(GRÁFICA: Betancourt luciéndose en caballo blanco, cursi coño!, como Páez, Guzmán Blanco, Crespo y J. V. Gómez)
JOSÉ SANT ROZ
Para finales de 1944, la oleada de popularidad de Isaías Medina Angarita era tan inmensa que todavía nadie se explica cómo fue que ocurrió el fenómeno criminal para que unos pocos intrigantes terminaran echándolo del gobierno. Casi todos los intelectuales importantes estaban con él. El 6 de octubre de 1944, aparece un documento donde lo más granado de la intelectualidad venezolana le da un total respaldo a su política, encabezando las firmas don Mariano Picón Salas, y le siguen: Juan Bautista Plaza, Augusto Mijares, Fernando Paz Castillo, Juan Antonio Calcaño, Antonio Arráiz, Miguel Otero Silva, Antonio Estévez, Evencio Castellanos, Juan Beroes, Ramón Díaz Sánchez, Guillermo Meneses, César Rengifo, Tito Salas, Héctor Poleo, Aquiles Nazoa, entre muchos otros.
Ya veremos porqué Rómulo Betancourt admiraba el desenfado derechista de don Ramón David León, y seguía con atención sus editoriales sediciosos por “La Esfera”. Sin duda que Ramón David estaba utilizando admirablemente su periódico (financiado por las compañías petroleras) para destrozar a Medina. Betancourt estaba perfectamente enterado de esto y reproducía algunos asquerosos inventos de Ramón David en su periódico “El País” como, por ejemplo, un chisme vulgar con el que se afirmaba que en la casa presidencial se estaban usando bacinillas de oro. Con sus editoriales, Ramón David León estaba incitando a los jóvenes oficiales a que se rebelasen contra «un gobierno que les paga sueldos miserables», y ahora La Esfera estaba reproduciendo los delirantes artículos del temible líder adeco contra el gobierno.
Esta monocorde crítica de Ramón David, le parece a Rómulo contundente. Comienza así, pues, el acercamiento entre estos dos seres que hasta hace poco se odiaban a muerte. Los artículos del supremo líder de AD estaban adquiriendo alguna notoriedad entre los políticos y jóvenes oficiales. Se estaba convirtiendo en el periodista de opinión más leído. Cada uno de sus ramalazos dejaba ronchas. El 17 de enero en el artículo «Manifiesto Programa de López Contreras», dice del ex presidente algo que en los años setenta se le podrá endilgar a él con mucha más justicia: «El general López Contreras es como los Borbones, que ni aprenden ni olvidan nada» (Una idiotez que luego Teodoro Petkoff repetirá como una cosa).
Porque otro elemento que se coaligará para destruir a Medina será la ambición desmedida de López Contreras, quien quería gobernar a todo trance. El presidente trató de hacerle ver que era una locura que al morir Gómez, se iniciase entre los generales de más alto rango una codicia por monopolizar la más alta posición del país, pero esto el testarudo general en jefe no lo quería entender, ni mucho menos aceptar.
Tiembla de indignación Betancourt en un artículo del 7 de julio de 1944, porque no comprende cómo, habiendo sido los pueblos de América Latina, los que hicieron la mayor contribución con nuestras materias primas, solidaridad moral y cooperación en el orden estratégico, durante la II Guerra Mundial, entonces en las conversaciones de la posguerra, no se nos tomara en cuenta, reconociera nuestro aporte y se nos dejara de lado en todas las decisiones para el desarrollo y el fortalecimiento de la economía planificada por las grandes potencias. Le reclama a Medina: «¿Habrá quien asuma la valiente posición de traducir en conceptos afirmativos lo que piensan y sienten millones de hombres?».
Ya conoceremos de sus eminentes condiciones morales, de sus valientes decisiones en el ámbito de las relaciones internacionales, cuando a Rómulo le toque ser presidente.
En lo que Betancourt resulta incisivo y agudo es en las críticas a las Juntas Electorales de Inscripción; reprueba que estas Juntas «estén integradas privativamente por miembros del PDV».
En agosto de 1944 se vuelve frenético porque a él y a su partido lo comienzan a llamar reaccionarios. Entonces hace publicar por la prensa un documento que sale el día 12, uno de cuyos párrafos sostiene: «Ser reaccionario en Venezuela implica trabajar a favor del retorno de formas políticas o económicas ya superadas; o actuar a favor de la persistencia de resabios de absolutismo aun profundamente incrustados en las leyes y prácticas administrativas de la razón de la nación».
