… la gravitación moral de nuestro tiempo… es la afirmación de los derechos personales y la abolición de la esclavitud; y, además, que por diversos motivos, partidos muy opuestos en Europa mirarían con regocijo que «esta cuestión se pusiera a prueba en nuestro país»; y luego, sin aducir motivos ulteriores, júzguese y dígase si el «loco» de Colombia podría habernos molestado.
¡Ah, Señor, éste es un asunto cuyos peligros no se limitan a temerle a él!…”
Así, pues, que la trama para destruir la Gran Colombia se armó en Perú, con la estrecha ayuda del Departamento de Estado de EEUU. El 27 de mayo de 1827, Tudor escribirá a Washington:
Ayer recibí una carta del coronel Elizalde, quien manda la división que entró en Guayaquil… Me informa que todo marcha de la manera más favorable; que el 27 despachó una columna con dirección a Quito para que se una a la División mandada por Bustamante, quien entró el 25 del mismo mes, todos los cuales están ahora indudablemente en Quito… El general Santander habría recibido la noticia del movimiento de aquí con satisfacción y le habría escrito a Bustamante aprobando su conducta.
Como fracase la tentativa de Bustamante, entrará en acción Lamar, en la que EE UU pone sus más altas esperanzas, por cuanto que según Tudor:
Lamar es indudablemente el primer general de la América del Sur… Bolívar, que originalmente fue sólo un capitán de milicias, es inferior a él… Si llegan a chocar, estoy plenamente seguro que, a menos que la superioridad de fuerzas sea muy grande del lado de Bolívar, éste será derrotado…
Las novedades del Perú provocaron el mayor entusiasmo en Bogotá. Ni las batallas de Pichincha, Bomboná, Junín o Ayacucho, causaron el júbilo “patriótico” que levantó en la capital la rebelión de Bustamante. Los estudiantes se echaron a la calle para arengar consignas “liberales”: marcharon bandas de música por las avenidas principales, y se oían repiques de campana, estallidos de cohetes, todo en un vocerío de vivas y aplausos a la Tercera División.
Toda la tarde y parte de la noche, la comparsa no cesó en su algazara. El Vicepresidente salió a la calle rodeado de numerosa multitud donde se hallaban militares, legisladores, estudiantes y escribas de todos los calibres.
Entre estos patriotas, estaban Joaquín Posada Gutiérrez y el joven Juan de Francisco Ortiz.
Posada Gutiérrez estaba influenciado por Santander; “éste mostraba en su semblante, en sus arengas y en sus vivas a la libertad, el intenso placer que le dominaba, aunque alguna que otra vez no dejara de notársele una inquietud que procuraba en disimular”.
El arrastre popular de la rebelión fue un verdadero éxito para Santander. Hombres sensatos, imparciales y verdaderamente patriotas se acercaron hasta él, para expresarle solidaridad, apoyo. No se daban cuenta de que vivían los destellos primeros de la gran desintegración nacional.
Tampoco sabían que Bustamante, un pobre diablo que jamás se había distinguido en nada, actuaba movido por dinero y por la vil promesa de ser protegido por el Gobierno de Bogotá. Era de veras inaudito que algunos militares granadinos consiguieran preseas como más tarde sucedería con Obando y López aniquilando a la patria y asesinando a sus mejores hombres. ¡Cómo habrían de lamentar luego, los verdaderos patriotas, su participación en tan pérfida celebración! Ante estas torpezas, en pocas líneas el Libertador presenta su alma límpida en una carta enviada al coronel José Félix Blanco:
Agradezco infinito el interés con que Ud. ha combatido por mi opinión, y en cuanto a las respuestas de Santander, nada diré: el mundo nos conoce. A mí me fuera muy fácil escribir otras tantas gacetas en mi elogio, y en desprecio de otro; pero no es ésta es mí ocupación. La patria y el bien me quitan tiempo que el señor Santander invierte en desfogar pasiones muy ajenas de un magistrado.
