4 de mayo.-
De vuelta de Cadaqués, donde he pasado unos días con Javier Tomeo y en el hotel encuentro cartas de la mujer de mi hermano José, de M, de J y de Domingo Fuentes. J me dice que espera de mí que me porte con decencia con nuestras hijas para hacerles más llevaderas la vida. M también me habla de Carolina, la cual quiere verme o venirse a España. Mi hermano José me envía los 300 Bs. que le pedí. Fuentes habla de negocios y desea que lo ponga en contacto con Tomás Salvador.
En Cadaqués me fue mal porque quise. La mujer que conocí allá y que me gusto se la tuve que dejar a Tomeo. Nos gustó al mismo tiempo y él me dijo que se la dejara. La mujer me miraba y buscaba todos los medios para estar conmigo. Pero en esto se acercó una cantante que ya conocía del bar Marítimo y Javier me dijo “¿Qué me vas a dejar a mí?”. le dije que se quedara con la aragonesa, esa que me gustaba. Yo me bañé con la cantante en las rocas. De regreso en el auto la aragonesa no quería ni verme y una vez que hablé me dijo que me callara. En el pueblo pasó a mi lado y no me saludó. Por la noche se fue con unos amigos. El tonto de Javier no pudo hacer nada y a mí me dolió el haberle dejado esa mujer.
En el mismo Cadaqués empecé a escribir un relato. Idea para escribir varios relatos “impersonales” sobre España, o que transcurran en España con personajes puramente españoles. El Notario: joven, amargado, filósofo, unamuniano. Goico: viejo sátiro de 49 años que, sin un centavo y con los pantalones rotos, enamora jovencitas.
Hoy pagando, hice uso de una mujer.
Tomás Salvador me dice que lanzará “Gritando su Agonía” en septiembre. Pero también llamé a Picazo, que mandó los originales a la censura y me pide que lo vuelva a llamar mañana. Se comunicará con su agente en Madrid. Juego las dos cartas. Ambos editores aceptan mis libros, pero me iré con el que me lance primero.
Al cine: Freud.-
Lectura de cinco diarios. Compra de libros. Día con mareos y nervios alterados.
5 de mayo de 1970.
Son las dos de la madrugada y creo que tecleando molesto al vecino.
Empieza mi hora de estudios.
Ando en un auto con otras tres personas, dos mujeres y el hombre que conduce. Entramos a Las Mercedes del Llano por la calle arenosa que viene del grupo escolar y desembocamos en la farmacia de Marchena. El viejo ha muerto y ahora la farmacia es atendida por el hijo. “-Ve a buscar vino ahí”, me dice el conductor y me señala la farmacia.
“Aquí no hay- le respondo-, en este país no hay vino”. Sin embargo, salto del auto y corro hacia la farmacia. “-Fidel- le digo al hijo del viejo Marchena-, véndeme dos botellas de vino”. “-Aquí no hay vino”, me responde Fidel.
Me acerco a aquellos jugadores de bolas. “-Eh, quieres jugar”, me grita uno de los hombres en quien reconozco a uno que fue maestro mío de la primaria. Me acerco y levanto dos bolas. Lanzo la primera, que se pierde. Pero luego lanzo la otra y quito la bola del contrincante. Hay una mujer que espera por mí. Está sentada a la sombra vestida de negro.
En Cadaqués Javier me presentó a tres tipos que recordaban mi entrevista en “La Vanguardia”. “-Son de la cuerdita de Barral”, me dijo Javier. Discutí con uno de ellos que cargaba un libro de Trostky debajo del brazo. Era gente bien que sólo comía quesitos, jamón y champaña. Eran, por supuesto, de la izquierda, pero no se juntaban con nadie y representaban el papel de hijitos de papá muy bien educados y por encima de la chusma. A mí esa gente me pareció reaccionaria, conservadora y se los dije. “-Con gente como ustedes no se hará nunca una revolución”, les dije y uno de ellos me respondió diciendo que mis declaraciones en “La Vanguardia” estaban llenas de resentimiento porque yo no había alcanzado el nombre de los que atacaba. Les respondí que esos tipos que yo atacaba eran como ellos, tipos que aprovechaban la izquierda, tipos que encontraron un filón en la izquierda como el señor Barral y cía. El que cargaba el libro de Trostky debajo del sobaco era el que más me odiaba.
De regreso la guardia civil nos detuvo y nos multó por pasar varios autos en un tramo prohibido.
He pasado todo el día en este cuarto de hotel releyendo “El sol también sale”, de Hemingway. Conozco gente, pero no la trato y luego termino por alejarme.
Cuando nombré a Baroja, Javier exclamó: “-Baroja es una mierda, hombre”. Y cuando le nombré a Valle Inclán a Moreno Echavarría, éste exclamó: “-En cambio nosotros (se refería a él y a Tomás Salvador) admiramos más a Baroja”. Yo no opiné. Creo que Valle, el Valle de “El Ruedo Ibérico” y “Tirano Banderas” es un gran novelista. Y creo también que el Baroja de “Agonías de Nuestro Tiempo” es otro gran novelista.
Soledad completa. De noche, a las 11, al cine: “Le beau Serge”. de Chabrol. Un poco (o mucho) melodramática. Por la calle, de regreso pensaba en lo solo que estoy, en mi incapacidad para mantener amigos o personas que sientan algo por mí. O me separo yo de los demás o se separan los demás de mí por lo repelente que soy. Sin embargo, con respecto a las mujeres, soy yo quien las ha abandonado. No hace mucho que dejé a Lilian. Días antes, después de acostarme con ella, insulté a Fanni y le dije que nunca más la volvería a ver. Soy yo quien se condena a vivir solo.
Llego a España y con unas desgraciadas declaraciones me cierro las puertas de los escritores y de los círculos intelectuales. Yo busco destruirme. Tal vez busco ponerme en el disparadero para dar el salto mortal que sé me espera.
Me considero un buen narrador, pero pienso que no hay tiempo para narrar.
Podría decirlo todo, contarlo todo a través de este diario. Es lo que pienso.
6 de mayo
Anoche he vuelto a soñar con Rosita. Nos despedíamos. Nos habíamos encontrado por azar y nos despedíamos. ¿Representará Rosita el ideal que yo busco? Sueño con ella cuando más solo me encuentro. Desde que vivo en Barcelona, sueño casi siempre con ella. También en Caracas, cuando apenas si vivía con M, Rosita empezó a reaparecer en mis sueños
Muchas lecturas. Ortega, Hemingway, Lovecraft, Freud, Baroja, Rodrigo Caro, Fray Luis de León, Jorge Manrique, López de Vega, Pascal, Tomás Salvador, Irish, Flaianno, Malaparte, Fitzgerald, etc. Todo, todo revuelto y en una misma noche.
En la tarde paso un relato en limpio que escribí en Cadaqués en la casa de Ramón Eugenio de Goicoechea: PRIMAVERA EN CADAQUES. Empiezo a escribir otro relato en el restaurante donde almorcé. Ojalá lo termine.
Me vuelve el espíritu creador y estoy agradecido a este camino de soledad que tomé.
7 de mayo.-
10 de la mañana. Me llama Javier y le cuento: “¿Sabes qué soñé anoche? Que fui a Caracas. Llegué al aeropuerto y ahí todos los empleados hablaban en catalán. Bueno, llegué y me dije: “-Voy a visitar a M” y comencé a caminar. Aquello no era una ciudad. Si era un paisaje parecido al de España, pero no era España. Había casas diseminadas en los cerros. Las casas eran antiguas. Caminé, pero en seguida me devolví. “-¿Qué le voy a decir a M?”, me dije. Me desperté cuando regresaba al aeropuerto para coger al avión de retorno.
