ARGENIIS RODRÍGUEZ
- La pelea se da cuando uno quiere, cuando uno cree que deba darla, cuando nos concierne, cuando nuestro esté débil, cuando nuestro enemigo esté en dificultades o muriendo. A nuestro enemigo no está demás meterle su empujoncito. A nuestro enemigo hay que hacerle sentir temor. Al enemigo hay que hacerle saber que estamos dispuesto a todo, que no nos importa morir. El enemigo debe saber que cuando se meta con uno va a correr el riesgo de la muerte.
- Una cortina de humo. Al enemigo hay que tenderle una cortina de humo. Debemos hacerle ver que estamos fuertes, que nos respaldan, que contamos con las armas.
- Al enemigo debemos hacerle entender que nos respaldan fuerzas con las que él no cuenta, incluso fuerzas sobrenaturales.
- Al enemigo hay que atemorizarlo siempre. el enemigo no debe contar con tiempo para responder o reponerse de un ataque. Si nos lanza un golpe debemos responderles con veinte, si sabemos que se arma, armémonos con mayor fuerza y poder que él.
- El enemigo es un blanco fijo para nosotros, una idea fija, una obsesión. Esto, aunque sea verdad, se lo debemos hacer sentir. Él debería sentir que nosotros en todo momento estamos vigilándole, pensando en él.
- Lancemos varios golpes buenos y fuertes. Con un solo golpe no basta, a menos que lo aniquilemos apenas empecemos la refriega. Pero si no lo vamos a aniquilar, no bajemos la guardia. Golpes y golpes de vez en cuando es conveniente contra el enemigo.
- Nuestro enemigo no debe reponerse nunca de nuestros ataques. Nuestro enemigo tiene que morir con la sensación de que le hemos derrotado. ¡Qué vergüenza!
- Tu enemigo no debe saber nada de ti. Tú en cambio debes demostrarle que sabes mucho acerca de él.
- A tu enemigo hazle saber que lo vas a emboscar. Por esto siempre andará con miedo.
- Si mantienes acobardado a tu enemigo, habrás ganado la partida.
- Tu enemigo puede morir de un colapso repentino.
- Al enemigo, claro, hay que acosarlo.
- Sé un misterio para tu enemigo.
- Contra tu enemigo todas armas son buenas.
- Al enemigo se le da muerte como último recurso. Pero la mejor manera de vengarse de un enemigo es atemorizarlo siempre.
- Al enemigo hay que desprestigiarlo.
- Si quieres lo golpea pero no es necesario.
- Debes tener bien claro quiénes son tus enemigos.
- Un enemigo descubierto es un blanco perfecto.
- Tú, hazte el desentendido, pero recuerda que al enemigo hay que castigarlo y al final atraerlo para la pelea definitiva en ese sitio elegido por ti.
- De tu enemigo sacarás la fuerza.
- Podemos aprovechar bien al enemigo.
- Hay quien ha esperado diez años para golpear. Hay quien ha esperado más.
- No hay que desesperar, pero no pierdas el tiempo.
- ¿De qué nos serviría vivir sin un enemigo?
- Mi enemigo está adolorido. Mi enemigo se muere, pero yo quiero su muerte. Lo quiero bueno y sano, rabiando la impotencia de no poder golpearme.
- Pero tú, golpea y golpea siempre.
- Para nuestro enemigo somos un asesino frío y calculador; alguien tenaz, un ser que no da tregua. Vamos ahí en la sombra dispuesto a destruirlo.
- Para nuestro enemigo tenemos que ser alguien controlado, vengativo, preciso, capaz de una violencia inusitada.
- Sin embargo, no somos el asesino de nuestro enemigo. Nosotros sencillamente vamos a destruir a quien quiso destruirnos. No matamos a ciegas y por eso no somos asesinos, pero para el enemigo tenemos que comportarnos como un asesino.
- La frialdad del asesino es todo. Fingirla. Lo que sea. El enemigo nos aguarda temeroso y así, a ratos, nos convertimos en asesinos. Hay un arte en todo ello. Preparar la trampa, el zarpazo, todo lo demás.
- Del placer hablarán otros.
- Sin embargo para nosotros no existe el placer ni la voluntad. Podemos inventar eso, podemos mentir, pero la verdad es que ni siquiera placer, ni poder ni voluntad sentimos cuando vamos contra nuestro enemigo.
- El fárrago de las cosas por expresarnos nos confunde. En el siglo pasado se hablaría del yermo de las almas. Se decían tantas estupideces. Hoy la estupidez ha sido desterrada por un buen fusil desarmable que se lleva como un instrumento musical. El cuchillo pequeño y filoso que entra como una aguja. El desprecio público. La propaganda.
- Nietzsche abogando por su maldita voluntad.
- Sade quejándose de sus tormentos y su maldita debilidad hacia su suegra.
- Dostoievsqui tolerando los cuernos y alagando al maestro que le trajinaba su mujer.
- El pobre Scott Fitzgerald exclamando: ¡Se acabó todo! Cuando supo que Zelda lo había engañado con un aviador francés.
- Byron y su cojera, y su lamento de los desterrados. (Missolonghi, lunes, 23 de febrero de 1824. Habrás oído hablar de nuestras incursiones y de nuestras evasiones, y de cosas así, quizá un tanto exageradas; pero ahora todo está bien).
- Al enemigo hay que odiarlo. Así como nos ejercitamos para cuidar nuestro cuerpo debemos ejercitarnos para odiar más y mejor sin que la cabeza se nos ofusque.
- Claro, este es un callejón si salida, pero la pelea hay que darla.
- ¿Qué estaba haciendo yo ahora en este momento?
- A veces bueno instruirse con alguna vida de César Borgia, un tipo que envenena a su cuñado porque está loco por su propia hermana.
- Escúchame, oh Señor, desde el cielo, tu morada.
- Hoy no me controlo. Escribimos ara ir dejando autorretratos. Ese fin narcisista es ridículo. Los que escribimos no dejamos pasar nada en blanco. Acaso queramos que se luche por nosotros.
- Mis actos deben ser momentáneos, instantáneos.
- ¿Me iré de aquí sin saber a qué vine?
- ¿Fastidiado de mí mismo?
- ¿Vivir sin una meta fija?
- ¿Sin poder vivir a donde siempre he querido?
- He vivido al revés. Mis enemigos se hicieron sus planes, consiguieron el dinero suficiente, y se construyeron sus casas. Yo no, yo no me hice ningún plan y llegué a los 41 años sin casa, sin dinero y con temor a no conseguir nunca un solar y un poco de dinero cada quincena.
- ¿Para qué me sigo atiborrando de libros y de sabiduría?
- Ni los libros ni la sabiduría sirven para ganarse el pan.
- He pagado el precio de mi pequeña historia.
- Aún podría soñar como Rimbaud: Entraré en la política. ¡Salvado!
- Qué extraño. Aún hay un escritor que se juega la vida, y se llama en este mundo: Argenis Rodríguez
- Y si uno no se la jugara, ¿qué?
La gente, naturalmente, prefiere la tragedia.