Cualquier lector de entonces podía ser seducido por estos latiguillos contra el régimen, muy bien estructurados. Lanza luego esta aseveración: “Porque sólo a través de elecciones limpias y liberadas de coacciones oficiales podrá lograrse que el Congreso, las Asambleas Legislativas y los Concejos Municipales dejen de ser incondicionales apéndices colegiados del Poder Ejecutivo y, en último término, instrumentos más o menos dóciles del presidente de la República. Por anhelar que Venezuela avance realmente en el camino de las realizaciones democráticas hemos
pugnado, y seguiremos pugnando con ardorosa decisión, por la incompatibilidad entre funciones legislativas y las ejecutivas, a fin de que el Congreso de la República recobre su perdida dignidad […]”
En ese documento del día 12 de julio de 1944, Betancourt estalla contra la intervención estatal «para favorecer y enriquecer a sectores privilegiados de la industria y del comercio, en perjuicio del resto de la colectividad». Reclama aquel joven político, de apenas 36 años de edad: “Somos enemigos jurados del retorno al concepto gomecista, de que los bienes públicos deben confundirse con el patrimonio privado de los gobernantes, y por eso, nuestra prédica terca ha sido y es en el sentido que se cumplan las promesas oficiales de persecución legal del peculado, de que el Capítulo VII deje de ser un desaguadero anual de millones de bolívares y de que muchos elementos vinculados a la Administración Pública expliquen al país cómo han podido acumular lícitamente las fortunas de que hacen alarde”.
Con histerismo ditirámbico clama porque el Banco Agrícola no siga repartiendo periódicos subsidios, «suerte de misericordiosas limosnas, entre agricultores, especialmente entre el grupo afecto al régimen. Hemos reclamado que la frase de sembrar el petróleo se traduzca en hecho administrativo cumplido».
Insiste en que hay que apoyar el voto directo para diputados y el de la mujer para las elecciones municipales. Así como el voto directo para la Presidencia de la República. Le reprocha insistentemente al gobierno su estructura confusa en el que el militante de la causa de Medina es a la vez funcionario público, porque ello convierte al Ejecutivo en factor beligerante y parcializado en los procesos electorales. Proclama irónico, pero sangrando por la herida, el que ahora se le tilde de «reaccionario» porque resulta inoperante el llamarlo «comunista». Sobre el voto a las mujeres no está del todo convencido si tomamos en cuenta que hacía poco, cuando salió en defensa de Magda Portal (del Perú), dijo «preferiría al sufragio universal, la negativa absoluta del voto femenino para las elecciones de septiembre».
Según su verdadera opinión, ellas, por su atraso político y su dedicación Rómulo Gallegos aún no se reponía de la terrible derrota sufrida en las elecciones, donde arrollaron la coalición PDV-UPV. El 20 de octubre de 1944 (y en respuesta a un artículo de Miguel Otero Silva publicado en El Nacional), Gallegos hace pública la siguiente carta:
“Compasivo Miguel:
He leído la columna que suscribes en El Nacional de ayer, donde te compadeces —por lo que te llamo compasivo— del descalabro electoral que hemos sufrido Andrés Eloy Blanco y yo. Leí con detenimiento y serenidad y habría estado a punto de sentirme conmovido al llegar a los párrafos finales y saber que a los doctores Rafael Vegas e Isaac Pardo y a ti, les había enturbiado momentáneamente la alborozada complacencia del triunfo, al verme derrotado y por añadidura abandonado de los míos en la hora crítica del escrutinio adverso, como insidiosamente quieres hacer creerlo. Pero afortunadamente yo he superado ya mi propensión a los enternecimientos fáciles y estoy liquidando de prisa mis equivocaciones sentimentales, para que en la posición de lucha en que voluntaria y responsablemente me he colocado, no se me deslicen dentro del ánimo ni siquiera fugaces condescendencias con los afectos y la estimación intelectual que realmente me haya conquistado con mi conducta personal y con la buena estima de mi obra literaria.
“Quien haya leído mis novelas sin predisposición a juzgarme farsante que una cosa dice y otra muy diferente practica, ha debido esperar de mí, en la oportunidad de la acción, la actitud en que ahora me encuentro y para imprimirle desde un principio a esta réplica el tono de la sinceridad definitiva, comienzo por decirte que no creo, que no he creído nunca ni en tu afecto ni en tu respeto hacia mí, porque te conozco bien, Miguel Otero Silva. Y para que no me quedasen dudas de la exactitud de ese conocimiento hoy vienes a soliviantarme la vanidad de escritor —que generalmente es grande y tú lo sabes— contra la firmeza del hombre que comparte una actitud con leales compañeros, deslizándome al oído el perturbador halago de que mi nombre no puede pertenecer a un partido político porque pertenece a Venezuela entera y, más irrespetuosamente aún, tratando de sembrar en mi espíritu, porque me lo atribuyes menguado, la mezquina rivalidad y la ruin envidia contra mi leal compañero Rómulo Betancourt.