Ayer salí con Luisa Jover, una mujer empeñada en no salir de un bar llamado El Paraguas. Es casada, separada de su marido. Hace cinco meses que se separó del marido y en esos cinco meses ha vivido con dos hombres de los cuales se ha separado también. Me habla de sus problemas económicos. De la madre, que vive con un obrero, de sus ilusiones como cineasta, del viaje que dará a Francia donde rodara una película. Tiene 27 años, es lo que dice. Se expresa mal de todas las personas que conoce. Le pregunto el porqué se separa de su último compañero. Me responde: “-El quiere mujeres altas y hermosas. Yo soy hermosa, pero no soy alta. Se va a Suiza. Me ha dicho que allí si encontrará lo que busca. Es muy hermoso…”. Comemos en una tasca y cuando pienso que puedo agarrarle la mano me arrepiento. Podría hacerlo porque es ella la que me solicita. La cita en El Paraguas la puso ella. Esta mujer quiere venderse. Cree que yo tengo dinero. Su novio también llegó a El Paraguas, pidió un café y un coñac. A la hora de pagar discutieron y el hombre dijo: “-¿Entonces él no invitó?”, se refería a mí. Yo callaba. En vista de la situación dejé que cada uno se pagará su consumición. La Luisa lo veía con ojos de furia. “-El no invitó”, le dijo despacito. El hombre, sacando su dinero, me miraba y se sonreía.
A la una viene Javier. Yo le dejo del único ejemplar de “Entre las Breñas” que me queda. Claro que se asombra “-Esto es de un maestro”, me dice cuando lee.
Almuerzo en el mostrador de una tasca.
A las 4: cine “Marnie”, de Alfred Hitchcock.
La Luisa Jover, con la que comí ayer, a sus 27 años piensa o sueña como soñaría cualquier tipo de 16 años. Me dice: “-Mi madre vive casi en la miseria y está pendiente de mi soledad. Yo sufro. Siempre pienso que juego a las quinielas, gano y le doy todo el dinero”. Pero Luisa Jover ni siquiera juega a las quinielas. Sale de su casa y se va a El Paraguas. En este café se sienta y pasa todo el día y toda la noche. “-No puedo estar sola”, me confiesa-: A mi alrededor tiene que haber ruido siempre. Es difícil que llegue a un acuerdo contigo”, continúa. Lo último me lo dijo porque la invité a mi hotel. Le dije que se sentara en esa sala y exclamó: “¡Qué triste es esto”.
Yo mismo me he condenado a esta soledad de la que me quejo en este instante. Son las 9 de la noche.
Ha llovido todo el día y he salido del hotel sólo a comer. Me he sentado un momento en la sala a conversar con la dueña. He pensado alternativamente en J y en M. A J la recuerdo en el aeropuerto de Maiquetía a mi regreso de Chile. Fue a recibirme con su hermano Freddy. J estaba joven, con su delgadez que fascinaba y vestía un traje de seda. Creo que fui feliz al verla. A M la he recordado en Bruselas y en nuestro apartamento de Caracas. La recordé también una noche que peleamos delante de Carolina y ésta se asustó y lloró. Ahora oigo el concierto para piano y orquesta de Chopin, concierto que por cierto oía con J en el recibo de su casa. A ratos me pregunto si no terminaré viviendo con J, reuniéndome con ella. En el fondo, creo, es a ella a quien he amado. M fue una pasión, un encontronazo violento que me dislocó. La poseí sin quererla del todo. Me gustaba físicamente. Luego el interés me fue ganando. La vanidad. Su grado en la universidad, la cuestión de que podría ganar dinero y ayudarme. (-!-) Ha sido un desastre y por indelicadeza yo perdí mi vida. (Rimbaud dice: “por delicadeza yo perdí mi vida.”.).- Si hubiera tenido delicadeza me hubiera quedado con J.
8 de mayo.-
Por azar me cruzo con Beneyto: “-Estoy jodido-, me dice-: Todo es una pelea con Teresa. Me llaman a casa y ella responde que ya yo no vivo ahí, que esa no es mi casa. Tengo que irme, pero haciéndole una gran putada. Antes quisiera sacarle un dinero de cualquier forma para editarme un libro. Ando en busca de otra mujer. Por los momentos voy con putas”.
Muy dentro de sí Beneyto teme dejar a Teresa porque ella lo mantiene. Beneyto, en 35 años que tiene, apenas si ha trabajado una vez, durante tres años, en un banco. Encontró a Teresa, ella montó un apartamento. Para que él viviera y le cuidara el niño que tuvo con alguien. Teresa trabaja en Valencia nadie sabe dónde ni qué hace. Beneyto es un ser inofensivo, incapaz de luchar con sus propias manos. Para él ha sido una gran decisión el haber dejado el empleo que tenía en el banco. Lo dejó porque Teresa se lo propuso. Iba seguro el señor Beneyto. Ahora creo con Tomeo que Beneyto se “hizo” escritor y pintor para justificarse. Hasta en el carnet de identidad se pone escritor y pintor. ¡De gente así está lleno el reino de los cielos!
Beneyto me cuenta que se acostó con una francesa (puta, por supuesto) de la que se enamoró. A su edad, los hombres las prefieren putas, corrompidas y viciosas… pero como amantes. Pero hay otros que también se casan con estas mujeres (putas, viciosas y corrompidas) para, sirviéndose de ellas, atraer otras mujeres. Las mujeres les sirven en estos menesteres con “todo el amor”. Caso Enrique y Paquita. Enrique a través de su mujer, a quien ha corrompido, se ha conseguido a una viuda rica y “guapa”, como dicen los españoles. Ahora sale los tres por ahí y han hecho lo que se llama un tríptico.
El botones del hotel, un chico de cinco años, me pregunta si yo alguna vez me he acostado con una mujer. Me río y le preguntó que si ya él lo ha hecho. Me responde que no.
- Oiga – me dice-, y si usted ya lo ha hecho ¿por qué no me dice cómo es eso?
- Es muy fácil. Es una cosa corriente.
- Sí ¿qué?
- Arriba hay una alemana que duerme desnuda. Subimos y la vemos. Pero por favor, no se lo diga a la dueña.
- No, ¡qué le voy a decir!
Subimos yo subo por curiosidad. Nada más que por observar al muchacho. El muchacho se agacha en la puerta y mira por una ranura. De pronto se da cuenta de que la mucama lo mira desde el otro piso. Yo doy la vuelta y me dirijo a mi habitación. Después lo llamo con silbido.
- La mucama te está viendo-, le digo.
- No importa, me responde. Ella fue la me dio el dato.
La mucama es una señora ya de edad. A lo que veo el muchacho habla con todos del problema sexual. Quiere enterarse. Me confiesa que una sola vez se ha masturbado.
- No te lo creo- le digo. Uno se masturba una vez y luego prosigue. Se sonríe con una cara de conejo.
Por la tarde, cuando bajo de la habitación, el botones me dice: “-¿Ha visto todos esos huevos que hay en las habitaciones y en los baños?” Le respondo que no. No había caído en la cuenta. “-Bueno, los hizo el otro botones. Yo veo a la del 11. Tiene bastantes pelos. La del 19 tiene unos senos grandísimos. A la mucama le di 25 pesetas y me mostró todo. ¿Usted no tiene revistas?”. Le respondo que no. “¿Por qué no compra revistas y me las presta?” Le digo que eso no se hace. Que se busque a una mujer. El muchacho, delgado como una hoja de zinc, detrás de sus lentes, quisiera una mujer, no importa como sea. Ahora me confiesa que observa todos los días a una anciana que no puede hablar. “-¿Pero a usted no le da asco?” le pregunto. “-No, que va, me responde. Se les ve todo”.
