Miguel Posani
A lo largo de la historia, los conflictos humanos han trascendido los campos de batalla físicos para librarse en un territorio más fundamental, la consciencia humana. Este concepto representa el espacio interior donde se forman creencias, percepciones y convicciones que determinan el comportamiento individual y colectivo. Mientras que las batallas convencionales se ganan mediante la fuerza física, las guerras por la consciencia buscan transformar la manera en que las personas perciben la realidad, interpretan su lugar en el mundo y toman decisiones.
Independientemente del contexto histórico o cultural, la lucha por el dominio de la consciencia ha sido una constante en los esfuerzos humanos por ejercer control e influencia. Ya sea mediante doctrinas religiosas, estrategias militares, ideologías políticas o tecnologías digitales, el objetivo ha sido moldear los marcos mentales a través de los cuales las personas comprenden su realidad.
Las conceptualizaciones tempranas de la conciencia como campo de batalla emergieron simultáneamente en diferentes tradiciones culturales, particularmente en el pensamiento estratégico oriental. El general chino Sun Tzu (544-496 a.C.), en “El arte de la guerra”, estableció principios fundamentales que trascendían lo puramente militar para adentrarse en la psicología del conflicto. Su afirmación de que “la suprema excelencia consiste en romper la resistencia del enemigo sin luchar” revela una comprensión profunda de que las victorias más decisivas se obtienen en el terreno mental antes del enfrentamiento físico. Sun Tzu articuló además el principio de que «es más importante superar a tu enemigo mentalmente que con la fuerza”, enfatizando la primacía del dominio cognitivo sobre la fuerza bruta.
La Iglesia Católica representa uno de los ejemplos históricos más duraderos y sistemáticos de reconocimiento de la conciencia como campo de batalla. Desde sus inicios, la Iglesia desarrolló una sofisticada arquitectura doctrinal destinada a moldear la conciencia moral y espiritual de sus fieles y mantenerlos bajo su dominio.
Más allá de la dimensión espiritual individual, la Iglesia Católica institucionalizó sistemáticamente la formación de la conciencia a nivel colectivo. Y cuando no lo logró a través de debates públicos con los disidentes actuó violentamente inaugurando la primera inquisición a principios del siglo XIII en donde las comunidades cristianas disidentes (los cátaros) en Francia, unas 20.000 personas, fueron asesinadas por predicar en contra de la desviación de la iglesia católica.
A través de la historia ha habido siempre un intento de control ideológico de nuestras mentes y nuestro imaginario de múltiples formas, pero sobre todo controlando los insumos del pensamiento y la reflexión.
La quema sistemática de libros y la censura cultural constituyen fenómenos recurrentes en la historia de la humanidad que trascienden épocas, ideologías y contextos geográficos. Estas prácticas responden a una lógica fundamental, quien controla el acceso al conocimiento y las representaciones culturales controla también los marcos mentales a través de los cuales las personas interpretan su realidad. La destrucción de bibliotecas y textos representa un ataque directo contra la memoria colectiva y la capacidad de un pueblo para mantener vivo su patrimonio cultural e intelectual.
Ejemplos los hay, desde la antigua China con la quema de libros y sepultura de académicos bajo Qin Shi Huang (siglo III a.C), la destrucción de la biblioteca de Alejandría, (una serie de conflictos religiosos, políticos y militares a lo largo de casi 700 años llevó a su desaparición). La destrucción de los códices prehispánicos en América es quizás el ejemplo más catastrófico y emblemático de la batalla por la conciencia en el Nuevo Mundo, donde no solo se buscó controlar el pensamiento, sino eliminar enteros sistemas de conocimiento y cosmovisiones. (siglo XVI)
El denominador común ha sido el reconocimiento de que las ideas representan un poder que puede desafiar las estructuras de autoridad establecidas. Estos actos de censura no se limitan a eliminar objetos físicos, sino que buscan erradicar visiones alternativas del mundo que puedan cuestionar el relato oficial impuesto por el poder dominante.