“¿Pero a cuál Venezuela —debo preguntárselo— pertenece mi nombre? ¿A la que se abstiene de votar en las elecciones, a la que no se considera obligada al deber ciudadano, elemental manera de ser nación que con orgullo puede ser llamada Patria, un conjunto permanente de hombres sobre una porción de la tierra? ¿O a la que no tolera que alguien pueda ser ofrecido a ejercitar oposición política contra el gobierno de turno? […] Quédate con esa, Miguel. Mi Venezuela es otra. La de Juan El Veguero y Santos Luzardo, para no mencionar sino personajes míos; no la de Pernalete y Mujiquita. Mas quizás tú no hayas querido sino mitigarme, socarronamente la amargura de la derrota y hoy te acompaña en esa táctica Antonio Arráiz.
“Eso o lavarse las manos respecto a mí ante las perspectivas que contra Acción Democrática vean cernirse en la atmósfera política. Pierdan cuidado, compañeros de letras, yo sabré sucumbir con dignidad, si a tanto llega el coaligado empeño de barrernos del escenario político. Y basta ya de calificarme de genial escritor, máximo novelista de renombre continental, etcétera. Soy simplemente un ciudadano venezolano que está dando una pelea entre compañeros leales por un ideal democrático de altura ciudadana en ejercicio de derechos evidentemente respetados. Espero que cuando eso sea una realidad efectiva, conquistada por los verdaderos defensores de la causa del pueblo, tú hayas modificado y rectificado el deprimente concepto de candidato a tránsfuga en que hoy me tengas.
“Hasta entonces, Miguel.
“Rómulo Gallegos”
Esta carta de Gallegos lo pinta a sí mismo, moral y humanamente, como no lo hubiese logrado una pluma de Stendhal, Balzac o Víctor Hugo.
Miguel Otero Silva responde un tanto blando, melifluo y protocolar con el siguiente artículo (publicado por El Universal y El Nacional, entre otros, el 29 de octubre de 1944):
“Agresivo Maestro:
“La carta que usted me dirigió ayer desde tres periódicos expresa dos categóricas actitudes suyas: la una política, que no comparto pero que no me ha sorprendido, y la otra personal con respecto a mí, que me dejó estupefacto. Vive usted amurallado, tras las almenas de un partido político sectario, y lógico es que sus palabras reflejen el concepto cerril de la actual situación venezolana que en ese partido se respira. Pero nunca imaginé que esas murallas fuesen suficientemente altas como para tapiar la visión de los sentimientos más limpios y honrados que los hombres profesan.
“Para explicarme su interpretación política de la hora presente acepto su magnífico símbolo de Doña Bárbara. Pero no puedo aceptar como fórmula de piedra, su deslizada de la evolución social de Venezuela, sino como símbolo que evoluciona a menudo que evoluciona nuestra patria.
“Usted sigue considerando que la Venezuela de Santos Luzardo y la de Juan El Veguero es la Venezuela que le hace oposición al gobierno de turno, así el gobierno de turno se haya echado a andar por los caminos de Santos Luzardo y comience a estudiar necesidades de Juan El Veguero, olvidadas secularmente a lo largo de nuestra historia. Y para ser real a sus Personajes que se rebelaron contra Pernalete, se queda usted enardecido en la oposición, sin observar que Pernalete ha empezado a ser oposición en Venezuela y que Mujiquita ha sacado alientos de donde no los tenía para combatir a un gobierno cuando nada se arriesga con aparentar rebeldía. “Como yo lo considero a usted más novelista que político, me agradaría verlo analizando la ubicación de sus personajes simbólicos en la Venezuela de hoy y rechazando indignado la simpatía que Pernalete y Mujiquita están demostrando por su partido. En cuanto a lo personal que su carta contiene, hay en ella un párrafo que he releído muchas veces, encontrándolo en cada ocasión menos digno de usted. Es aquel que dice «Comienzo por decirte que no creo, que no he creído nunca ni en tu afecto ni en tu respeto hacia mí, porque te conozco bien Miguel Otero Silva».
