Las cartas del delirio
La traición de sus amigos, la matanza
de sus conciudadanos, su absoluta falta de humanidad
y de religión son, en verdad, recursos con los que se llega
a adquirir el dominio, mas nunca la gloria.
Nicolás Maquiavelo
El 16 de enero de 1827, escribía Francisco de Paula al Libertador: “Salom, tan recto y tan sumiso, ha excitado los gritos del Ecuador… Estoy loco, desesperado, con esta confusión y no sé qué hacer, ni por dónde salir.
El 30 del mismo mes repite sus quejas y agrega: “Son muy pocos los venezolanos que no me detestan de muerte, quién sabe por qué; el colmo de esta gratuita detestación lo he visto en el general Salom, que parecía impecable”.
¿Era que Salom se había penetrado de las calumnias que Santander soplaba contra Sucre? —Quedaba a las claras para muchos patriotas que las acusaciones contra Páez eran un mero capricho de la élite “liberal” de Bogotá—. Es por ello por lo que, viéndose descubierto en sus intenciones, inmediatamente (el 19 de febrero) escribe al Libertador prometiéndole redactar un brillante artículo a favor de Sucre, “a quien lejos de aborrecer o envidiar, como dictamina el justo general Salom lo de justo es una indirecta venenosa contra el Libertador, aprecio y venero en muy alto grado”.
¡Los años dirán si en verdad lo veneraba!
El 12 del mismo febrero, arrecia sus ataques contra Montilla, de quien dice tiene perdido al Magdalena. Casi le conmina a que le destituya del cargo de gobernador.
En esta sucesión de quejosas cartas iban otras cerrándole el paso. Lo acorralaba, exigiéndole satisfacciones personales en nombre del poder, de las leyes. Bolívar sintió desánimo en aquel infierno de histerias; no veía modo de arreglar al país sin eliminar a Santander y no podía eliminarlo sin provocar más caos, lamentaciones, disensiones y guerritas.
El Vicepresidente llevaba demasiados años en el poder… ¡nefasto error! Apoyado en leyes y en supuestos principios republicanos, se había hecho con una sólida posición política.
Los escribas y fariseos no cesaban de concitar los ánimos para relajar y medrar, porque en un país serio no tenían cabida ni salvación. Esta gente, por supuesto, veía en Santander al líder natural de sus pretensiones.
Sólo un hombre excepcional puede mantenerse a prueba de tentaciones funestas, sin pérdida cierta de moderación y rectitud. Francisco debió ser removido del cargo a los dos años de su mandato. Algunos tal vez querrán criticar a Bolívar porque llegó a ser dictador por más de diez años, pero ¿en qué circunstancias? Una época cuando prácticamente el poder se reducía al cantón o a la soldadesca que estaba bajo el mando del general en jefe más inmediato.
Una época cuando los medios de comunicación eran tan precarios que los decretos, proclamas y leyes se disolvían en el caos de cuatro leguleyos o comisarios. Dictador lo fue por las circunstancias, pero no de facto.
Lo cierto fue que las facultades extraordinarias del Libertador produjeron afectos saludables para la independencia en el lugar donde se encontraba. Bolívar era ante todo un soldado, el primero de la revolución. Para libertar extensos territorios, en tan corto tiempo, no se le podía adjudicar el término de déspota y usurpador de leyes. Tirano y déspota es aquél que, por pérfidas ambiciones, mata y aterroriza a sus propios paisanos y todo por propósitos innobles.
Nuestro personaje, el mismo 23 de febrero, escribió al Libertador, anunciándole que en la Gaceta de Colombia había aparecido el artículo donde (magnificaba) hacía honor a Sucre, pero agregaba: “Salom decía aquí que yo era enemigo de Sucre. ¡Cuánto me tuvo ardido ese señor que llama usted Arístides y que yo llamo Anti-Arístides, por su propensión a decir lo que no es y a sembrar discordia!”.
¿Qué necesidad tenía el Vicepresidente de defenderse y acusar a otros, si consideraba que su acción era limpia, generosa y desinteresada?
Esas autodefensas no eran sino injurias a la nación y a los mejores patriotas, y hoy se ha constituido en el estilo político de la América Latina. Si alguien se toma el trabajo de leer los documentos del Vicepresidente, podrá darse cuenta de cómo ellos se reducen a una constante defensa de su posición contra acusaciones, injurias y choques personales.
Por ejemplo, aún el 2 de marzo, le escribía al Libertador:
Sé que en Cartagena hay una fermentación contra Montilla, que es odiado, aunque a usted le informan otra cosa… Los vencedores de Cartagena nos insultan en todos sus papeles y nosotros no nos dejamos insultar porque es justo defendernos con la imprenta, hasta donde la fuerza nos lo prohíba.
