José Sant Roz
De traidores está nuestra América cansada
José Martí
- Añádase a la tragedia que heredamos de la esclavitud, el conflicto moral de los latinos de clase media, esos que emigran a EE UU, y cuya condición social se sitúa por debajo de la de los propios negros del Norte (porque al menos éstos nacieron en el imperio). Insisto: al menos éstos nacieron en el reino de las hamburguesas, de los Disney, de los Robocops y sumpermanes…, pero entonces llegan ciertos mulatos, zambos o “blancos de orilla” aún encadenados por sus propias confusas ilusiones a pretender engrosar todo un mar de frustrados de distintas naciones, a incorporarse en sus fantasías a un nuevo horror de guerras de razas (en el fondo, de perros).
- Pero entonces, cosa rara y difícil de entender, llegan al Norte con pretensiones de despreciar a los negros residentes de ese país, y a sentirse incluso con más derechos que éstos. Por lo general, el latino de clase media que emigra de Suramérica, Centroamérica y México llega a creerse superior al negro de EE UU, a los mejicanos establecidos en el imperio gringo, a los chicanos, a los salvadoreños y a los puertorriqueños. Traslada así, el latino de clase media, sus conflictos de raza, cultivados en su propio país, inoculados por los programas gringos y la prepotencia goda que heredaron de sus tatarabuelos, al terreno de los mayores racistas de la tierra. Incluso se ha dado el caso de negros latinos que allá en el “paraíso” del Tío Sam, sufren el fenómeno de llegar a creerse hasta descendientes de Odín[1].
- En ese marasmo de complejidades y miserias, al latino de clase media no le queda otra opción que postrarse, que humillarse y envilecerse en lo más íntimo de sí para ser aceptado por los gringos (siempre en condición de inferioridad). Y además, encontrándose desposeído de su historia propia, sin raíces, sin principios, sin asidero cultural para expresarse, como tampoco sin un sentido de patria ni para luchar por nada sagrado o humano. Son parias del alma, en una palabra: menos que muertos, menos que esclavos.
- Por esta razón, Venezuela, en su segundo intento en dos siglos por declararse soberana y libre, vuelve a estremecer los resortes homicidas de Europa y Estados Unidos. Esa Europa que ha estado plagada de guerras y de campos de concentración, que ha sido el centro de las mayores abominaciones de la tierra y que ahora pretende darnos lecciones sobre derechos humanos. Hay que decir que Europa es hoy tan monstruosa como lo ha sido siempre, y hasta que esto no lo entendamos profundamente los latinoamericanos, no dejaremos de ser unos miserables esclavos. Hoy, esos mismos europeos que diezmaron el siglo XVIII a África, junto con los Estados Unidos, sus nuevos negreros los tienen en el negocio de la cocaína. Los imperios ahora han generalizado la esclavitud de una manera abismal centrándola en la desmoralización y en la idiotización del planeta. Antes arreaban sus esclavos mediante cadenas, ahora los tienen muy bien condicionados a través de las galeras fabricadas por las redes, por el perverso negocio del entretenimiento, por los culebrones de Hollywood o cuanto escabrosamente corre por internet. Son todos estos emigrantes los esclavos del vil consumismo, que de manera voluntaria acaban entregándose a las letrinas de los imperios, convirtiéndose en braceros, maniquíes o autómatas del mercado.
- OJO: Ningún adicto al fulano consumismo puede coger hacia el imperio diciendo que busca la libertad ni mucho menos para hacerse más humano. Todo lo contrario. Hay dos tipos de seres que suelen emigrar hacia los imperios que a la final suelen confundirse en uno solo: los que producto de las catástrofes provocadas por el negocio de las guerras, el narcotráfico y las sanciones y bloqueos a ciertos países (como Cuba, Venezuela, Nicaragua), y quienes poseídos por un pavoroso complejo de inferioridad creen que van mejorar su condición social o humana, por encontrarse entre rutilantes rascacielos y en la madre del as invenciones tecnológicas, algo que también estúpidamente han dado en llamar elevar complejo de inferioridad elevar la “calidad de vida”. Ésta ha sido una frasecita muy usada por los que van en busca del sueño americano: “elevar la calidad de vida”.
- Imagínense por unos segundos, amigos lectores, que a Bolívar, Sucre, Urdaneta, Salom, Lara, Anzóategui, Bermúdez, Dorrego, O’Higgins o Artigas se hubiesen planteado ir en busca de esa aborrecible y emputecida CALIDAD DE VIDA que redunda, sin duda alguna, en el envilecimiento de nuestros valores latinoamericanos más sagrados: el cambiar nuestra progenitura por un automóvil de tercera mano, por un puñado de dólares, por andar arrastrado como guiñapos ante unas bestias sin alma, sólo por poseer todas esas virguerías que produce el desbocado y delirante capital.
- Una calidad de vida que les acaba mutilando el sentido sublime (poético) y sustantivo de la existencia, porque creen que acumulando y llenándose de bagatelas serán alguien en este mundo. Hombres-objetos que carecen de destino que, frente a las vitrinas de un centro comercial, ante los endemoniados rascacielos o las súper autopistas, se sienten menos que hormigas. Por eso, algunos pocos desesperados llegan a tener un instante de conciencia de su miserable condición, en medio de esa inconmensurable vacuidad, y es cuando repentinamente se buscan un rifle (sin a la vez por eso mismo dejar de ser risibles) y disparan contra inocentes, a mansalva, que una manera también de hacerlo contra ellos mismos.
[1] El principal dios de la mitología nórdica