(GRÁFICA: imitando a los gringos, Betancourt se aficiona a adoptar perros y perras de lujo. Aquí aparece con unas de sus adoraciones, su perrito Gay…)
JOSÉ SANT ROZ
Con unos cuantos dólares, el mercenario a las órdenes de Estados Unidos, el general de probeta y banquero Manuel Antonio Matos, para invadir a Venezuela (cual otro Leopoldo López) compra un barco y lo equipa con toneladas de máuseres, 180 toneladas de municiones, albardas, cañones y variado material bélico, y en estas negociaciones mete la mano el intrigante gobierno colombiano, por intermedio de un agente de apellido Gutiérrez.
Matos llama al pueblo a que le acompañe para restaurar la democracia, y bautiza su revolución con el nombre de «La Libertadora».
Antes de entrar en acción lee una proclama:
«Atento a esta cruzada redentora, acudo presto trayendo todos los elementos de guerra necesarios para vigorizar nuestra voluntad y hacer lo irresistible y, al mismo tiempo, para servir de unión entre todos los venezolanos; para salvar de la ruina a nuestra querida Venezuela».
El barco de Matos, bautizado «El Libertador», recibe escolta y protección norteamericana en todos los puertos: Curazao, Trinidad, Martinica, Guadalupe y Barranquilla. Ya Castro lo ha declarado barco pirata, y en respuesta a esta agresión internacional, el 1º de marzo decreta la suspensión de todas las obligaciones del crédito interior y exterior. De inmediato se activa el sabotaje interno de los mercenarios extranjeros establecidos en el país, Herr G. Knop se niega a trasladar por tren a las tropas del gobierno, para facilitar así la entrada de los piratas. Castro responde rápidamente ordenando clausurar el ferrocarril alemán y que se meta entre rejas a Knop, en La Rotunda.
Siguen alborotándose las legaciones británica y alemana; se multiplican las traiciones a la patria, con ataques concertados avanzan contra Castro los famosos caudillos Ramón Guerra, Luciano Mendoza y Antonio Fernández.
La «revolución libertadora» espera la llegada de Matos por oriente. Por el Táchira vienen caudillos de todos los colores y por lo llanos se aproxima el invencible Luis Loreto Lima. El general Manuel Antonio Matos no está propiamente al frente de la gran invasión sino que la dirige por intermedio de emisarios desde Trinidad, echado en una poltrona y tomando sol con una copa de champaña, en el Queen’s Park Hotel. Todo lo que Matos está gastando en el Queen’s Park, le será cobrado con creces a los hijos de los pobres diablos que avanzan hacia Caracas, con intenciones de borrar a Castro. Matos recibe a diplomáticos, realiza conferencias, organiza opíparos almuerzos y cenas, brindis y francachelas. Una multitud de mesoneros, traductores, secretarias, amanuenses está presta a cualquier hora del día para coordinar las acciones que desde la piscina del hotel ordene el conspirador.
Al tiempo que «La Libertadora» avanza y Matos va aumentando de peso (perdiendo condiciones) en el Queen’s Park Hotel, los periódicos poderosos del mundo continúan arreciando sus ataques de la manera
más desquiciada contra el mandatario venezolano. Ya no hay mesura de ningún tipo. Una caricatura que reproducen más de diez mil periódicos en el mundo pinta a Castro alborotando un avispero que tiene la forma del globo terráqueo. En esta campaña llevaron la batuta The New York Times, el Times y el Daily Mail, de Londres; Le Temps, de París, North American Review, The Forum y The Sun y el Kidderadatash, de Berlín.
Para los primeros días de octubre de 1902, La Libertadora ha ocupado las tres cuartas partes de Venezuela, apoyada por las fuerzas navales francesas que bloquean Carúpano, asedian Cumaná y Río Caribe. Los medios de comunicación mencionados arriba se vanaglorian de reportar la próxima caída del «monito» quien, según ellos, ya se encuentra boqueando, y próximo a coger las maletas y sus cambures.