El 14 de marzo, escribía Santander al faccioso Bustamante:
Ustedes, uniendo su suerte, como la han unido, a la nación colombiana y al gobierno nacional bajo la actual constitución, correrán la suerte que todos corremos. El Congreso se va a reunir dentro de ocho días, a él informaré del acaecimiento del 26 de enero; juntos dispondremos lo conveniente sobre la futura suerte de ese ejército y juntos dictaremos la garantía solemne que a usted y a todos los ponga a cubierto para siempre.
Obsérvese cómo utiliza las leyes y la Constitución: Manda a un conspirador a que se alce en el Perú y después le ofrece protección a través del mismo Congreso. Con razón dirá más tarde Bolívar:
Me piden que destruya a los nuevos godos, pero cómo hago; al menos los españoles se llamaban tiranos, serviles, esclavos y los que ahora tengo al frente se titulan con los pomposos nombres de republicanos, liberales, ciudadanos. He aquí lo que me detiene y me hace dudar.
La duda que el señor Restrepo denomina versatilidad.
Esa versatilidad era su condena, sería su impotencia, su muerte. Sucre por su parte escribía en agosto al Libertador:
No sabe, Santander, cuánto daño ha hecho a la República aprobando la insurrección de Bustamante; de todos los errores de su administración, éste es el mayor, y si los otros pueden justificarse como buena intención, éste le manchará su nombre.
Poco tiempo pasará para experimentar cuánto va a sufrirse en el Sur, por esta aprobación de un amotinamiento militar.
A fuerza de la estimación que tiene la división se le ha preservado de contagiarse. No tiene Usted idea de la multitud de papeles que le mandan de Bogotá para inducirle a la rebelión: no sé lo que proponen más que dar escándalo o servir a la Santa Alianza, desmoralizando los mejores cuerpos de Colombia.
El general Posada Gutiérrez, en sus memorias, sostiene que fue calumnia decir que Santander era el autor y el promotor del motín de Bustamante. Da por sentado que el Vicepresidente no conocía al tal Bustamante; que ni siquiera sabía donde había servido. Y uno pregunta: ¿Por qué, entonces, le daba protección constitucional en sus cartas? ¿Por qué salió a las calles a celebrar el motín y creó con su influjo la injustificada oposición a Bolívar?
¿Qué importa que no lo conocieran, si el tal Bustamante hacía exactamente lo que él procuraba para el descalabro de Bolívar? Y sobre todo, señor Posada, ¿por qué tenía que mentir Santander al Libertador cuando le escribió:
La noche en que vino la noticia y que fue divulgada por los oficiales que vinieron con ella, han sacado la música por las calles con cohete, etc. Se oía, ¡Viva la Constitución, viva el gobierno y también viva Bolívar! Yo no estuve, ni podía estar en el bullicio, pero así me lo han referido.
¡Vaya mentira!
Así que no se trataba de calumnias. El Vicepresidente se adjudicaba los títulos que le endilgaban, por su proceder al atacar a Bolívar por la espalda. La verdad es que entonces las circunstancias no actuaban a su favor y él “se veía forzado” a provocarlas por las malas.
Para completar el cuadro, de modo irresponsable, escoge al general Antonio Obando15, célebre por sus derrotas, para que se dirija al Perú y se ponga a la cabeza de los vencedores de Ayacucho. Este general, como siempre, torpe y ambiguo, corrió a prestarse a los intereses del Vicepresidente.
Llevaba Antonio Obando un despacho por orden del Gobierno, donde se ascendía a José Bustamante a coronel efectivo de infantería. Además de este oficio, había dispuesto Santander que se diera un grado a cada uno de los oficiales que promovieron y ejecutaron el alzamiento.
Para justificar los sucesos del Perú, escribe mentiras adornadas con exageradas alabanzas al señor presidente.
En una carta del 16 de marzo, le expresa al Libertador:
“El general Bolívar tendrá amigos mientras haya un patriota que estime sus servicios de diez y siete años y su desinteresada y absoluta consagración a la causa pública…” Y más adelante:
Todos ven en el suceso del Perú un triunfo de la causa constitucional, y apoyo para lo sucesivo. Sé que en las provincias de Popayán y de Neiva se han alegrado infinito como aquí, y en el Socorro, de donde es Bustamante, lo celebraron.
