Por: Rodolfo Gómez / Escuela de Formación Argimiro Gabaldón
En estos días, en los cuales acaba de ser rescatado en Bolivia el poder del estado plurinacional para sus legítimos dueños, un año después de que ese gran estadista y maravilloso ser humano, Evo Morales, sacrificara su mandato y sus derechos para evitar un baño de sangre en nuestra amada Bolivia, y ante la abierta amenaza que pende constantemente sobre la República Bolivariana de Venezuela, uno recuerda situaciones con posibilidad de repetirse en otras localizaciones, y no como comedias, como diría Marx, sino como terribles tragedias humanas.
*Chile 1973 e Indonesia 1965: realidades muy distintas.*
Cuando uno recuerda la tragedia chilena de 1973 y años siguientes, encuentra bastantes semejanzas con la actual Venezuela en cuanto a condiciones políticas previas al golpe, e incluso formas de lucha muy similares por parte de la reacción de derecha: intentos de sedición en las FFAA (allá muy exitosas, debido a la composición social de aquellas), guerra económica generalizada, sabotaje al transporte para golpear el abastecimiento de comida, ataques diplomáticos desde todos los ángulos, pero particularmente arteros desde su vecindario inmediato.
Se siente uno tentado a inferir que la actuación de la contrarrevolución fascista pudiera ser muy parecida en Venezuela, en caso de que lograran conquistar el poder en este país, lo cual es muy improbable por medios electorales. Lo ocurrido en Chile en lo que respecta a la conquista y consolidación del poder político fue terriblemente siniestro: miles de asesinatos confirmados y de desaparecidos, decenas de miles de presos y torturados, censura generalizada, proscripción de los partidos de izquierda, *de las ideas de izquierda*, un estado de terror generalizado; todo esto combinado con la aplicación de un programa neoliberal salvaje, cuando la dictadura, feroz ante la izquierda y ante el pueblo chileno, pero muy mansa ante sus auténticos amos, entregó el país a las transnacionales para que sirviera de gigantesco laboratorio, y los chilenos de ratoncitos, para convertirlo en el primer experimento netamente neoliberal del planeta. Además de las persecuciones, capturas, desapariciones y asesinatos de los militantes de izquierda, de la opresión total que hacía temer a los chilenos hasta de sus propios pensamientos, padecieron un régimen de hambre y privaciones colectivas, contrastando con la grosera ostentación de la clase burguesa chilena, que se paseaba por las calles en carros y motocicletas de lujo y se exhibía por la televisión en sus mansiones y yates.
Cualquiera podría afirmar que una situación peor no podría ocurrir en Venezuela si la derecha fascista llegara al poder, pero como dicen los economistas acerca de la economía (“no existe el fondo”), en materia de opresión tampoco existe fondo: siempre será posible una situación peor que cualquiera que a uno se le pueda ocurrir, y lamentablemente hay en el mundo varios casos peores que el chileno. Uno de ellos fue Indonesia, en 1965, modelo este que podría ser más parecido al que se aplicaría una hipotética derecha triunfadora en Venezuela.
Una de las semejanzas más importantes con nuestro país es que Indonesia en 1965 tenía el tercer partido comunista más numeroso del mundo; un poderoso partido, pilar fundamental desde 1957, 8 años atrás, de una coalición con sectores religiosos y militares, con gran influencia en el gobierno del entonces presidente Sukarno y con muy reales posibilidades de llegar a ser partido hegemónico en el corto plazo. Hoy en Venezuela el PSUV es el partido político más grande en Latinoamérica y el Caribe, ejerce el gobierno de manera preponderante en Venezuela y es muy respetado y admirado por los demás partidos de izquierda y progresistas y por los movimientos sociales de la región. Acabar con ese importante núcleo de poder, decisiones e influencia es clave para el proyecto recolonizador del Imperialismo. Y si es necesario un exterminio masivo para lograr ese objetivo, no creo que haya muchos escrúpulos que detengan a tan desalmados poderes.
