Todavía no cobran los pensionados y tienes que salir a las 4 de la madrugada, calarte cinco horas en madre cola para que te den sólo 20 mil en billetes de diez (Banco Mercantil). Una odisea brutal, entre quejas de locos, mocosos, llorones, vagos y todos los seres de cualquier edad han sacado de sus armarios, muletas, collarines, vendajes, con andares de torceduras, paranoias, mareos, palideces, etc. Y en medio de tal pandemonio anuncios de que las líneas están fallando, que todo irá cada vez más lento y que no se sabrá hasta qué punto alcanzará el efectivo que hay en cajas.
Y decimos con Isaías que hay que comenzar a sancionar a estos bancos que se cagan en el pueblo.
Y ahí, nojoda, nuestro pueblo paciente, calándose las verdes y las maduras, ante esas taquillas a las cuales llega un coño de madre ordena que te paguen con billetes de dos, de cinco o de diez. El pueblo de abajo, el pueblo que va entendiendo el peo, el pueblo que salió a votar el 16-J y el 30-J aunque sabía que los malditos guarimberos podían matarlo. Ese pueblo infinito que está por encima de todos los políticos. Ese pueblo callado y hermoso, sereno y sabio que lleva todas las cargas de sus dolores sin quejarse, y que escucha a los escuálidos y se hace el pendejo.
Todo eso lo hemos vivido en Mérida, y no sabemos cómo se podrá resolver esto, pero la gente pobre necesita efectivo para comprar sus plátanos, sus cambures, yuca y algún trozo de pan. Pueblo bendito y glorioso, o he llorado viéndote en tu calma, en tu amor y en tu silencio. Qué arrecho, carajo!