AUTOR: Alberto Aranguibel B.
La contienda electoral prevista para el próximo domingo estaba planteada en forma claramente desigual, con una confrontación en la que la derecha aparecía injustamente favorecida.
Aún cuando la revolución ha logrado instaurar en el país una verdadera cultura electoral (la materialización de la idea de la participación y el protagonismo) que concita siempre altos índices de participación en toda elección, ciertamente no hay ningún proceso electoral con mayor capacidad de convocatoria que el presidencial.
Eso, sin lugar a dudas, fue lo que determinó en 2017 el éxito para la elección de la ANC; la idea de que era el último cartucho que le quedaba a Maduro, y con ello a la Revolución Bolivariana, frente a una guerra civil inminente.
Ya, previamente, la falta de esa connotación presidencial fue lo que ya había hecho que la Revolución perdiera la AN en 2015. Más allá del evidente índice de desmovilización del chavismo que generó la para entonces todavía muy reciente partida física del comandante Chávez, junto a la vorágine especuladora desatada desde aquel momento en el país por la empresa privada nacional y la página Dólar Today desde el exterior, un fantasma del pasado rondaba los centros electorales.
Como una vieja rémora del puntofijismo, el absurdo “voto cruzado” que durante la 4ta república llevaba a la gente a votar contra su partido en toda elección parlamentaria pensando que era lo democráticamente más sano, hizo que mucho chavista convencido de que no estaba en juego la presidencia creyera que era bueno votar poniéndole un contrapeso contralor en la AN a ver si así el gobierno de un Maduro todavía muy incipiente como el estadista que a la postre ha mostrado ser, se ponía las pilas.
En este momento, hoy, quien está colocando la elección del próximo 6D en un nivel presidencial es la oposición, que por el lado de la participación electoral tienen un combo de excandidatos presidenciales o de figuras con años de presencia mediática intensa, todos cuarto bates fogueados en campañas que los han posicionado como líderes nacionales (Claudio Fermín, Henry Falcón, Bertucci, etc.) y por el lado del abstencionismo nada mas y nada menos que a Guaidó, que ni siquiera tuvo campaña que lo posicionara para que ellos lo consideraran presidente.
La Revolución, salvo contadas excepciones, no tiene gente con esa penetración y trayectoria de liderazgo y de posicionamiento nacional. El grueso de los candidatos y candidatas revolucionarios, la inmensa mayoría, son gente venida de las bases, o escasamente conocidos en ámbitos reducidos de la escena política, precisamente por esa vocación inclusiva y popular que signa al chavismo como ideología.
Sin percibirlo, estábamos cazando una pelea de tigres contra chivos. Y eso es lo que venían poniendo en evidencia los debates televisivos, en los que los candidatos opositores han venido capitalizando un aspecto medular de la guerra mediática desatada contra la revolución, como lo es el de la idea de que las cosas funcionan mal no por el bloqueo sino por ineficiencia del gobierno. Lo cual es muy fácil para candidatos que no han sido expuestos al desgaste del ejercicio de gobierno, porque por lo general no han gobernado en ninguna parte desde hace más de dos décadas, pero sí han ejercido la actividad pública. Si algo está marcando la tónica del debate durante esta campaña, es que los candidatos están siendo evaluados por su capacidad de responder convincentemente ya no sobre cuáles son las causas de los problemas que enfrenta la gente, sino qué soluciones se proponen para resolverlos.
Esa larga guerra mediática de manipulaciones y falseamientos de la realidad, es la que hace que cuando un candidato de la oposición afirma irresponsablemente que la falta de bombillos en los hospitales no tiene nada que ver ni con bloqueo ni con sanciones económicas, sino con la falta de disposición del gobierno a atender los problemas, la gente considere que el candidato opositor es su defensor y no el candidato de la revolución, que no tiene ninguna otra alternativa que explicar los problemas como consecuencia directa de la agresión que representan ese bloqueo y esas sanciones porque esa es la cruel e insoslayable verdad.
En ese caso, el del elector chavista que no está dispuesto a entregar el proyecto revolucionario pero que comulga con la idea de que votar por un buen diputado opositor no compromete ni pone en riesgo la presidencia de Nicolás Maduro, el voto cruzado se convertiría en un factor desencadenante de una eventual derrota parlamentaria para la revolución. Solo que, en esta oportunidad, habida cuenta del avance de la campaña de desprestigio que presenta a la Revolución en el mundo como una dictadura represora del pueblo, no sería una derrota mas sino una auténtica precipitación al cadalso.
El verdadero activo de la revolución es el fenómeno del “chavismo”. Es decir, la lealtad irrestricta al liderazgo infinito de Chávez. Si algo mueve a la gente es lo que diga Chávez. Algo en lo que la oposición no le llega a la Revolución ni por los tobillos.
Chávez dijo que había que seguir a Maduro y el pueblo ha sido invariablemente leal a su promesa de seguirlo. A Maduro le toca, entonces, explicar ahora que lo que está mal en Venezuela no es el gobierno, sino que no hemos logrado salir todavía de un modelo cruel e inhumano como el capitalista, que especula, acapara, saquea nuestras riquezas y genera explotación, hambre y miseria. Que lo que hace falta no es retroceder hacia el neoliberalismo sino avanzar con mayor velocidad hacia el modelo que por primera vez en nuestra historia trajo inclusión social con bienestar económico para el pueblo; el socialismo de Chávez. Porque aquí la verdadera confrontación es entre capitalismo y socialismo.
Así sí se hace más justa la contienda.
@SoyAranguibel