Matos ya ha ingresado al país porque le dicen que Castro está en plan de fuga; en realidad, ha dejado a Juan Vicente Gómez en la Presidencia para él mismo asumir el mando militar y enfrentar a sus enemigos donde se presenten.
Cuando Matos llega al centro, pide los informes para enterarse de la situación en Caracas, y es entonces cuando cae en cuenta que hace falta una decisiva batalla. Se apresta para darla en La Victoria, persuadido de que sus 15.000 hombres representan una fuerza de combate muy superior a los 6 mil de Castro. Se encuentran las dos fuerzas, y Matos no lo puede creer: sus frentes son destrozados. Él los ve con sus binóculos bañados en oro salir en desbandada; Matos «en pantuflas, sentado en fina hamaca de hilo y a la sombra de un paraguas blanco o verde», se persigna, pide agua con soda y se envuelve en una manta.
Rómulo Betancourt en su magna obra escribe: «El pueblo y la juventud inconforme acudieron, atropelladamente, a empuñar las armas que distribuía el vapor Ban-Righ… Era el país en armas contra un régimen odiado por el pueblo. Catorce mil hombres llegaron hasta La Victoria, a escasas horas de Caracas. Allí se estrellaron frente a las tropas del despotismo…»
Pero todo eso, en términos de Betancourt, lo iba a vengar el emperador del big stick, su admirado y bravo Teddy, el del lenguaje del restallar de fusta.
A mister Teodoro Roosevelt todavía le quedaba tiempo para reírse a mandíbula batiente del «mico gracioso, el monito villano» que sólo sabe responder con proclamas altisonantes y escenificación de farsas de politiquilla aldeana a las incursiones de piratería de las escuadras inglesa y alemana sobre La Guaira y Puerto Cabello.
Derrotada la «revolución libertadora», los gobiernos de Gran Bretaña y Alemania, indignados, heridos en lo más profundo, envían un ultimátum a Castro. Los imperialistas europeos habían apoyado con toda clase de recursos a Matos y, después de todo, quedaba intacto otra vez el tema de las deudas, al tiempo que seguían cerradas las compuertas para las inversiones, para sus negocios.
Ahora, mucho menos creían que Castro les iba a pagar, cuando ya era público el apoyo que ellos le habían dado a Matos para que le derrocara. Fue cuando mister Herbert Wolcott Bowen, cumpliendo órdenes del Departamento de Estado, convocó con urgencia a su embajada a las legaciones de Alemania, Inglaterra, Francia, Bélgica, México, Suecia, España, Colombia, Holanda e Italia. Se tomó la decisión de bloquear las costas venezolanas. Previamente y como corresponde al método del descrédito internacional, poco antes de proceder a lo que ellos denominaban darle el tiro de gracia, se difundieron por todos los medios de comunicación los siguientes titulares:
«Venezuela en estado de pánico»
«La población totalmente indefensa»
«El Mono Iracundo incendia a su país»
«Se ha perdido una oportunidad para que Venezuela retorne a la democracia»
«Se impone la barbarie en Venezuela»
Un afrodescendiente o un indio no nos podía ni nos debía gobernar, era parte del mensaje.
Los reportajes de The New York Times hablaban de los salvajes arborícoras de Venezuela, y sus editoriales instaban desesperadamente a la intervención. Se apeló como de costumbre a la Doctrina Monroe, paradójicamente promulgada, como se sabe, «para defender a las débiles repúblicas americanas de la gula y de las fechorías de los piratas europeos».
Así, a mediados de diciembre de 1902, barcos de Alemania, Francia, Italia, Holanda e Inglaterra bloquean nuestras costas y capturan buques guardacostas venezolanos.
