República: se lo dijo José Antonio Páez a Simón Bolívar: “Este país en lo general de su población no tiene más que los restos de una colonia española, por consiguiente falto de todo elemento para montar una República”.
“República del Este”: Dice Caupolicán Ovalles[1]: “Esa época coincide con la legalización de los partidos de izquierda, la campaña electoral y la apertura hacia las fórmulas democráticas, y las fórmulas pacíficas del juego de masas. Tomando en cuenta las posibles participaciones que entran en la campaña de los partidos que entonces que entonces estaban incluidos en las listas de UPA, comenzamos a dar mítines en El Viñedo, un bar de Sabana Grande. En medio de eso apareció la idea de la República del Este, y nuestros mítines y discursos fueron entonces en nombre de la República. Así fue como por primea vez en octubre del 68, en El Viñedo, constituimos gobierno. Yo me nombré presidente, nombré a Luis Camilo Guevara primer ministro, a Mario Abreu ministro de la defensa y a Javier Villafañe ministro de educación”.
“República del Este”: Pretexto de unos señores que se decían intelectuales, muy flojos, que para evitar escribir y pensar encontraron la mejor manera de seguir siendo “intelectuales” y “respetados” sin hacer nada, jalando caña y hablando pendejadas. Según refiere Caupolicán Ovalles[2] la llegaron a conformar esta ridiculez, Miguel Otero Silva, Jóvito Villalba, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Vicente Gerbasi, Manuel Alfredo Rodríguez (fue presidente constitucional de la República del Este, y lo tomaba muy en serio), Manuel Matute, Elías Vallés, Orlando Araujo, el “poeta” Rafael José Muñoz, Marcelino Madrid. Dice Ovalles (uno de sus fundadores): “Durante el gobierno de Luis Herrera tuvimos varios ministros: Gonzalo García Bustillos, Luis Pastori, Leopoldo Díaz Bruzual, Manuel Quijada y Rubén Osorio Canales”[3]. También formaron parte de este botiquín: Luis Camilo Guevara, Mario Abreu, Carlos Noguera, Pepe Barroeta, el Chino Valera Mora.
“República del Este”: “El tiempo no ha pasado en vano. El TEODORO Petkoff, el Ovalles, el Pompeyo Márquez y el Ramón Bravo ya no son comunistas. Militan en el MAS, una organización que se hace pasar por socialista. Al Pompeyo y al Petkoff lo expulsaron del Partido Comunista. Al Luben Petkoff lo expulsaron del Partido Comunista. Al (Ramón) Bravo ya no le dan becas (para que vaya a estudiar cine) en Berlín Oriental, en Moscú o en Belgrado. El Ovalles es el celestino de los presidentes del Inciba o del Conac. Depende como se llame este organismo cultural. Al menos fue celestino de Tarre Murzi y de Carrillo Moreno. No creo que lo fuera de Eduardo Morrero. Más bien Eduardo Morrero no se prestó para componendas y no pagó las bebidas que el Ovalles se bebía en el Vechio Mulino por cuenta del Inciba. Ni pagó Morrero los avisos que publicó el Ovalles para hacerle propaganda a una banda de borrachos que se llamaban miembros de la Republica del Este[4]”.
Orígenes de la “República del Este”
Tenía que estar en el Este. Nunca se hubiera llamado “República de Catia”, “República de Antímano” o “República de Caricuao”. En las barras de los bares del Este (Sabana Grande precisamente), docenas de nuestros escritores de izquierda dejaron regados sus hígados y sus sesos. Muchos de ellos, provenientes de las guerrillas de Falcón o de Lara, Mérida o Barinas, se hundieron en los oscuros tugurios de “El Molino”, “El Chiken Bar” o de las tres tascas que conformaban el “Triángulo de las Bermudas”. Yo los conocí a casi todos y creo que sólo quedan unos cinco o siete sobrevivientes de aquel horrible naufragio en un mar de whiskys, vinos, cervezas y champañas, por lo general bebidas bien caras.
