Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
Hace unas semanas escuché una rueda de prensa y una entrevista a Jorge Rodríguez. En ambos hechos noticiosos, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela explicó los acontecimientos vividos en el país tras la huida del ex candidato de la derecha terrorista en las elecciones presidenciales, Edmundo González Urrutia. En relación a ello y en particular en lo referido a la actuación del Estado español, me di a la reflexión para recordar que a lo largo de la historia, la familia Borbón y sus subordinados han utilizado un patrón de conducta similar recurriendo a la mentira y la instrumentalización de la información para defender sus oscuros intereses.
Por su parte, el gobierno de Venezuela, recogiendo el testigo de las enseñanzas de nuestra historia y en primer lugar de las lecciones que legara el Libertador y Padre de la Patria en el manejo de los altos intereses del Estado ha asumido – desde 1999- la responsabilidad de rescatar los valores y los principios que configuran nuestra nacionalidad. Para ello ha sido imperativo entender la historia como continuidad, no como quiebre.
A comienzos del año 1818, estando en Angostura, entre sus múltiples tareas y responsabilidades, Bolívar se preocupaba de revelar las maniobras que realizaban los españoles para desinformar sobre el curso de la guerra, minimizando los éxitos de los patriotas venezolanos. Con ese objetivo, en un bando publicado en Angostura por el Gobernador Civil de Guayana Juan Vicente Cardoso el 6 de febrero de 1818, se hizo constar que el enemigo estaba haciendo esfuerzos por destruir el sistema político de la República y que para ello se valía de todos los medios a su alcance.
En consideración a esta situación, se le comunicó a la población que debía informar al gobierno aquellas noticias falsas que se propagaban sobre “sucesos favorables a las armas enemigas”, así mismo se debía dar cuenta de documentos de autores conocidos o anónimos que perseguían el mismo objetivo además de denunciar espías que circularan en la provincia, entendiendo que quienes contravinieran estas medidas, serían tratados como adversos a la república.
En el mismo sentido, el Libertador envió una misiva a los gobernadores y capitanes generales de las Antillas el 1° de septiembre de 1818 con el fin de refutar las falsas informaciones que transmitían los realistas. En particular, le escribió una misiva al capitán general de Barbados a fin de desmentir un informe que el general español Pablo Morillo le había dirigido al funcionario británico en el que notificaba de supuestas victorias de sus fuerzas.
Bolívar, con lenguaje duro para referirse a la falta de ética del español cuando se atrevía a falsear cantidades y datos sobre los hechos de la guerra y las bajas en los combates, pero manteniendo tono respetuoso de las normas protocolares, da a conocer con cifras los verdaderos resultados de las acciones bélicas que se desarrollaban, asegurando que el ejército venezolano había infligido aplastantes derrotas a los españoles en varias batallas entre las que destaca Calabozo, el Sombrero, San Fernando, la Puerta, Ortiz y Cojedes, en las cuales los españoles perdieron cinco mil hombres entre muertos, heridos y prisioneros, incluyendo a los coroneles López, González, Villa, Navas, Aragón y Quero y otros jefes entre los primeros y al propio Morillo y su segundo Latorre entre los lesionados. Expone con detalles las contradicciones de las cifras que informa Morillo, lo cual era clara expresión de falsas noticias sobre el curso de la guerra.
Concluye diciendo que, dada la marcha de los acontecimientos, no pasaría mucho tiempo antes del momento en que Morillo ya no podría fechar desde Venezuela “sus mentirosos despachos”. Finaliza expresando al Capitán General que, entendiendo que había molestado su atención con estos detalles, había creído necesario ponerlo en conocimiento de los datos que le aportaba a fin de no ser inducido a error por las falsas informaciones del enemigo, considerando que de ser ciertos los datos proporcionados por Morillo, ya habría ocupado todo el territorio de Venezuela que en realidad ha perdido en la última campaña reduciendo al ejército español a la más triste defensiva en zonas montañosas y en Caracas.