Pese a que el gobierno de Castro no ha aumentado en un céntimo la deuda pública, y que incluso ha cancelado el empréstito de guerra solicitado a los bancos, los países colonialistas de Europa amenazan con invadir a una nación desgarrada por conmociones políticas provocadas por ellos mismos, si no les pagan sus deudas inmediatamente. Como si se tratase del acoso y de la tensión bélica previos a la invasión contra Irak en el 2003. El 7 de diciembre de 1902, los ministros plenipotenciarios de Inglaterra y Alemania, acosados por un miedo terrible, se dirigieron a la estación del ferrocarril acompañados del procónsul Bowen, a quien rogaron se encargara de sus asuntos. Se metieron en sus barcos de guerra respectivos, anclados en La Guaira, enterados que ya el bombardeo de los puertos estaba dispuesto de acuerdo con la decisión de las grandes potencias.
Los países de la libertad y del progreso, Gran Bretaña y Alemania, apoyados por Francia e Italia, y con la complicidad de la purpurada y negra España, de Holanda y Estados Unidos, se «llenaron de gloria» destrozando nuestra pobre flota: el General el Crespo, el Zamora, el 23 de Mayo, el Totumo, el Zumbador y el Margarita.
El pueblo de Caracas sale a la calle y 5.000 voluntarios se ofrecen para defender la patria, mientras el presidente somete a prisión a los súbditos alemanes e ingleses. Castro libera a todos los presos políticos y llama a la unidad nacional. El «Mocho» Hernández sale de la cárcel y arenga al pueblo: «La Patria está en peligro y yo olvido mis resentimientos para acudir en su auxilio…»
Manuel Antonio Matos huye disfrazado de cura hacia las Antillas; su inmoral estampida se produjo mientras se desarrollaban acciones bélicas contra los puertos de La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. Se le declara reo, traidor a la patria y se dicta un embargo sobre sus bienes. ¿Cuándo volveremos a saber de él?, pues a la caída de Castro; entonces, regresa a Venezuela y el gran traidor, Juan Vicente Gómez, lo premia con el cargo de ministro de Relaciones Exteriores (1910-1912). Será el hombre que se encargará, no sólo de recomponer las relaciones diplomáticas de Venezuela con las naciones europeas acreedoras y con Estados Unidos, sino que también, metiendo sus garras en el tesoro nacional, comenzará a llenarle el bolsillo a los oligarcas que trataron de derrocar a don Cipriano.
Mientras todo esto ocurre, mister Herbert Wolcott Bowen presenta a su país todo un plan para someter a Castro. Es todo un mundo contra un solo hombre.
En este horrible conflicto la América Latina volvió a mostrar su condición de continente desintegrado. Únicamente México, Ecuador, Perú y Argentina asumieron una posición digna. Cincuenta años más tarde la historia se repite cuando se permite que Guatemala sea destrozada en la reunión Panamericana realizada en Caracas en 1954.
Poco después, se coaligarán en esa bazofia llamada OEA para condenar a Cuba. América Latina ha vivido casi siempre dominada por tiranuelos, lacayos, traidores y canallas impuestos por el Departamento de Estado.
Habrá que recordar que desde Argentina, entonces, el Banco de Préstamos La Popular le envió un telégrafo a Castro ofreciéndole fondos para el pago de las reclamaciones extranjeras.
Esta invasión contra Castro produjo la Doctrina Drago, elaborada por el jurista argentino Luis María Drago, quien consideró que su país no podía quedar impasible frente a hechos que eran algo más que una amenaza imperialista. De manera circunstancial esta Doctrina servía para defender los intereses venezolanos, pero, por consiguiente, también para resguardar los de muchas otras naciones. La lucha de Castro debió tomarse como ejemplo para que los países latinoamericanos se unieran y se negaran a pagar al FMI esas horribles deudas externas, casi todas adquiridas ilegalmente. Hubo una época, a principios de la década de los ochenta, que esta posibilidad de unión entre países deudores llegó a causar verdadero pánico entre los grandes capitalistas del mundo. La Doctrina Drago presentaba un buen argumento de Derecho Internacional tendente a reducir nuestros compromisos económicos internacionales, o inclusive hasta considerar la posibilidad de negarse a pagar estos excesivamente onerosos créditos.