En Chile había grandes partidos políticos en el gobierno, pero Allende estaba bastante atrapado. Tenía un titubeante Partido Socialista, su partido, que oscilaba entre el apoyo incondicional al presidente y la componenda con la derecha, camino tomado con entusiasmo años después, luego de la caída de la dictadura. Había un Poderoso partido Comunista en el campo sindical y cultural, con gran experiencia de lucha y mucho prestigio, pero electoralmente no decisivo, muy lejos de la omnipresencia y gran influencia que tuviese años antes su similar de Indonesia. Estaba también el MIR, partido que siempre exigía más y más radicalización y acusaba al gobierno de contrarrevolucionario. Este partido, en teoría aliado de Allende, contribuyó mucho al debilitamiento de su gobierno.
Ambos fueron momentos de guerra fría, y de guerra caliente de los EEUU en Vietnam, pero las condiciones eran diferentes: Chile estaba rodeado de dictaduras militares y gobiernos serviles a las elites de EEUU, apenas Cuba, a 1 continente y 2 mares de distancia, apoyaba al gobierno de Allende. En Venezuela estaba claramente derrotado el movimiento guerrillero, exterminada la columna de Ché Guevara en Bolivia y acabado el intento revolucionario de Goulart en Brasil. En cambio, Indonesia estaba 8 años antes muy cercana a la interminable guerra de Indochina, donde luchaban sin cuartel los comunistas en Vietnam, Camboya y Laos, estaba relativamente cercana en el tiempo la irresoluta guerra de Corea y existía una poderosa influencia de la República Popular China y de la Unión Soviética, además de que en todo el vecindario (Tailandia y Birmania) había una gran efervescencia revolucionaria.
En resumen, era controlable con menos esfuerzo, para el poder imperial, la situación de Chile y su entorno en 1973 que de Indonesia y su vecindario en 1965.
*Qué ocurrió en Indonesia.*
Antes de proseguir mostremos alguna información acerca del genocidio de Indonesia, quizá el más grande aplicado sistemáticamente después de la Segunda Guerra Mundial. Los eventos más resaltantes fueron los siguientes:
Ante el gran poder del Partido comunista en el Gobierno de Sukarno, la conspiración dirigida desde Washington estaba en 1965 en plena y febril ejecución. A finales de septiembre se produce un intento de golpe de estado y 6 generales son asesinados. Al más puro “estilo OEA”, el alto mando militar Indonesio culpa al Partido Comunista, y bajo la dirigencia nacional del General Suharto (movido a su vez por los hilos de Washington), se inicia una campaña de exterminio contra la militancia comunista, aunque cualquier persona sospechosa de simpatizar con los comunistas se convirtió en objetivo señalado para asesinato. También fueron víctimas del genocidio sindicalistas, hinduistas, cristianos, musulmanes moderados y la minoría china. Entre 500.000 y 2.000.000 de personas, según diversas fuentes, fueron asesinadas, la mayoría durante los primeros meses, pero la degollina continuó por varios años. La mayoría de las masacres fueron cometidas por paramilitares amados, alentados y protegidos por los militares golpistas, y Washington se encargó de garantizar la impunidad en el ámbito diplomático para los dirigentes locales del exterminio. Como siempre, décadas después (esta vez en 2017) el gobierno de EEUU desclasificó los documentos que evidencian su conocimiento y apoyo al genocidio, aunque en plena ejecución de la matanza, los diarios estadounidenses la estuvieron reportado como «la mejor noticia para Occidente en Asia desde hace años».
*Siglo XXI en Nuestra América.*
En estos tiempos Latinoamérica y El Caribe parece estar superando la resaca de la restauración conservadora que se impuso durante la segunda década del siglo XXI, luego de la ola progresista e izquierdista que a partir del ascenso de Chávez produjo victorias populares en casi todo el continente: Correa en Ecuador, Kirtchner en Argentina, Lugo en Paraguay, Evo en Bolivia, Lula en Brasil y el Frente Amplio en Uruguay, además de los centroamericanos Zelaya, Ortega y Funes Cartagena y una serie de gobiernos progresistas en algunas de las Antillas Menores.