En alguna parte leí que el hombre angustiado se cuidaba mucho de su limpieza, que era escrupuloso.
9 de mayo.
Una mujer me esperaba en alguna casa. Yo salía de una clase de matemáticas. No entendía el idioma en que se explicaban las clases. Cuando el profesor hacía preguntas yo me ocultaba detrás de los otros alumnos. Me levanté. Había una mujer que me esperaba. Recogí del banco un bulto y tres sweteres. Se me cayeron a la salida. En una casa se me cayó el bulto y cuando quise depositarlo en una mesa todo lo que había dentro se desparramó. Eran papeles, zapatos, camisas. Recogí todo eso y volví a meterle en el saco, pero todo se me cayó de nuevo. Pensaba con desesperación en la mujer que me esperaba.
No me llega la beca. Espero que no me la quiten. Si me la quitaran tendría que trabajar, ganar una miseria y resignarme a una vida oscura y de sacrificios sin sentido. No sé hacer nada y no ganaría nada. O tendría que regresar a mi país, donde sé la vida que me espera. Para olvidar completamente a M, con la que no puedo vivir, tendría que esperar por lo menos un año. Llevamos tres meses de separación y aun nos escribimos. En este momento acabo de recibir una carta suya. No le respondo, pero la recuerdo.
Tomeo me llama. Con una americana que conocí en este hotel nos iremos a Sitges. Son las 4 y media de la tarde.
10 de mayo.
Tomeo, una joven americana y yo pasamos el día en casa de Javier Carles Tolrá. Se nos unió Pascual Maisterra con su mujer. Juegos infantiles entre nosotros. Conversé mucho. A Pascual y a su mujer les hacía gracia e imitaban mi forma de expresarme. Necesidad de una mujer. Recuerdo de M en nuestra última casa de Bruselas. Yo la quería.
11 de mayo.
Carta de M. Que me perdona, me quiere y me espera.
Pero yo me iré si me quitan el dinero. Aún no me ha llegado la beca. No voy a trabajar en este país por un sueldo miserable. Tengo la experiencia de Chile. Trabajaba más de ocho horas diarias por trescientos bolívares y de paso perdí la vista. No repetiré aquí esa “proeza”. Fui injusto con J. La recuerdo un día: estábamos en la casa de su hermana Nina y J vestía de rojo y yo la deseaba.
Soñé con mi antiguo amigo Ramón Bravo. Fue mi gran amigo de mis primeros años en Caracas. Pero declaró contra mí después de las publicaciones de “Entre las Breñas”. Yo salí para París y Bravo, que se decía mi admirador y mi amigo, con una envidia almacenada dijo que yo no era escritor ni nada sino un traidor. ¿Pero traidor a quién? ¿A él? ¿A sus ideas? A nada de eso. Ramón Bravo no era militante de partido político alguno. Yo más bien lo defendía y lo alentaba en sus propósitos de escribir. En cuanto a ideas, Ramón Bravo no tenía ideas. Estuvo con los comunistas mientras estos le dieron becas. Cuando le quitaron las becas, consiguió, a través de un amigo, dar unas clases de francés en el Pedagógico. Aquél se casó con una mujer que le mintió diciéndole que tenía propiedades, que no tenía. Pero Ramón es un hombre con suerte y ha conseguido otra beca, esta vez con el gobierno a través del Ministerio de Educación Nacional.
Seis de la tarde: he hablado por teléfono con el editor Picazo. Me dice que “ENTRE LAS BREÑAS” ha sido aprobado por la censura. “-Ahora hay que esperar dos meses”, dice.
Con este diario cometo grandes injusticias.
Me dice Tomeo que Miguel Oca quiere hacerse un nombre a como de lugar. Y anda visitando críticos y mendigando comentarios para su libro. “-Ya está viejo, -dice Tomeo-, y se siente frustrado”.
No me ha llegado el giro, pero con lo que me queda me compro un libro: “La erótica de los genios”, de Lee Van Dovski.
“SOLO”- (título de Strinberg que probablemente yo también utilizaré).
Por la noche viene Javier: “-Estoy asqueado –dice-, acabo de tirar 600 pesetas. Me he acostado con una mujer y me he ido sin acariciarla. Es que son unas perras. Claro, conocen su oficio. Me dijo que me acostara y sin que yo la vea se me monta arriba. Y se lo mete de una manera que yo no esperaba y me voy en seguida. ¡Perras!”.
12 de mayo
Me despierto pensando en J y en M.
La dueña del hotel donde vivo es una catalana que tiene dos hijos: una hija de 14 y un hijo de 18 años. La hija estudia bachillerato. El hijo no estudia. Cuando estudiaba sufrió de dolores de cabeza y tuvo que abandonar el colegio. Ahora trabaja. La señora está casada con un hombre de apellido Rodríguez que la abandonó. No ha sabido más de él en 17 años. Cuando el marido la abandonó se dio cuenta de que había quedado en estado.
Su marido es (o era) crítico de arte. La última vez que lo vieron, le han contado, fue en Venezuela. Se fue con una mujer con la que vivía antes de casarse. “-Nunca pudo abandonar a esa mujer -cuenta la señora-: Vivía con ella antes de casarse conmigo. Pero después que se casó conmigo se dio cuenta de que no podía abandonarla”. La señora en la actualidad vive con un alemán que tiene más o menos su misma edad. La señora niega que tenga algo con ese alemán. “-Eh, cuidado –dice-, Francois es un amigo que me ayuda mucho, pero nada más”. El alemán es el que hace y deshace en el hotel. Administra otra casa que la señora tiene en la Costa Brava, come en la cocina, anda como Pedro por su casa, etc. Hasta un ciego se daría cuenta de que el alemán vive con la dueña de casa, pero ella lo niega. ¿Qué gana con negarlo? El alemán, con sus desplantes, demuestra que vive con ella.
Aún no me llega el dinero de la mensualidad y con lo que me queda sigo comprando libros. Hay gente de pocas lecturas que escriben bien, pero que no dicen nada. Más vale una línea que diga algo a una línea bien escrita que no diga nada.
Anoche me masturbé: uno va con una puta y en seguida presiente que se ha masturbado. Anoche me masturbé para ver cómo me sentiría hoy. Cosa extraña, me sentí bien, alegre, potente. Me tomé dos cervezas antes de comer. Me mareé rápido. Silbaba. Comí un arroz con pollo, ensalada fresca y medio pan. Almuerzo frugal.
Debo leer a Larra, a Baroja (“Silvestre Paradox”, “César o Nada” y la “Sensualidad pervertida”); debo leer a Eurípides, a Luciano; debo releer a Dostoievsky…
Hace un día magnífico. He comprado “Carnets”, de Maugham y “La vida dura”, de Mark Twain. Pensando que al regresar a Venezuela debo internarme en el Orinoco. Escribir un diario y varios relatos de una aventura.
Con Tomeo. Dos solitarios. Dos escritores. Dos narradores de mierda. Pasan parejas, casi siempre la mujer es hermosa y el hombre o gordo, o calvo o demasiado flaco. Y nosotros sin nada. “-Pero es que no buscamos!” -exclama Tomeo.