Volvemos al ejemplo de la Iglesia Católica y la censura institucionalizada. El “Index Librorum Prohibitorum” fue un sistema de censura formal y duradero. No se limitaba a quemar libros, sino que creaba una lista oficial de publicaciones prohibidas que los católicos no podían leer sin riesgo de excomunión. Este sistema permitió a la Iglesia controlar el discurso intelectual durante siglos, afectando a pensadores fundamentales como Copérnico y Galileo y a literatos como Víctor Hugo, cuya obra Los Miserables permaneció en el índice hasta 1959.
Tenemos también al nazismo y la propaganda simbólica. Las quemas de libros organizadas por la unión de estudiantes alemanes en 1933 fueron actos de propaganda pública diseñados para purificar la cultura alemana. Se destruyeron sistemáticamente obras de autores judíos, socialistas, pacifistas y de cualquier pensador que desafiara la visión nazi del mundo
Otro ejemplo fue la quema de libros en la dictadura de Pinochet y de Videla en Argentina, y actualmente la prohibición de cientos de libros en las escuelas norteamericanas, como por ejemplo “Cien años de Soledad”.
Actualmente el concepto de guerra cognitiva constituye la manifestación contemporánea más explícita de la conciencia como campo de batalla. Definida como «el conjunto de acciones militares planificadas para afectar actitudes y conductas mediante la perturbación de la cognición a nivel individual, grupal o poblacional», esta forma de guerra representa la evolución de los conflictos hacia nuevos dominios. Mientras los escenarios bélicos tradicionales incluían los dominios terrestre, naval y aéreo, a los que posteriormente se agregaron el espacio y el ciberespacio, algunos analistas sugieren que «el sexto dominio es el cognitivo”. Esta evolución refleja el reconocimiento creciente de que la victoria en los conflictos contemporáneos depende crecientemente del dominio sobre los procesos mentales más que sobre territorios físicos.
La guerra cognitiva opera mediante la alteración sistemática de las percepciones de la realidad. Son maniobras en el ámbito cognitivo para establecer una percepción predeterminada entre una audiencia objetivo con el fin de obtener una ventaja sobre otra parte. Lo que distingue a esta forma de guerra es su enfoque en modificar no solo el flujo de información, sino cómo las personas reaccionan ante esa información. Es la utilización de la opinión pública como arma cuyo objetivo es «hacer que los enemigos se destruyan a sí mismos desde adentro”.
Entre las características distintivas de la guerra cognitiva destacan:
Desdibujamiento de fronteras. Por su naturaleza virtual, han desdibujado los límites entre los objetivos civiles y militares, expandiendo el campo de batalla para incluir a poblaciones enteras. El campo de combate son nuestras mentes.
Herramientas tecnológicas avanzadas. Emplea modelos de lenguaje a gran escala de la inteligencia artificial, el análisis de la “big data” para predecir patrones de conducta, y las crecientes posibilidades que las actuales tecnologías proveen para incrementar la eficacia de los mensajes mediante micro segmentación.
Multidisciplinariedad. Utiliza las herramientas que proveen las varias ciencias relacionadas con el conocimiento y sus procesos: psicología, lingüística, neurobiología, etc.
Diversos conflictos recientes ilustran la aplicación práctica de la guerra cognitiva:
Operación militar rusa en Ucrania. Este conflicto incluye la utilización de narrativas históricas relacionadas con el pasado de Ucrania y sus fuertes lazos étnicos y culturales con Rusia, además del objetivo expresado de lograr la desnazificación del territorio. Estas narrativas buscan instalar una visión específica de Rusia como una fuerza antiimperialista, en oposición al colonialismo y el dominio hegemónico liderado por el imperialismo norteamericano. Y por el otro lado encontramos una narrativa opuesta que plantea a Rusia como “un peligro imperial que está presto a invadir Europa” (lo cual se cree cada vez más la población europea) junto a la necesidad de prepararse para la guerra con Rusia y sus “malvados aliados orientales”.
