Chao!, me retiro por un tiempo a la montaña… a sembrar, escardilla y…. kalashnikov…
José Sant Roz
- En una mano la escardilla y en la otra el fusil, así estaré varios días en la montaña, no puedo decir dónde. En la ciudad tengo medios de comunicación para enterarme de las variables aciagas que hoy nos preocupan, ver la televisión y recibir mensajes por las redes sociales, y todo eso se me dificultará allá, en El Valle de la Luna, en donde estaré.
- Hay tantas cosas que decir que a veces algunos creemos que sólo se vive cuando escribimos, pero me voy con el sentimiento que donde me encuentre estaré dispuesto a morir por la patria. Que estamos en la dirección inevitable de nuestro propio destino por mandato de Bolívar y de Chávez. Lo he dicho muchas veces: ser uno mismo es el más difícil de todos los encargos que la naturaleza nos exige. Y debemos sentirnos orgullosos que en esta tierra somos hoy los únicos los que estamos dando la cara por la razón de ser en América Latina, la razón de soñar nuestros propios sueños… un sueño que es un mandato sublime, esencial e inevitable.
- Desde mi covacha, allá en la montaña, en ocasiones haré recorridos de unos diez o doce kilómetros hasta una aldea cercana y trataré de saber lo que está aconteciendo, en estos duros y terribles acosos contra Venezuela. También tendré comunicación con amigos muy cercanos en caso de que estalle un conflicto, provocado por la coalición de los títeres del cerdo Trump. Puedo decir que no dejo de prepararme físicamente, siempre pensando en que todavía puedo dar mi vida por la patria, aportar algo: que gran orgullo sería para mí, si acaso se llegara a producir un artero y alevoso ataque desde Colombia salir al frente de batalla como lo hicieron cientos de miles durante nuestra guerra de Independencia.
- He estado organizando mis provisiones. Tengo listo mi morral y una buena metralla de libros. La ULA me pagó 5.000 soberanos que creo es el sueldo que nos están entregando actualmente y con ello compré cambures semi-maduros, naranjas y plátanos; quise comprar queso pero la plata no me alcanzó, qué importa, coño. Allá en El Valle de la Luna voy a cosechar cambures y ocumo, suficiente como para un mes. También tendré moras y limones, tengo café en azul que tostaré y moleré. Tengo también maíz y además, cuento con un molino. Allá podré conseguir leche para hacer queso. Podre conseguir yuca, tomates, cebollas, papas y panela. Tengo sembradas unas cien matas de café, pero aún le falta año y medio para recoger la primera cosecha. Viviré de manera austera, porque mi mayor deseo es quedarme para siempre a vivir allá, y terminar mis días en ese inefable lugar.
- Mi compañía durante esta estancia será mi perra Solita, la que siempre está a mi lado en mis largas correrías, cuando leo en el patio o allá en la troja donde he colgado una hamaca. Cuando en las noches salgo a contemplar el cielo y me entrego a mí mismo… Tener un perro en una casita de campo es una verdadera dicha. Fiel amigo, siempre atento y cordial, amable y paciente, un ser que lo único que pide es amor. Casi todo lo noble que he aprendido en esta vida me lo ha trasmitido este sagrado animal. Ella entiende todo lo que le digo, absolutamente todo, hay una conexión mental perfecta, en la que sus ojos me dicen que sabe lo que le que pienso. A veces se vuelve nerviosa y comienza a ladrar y sé entonces que me está pidiendo que demos un paseo por el río o por la Hondonada de Los Pinos, o más allá de Los Portones. Cuando le digo “PREPÁRESE QUE NOS VAMOS”, empieza a dar carreras como un demonio, y corre feliz hacia el sendero, llamándome.
- Allá lejos, en El Valle de la Luna, a unos 1.800 metros de altura, yo desbrozo y siembro, me meto en las maniguas y le abro campo a los árboles frutales. Todos los días riego mis matas, veo cómo se espigan, cómo van echando sus flores y cómo se animan con mis versos o con mis conversas. Me entrego de lleno a escuchar el canto de los pájaros, a conocer el ritmo y el pulso del tiempo a través de los colores y del susurro del viento, con mi amada historia de Venezuela en el corazón.
- Y hay animalitos con los que ya he aprendido a convivir sin problemas: los alacranes. A veces he compartido mi cama con ellos, y al amanecer los he visto enroscaditos entre las sábanas. Uno ocasionalmente los ve en el baño, o en la cocina, dormitando tranquilazos entre las costuras de las paredes.
- Otro de los placeres son las largas veladas por las noches con mis amigos del campo; llegan a casa con esa distinción noble del hombre que ha trabajado todo el día la tierra, y que con sencillez nos despliega esa sabiduría que sólo puede darse en quien ha tenido que bregar duro con la naturaleza, y que todo lo ha tenido que hacer por sí mismo sin esperar ayuda de nadie. Esos deberían ser los verdaderos maestros en las universidades y nos los pedantes que la degradan y la estupidizan con sus rancias vacuidades. Es allí donde uno llega a descubrir cómo ha perdido uno la vida en las grandes urbes, es allí donde uno entiende que hemos sido unos mantenidos, unos becados o parásitos, desperdiciando todo…, que muy poco humanismo hemos aportado al conocimiento, a la cultura de nuestros pueblos. Cualquier doctor no somos nadie comparado con esta gente, y me avergüenzo de todo lo que he perdido entre el burdo mundo de los pedantes y de los echones.
- Lo que menos deseo en este mundo es ser una carga para alguien. Y retirado en El Valle de la Luna me ahorro de los pesares de tener que oír quejas y lloros. Alejado de tantas vacuidades sin solución. A veces me paso semanas en esas apartadas regiones sin escribir una línea porque estoy sólo escuchando lo que nos dictan o trasmiten las nubes y el cielo con sus voces azuladas y brillantes, con sus silencios crepusculares, con tantos coros en el jardín allí entre el azahar, la menta y el jazmín.
- En ningún momento donde me encuentre dejo de pensar en lo que está ocurriendo en mi país en donde estamos haciendo filosofía propia, y estamos definiendo nuestro propio rumbo político. Esta es una tarea única, profunda, necesaria que no podemos dejar de lado.
- Todos los ojos del mundo sobre Venezuela y uno desde El Valle de Luna contemplando el universo.
- Y despido este artículo parodiando un verso de Juan Ramón Jiménez:
¡Horizontes de los vientos! Fiestas de lejanías
Qué gran plan de silencio, en el ocaso
El laúd tardío, el sendero melancólico,
la tarde en las brisas en el retorno sin prisa
gavilanes, perdices en las olas indolentes…