Le pide no hacer caso de los chismes para pintarlo como enemigo suyo y, para defender sus crímenes futuros en nombre de la República, dice que sus enemigos le echan en cara su oposición a la dictadura:
Pero advierta que yo era el magistrado constitucional de Colombia sobre quien tenía fijo todo el mundo los ojos, y que debía oponerme a ella vigorosamente si yo me hubiera prestado a echar a tierra a la Constitución, hoy sería la befa de todo el mundo.
Se despide:
Lo que puedo prometer, delante del cielo y del mundo, es que aunque pueda ser usted enemigo mío, yo seré siempre, siempre, agradecidísimo y fiel amigo suyo, su admirador y panegirista. El tiempo lo dirá.
Se puede ver por esta manera de concluir la carta, que ya percibía que Bolívar no estaba dispuesto a soportar más sus artimañas. ¡Qué mejor para sus ardides que prometer el cielo para aquél a quien le estaba cavando su tumba!
Bolívar se encuentra ya encadenado por las leyes y los símbolos que vocea su enemigo, y no le queda otro camino que resignarse. Dirá demasiado tarde:
Me mandan a disolver el ejército que traigo, al mismo tiempo que me comunican las nuevas defecciones del sur. La traición está en los consejos del gobierno del Vicepresidente. Cuando deberíamos preparamos para matar la anarquía, imponer al Perú y rechazar a los crueles españoles, el Vicepresidente propone la disminución del ejército, y el Congreso la ordena. Los pérfidos destruirán a Colombia por destruirme.
Igualmente el sentimiento de Sucre ante los facciosos de Lima coloca a Francisco en una situación peligrosa.
Desde entonces se ganará, al igual que Bolívar, el título de tirano, de déspota, de liberticida. Santander que gustaba mostrar a sus secuaces la correspondencia privada y hasta secreta que recibía de Sucre y Bolívar, hizo circular —para que los “liberales” dictaminaran la famosa sentencia criminal— la siguiente carta que le enviara el Mariscal de Ayacucho, donde le dice:
Todas las noticias, todos los papeles me han llenado de ideas melancólicas; en Colombia se repetirán las funestas escenas que la discordia ha representado en la República Argentina; y veo que la tierra de los héroes y de la gloria va a convertirse en la de los crímenes, de la desolación…
Los aplausos que los papeles ministeriales de Bogotá dan a la conducta de Bustamante en Lima, muestran cuántos progresos hace el espíritu de partido. Ya estos elogiadores estarán humillados bajo el peso de la vergüenza, sabiendo que este mal colombiano no ha tenido ningún estímulo noble en sus procederes. La nota del general Lamar, del 12 de mayo, al general Flores justifica que la pretensión de estos sediciosos era a cambio de un poco de dinero ofrecido a Bustamante y a sus cómplices… el estímulo de estos facciosos es el testimonio de corazones villanos y perversos… La nota del secretario de guerra a Bustamante aprobando la insurrección es el fallo de la muerte de Colombia. No más disciplina, no más tropas, no más defensores de la patria...
Pero luego, el “ardiente liberal” Francisco Soto propondrá y defenderá acaloradamente en el Congreso una ley de olvido para los insurrectos del sur. Decía que el movimiento de la Tercera División sólo se había realizado para restablecer el imperio de las leyes que habían sido violadas.
Que ya el Libertador había premiado a Páez quien usó medios criminales, mucho más debía hacerse con Bustamante “cuyo procedimiento era santo, aunque ilegal”.
Era tan fuerte la representación del partido de Santander que en ambas Cámaras se aprobó el proyecto de Ley de Olvido. ¡El emblema Nacional de nuestra impunidad!
Para concluir la carta, Sucre le pide al Vicepresidente que cuando le escriba lo haga con ingenuidad y franqueza.
Poco antes del desastre de la rebelión, Bolívar desde Caracas con inocente angustia, le escribió a Santander:
Yo estoy desesperado de todo. Me escriben de Bogotá que no tengo dos amigos en esta capital. Prueba infalible de que por lo menos se trabaja contra mí y puedo decir con franqueza que me alegro para que nada me cueste desprenderme de Colombia.
