CONCLUSIÓN: EL GRAN BENEFICIADO FUE OTRA VEZ ESTADOS UNIDOS
JOSÉ SANT ROZ
En cuanto Rómulo Betancourt logra junto con Marcos Pérez Jiménez derrocar a Isaías Medina Angarita, presenta unas grandes líneas maestras en relación con el asunto petrolero que podían resumirse así:
a) Elevación de los impuestos hasta donde lo permitiese el sistema capitalista y la economía de mercado.
b) Concurrencia de Venezuela al mercado internacional vendiendo ella misma sus regalías.
c) No más concesiones a particulares, y crear una empresa del
Estado para que explote directamente o mediante contratos con terceros, las reservas nacionales.
d) Organización de una refinería nacional, con capital estatal o mixto.
e) Mantener una política de austeridad que propenda a la
conservación de este recurso no renovable.
f) Reinversión de una parte de las utilidades en el desarrollo de la economía agropecuaria.
g) Mejoras de los salarios, prestaciones sociales y condiciones de los obreros, empleados y técnicos.
h) Inversión de una gran parte de los recursos para crear una
economía diversificada y netamente venezolana.
Supuestamente comenzaron con buen pie, porque ya en diciembre de 1945 anunciaron el primer decreto en donde se establecía un impuesto extraordinario a las empresas e individuos cuyas ganancias excediesen los 800.000 bolívares, con lo cual le entró al Fisco nacional una suma extra de 93 millones de bolívares.
El gobierno, pues, estaba buchón, porque Medina ni siquiera había tenido tiempo de cobrar el 50% de las utilidades de las compañías.
Mucho se pensó que estas reformas iban a ser motivo de grandes y penosos conflictos, pero no fue así porque la demanda de petróleo estaba en aumento, y las compañías de este ramo seguían boyantes.
Sobre el punto c), que se refería a no permitir más concesiones, carecía de sentido porque las compañías apenas estaban explotando todavía el 1,56% de las concesiones que ya tenían. El despelote supremo estuvo en las cifras astronómicas a las que entonces llegaron las importaciones que pasaron en 1946 de 211 millones de dólares, a 515 millones de dólares en 1948.
Por otra parte, Betancourt «garantizó al capital extranjero un clima favorable a la inversión… invitó a los empresarios norteamericanos a aumentar su participación en Venezuela, la inversión estadounidense que para 1944 era de 397,65 millones de dólares, pasó en 1948 a 1.084 millones de dólares».
Sin duda, hubo un angustioso interés por parte de Betancourt de lograr el máximo consenso, dispuesto incluso a sacrificar cualquier logro a favor de las masas desposeídas, con tal de que no se presentase una situación que llegara a molestar a las clases altas. Con este propósito se nombró a Caldera, procurador general, y al viejo general gomecista Régulo Olivares, contralor general. Puede decirse que se aplicó una regla universal, pues con estos nombramientos quedaban contentos la Iglesia, los militares, los empresarios, las empresas petroleras y los mayores partidos de oposición.
Para 1947, los equipos militares se estaban renovando con gran parte de lo peor de la chatarra que los gringos estaban descartando (de los desperdicios de la II Guerra Mundial). Al mismo tiempo, las misiones militares estadounidenses se hicieron más presentes en nuestros cuarteles, y reorganizaron la instrucción de manera tal que las academias funcionasen según lo que dispusiesen las líneas de mando de Washington.
Es evidente que en todo lo que se determinó no hubo un debate
nacional. El Comité Ejecutivo Nacional de AD estaba disponiendo todo en sus cenáculos, estas decisiones se remitían a la Junta de Gobierno donde se les daba el visto bueno.
La Iglesia se mantuvo más o menos tranquila hasta que se le tocó muy levemente con lo del Decreto Educativo 321, pero así y todo se puso en ascuas, previendo que podían venir «peores» decisiones, entonces, fue así cuando comenzó otra vez a arder Troya.
En el terreno que compete al poder de la Iglesia se avizoró una
preocupante tirantez con el Estado, porque en la Pastoral de enero de 1946, correspondiente a las Conferencias Canónicas de Caracas, se le pedía de manera tajante a los feligreses que debían negarse a votar por los que propugnasen una enseñanza laica, por quienes luchasen por la supresión de los colegios católicos, y por los que pretendiesen eliminar el sacrosanto nombre de Dios de nuestras leyes. Esto lo decían en un tono de clara advertencia que vislumbraba una sangrienta guerra civil.
Le pedía a la Junta Revolucionaria de Gobierno que se mirara en el espejo, que tuviera en cuenta lo que había ocurrido en España y, que de no obedecer a sus consejos, y tratar de pasar por encima de los valores católicos acendrados en las mejores familias de la República, entonces que se atuvieran a las consecuencias.