Yo trabajo todo el día recorriendo librerías de viejo. Es vicio caro. Después por la tarde, oí a la dueña de la pensión. Se casó cuando contaba 27 años. Su marido tenía 37. Nunca lo quiso. Se casó porque se creía segura. Pero su marido tenía una querida, una joven que sacó de un burdel. Nunca pudo desprenderse de esa mujer. Ella lo supo por unas cartas que le encontró en un bolsillo. Pelearon y el marido la insultó. Le dijo, cuando dio a luz el primer hijo, que le daba asco (por haber parido).
14 de mayo.-
Venía con Tomeo de Cadaqués y la radio hablaba de Linares, un pueblo y luego de un torero apellidado Linares. ¡Linares! Venimos en el coche y no ha cesado la radio de hablar de Linares (pueblo o nombre de torero) cuando levanto la vista y leo: BAR RESTAURANT CARABOBO. Y Carabobo es nada menos que un campo en que fueron derrotados los españoles y el nombre del estado donde nació M. Seguimos y resulta que hablan de Valencia. Y Valencia es la capital del Estado Carabobo y la ciudad donde nació M. Llego a casa, abro un libro de Saroyan y leo en el cuento titulado “Un guión para Karl Marx” lo siguiente: “claro está que no hay el amor necesario para que Mirna Loy pueda tener un buen papel…”. Yo creo que si a Strinberg le hubiera sucedido lo mismo habría pensado en fuerzas oscuras que lo perseguían. Hubiera corrido hacía un sanatorio o hubiera atentado contra su vida. Por mi parte me creo demasiado normal. Soy tan normal como cualquier burgués. No hay en mi la locura de Strinberg. Tal vez me condene en mis escritos como hacía el mismo Strindberg, pero no soy un loco de atar… aunque muchas veces me haya sentido muy cerca de la locura o realmente loco, como me aconteció en Madrid cuando sufrí aquel delirio de persecución. En París me había sucedido algo semejante, pero no con la policía si no con unos árabes y tuve que abandonar París. En París la cosa comenzó porque un venezolano se había acostado con la mujer de un árabe y se sentía perseguido. “-Son unos cuchilleros”, me decía. El hombre tenía miedo y una noche me pidió que lo acompañara. Nos metimos en un bar y el hombre creyó ver al árabe, marido de la mujer. Salimos entonces y el hombre me dijo que el árabe nos seguía. Caminamos por la Rue Monsieur Le Prince y el hombre, volviéndose para todos lados, me dijo: “-En ese auto pasó el árabe. Va acompañado con otros tres”. Le dije que nos metiéramos en un café. En el café el hombre creyó distinguir al árabe con otros cuatro más. Salimos del café y me pidió que lo acompañara en un taxi. Cogimos un taxi y acompañé al hombre a su casa. Lo dejé en la puerta y yo me regresé en el mismo taxi. Después era yo quien me creía perseguido por los árabes. Pero todo tenía una historia. En Venezuela los comunistas, que habían empezado a entregar a los guerrilleros, desataron una campaña contra mí acusándome de traidor. De esta manera metían la cizaña y la desconfianza entre los revolucionarios. De tal o cual decían que “había cantado” si no que me había ido al exterior empezaron a llamarme desertor. Yo pensé en el regreso y en la venganza. Días después partí hacia Madrid para despistar un poco y en Madrid sufrí el segundo golpe mental.
Anoche me fui en los calzones.
M me envía un suplemento cultural de “Últimas Noticias” donde aparece mi artículo sobre Molina y un recorte de Lovera- de Sola en donde se me nombra.
¡Al fin llega el cheque!
A la calle, donde sigo comprando libros: Eurípides, Fernando de Rojas, Scott Fitzgerald, y una antología de los místicos españoles. Promedio de lectura: uno o dos libros por día.
6 y media de la tarde: Bajo al Moka a tomarme un café. Me llaman. Es Torcuato de Miguel, autor de “El Reformatorio”. Me siento a su mesa.
- Miguel Oca se me cayó -me dice.
Estábamos en un bar y allí vio a Baltazar Porcel. Oca no hacía más que mirarlo, temblando. Sacó un ejemplar de su libro y le escribió una dedicatoria por este estilo: “Al genio de las letras castellanas contemporáneas”. Después se levantó y se le acercó temblando: “-Señor Porcel -le dijo-: es un honor para mí entregarle este libro”. Titubeaba, tartamudeaba, casi se arrodilla. Etc.
6 y tres cuartos de la tarde: Llama Tomeo y le digo lo que me contó Torcuato:
- Yo te lo dije -me responde-: Miguel Oca sufre. Ve que pasa el tiempo y no se hace famoso. Quiere ser vedette. Anda todo el día tocando a las puertas de los críticos y mendigando un comentario. Por otra parte, su mujer es una mala puta, intrigante, que me hizo pelear con mi novia. Entre las dos, ella y el Miguel, la llamaban para “confiarle” cosas. Que si yo salía con otras… y la mayoría de las veces inventaban. Debía haber envidia. Mi novia era joven, hermosa… ah… mejor no hablemos de esto…
Corta.
15 de mayo.-
Anoche fui con una uruguaya. “¿Cómo viniste a parar aquí?”, le pregunto. “-Ah, por una amiga con la que me carteaba. Me dijo que aquí el mercado estaba bien”. “-Lo mismo que me pasó a mí en mi oficio -le respondo-: Yo también me carteaba con un amigo y me dijo que aquí había bastantes editores”.
En fin, que me parezco a esa prostituta.
Paseo por el barrio chino. Calle del Robador. Prostitutas de 200 pesetas. Lo más, trescientas. Me tomo tres cervezas. Salgo a la calle. Una gitana me pide una peseta. “-Venga, que le voy a leer la mano. Usted es un hombre noble y bueno. No se merece lo que le ha pasado. Hay una mujer que lo quiere mucho. Hay otra que le quiere hacer mal. ¿Cuánto dinero tiene? Saque lo que tenga. Póngaselo en esta mano. Bien. Démelo. (Coge el dinero. Yo sé que me está robando. ¿Pero cuánto? Me pone el dinero en la mano). Guárdeselo. (Me lo meto en el bolsillo. Yo sé que me ha robado. Pero no reclamo Nada. Creo que me ha robado cien pesetas. Bueno, que así sea.) Usted tiene un enemigo llamado Antonio. Hay un Antonio que le desea mal. (Antonio Beneyto, claro, pienso.) Váyase. Póngase las manos a la espalda y siga hasta el final de la calle. (Hago lo que me dice. Cuando llego al final de la calle saco lo que me metí en el bolsillo. ¡Tres pedazos de papel! No le reclamo nada por lo que me dijo de Antonio. Incluso me vengo contento).
En un bar hay una pelea entre una mujer y un hombre. En la calle pelean tres hombres. A uno le rompen la manga de la chaqueta.
- Poeta -le dice una mujer a un hombre-: ¿y te rompieron la cara?
Todo ha sido como un cuento de Hoffmann.- “La olla de oro”.- El joven perdido en una ciudad nocturna en los barrios bajos.
6 de la tarde: Reunión con Picazo. Editará mi libro. Me dice que dentro de 15 días tendré las pruebas para corregir…
De regreso de Picazo, en Las Ramblas, me encuentro con Torcuato de Miguel. Acaba de despedir a su mujer y a su hija, que se han ido a Alemania. Subimos al hotel. Una hora más tarde sube Javier.
16 de mayo.-
2 de la mañana: vengo de acostarme con una francesa.