El Libertador anteponía lo humano a las contingencias de lo político, a los accidentes, a la gloria misma. Error fatal, para un hombre tan justo y sensible, haber creído en los políticos de partido. Aquel lenguaje de confesiones dolorosas, de expresiones ingenuas las conocía Santander desde el mismo día en que Bolívar lo escogió entre sus amigos preferidos. No se puede luchar contra el curso natural de las cosas, no se puede triunfar en medio de horrorosas intrigas. ¡No se puede estar supeditado a las miserias de los partidos! En esto consistía su “versatilidad”, y por ello confesaba como Rousseau: “en la ignorancia por lo que se debe hacer, la sabiduría aconseja la inacción”.
Ve de modo definitivo que ha cometido un error dejando a su espalda a un hombre que no cooperara en nada por el bien de la patria; que, había irritado a los facciosos y mermado con intrigas la poca moral que quedaba. Como guerrero, en medio de las batallas, siempre había intuido hacia dónde dirigir sus pasos, qué decidir; conocía el destino de sus visiones. Ahora se hallaba en un pantano. Páez era dominado por la barbarie del poder y los placeres que le reportaban sus haciendas; Juan José Flores era un ambicioso sin talento ni principios.
Los Mosqueras, los Márquez y Restrepos, Castillos y Vergaras, Baralt y Arboledas, Cuervos, lo mejorcito, tenían una tendencia doblemente retraída hacia indecisas teorías y posiciones que a veces perjudicaban por lo vago y confuso. No hay decepción más terrible que contar con alguien, y en el momento decisivo, ver a ese ser vacilante, desconfiado. En cuanto a Lamar, Gamarra y Santa Cruz basta con decir que habían sido discípulos del ejército real del Perú.
Por otra parte, el pueblo se encontraba extraviado, confundido por la politiquería, por la alucinación libertaria que proclamaban los libelos partidistas. Este complejísimo volcán de pasiones esperaba una vez más a Bolívar en Nueva Granada. Un volcán de pretextos constitucionales.
Nuestros magistrados, haciéndose los justos, peroraban acerca de los principios de Estado como si Colombia fuera Francia o Inglaterra; hacían leyes, juraban y se daban golpes de pecho ante los nuevos dioses, pero jamás procuraban un sólo ejemplo de virtud, de sacrificio o ecuanimidad para con el prójimo.
En resumen, América se vio libre porque Bolívar siguió su propia ley, su propia intuición. Jamás sentimientos particulares influyeron en sus planes, las leyes, constituciones, proclamas y ordenanzas estaban supeditadas al plan supremo que dictaminaba su inspiración. ¿Qué hubiera sido de nosotros si Bolívar se hubiera sometido a órdenes de partido para consolidar la independencia; si hubiera esperado que Miranda resolviera la independencia a su manera; que sordamente se hubiera dejado llevar del francés Labatut y de Manuel del Castillo en aquellas andanzas personalistas. O se hubiera puesto a esperar que San Martín llegara a las riberas del Juanambú para socorrer nuestras fuerzas? De haber sido así, todavía estuviéramos sufriendo los estragos de un conflicto moral inmenso, como los que actualmente padece, por ejemplo, Puerto Rico.
Y nuestras desgracias (lo repetimos) fueron esos congresitos llenos de gente vanidosa, ambivalente, engordados en la fe de un partido y no en el servicio desinteresado por las provincias que representaban. Estos señores salían ganando en todas las revoluciones. Con razón Urdaneta, que siempre ponía el pecho a las situaciones difíciles, terminaba decepcionado diciendo que no quería servir más de cabrón.
De la Convención de Ocaña no se podía esperar nada bueno, porque, como decía O’Leary, “Santander ha vencido y vencerá siempre por la simple razón que es un descarado, apoyado por otros descarados”.
Un Comentario
Alexis Perez
Buen análisis de la traición del Coronel Jose Bustamante, aupado por Francisco de Paula Santander. Este articulo aclara muchos aspectos aun por descubrir de la Independencia de sur américa dirigida por Simón Bolívar. Felicitaciones al Profesor Jose Sant Roz