Era evidente que la intervención europea desafiaba la Doctrina Monroe, pero, como siempre, Estados Unidos supo hallar una fórmula para justificarla, introduciendo lo que se llamó el «primer Corolario Roosevelt». Un Corolario que limitaba la aplicación de la Doctrina Monroe a los casos de adquisición de territorio en América por parte de una potencia no americana, y amparaba la intervención de potencias extracontinentales originada por el cobro de deudas, como en el caso de Venezuela. Es decir, que el gobierno norteamericano apoyaba a los agresores europeos. A causa de estos hechos, en la Argentina se vivió un «clima de histerismo» ya que, para cierta élite, esta injerencia se veía como una amenaza a la región. «En el Congreso, la intervención europea produjo su separación en dos grupos: el primero, partidario de efectuar una declaración de solidaridad suramericana con Venezuela; y el segundo, proclive a no adoptar ninguna medida que pudiese generar tensiones en los lucrativos vínculos argentinos con Europa. Por el lado de los medios informativos, los primeros días de la intervención europea en Venezuela reflejaron preocupación. La Prensa, periódico cuyos editoriales evidenciaron un punto de vista generalmente hostil al gobierno norteamericano, apeló con reservas a la Doctrina Monroe, explicitando que los Estados latinoamericanos habían ganado su independencia sin Estados Unidos, y que debían retenerla sin la ayuda de la gran potencia americana. Tampoco el matutino ahorró críticas a la intervención europea, señalando que las naciones latinoamericanas debían denunciarla. Incluso, dicho diario llegó a acusar al gobierno de Julio Argentino Roca, de aislacionismo, clamando por la formación de un bloque americano, y proponía en el editorial del 21 de diciembre de 1902 una «Suramérica para los suramericanos».
Por su parte, La Nación, de Bartolomé Mitre, aunque generalmente menos hostil hacia Estados Unidos que La Prensa, adoptó en relación con la intervención europea en Venezuela un punto de vista similar. El 13 de diciembre de 1902, rechazó tanto la actitud europea como la novísima interpretación de la Doctrina Monroe, que confería a Estados Unidos el derecho de intervenir en una nación acosada por serios problemas financieros como Venezuela. Mientras tanto, el diario de Carlos Pellegrini, El País, calificó a la Doctrina Monroe como una «ficción», y llamó a la acción conjunta de Argentina, Brasil y Chile. En esas circunstancias, Luis María Drago, ministro de Relaciones Exteriores argentino, entre agosto de 1902 y julio de 1903, preparó una nota protestando por los sucesos de Venezuela, con fecha 29 de diciembre de 1902 y dirigida al ministro argentino en Washington, Martín García Merou, para que éste la presentara al gobierno norteamericano. La nota incluyó lo que más tarde se dio en llamar la Doctrina Drago. El argumento central de esta Doctrina sostiene que «la deuda pública no puede dar lugar a la intervención armada, ni menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas por una potencia europea».
Todas las medidas revolucionarias y nacionalistas de Castro fueron mal recibidas por las grandes potencias de la época, entre ellas:
1. La expropiación en 1905, de la Compañía del Cable Francés y la expulsión del encargado de negocios de Francia, Olivier Taigny, que provocó el rompimiento de las relaciones de este país con Venezuela.
2. La promulgación de la Ley de Minas.
3. La construcción de los palacios de Hacienda, Justicia y Academia Militar, y hasta la inauguración del Teatro Nacional.
Un Comentario
moisés brito
Casi todos los acontecimientos que ocurrieron, en los tiempos de Castro, tienen una similitud, con lo que acontece hoy día en el pais, hoy son los gringos, quienes son los bloqueadores, pero también les sirven de comparsa, los Europeos, igual que los de ayer, no nos perdonan ser el pueblo que somos, en los diferentes foros, deberíamos gritar la consigna de Suramérica para los suramericanos, poner en vigencia la Doctrina «Drago» en contraposición del «Monroísmo» la cual nunca ha dejado de practicarse, por los gobernantes yanquis