Hoy, con Tomeo, recordaba a mi papá. Salía con mi mamá y la dejaba por seguir a alguna mujer, que luego llamaba “bomboncito”. Y viejo ya, en el hospital, con la lucidez perdida, me decía: “-¿Ves aquella enfermera que está ahí?… la gorda… la estoy atacando…”. Se quedaba pensativo, sentado en la cama con los pies colgándole. Se reía con una voz gutural; veía hacia la nada.
17 de mayo:
4 de la madrugada: lectura de “El Atentado”, de Tomás Salvador. ¡Una Cagada!
12 mediodía: al banco a retirar dinero. De regreso, compro en un kiosco “Han matado a un hombre, han roto un paisaje”, y se lo llevo a Candel para que me lo firme. Candel está en el bar de la esquina de Pelayo con Cataluña. Tomás Salvador anda como loco porque ha perdido una letra o un cheque al portador. “-Cuando te falte dinero, hombre -me dices-: Ya editaremos “Gritando su Agonía”. Ahí estaba Torcuato de Miguel, siempre hablando de Tábano y de Miguel Oca. Ahora sólo dice que quedó finalista en “Biblioteca Breve. Está obsesionado, tiene un tic que parece que ríe y no es así y lo engaña a uno. Cuando hace el tic yo me río creyendo que se ríe conmigo y entonces él me ve asombrado, pues está serio y diciendo cosas serias. Este Torcuato ha estado en sanatorios y yo creo que está loco.
He subido a mi cuarto y he encontrado a la camarera muy sí señor sentada a mi mesa, tarareando una canción y escuchando mi radio a todo volumen. Salta cuando me ve y exclama: “¡Usted perdone, eh! Pero qué radiecito tienen usted! ¡Qué radiecito tan bonito! ¿Tiene usted hora? ¿No tiene reloj? Bueno, yo tengo un reloj de esos finos, de oro, pero nunca me lo pongo. ¡Ya está! ¡Apagamos el radio! ¿No le molesta, eh, que lo haya prendido?” La camarera es flaca, desdentada, viejona.
Carta de Antonio Márquez Salas. Una gran alegría. Me dedica un artículo por la separata que me publicó Cela: “BAJO LOS CIELOS SIN TIEMPO”.
Le respondo a Márquez Salas. Le anunció que la censura autorizó ENTRE LAS BREÑAS y que Tomás Salvador me editará GRITANDO SU AGONÍA.
17 de mayo.-
En Sitges. En casa de Xavier Carles Tolrá. Soy injusto con la gente. “-Lola es una mala puta -me dice Tomeo-: Viene a aquí a abusar de la bondad de Carles.” Allí hay una mujer llamada María Rosa que carga su hija de apenas tres meses de nacida. Esta mujer me dice que es casada y que tiene otras dos hijas. Salgo con Carles y le pregunto que quién es el marido de esa mujer y me responde: “¿Marido?” No tiene marido. La niña es un desliz que cometió.” Con este dato vuelvo y empiezo a hablarle en otra forma. Pero no dejo de pensar que las mujeres que han cometido deslices se disminuyen ante los ojos de los hombres, al menos de los españoles y latinoamericanos. Llegan Fanni y Aleu. A Aleu no lo puedo mirar a los ojos porque me sonríe involuntariamente. Sabe o sospecha que su mujer se acostó conmigo. La Fanni se acostó conmigo y se lo dijo a todas sus amigas, de ahí que no me extraña que Aleu lo sepa. Para vencer mi sonrisita me siento frente a ellos, el Aleu y la Fanni, a jugar a las cartas. Les explico un juego y me hago el interesante con las cartas en las manos. Pero hay un hielo entre el Aleu y yo. O una incomodidad. Cuando estoy frente a él no dejo de pensar que me acosté con su mujer. La mujer no me importa ni la recuerdo, pero el Aleu me pone incómodo y yo también lo pongo incómodo a él.
18 de mayo.
12 de la noche. Regreso de Sitges. Días perdidos porque no conseguí ninguna mujer. Le he dejado el teléfono de la madre sin marido.
Con este diario cometo una gran injusticia.
Tomeo y yo andamos entre la resaca. Gente vieja, acabada, golpeada, frustrada. Las mujeres han sido abandonadas por sus maridos, o han tenido hijos clandestinos, o han fracasado en sus proyectos o en sus vocaciones. Los hombres son medianos en todo. Son pintores del montón, o escritores de segunda clase y han perdido algunos dientes. Le hago este comentario a Tomeo y éste me responde: «-Lo que pasa es que tú y yo, entre la gente normal, que no ha sufrido nada, no podemos estar». Yo le digo que nos quejamos por no poder conseguir mujeres jóvenes y hermosas, pero es porque no frecuentamos si no gentes como esas que le acabo de enumerar.
Esta tarde también casi he llorado por J. Fue cuando regresé a Caracas tras abandonar a M y yo no podía dormir y J me recomendó unas gotas.
20 de mayo.
Dormí con las gotas que me tomé, pero amanezco con un dolor de cabeza. Pero así y todo, enfermo, me tomo una botella de vino y como merluza y en seguida me acuesto con una prostituta y vengo y me tomo un anís y ahora me he duchado con agua fría y he recordado a M y luego a Guilarte quien nos invitaba a su casa y que se suicidó en Venezuela lanzándose por un puente. He pensado después que si se hubiera quedado en Bruselas aún estuviera vivo.
Compro un libro de Lope de Vega: «Fuente Ovejuna».
El cónsul me llama. Comeremos esta noche con Tomeo.
Soy injusto con los demás ¿pero acaso no soy más injusto conmigo mismo?
21 de mayo.
Lectura de Galdós: «Nazarín».
Comida con Aníbal Valero, cónsul de Venezuela y Javier Tomeo. Del restaurant nos fuimos a un burdel y el cónsul y yo fuimos con sendas francesas. Dormí y soñé con un mar.
Cartas de M y de mis hijas Clara y Valentina. M me dice que mis enemigos están fuertes. Crespo se casó con la hija del director de “El Nacional” y Adriano González León se ha cogido la Escuela de Letras de la Universidad Central. Yo le respondo que esos tipos no son dignos de ser enemigos míos. Mi plan es conquistar España.
A la calle. Compro: «Antología mínima» de F. S. Fitzgerald; «Antología poética», de Ezra Pound y «Asesinato en la catedral», de T. S. Eliot.
Lectura de Galdós y Fitzgerald.
Por la noche, a las diez, viene Tomeo, Hervás, Oca, Josende, Carcasona y dos pintores más.
22 de mayo.
Dos cartas de M. Una con un artículo de Francisco Salazar Martínez titulado ARGENIS Y EL ESCANDALO, donde hace referencias a toda mi obra y en particular a la Fiesta del Embajador y a mi último relato Bajo los cielos sin Tiempo.
Carta de Molina pidiéndome ejemplares de “La Vanguardia” donde salió mi entrevista.
Compro «Vida y poesía» de Goethe.
23 de mayo.
Sueño con culebras. Tomeo y una mujer caminan por la orilla de un mar o del río Orinoco. Vamos por los jardines de la Universidad Central de Venezuela que está completamente en ruinas. La mujer de Tomeo me agarra las manos a escondidas y yo me excito. Un hombre, a todas luces un profesor, pasa con un saco lleno de culebras. «Lo hice -dice-. Lo hice». Yo me quedo observando al hombre, pero en esto siento un movimiento bajo mis pies. Hay una culebra. Yo salto. Una mujer que está en cuclillas limpiando unos pescados, entierra un cuchillo en la cabeza de la culebra.