Desde fines de la primera década del siglo XXI, hubo una gran ofensiva imperial que produjo un importante retroceso en la correlación de fuerzas izquierdistas y progresistas del continente, caracterizada por traiciones (Temer, Moreno), Lawfare (Paraguay, Bolivia, Brasil, Ecuador, Argentina), golpes de estado (Honduras, Paraguay, Bolivia) y algunas victorias democráticas, aunque llenas de acciones tramposas, por parte de la derecha (Argentina, Uruguay, El Salvador).
Hoy tenemos desatada una nueva ola popular en toda Latinoamérica y El Caribe. Se logró una importante victoria progresista en México, segundo país más poblado y segunda economía de nuestra América, se recuperó Argentina, se logró abortar en un año el golpe de estado multifactorial de Bolivia, Chile se encuentra a punto de sacudirse la Constitución de Pinochet, y hay fuertes indicios de un gran cambio en Colombia, país que fungió como “portaaviones seco” de EEUU durante lo que va de este siglo. En Chile parece que los cambios no quedarán solo en la constitución, dada la naturaleza y articulación del movimiento popular chileno, en Ecuador la derecha traidora hace lo grande y lo chiquito para impedir el prácticamente indetenible retorno de la Revolución Ciudadana al gobierno, se prevé un retorno de Lula Da Silva en Brasil, quien parece estar superando todos los obstáculos que el Lawfare le ha puesto en su camino, y se ven alentadoras manifestaciones de tendencias populares en Perú y Paraguay.
*Venezuela hoy: realidad material y símbolo*
Es justo éste el momento en el cual la colina que el imperio está obligado a conquistar, y los movimientos populares a sostener a cualquier costo, es Venezuela. Conquistar Venezuela para las fuerzas imperiales significa, dentro de la narrativa de su mitología, demostrar que por más férrea que haya sido la resistencia de un pequeño, la fuerza arrolladora del imperio siempre lo reducirá a la sumisión. Se trata de la imposición de la *Pax Romana*, aplastando al chico desafiante, como hizo Roma contra la rebelión de Espartaco del año 73 a.c. y contra Jerusalén en el año 70 d.c. Significa un reforzamiento de la autoestima imperial, fuertemente lesionada aun por la ya lejana derrota en Vietnam, pero también por sus recientes fracasos militares en Irak, Afganistán y Siria. Sería una rápida reposición de “prestigio” después de la humillación recibida por parte del estado plurinacional mayoritariamente indio de Bolivia. Además sería la conquista de la mayor concentración territorial de recursos naturales del planeta: petróleo, gas natural, oro, diamantes, hierro, aluminio, uranio, torio, coltán, hidroelectricidad, y biodiversidad; además, y muy principalmente, agua y oxígeno.
Por eso, y ante la total ausencia de escrúpulos por parte de los operadores imperiales que manejan sus marionetas en uno y otro lugar, no será suficiente para ellos una victoria no consolidable, la cual ocurriría si usasen el manual boliviano, o incluso el chileno. Por eso la opción más probable sería una parecida a la de Indonesia, con toma del poder del estado seguido por exterminio masivo de la izquierda y movimientos populares, y “borrado” de las mentes del pueblo sobreviviente de todo lo que “huela” a revolución popular, incluso a Bolívar, a Sucre y a Miranda. Se trataría de un genocidio físico y cultural “en toda la regla”, del cual se lavarían las manos en Washington, ya que tienen sus marionetas que se encargan del “trabajo sucio”, como las tuvieron en el cono sur, en los países árabes y en Indonesia. Usarían su hegemonía comunicacional para “desaparecer” de las redes sociales y medios masivos cualquier referencia a las masacres, como las desaparecen hoy en una escala un poco menor en Chile, Brasil y Colombia, para “desclasificarlas” unas décadas después, y así mantener la mitología de la “libertad de expresión”, pero cuando los beneficios que el genocidio aporte a las corporaciones ya hayan sido rentabilizados.