Doscientos seis años después, el Estado español, en particular su gobierno, siguiendo su tradición, sigue mintiendo. En el marco de los hechos recientes, primero, su canciller “informó” que no había habido negociación con el gobierno de Venezuela para enviar un avión militar a buscar a González Urrutia. Cualquier persona podría preguntarse si la aeronave entró a territorio venezolano subrepticiamente y en una operación clandestina se llevó al ex candidato. No fue así, se negoció la entrada del avión, su reabastecimiento en los hangares del gobierno venezolano y la llegada del pasajero para realizar su viaje. Digámoslo sin ambages: el canciller español es un mentiroso consuetudinario y obsesivo. Entre otras cosas, por ello, la política exterior de España no tiene credibilidad.
Por otra parte, el ex candidato “informó” que fue coaccionado a firmar la carta en la que solicitó su salvoconducto para salir del país. Una misiva en la que además de reconocer la institucionalidad venezolana y al presidente Nicolás Maduro como único jefe de Estado del país, le fue entregada a Jorge Rodríguez al interior de la embajada de España a donde entraron las autoridades venezolanas con autorización del representante de la monarquía en el país. En este caso, valdría preguntarse: ¿hubo contubernio entre el gobierno del reino y el de Venezuela para coaccionar en territorio español, a González? Esta vez, el candidato derrotado, ya en territorio del reino y protegido por la monarquía borbónica falseó la información. Ellos mismos, en voz de su canciller, lo desmintieron.
Suponer que la subordinación perruna a Washington concede la posibilidad de mentir sin impudicia y que la gente es pendeja y lo va a creer, no es más que expresión de la soberbia imperial de un país desprestigiado que desde hace más de 200 años usa la falsedad, la comedia y el disimulo como política.
A los españoles le pueden decir cualquier cosa, no importa la veracidad de lo que se “informa”: El País y RTVE se encargan de transformar cualquier opinión en instrumento de engaño. Pero nosotros aprendimos de la impronta de Bolívar y de la pedagogía de Chávez que nuestra verdad es más poderosa que cualquier arma que pretenda usar el colonialismo borbónico. Así fue en el siglo XIX y así es ahora, en pleno siglo XXI en esta patria recuperada.
En Venezuela existe una herencia y un patrimonio que se había extraviado y desatendido en el pasado neocolonial de la historia del país. Pero ahora es parte de nuestro acervo. Se lo debemos al comandante Hugo Chávez que lo recuperó para todos los venezolanos y venezolanas.
En el marco de la 5ª Cumbre de las Américas realizada en Trinidad y Tobago en abril de 2009, el presidente de Estados Unidos Barak Obama le propuso a los latinoamericanos que olvidáramos la historia y miráramos hacia adelante. Dijo que no podíamos “permitir ser prisioneros de desacuerdos del pasado” y agregó que no había venido al evento a “discutir sobre el pasado sino para pensar en el futuro”.
Para que conociera ese pasado y entendiera porque los latinoamericanos nos apegamos a él y no lo olvidamos, el presidente Chávez le regaló a su homólogo estadounidense un ejemplar de la extraordinaria obra del escritor uruguayo Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina”. Nadie sabe si Obama leyó el libro de Galeano pero queriendo que “olvidemos el pasado” y “pensemos en el futuro”, seis años después, en 2015, decretó que Venezuela era una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad de Estados Unidos”. Menos mal que no olvidamos a Bolívar y a nuestra historia: “Estados Unidos parece destinado por la providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad”. Así, apegados a nuestra historia, podemos resistir y podremos vencer.
Ese mismo año 2015, en la Cumbre de las Américas de Panamá, Obama reiteró su propuesta hecha seis años antes: “Olvidémonos del pasado y construyamos juntos el futuro”. Llama la atención la continuidad y la perseverancia en el asunto. Pareciera evidente que existe algo en nuestra historia que los presidentes de Estados Unidos rechazan y temen.