En Sitges, con Tomeo, Pascual Maisterra, su mujer y Xavier Carlos Tolrá. Juegos infantiles por nada: parchís y dominó, música de Schumann.
Como Hoffmann, creo que me he enamorado de una jovencita de 18 años. Es la hija de la dueña del hotel y he salido con ella a comprar una camisa y unos calcetines. Me ha acompañado a comer. No le gusta que le diga que la quiero. «-¡Usted siempre habla de la misma cosa»!, exclama. Me confiesa que desde hace dos meses sale con un joven de su misma edad.
Y la cosa fue que ayer nos fuimos a Sitges porque Tomeo y yo fuimos donde el editor Picazo a buscar un periódico de provincias que hablaba de Tomeo. Y allí, con Picazo, se encontraban Hervás y Miguel Oca, y Oca hablaba mal de Beneyto y de Molina y quién sabe si de mí y del mismo Tomeo. Tomeo cogió su periódico y salimos. «¡Qué asco -dijo-. Vamos a Sigtes! No quiero volver a ver a ese Oca. Es un intrigante. Y su mujer es una mala puta. Vivían intrigando con mi novia. Una vez iba a salir yo con una mujer y salió la mujer de Oca a decirle a mi novia que la mujer me había rechazado. Y el Miguelito… ¡Qué asco! ¡Qué mentiroso! Le llevó los libros al crítico de Insula y más tarde me llamó y me dijo: ‘El crítico de Insula leyó nuestros libros y dijo que eran maravillosos, pero que el de Hervás era malísimo’. Bueno, llamé ya al crítico y le dije: “-Oiga, me dijo Oca que usted había leído los libros y le habían gustado. Oiga -me respondió. Un momento. Yo leí el suyo y me gustó pero los otros no los he leído’. ¡Qué asco, el Miguelito! ¡Es blando! ¡Es fofo!
Compro «Diario argentino», de Witold Gombrowicz.
A la una, en un café con Francisco Candel y Tomás Salvador, como de costumbre, me dice: «En setiembre, en setiembre sale Gritando si Agonía.
24 de mayo.
Lectura del diario de Gombrowicz y de los poemas de Ezra Pound. A mediodía viajé a Sitges con Tomeo y Aníbal Valero, cónsul adjunto de Venezuela. Valero y yo nos prendamos de la misma mujer, María Rosa, la cual ha tenido tres hijas de tres hombres diferentes. La mujer es atractiva y los dos nos valemos de la última hija que tuvo hace tres meses para «atacarla». Besamos la niña, le decimos que es tan linda como la madre y todo eso. ¡Esto es una puta vida!
Se me rompen los lentes.
Se me rompe el radio.
Me siento mal del estómago.
Estoy adormilado, pero no puedo dormir, que es peor.
Lunes 25 de mayo.
Lectura de Galdós. Avanzo muy lentamente.
No sé si el hábito de escribir este diario me ha ido quitando el sentido de la creación. Tal vez piense más en escribir el diario que cualquier obra de creación, relatos, cuentos o novelas. Es claro que en un relato, en un cuento o en una novela, se dice más que en unas notas escritas al día. El relato, el cuento o la novela es pura creación, sentido puro de la verdadera vida. El diario no pasa de ser una relación incolora.
Creo que, en definitiva, todos los diarios íntimos se parecen. Si se ha dicho que siempre nos repetimos, es en el diario íntimo donde nos repetimos más.
Y surge la catástrofe. Conocemos a una mujer que ha tenido hijos sin casarse y sabemos esto y nosotros, hombres, sólo andamos detrás de esta mujer nada más que por poseerla. No nos interesa otra cosa. Ya lo hicieron otros, pues hagámoslo nosotros también. Y si no obtenemos nada con la rapidez del rayo ya la estamos odiando y odiándonos a nosotros porque nos decimos: ¿dónde fallé? ¿qué no le supe decir?, etc. Acaso ella intuye esto y juega rabiosamente con nosotros. Le decimos con nuestros gestos: Lo que queremos es poseerte. No tiene nada que perder. Ya lo has perdido todo. Eres una perdida. Y ya la estamos maldiciendo. Y si no conseguimos nada nos queda el desprecio de ella. Y queremos que ella se entere. Luego pensamos: «Ya será de otro». Y si es hermosa como lo es Rosa María, nos dolerá profundamente.
En el espejo estoy contemplado mi cuerpo. Es joven, duro. Me han dicho que es hermoso, ¿pero para qué lo quiero si no lo tengo para compenetrarme con una mujer? ¡Es pasto! ¡Pasto que se quema!
Di un viaje especial, en avión, de mi país a España por presentar unos exámenes. El primer año lo aprobé, pero no estudiaba para los otros y quería retirarme. Salí a comprar carne y una botella de vino. Me fui al salón de clases. Me llamaban por todos los teléfonos.
Wolfgan Larrazábal tenía una venta de empanadas y yo era el encargado de venderlas. Las empanadas se les vendían a los estudiantes de primaria y secundaria. Las empanadas eran pequeñas y yo la escogía de las más grandes cuando me las pedían.
En la calle había un tumulto contra los Machado (Eduardo y Gustavo). Yo estaba allí y ellos me veían a mí. «a mí no me importa esto -me decía-, lo que importa es que estos señores piensen que yo estoy contra ellos sin que me importe nada». Pero se dieron cuenta de mi indiferencia. Yo lo que pensaba era que todo el mundo les faltaba el respeto.
En dos periódicos de la Universidad se hablaba de mí. Un tipo que comía en un restaurant me dijo: «¿lees aquí? Cogieron Entre las Breñas como tesis de grupo político». Yo leí en el periódico. Un grupo universitario se hacía solidario con lo que yo allí «decía» y se agrupaban bajo el signo de ese libro. Yo estaba asombrado y casi quería reírme. ¿Qué encontrará esa gente en ENTRE LAS BREÑAS, me decía.
Soñé que compraba un libro de Carson McCullers. El libro no sé si existe.
11 de la noche. Al cine. «El Incidente», de Larry Peerce.
Vino Miguel Oca y se sentó en la sala del hotel. Me dijo que García Márquez había declarado contra mí diciendo que yo había traicionado a las guerrillas. ¡Esto sí está bueno! Yo he sido el único escritor de la América Latina que ha sido guerrillero. Y estos tipos que jamás supieron nada de guerrillas se erigen en jueces. Son izquierdistas para vender libros. Trafican con el izquierdismo. Se dicen revolucionarios y viven en Europa, gordos, apestosos y aburguesados. Mientras tanto los guerrilleros se mueren y éstos por aquí venden la revolución como un producto. La venden en forma de libros. El Vargas Llosa y el García Márquez. Y en Venezuela los comunistas, fundadores de las guerrillas, ahora son diputados, senadores, abogados de los gobernadores y los primeros que salen a condenar cualquier manifestación estudiantil u obrera. Iguales son estos escritores de izquierda. Unos se matan para que «los escritores revolucionarios» vendan los cadáveres.
26 de mayo.
Nuevo sueño con M. Comienza de este modo: tomo el ascensor de este hotel que me llevará a mi cuarto, pero el aparato da una voltereta como si fuera un funicular en el espacio y va a detenerse en la plaza del rectorado de la Universidad Central. Me digo: aprovechando que estoy aquí iré a ver a M. Veré qué hace. Como siempre, mi pensamiento hacia ella es que me traiciona. Y justo cuando subo unas escalinatas, hay un hombre que le dice al otro: «Veré a M». Yo me adelanto. M está entrando también. Nos saludamos. El hombre que ha hablado con ella la saluda, pero al divisarme sigue de largo. Yo miro al hombre y miro a M y sin esperar nada la emprendo a golpes.