Pero todo esto venía de muy atrás; desde la época en que a los adecos les dio por llamar reaccionario al Presidente Isaías Medina Angarita; a él, quien precisamente estaba luchando contra las imposiciones despóticas y explotadoras de las empresas norteamericanas en nuestro país. Era lo contrario de Rómulo Betancourt en su lenguaje y en su posición nacionalista, sin ambages ni medias tintas, nada de promesas etéreas y rimbombantes. Mucho menos procuraba esas sinuosidades terremotéricas con las palabras, con agites de manos y con muecas sobrexcitadas. Ya, a falta de algo mejor, los dirigentes caían en la cuenta de que el pueblo deliraba ante estos temblores, no ante las verdades, ni ante los sentimientos auténticamente expresados, con devoción sincera. El máximo líder adeco, absurdamente, quien sí estaba trabajando con agencias norteamericanas para confeccionar un estado dependiente de las grandes compañías petroleras (contra las medidas nacionalistas y justas que estaba proponiendo Medina), lograba aparecer como todo un socialista revolucionario.
Cuando en la década de los sesenta ciertos dirigentes de la izquierda conozcan los vericuetos por los cuales Rómulo se hizo con el poder, vendiéndose a los gringos, estos dirigentes darán sus “oportunas volteretas” y se pasarán a la derecha (eso sí tratando de la fachada de revolucionarios). Entre estos fenomenales tránsfugas hay que mencionar a Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Américo Martín, Pastor Heydra y Gumersindo Rodríguez, betancouristas de corazón.
Cabe la pregunta: ¿por qué cuatro personajillos prácticamente desconocidos y sin peso en la opinión pública pudieron echar por tierra a un gobierno tan popular y nacionalista como el de Medina Angarita?
Todo se explica porque la conjura se estaba urdiendo desde el exterior, y con poderes que Medina no podía controlar ni conocer. El viaje realizado a Washington por Betancourt, con el pretexto de reunirse con Diógenes Escalante, el posible sucesor de Medina, tenía que ver con el plan para derrocar al gobierno. Una situación muy similar a la que se protagonizó contra Chávez, cuando la Coordinadora Democrática y SUMATE viajaban con frecuencia para reunirse con el Departamento de Estado, y de allí recibir las órdenes para crear zozobra, terrorismo, tensión, huelgas y un estado de conmoción dentro de los cuarteles.
La oposición a Medina no quería una solución que favoreciera que le diera algún viso de autoridad y respeto al gobierno. En realidad no querían al denominado candidato de consenso que era Escalante, y cuando éste diplomático llega a Venezuela, se arrecian los planes para eliminarlo. En un agasajo que se le hace a Diógenes Escalante llegan y lo envenena; Escalante se vuelve loco y comienza a hablar solo y a decir barbaridades[1]. Descartado Escalante se entró en una espiral de vaguedades en las que los políticos y militares más ambiciosos iban a definir el rumbo de la nación.
Seguía tomando fuerza ese humorismo chabacano y perverso, cultivado por unos bebedores de licor más o menos fino, para los que el mundo era menos que una cazuela de chirigotas. Era la escuela satírico-burlesca que estaban inaugurando Andrés Eloy Blanco, Gonzalo Barrios, Valmore Rodríguez y Miguel Otero Silva entre otros intelectuales, y de cuya escuela emergerán empeorados personajillos como Pedro León Zapata, Caupolicán Ovalles, Adriano González León, Elías Pino Iturrieta, Claudio Nazoa, Laureano Márquez, Manuel Caballero y Orlando Urdaneta, por ejemplo, lo más dilecto y mejor elaborado del pensamiento vende-patria en Venezuela. De aquella irresponsable manera de burlarse de todo y de todo hacer un chiste aún de las cosas más graves y trágicas, va a surgir aquella sentencia de que en Venezuela nada se toma en serio, y que así se vive mejor. Es por lo que un grupo de intelectuales para evitar asumir responsabilidades con su obra y con el país fundará un club llamado “República del Este”. Este club comprenderá, como dijimos, un sector de bares de Sabana Grande, donde se consumirá licor sin control ni medida, pagado por ministros banqueros como Pedro Tinoco. Al tiempo que se vayan hundiendo estos supuestos representantes de la izquierda venezolana en una filosofía del conformismo y de la vagancia, en medio del envilecimiento general, irá surgiendo en AD y COPEI, una generación ultra-fascista, más radical, cada vez más vendida al imperialismo norteamericano.
[1] En su libro “Usted me debe esa cárcel”, Rayuela, Taller de Ediciones, 1996, pág. 221.
[2] En su libro “Usted me debe esa cárcel”, Rayuela, Taller de Ediciones, 1996, pág. 123.
[3] Ut supra.
[4] Argenis Rodríguez en su obra “Escrito con odio”.
Un Comentario
roberto
Por lo menos estos ´´intelectuales´´se divertían y chupaban caña son joder a nadie con su república.Peor es que hubieran sido como la rata de guaidó……