“Es sencillamente asombroso. Hace apenas dos semanas, en pleno fragor de la lucha electoral, cuando ambos contendientes empleaban los más lesivos proyectiles, le llamé a usted para testimoniarle que yo no autorizaba ni compartía ni estaba dispuesto a soportar en silencio, que se arrojaran sombras sobre su nombre. Y usted me respondió estas palabras: «No tienes necesidad de decírmelo Miguel. Yo conozco perfectamente la firmeza de tus sentimientos con respecto a mí».
“No logro explicarme qué acontecimiento logró transformar en 15 días esa opinión suya y llevarlo incluso a afirmar: «que no ha creído nunca en mi afecto ni en mi respeto». Porque me niego a aceptar que ese nuevo concepto que usted expone haya sido fruto exclusivo de un artículo mío tan fervoroso y tan sincero, donde el único irrespeto que usted ha logrado descubrir, ya en la tarea de buscar irrespeto, es mi afirmación de que «su nombre no puede pertenecer a un partido político porque pertenece a Venezuela entera».
“Usted no conoce bien a Miguel Otero Silva, maestro Gallegos. Usted cree conocerme hoy a través de informaciones y testimonios torcidos que llegan hasta sus torreones, poniendo en mis labios expresiones y en mi alma intenciones que nunca han sido mías. Porque si usted me juzgara a través de mis actos, de lo que usted me ha visto hacer y oído decir, no hubiera escrito jamás esas hirientes e injustas palabras.
“No necesito relatarle a usted en qué forma he sabido ser consecuente durante años a ese respeto y a ese afecto que usted niega. Le diré simplemente que no sólo he empleado siempre las más elevadas palabras al mencionar su nombre sino que jamás he permitido dentro de mi partido, ni fuera de él, que en mi presencia se menoscabe su persona o su obra. Por ese motivo se me ha acusado muchas veces de ese sentimentalismo que usted afirma estar liquidando tan de prisa. Y hoy mismo, cuando apareció en los periódicos la carta suya que me niega el derecho a respetarlo, no menos de veinte personas se han acercado a mi escritorio para pronunciar estas palabras zumbonas y remolonísimas: «Eso te pasa por estar dando la cara por Rómulo Gallegos».
“No volveré a dar la cara por usted posiblemente. He comprendido un poco tarde lo ingrato de su cometido en seguir usted creyendo en la lealtad inmaculada de Rómulo Betancourt, así sepa guardar silencio por conveniencias políticas cuando La Esfera arremete contra usted y así deja abandonada su candidatura para garantizar el triunfo de la suya.
“Nosotros tampoco hemos creído en la lealtad de ese mismo personaje político hace unos cuantos años y ya está viendo usted los resultados. Para cuando le toque a usted el turno de arrepentirse de la fe que ha puesto en el transitorio amigo de hoy, vuelvo a ofrecerle mi respeto y mi afecto que hoy rechaza.
“Hasta entonces, Maestro.
“Miguel Otero Silva
Así pues, 1944 ha resultado un año difícil, pero hay confianza en el gobierno, hay paz, hay progreso y esperanzas. El país ha ido haciendo esfuerzos por encontrar un equilibrio entre las fuerzas partidistas e ir introduciendo cambios moderados pero firmes. El presidente Medina se encuentra entre dos terribles fuerzas, las del pasado, representadas por Eleazar López Contreras y que incluyen a Acción Democrática (este partido para gobernar está decidido a utilizar el apoyo de una compañía petrolera que viene con las prácticas impositivas que intereses foráneos aplicaron durante la tiranía de Gómez), y la ilusión de progreso y de trabajo representados por lo mejor de la intelectualidad venezolana, por verdaderos patriotas. Como previendo terribles nubarrones y angustiado porque el pueblo se empape de su misión y se organice e impida el avance despótico de las transnacionales en nuestro suelo, en su alocución del Año Nuevo de 1945, Medina dirá: “El cumplimiento del deber en beneficio de la estabilidad de las instituciones […] incumbe a todos los ciudadanos y, de manera especial, a quienes en la palestra de la lucha política o en la prensa han asumido la misión de orientar la opinión pública, porque tanto mal hace al pueblo la autoridad arbitraria o venal, como la falsedad, la mentira, la interesada deformación de los hechos, los principios y los fines públicos que el sectarismo y el resentimiento urden a diario”.
Hace una clara invitación a dialogar con Betancourt cuando dice: «En el umbral promisor (sic) de este año yo hago un llamado a todos los hombres que se sientan responsables de cualquier actividad pública, para que nos revistamos de serenidad y tolerancia, para dilucidar en ambiente claro de verdad y sinceridad al inmediato porvenir político del país».