No me gusta nada el «Diario Argentino» de Gombrowicz. Lo único que he sacado en claro es que Gombrowicz tuvo debilidades homosexuales en su juventud y luego, más tarde, en Buenos Aires, contemplando a los muchachos, volvió a sentir esos malos fluidos.
Por la tarde de compras: «El mundo de los sueños», de Havelock Ellis; «Diario Florentino», de Rilke; «Poemas», de Tennyson; «La vida feliz de Francis Macomber», de Heminway y «Cuentos de un soñador», de Lord Dunsany.
Pagándole, he estado con una mujer. Antes me emborraché solo, entrando de un botiquín a otro. Discutí mucho antes con Tomás Salvador. Resulta que Tomás Salvador, después que ha combatido bajo las banderas falangistas, anti-judías, ha descubierto que sus antepasados son judíos. esto no hay quien lo entienda.
Y lo mejor que me sucede con esta puta que voy esta noche es que me dice que soy limpio, hermoso, largo y que me va a hacer un buen trabajo y me hace un buen trabajo y no quiere irse tan pronto como lo acostumbran, y vuelve a hacerme otro buen trabajo y yo encantado me dejo hacer todos los trabajos, pero después que me hace todos los trabajos que quiere, se da cuenta de golpe que soy pesado, que mi cuerpo pesa y me pregunta cuánto peso. Le miento y me quito cinco kilos. Duda y al fin tengo que decirle lo que según un peso me dijo hoy: 69 kilos. «¡Ah, no ves!», exclama, «tienes que rebajar, estás echando barriga, no tanto, pero de todos modos estás echando barriga!
27 de mayo de 1970.
Carta de Molina. Ya salió su libro «Un caracol en la cocina». Yo estoy jodido. Salvo el cuento de Cadaqués no he escrito nada de creación. Compro libros que almaceno y que apenas si abro. Creo que he perdido todo sentido de la narración. Y lo demás no me interesa. Anoche me emborraché solo. A veces me es agradable emborracharme solo. Lo malo es, cuando borracho, me meto en la cama. Entonces no puedo ni leer ni dormir. Y las calles afuera están solas.
Nunca he tenido una mujer que me ponga en dificultad de que debo igualarla, de que debo trabajar, estudiar, crear para igualarla. A otros les ha ocurrido, como a Rilke, y les ha resultado maravilloso.
Novalis fue lo suficientemente tonto o ingenuo como para idealizar a una niña de la clase media, que apenas sí sabía leer y escribir y que probablemente era coqueta y un poco cursilona. Se puede amar a una analfabeta en la que se vea misterio, pero no a una persona que piensa en bienes de consumo, en una herencia, en una posición. como la dueña de esta casa que se casó porque buscaba seguridad y resultó que el marido tenía una querida (una prostituta que se sacó de un burdel) de la cual no pudo desembarazarse nunca. ¡Se lo tiene bien merecido! Tenía que valer mucho más la prostituta. Pues hay que pensar que el hombre era crítico de teatro, articulista y quién sabe cuántas cosas más de esas llamadas del intelecto para que dejara a su mujer, que era «decente», por una prostituta. ¡Esto, que yo sepa, sólo ocurría en el tercer Reich!
Las mujeres condenadamente decentes son una birria. No quieren aprender. Y si aprenden no ponen en práctica el aprendizaje.
Nunca me he sentido mejor que cuando me he comportado como un cínico. Me sentía bien cuando jugaba con aquellas dos mujeres. Ambas me celaban la una de la otra y yo mentía descaradamente. Decía que no tenía nada con la otra y después que estaba con una corría hacia la ausente. Y si ésta me reclamaba mentía, decía que estaba en otra parte. El único punto a mi favor era que jamás me expresaba mal de ninguna de las dos. Y en cuanto a escribir, nunca me sentí mejor que cuando escribía sin creer en lo que escribía pero que hacía rabiar a los lectores, a mis enemigos, a los que seguían mis pasos. Sí, porque siempre he sido un «bicho raro» al que hay que seguirle los pasos, al que hay que vigilar, un tipo peligroso.
Como ayer, borracho perdido, solo. Beneyto me llama para decirme que José Ramón Medina me mandó una carta a su dirección. Mis amigos son mis amigos a distancia. ¿Porque quién es el que no desconfía de mí? Yo soy mi propio enemigo. Título de Hull que me viene al pelo. No hay peor tortura que leer por compromiso. Y Hemingway con su narcisismo, releyéndose. Desde que empezó a escribir no hacía más que releerse. De tal manera que no tenía tiempo para leer a los otros. Y no evolucionó. Hay que olvidar lo que se escribe para beneficio de sí mismo. ¡Hemingway es el mismo desde el primer cuento hasta el último libro! Cela varió muy poco. De su «Pascual Duarte» pasó a «La Colmena» y listo. No repitió al «Pascual Duarte», pero en cambio repitió a «La Colmena». Como que «La Colmena» es más fácil de repetir. Sólo pueden escribirse una sola vez «El Lazarillo», «El Buscón» y «La familia de Pascual Duarte». Cela no comprendió esto. O tal vez lo comprendió y no insistió. Insistir hubiera sido una tontería o una cosa de loco. O acaso insistió en su soledad y fracasó. Y nosotros no lo sabemos. A estas alturas ya debe saberlo. Su «Lazarillo» es un fracaso, fue un fracaso. Supongo que él mismo lo sabe. ¡Rueguen por nosotros, los autores de un sólo libro!
28 de mayo.
En Sitges con Tomeo. llegamos, como siempre, a casa de Carles. Pascual Maisterra es un hombre que juega el parchís a vida o muerte. Llega Mari-Rosa. Le miento diciendo que sueño con ella desde que la conocí y escribo esos sueños. Afortunadamente me llevé una libreta del diario de los sueños y leí algunos que he tenido con M. Y cada vez que tenía que nombrar a M la nombraba a ella, a Mari-Rosa. Creo que se lo creyó. Pero me dijo que yo era muy joven.
Llego a casa y encuentro carta de M. Que se cortó, que tiene muchos gastos, que Carolina entra a la edad de los cuentos, etc.
Las mujeres saben más acerca de las mujeres y de los hombres que los hombres acerca de sí mismos y de las mujeres.
29 de mayo
El hombre se ha dedicado a comprar mujeres y la mujer se ha acostumbrado a que se la compre. La mejor venganza en contra de la mujer es que se la desprecie.
Ahora, hará unos diez minutos, he ido con una alemana. Le he dicho que he terminado de comer y ella me ha respondido que eso no hacía mal. Le he dicho que no tenía para pagar la cama y me ha respondido que ella la pagaría. Luego, arriba, las camareras se asombraron de que la alemana pagara la cama. Al salir, todas las camareras me miraban. Uno miente y las cosas marchan bien. a las gentes les gusta que les mientan. muy poca gente miente bien. Hay que mentir con descaro para que las cosas marchen bien.
Lectura de Rilke, de Dunsany, de Emerson. Después he estado recostado sin poder conciliar el sueño. He salido y he comprado un libro de ensayos de Ramiro de Maeztu. Cansado. Fatiga mental.
Blanco Fombona elogia al «Tirano Banderas». Obvia sensibilidad. Rufino, sin duda nuestro más grande escritor, el más completo.
Al cine: «Una tragedia americana», según la obra de Dreiser. Algún día tendré que escribir mi pasión por Dreiser.