*Apoyo o traición: No hay otra para la izquierda.*
Por lo arriba expuesto, todos los movimientos sociales de Venezuela y Nuestra América entera tienen que arrimar el hombro a la revolución bolivariana. Imaginemos que hubiera sido de Europa, y quizás del mundo entero, si los sectores revolucionarios más radicales de la Unión Soviética hubieran optado por “aprovechar” la debilidad de Stalin, al tener que enfrentar una guerra con la poderosa Alemania Nazi, para acusarlo de traidor e intentar derrocarlo, en lugar de unirse bajo su liderazgo y enfrentar juntos al enemigo principal. Conocemos las desviaciones burocráticas y autoritarias del gobierno de Stalin, pero después del triunfo en la Gran Guerra Patria los soviéticos sacaron a la luz tales desviaciones y las pudieron enfrentar en conjunto.
Cualquier intento desde la izquierda por sustituir al gobierno de Maduro por uno más “radical” está destinado al fracaso, y a algo peor aún: cuanto más relativamente exitoso sea, peores serán sus consecuencias. La razón es simple: la participación de las fuerzas de izquierda que se autoproclaman más consecuentes que el chavismo gobernante es insignificante en los movimientos populares. La incidencia en el seno de los movimientos sociales en Venezuela es abrumadoramente mayoritaria por parte del PSUV y sus aliados. Cualquier crecimiento de la influencia de los movimientos de izquierda “alternativos” solo será a costa de restar apoyo popular al PSUV, jamás esos movimientos arrebatarán un centímetro de influencia a la derecha. Por eso, mientras más crezcan más débil se hará el chavismo en su conjunto, hasta el punto en que lo máximo que podrían lograr sería “morder” del sector gubernamental un segmento suficientemente amplio como para permitir que la derecha fascista, mucho más significativa que el chavismo disidente, tenga suficiente fuerza para aprovechar y derrocar al gobierno. Sería criminalmente ingenuo pensar que esa derecha en constante acecho, así como el poder imperial que la respalda y dirige, se sentarán a esperar a que se consolide un chavismo alternativo en el poder antes de intentar dar su zarpazo. Como he repetido por todos los medios a los cuales tengo acceso: *Cada quien debe responder no solo por sus intenciones, sino principalmente por los posibles efectos que su conducta pueda ocasionar.*
Parecida reflexión corresponde a los denominados “movimientos progresistas” del continente. La hegemonía cultural del neoliberalismo en estos tiempos en el ámbito mundial es una realidad insoslayable. Dicha hegemonía se traduce en la imposición de matrices de opinión avasallantes acerca de gobiernos, estados y países. A Venezuela le ha correspondido un papel de “villano de película” en el reparto de roles que ha hecho esa hegemonía. La imposición de roles es tal que en el parlamento español, por ejemplo, los sectores de izquierda son reacios a defender a Venezuela, y por lo general se limitan a descalificar la “obsesión con Venezuela” de los parlamentarios de la derecha. El gobierno argentino hizo coro con el grupo de Lima en una reciente votación acerca de los derechos humanos, y así vemos a diario intentos de los denominados gobiernos “progresistas” por desmarcarse e intentar no ser identificados con Venezuela. Pero esas políticas tienen que cambiar. El imperio no sabe de “tibios y calientes”, solo sabe de conquistar y avasallar. Siempre es pertinente aquel poema de Niemoller: “Primero vinieron por los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista (…) después vinieron por mí, y no quedaba nadie quien me defendiera”. Se trata de construir entre todos una fortaleza inexpugnable en Nuestra América, o resignarse a esperar cada quien su turno de ser aplastado.
Pasado el trago amargo de Bolivia, en Venezuela se juega el futuro de los pueblos de Nuestra América. Todos en este país y en este continente debemos escoger un bando. *Vacilar es perdernos.*