Otro aspecto de esta batalla es el ejemplo de lo que está sucediendo en estado unidos, en donde se observa una avalancha de un discurso que podemos denominar neofascista y primitivo, en donde se promueve una narrativa fundamentalista con matices religiosos y de recuperación de una supuesta gloria pasada, (parecida a la narrativa nazi fascista). No podemos dejar por fuera la actual guerra psicológica que lleva a cabo el imperialismo contra la población venezolana que es parte de la estrategia de guerra cognitiva y de manipulación de la opinión pública mundial con fines muy claros de restauración de su dominio colonial sobre Venezuela.
Por otra parte, surgen ejemplos de iniciativas de defensa cognitiva en muchas partes del mundo. España ha iniciado proyectos a través de su Estado Mayor de la Defensa «orientado al desarrollo de capacidades de monitorización, análisis y control del dominio cognitivo». Estos esfuerzos buscan dotar a las Fuerzas Armadas de «herramientas para operar en el entorno informativo, mediante técnicas avanzadas de recolección de datos, análisis de la percepción y protección cognitiva».
Más allá de los contextos religiosos y militares, la conciencia como campo de batalla se manifiesta en conflictos ideológicos y movimientos sociales. Un ejemplo particularmente ilustrativo es la lucha por la interpretación histórica. Como señala un análisis sobre la guerra civil española: «La historia es un campo de batalla más, de los muchos que existen en la guerra de clases. No se trata sólo de recuperar la memoria de las luchas de clase del pasado, sino también del combate por la historia desde el punto de vista revolucionario». Esta perspectiva revela cómo la narración del pasado se convierte en un territorio contestado donde diferentes grupos buscan establecer visiones que legitimen sus posiciones políticas presentes.
La batalla por la conciencia en estos contextos ideológicos presenta características distintivas:
Enfoque en la memoria colectiva. La lucha se centra en controlar la narrativa sobre eventos históricos fundamentales para la identidad grupal.
Construcción de marcos interpretativos. Se desarrollan sistemas conceptuales que proporcionan lentes específicos para interpretar experiencias sociales.
Formación de identidad política. Los esfuerzos buscan consolidar identidades colectivas alrededor de proyectos políticos alternativos.
Educación como territorio contestado. Las instituciones educativas se convierten en espacios de conflicto sobre qué visiones del mundo deben transmitirse.
Los paralelos entre estos diferentes dominios son notables. La guerra cognitiva contemporánea comparte con la tradición religiosa la comprensión de que las percepciones, una vez establecidas, determinan comportamientos y lealtades. Así como las instituciones religiosas han comprendido que la formación de conciencias es esencial para mantener la cohesión doctrinal, los actores contemporáneos reconocen que el dominio del espacio cognitivo es crucial para la influencia geopolítica. La evolución desde las estrategias de desinformación relativamente rudimentarias descritas por Sun Tzu hasta la microsegmentación basada en inteligencia artificial actual ilustra una sofisticación tecnológica creciente aplicada a un principio perdurable: quien controla la consciencia, controla eventualmente la acción.
En una era caracterizada por la saturación informativa y la mediación tecnológica de cada vez más aspectos de la experiencia humana, la capacidad de mantener la soberanía cognitiva se vuelve crucial tanto para individuos como para sociedades. Las instituciones democráticas enfrentan el desafío de contrarrestar campañas de desinformación sin sacrificar libertades civiles fundamentales. Los individuos confrontan la necesidad de desarrollar resiliencia crítica frente a esfuerzos sofisticados de manipulación perceptual. Comprender que la consciencia ha sido históricamente un campo de batalla permite reconocer que estos desafíos no son completamente nuevos, sino la manifestación contemporánea de una lucha perdurable por el territorio más íntimo y determinante de todos: la mente humana.

