Regresé al hotel a las once y media de la noche: recado del editor Picazo: que pase mañana por su despacho. Llegaron las pruebas de Entre Las Breñas. Recado del cónsul: me volverá a llamar mañana a las 11 a.m. También me llamó Miguel Oca. Volverá a llamar mañana. ¡Soy importante!
Lectura de un ensayo de Maeztu sobre Spengler. Ambos están equivocados. Eran demasiado idealistas. O soñadores. ¿Dónde estará la diferencia entre estas dos palabras?
Me siento seguro de mí mismo. Pero trabajo poco. Lo más grandioso es luchar. Se me erizan los vellos cuando pienso que muchas veces sólo encontraba la salida por medio del suicidio.
30 de mayo.
Me despierto temprano y a las nueve estoy en el despacho del editor Picazo por las pruebas de “Entre Las Breñas”.
A la una voy al café donde se reúnen Candel y Tomás Salvador. Le pregunto a Tomás Salvador si es verdad (como me dijo Tomeo) que había quedado sordo de resultas de un bombazo. «-No, que va -me responde-, de algo peor, de una sinusitis que se me ha ido complicando». Le dije que como escribió Gombrowicz, era muy difícil ser amigo de un sordo.
Carta de M. Me dice que Carolina me borronea cartas pero que no me las manda para que yo no piense que la utilizo como instrumento o como anzuelo.
Trabajando aceleradamente, sin ver los originales, he corregido las pruebas de Entre Las Breñas. No estoy entusiasmado con ese libro que en un tiempo fue el entusiasmo de mi vida y de la gente de mi generación. Todo pasa.
31 de mayo.
En Sitges con Aníbal y Tomeo. Carles nos recibe de manera extraña. Aunque en su casa no se encuentra más que María Rosa y su niñita de tres meses, me dice que no hay espacio allí para dormir. Lo que me hace entrar en sospechas. La misma María Rosa me huye cuando trato de hablarle. Me produce la misma idea que tengo cuando trato a las mujeres: es interesada y busca solución a su problema. Su última niña es hija de un futbolista que la abandonó. Carles representa seguridad; aunque Carles no se baña y es sucio (cosa que todo el mundo le dice en su propia cara) María Rosa se ha transado con él. Las mujeres no tienen un cariz de estética. Yo no me acostaría con una vieja sucia, por más dinero que tenga. Pero una mujer se acuesta con un leproso por dinero o por vicio.
¡Quién iba a pensarlo! Carles mismo fue el que me habló mal de María Rosa. Fue él mismo el que me dijo que lo de la niña había sido un desliz. Que había conocido muchos hombres. Que había conocido muchos hombres, que a él no le importaba nada, etc. Pero ya está. Ha encontrado una oportunidad y la ha aprovecha.
Y María Rosa también aprovecha su oportunidad. Aquí los dos se aprovechan con descaro.
Lo que puedo decir es que tengo una violencia reprimida. Primero sueño que voy en un autobús y una joven estudiaste de unos 14 años se enamora de mí Todos en el autobús se dan cuenta. La joven y yo hablamos y convenimos en quedarnos una cuadra antes de su casa. Yo imagino que la besaré, que la estrecharé entre mis brazos, que tal vez la poseeré. «-Si no es posible esto último», me digo, «le diré que me masturbe». El autobús se detiene y yo bajo. Ella baja pero antes tiene que ir a su casa. Yo espero en unas escaleras. Ella desciende y cuando voy a besarla baja un negro. Le digo que salgamos. Salimos y entramos en un café. Aquí un argentino empieza a decirle a la muchacha que yo estoy casado. El argentino no me conoce y le habla a la muchacha con el único propósito de provocarme. Me levanto y le digo que salga a la calle. Llevo tal odio que lo destrozaría. El hombre sale y una multitud de gente se pone atrás. Dos de la guardia civil se acercan y detienen al argentino. A mí no me dicen nada y me dejan ir. Cuando busco a la joven la veo sobre un puente. Se está despidiendo de mí. «-¡Oh, todo ha sido desastroso!», me dice. Y hay en su gesto una despedida. ¿Qué más podía pasar?, me digo para mis adentros.
Voy caminando por uno de los pasillos de la Universidad y veo a M que sale. ¿Por qué no la sigo para ver a dónde va?, me digo. Y la sigo por pasillos. Ella anda casi en bikini. Yo me digo que anda así para atraer a los hombres. La sigo por otros pasillos. Ella se posesiona de una bata. Con toda seguridad va a un laboratorio, pero debe buscar a alguien, es la frase que me ronda. Pero hay un largo pasillo y entonces me descubre. A mí no me queda otra alternativa que acercarme. Ella se da cuenta que yo la he seguido y reacciona contra mí. De pronto le señalo las piernas y le digo: «-¿Y esos moretones quién te los ha hecho?» No responde. Le agarro las piernas y se las estrujo. Se queja. Al cabo de un rato reacciona y dice: «-Has sido tú, Y esto también». Y me señala las marcas de unos dientes que tiene en el ombligo. «-¿Yo eso?», le respondo. ¿Pero cómo va a ser posible? ¿Esa marca no ha desaparecido en cuatro meses? Al preguntarme esto considero que se ha burlado de mí. La lanzo al suelo. Ella cae sin proferir palabra. Yo apenas si me digo ¿Cuándo pararé? Y estoy horrorizado de la fuerza destructiva que me impele.
Volviendo a lo de ayer, caso María Rosa-Carles. Bien, Carles era el que echaba el cuento de María Rosa: ésta tuvo un «desliz», abandonó a su marido, por un jugador de futbol, yo me lavo las manos, allá ella. Y cuándo llegamos allá ¿qué es lo que vemos? Vemos que Carles cela a María Rosa, que le prepara el tetero a la niña, que se pone nervioso cuando alguien se le acerca a la mujer, que no deja, como antes, que nadie ocupe la otras habitaciones. La bella y la bestia. Y yo empiezo a sentir odio por María Rosa y asco por María Rosa por pensar que se ha acostado con Carles. Carles, ya lo he dicho, es un enfermo sexual; para excitarse tiene antes que proyectar películas pornográficas. Me imagino a Carles proyectándole películas pornográficas a María Rosa para excitarse y pensar que la excita a ella. No creo yo que María Rosa necesite de pornografía para excitarse. Tomeo es ingenuo y no cree cuanto le digo. Para Tomeo, Carles es un niño grande y nada más. Habrá idiotas, retrasados mentales y todo lo demás, pero niños grandes que son pintores, que se preocupan por el coito de los demás y todo eso no existen. Carles cuando más será tímido. Hijo único, mimado, hará un gran esfuerzo por acercarse a una mujer, cosa que logra con grandes esfuerzos. Pero lo hace. Su inteligencia lo ayuda.
Corrigiendo de nuevo las pruebas de ENTRE LAS BREÑAS.
5 de la tarde: voy donde el editor a dejar las pruebas de ENTRE LAS BREÑAS. Hay diferencias que pienso dejar. Ya me cansa ese libro.
Compra de libros de Strindberg, de Andreiev, de Fenelón.
Molina me envía su relato «Las tanguistas» y su libro de poesías «Jinete de Espaldas».
Ahora estoy cansado. «Lo mejor es un sueño ebrio en el arenal».
Cena con Tomeo. Vi a Soler Jové; andaba con una vieja que debe ser la que lo mantiene. «Pero tiene clase, hombre», me dice Tomeo.
Tomeo no cree que Carles se haya acostado con María Rosa.