¡Cómo habríamos querido que Bolívar regresara de Venezuela con el espíritu de Saínt Just y gritara: “La primera ley de todas las leyes es la conservación de la República” y acabara de una vez con el bochinche del gobierno.
En abril se rompió definitivamente la correspondencia fraternal, familiar, entre el Libertador y Francisco. Poco antes Bolívar le había hecho saber desde Caracas que no quería otorgarle más el título de amigo. Santander respondió:
Debo sentir el más vivo pesar al verme defraudado del título de amigo… Mi conciencia está perfectamente tranquila; nada me remuerde que haya faltado en un ápice a la bondadosa amistad de usted… Mis votos serán siempre por su salud y prosperidad; mi corazón siempre amará a Usted con gratitud; mi mano jamás escribirá una línea que pueda perjudicarle.
Aunque usted no me llame en toda su vida, ni me crea su amigo, yo le seré perpetuamente…
Y mientras redactaba estas líneas movía los hilos de su venganza, cuando al dirigirse al Congreso dijo:
Tengo el sentimiento de poner en conocimiento del Congreso los adjuntos impresos de Cartagena que son otras tantas escandalosas representaciones dirigidas al Libertador por algunos de los cuerpos militares de aquella guarnición. El Congreso verá si es conveniente reprimir por una Ley el abuso que se comete ultrajando al Gobierno en general y amenazando a cuantos nos honramos de sostener las instituciones y la causa de la libertad o si es permitido este modo de alarmar a los pueblos y llamar a la guerra civil… Ya basta de sufrir ultrajes, y no creo que haya un colombiano que ame sus leyes, sus garantías, que se las deje arrebatar tranquilamente y ser víctima del espíritu de partido a pretexto de que es enemigo del Libertador, cuya persona se quiere identificar con la patria y la libertad.
¡Cuánta diferencia de principios morales entre Francisco y un nombre como Pedro Briceño Méndez!4 La historia nos ha enseñado que los verdaderos amigos del Libertador no eran ni ladrones ni asesinos, como los pintaba Santander.
Dice el escritor Ramón Sender que la falta de conciencia moral del dolor es una forma de horror inimaginable, y ésa es la impresión que recibimos cuando vemos las estridencias y falta de cordura de Santander y sus adláteres.
Pero volviendo al mensaje dirigido al Congreso, comparémoslo con las palabras de Briceño Méndez. Dice este venezolano al Libertador:
El nombre y la gloria de usted están íntimamente ligados con el nombre, gloria y el bienestar de Colombia, que es imposible separarlos. Yo doy sin embargo de gracia que pudiera hacerse esta separación; y pregunto: ¿Podría usted vivir un instante fuera de este país, viéndolo arder en llamas o ahogarse en sangre? ¿Y podría usted sobrevivir al dolor de verlo pasar al poder español o al de Haití? ¿Y no es ésta la última alternativa que nos queda al dejar usted esta tierra entregada a su propia miseria?
¿Y por qué el señor Santander se ofendía cuando se identificaba a Bolívar con la libertad y con la Patria?
El noble de Sucre en aquellos días le escribía a Francisco desde Chiquisaca:
El Libertador me escribe desde Neiva muy disgustado de las diversas opiniones que se presentaban en los Departamentos. Creo que tampoco debería estar contento de varios papeles de Bogotá, que aunque indirectamente lo han zaherido de un modo duro e injusto. La ingratitud es el peor de los vicios, y cuando se ejerce por puro placer aumenta sus grados de maldad.
Aquello, por supuesto, que ofendía a Santander, por ver en Sucre otro serio enemigo de sus ambiciones. Tal vez él coincidía con Santa Cruz, que una vez escribió al general La Fuente:
Hay que ponerse muy en guardia con Sucre, con quien toda desconfianza y prudencia no es bastante. Es preciso, precavernos con mil ojos con él, siempre franco y siempre justo.
Nos detenemos un instante ante esta afirmación monstruosa de Santa Cruz, y no puede uno sino pensar que ya a Sucre le habían declarado su muerte —desde el momento en que aquellos bárbaros supieron que era generoso, valiente y tolerante.
A Sucre, le sobraban enemigos gratuitos, y si no lo hubiera eliminado Obando en Pasto, lo habría hecho Gamarra o Santa Cruz en el Perú, o Bolivia; en Ecuador su enemigo iba a ser Juan José Flores. En Venezuela, Páez no lo habría admitido sino muerto. Porque a Páez también le chocaba el carácter generoso de Sucre y se lamentaba de que fuera venezolano.