Literatos venezolanos: (Tomado del artículo de Argenis Rodríguez, “Los Maestros”, 10 – 1 -71): Cuando yo llegué a Caracas, allá por 1954, la literatura venezolana estaba en manos de un grupo de gentes a las cuales llamaban «el sindicato de la inteligencia». Yo recuerdo todo esto como algo del pasado más remoto. Sobresalían entonces los nombres de Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, José Ramón Medina, Humberto Cuenca, Miguel Acosta Saignes. Luego volvió a resurgir Miguel Otero Silva con su novela «Casas Muertas». Ramón Díaz Sánchez era una de las figuras cimeras. Guillermo Meneses andaba por París y desde allá «sonó» con su cuento «La mano junto al muro», y más tarde con «El falso cuaderno de Narciso Espejo». Vicente Gerbasi y Guaramato pontificaban en la Casa del Escritor. Don Luis Yépez jugaba al dominó cada noche allí. La literatura estaba de capa caída. ¿Y los jóvenes? Los jóvenes criticaban a todo el mundo y se emborrachaban por la esquina de Pinto. Los jóvenes, ¿quién va a creerlo? son el nuevo sindicato de la inteligencia. Adriano González León hablaba mal de todo el mundo. Juan Calzadilla hablaba mal de los viejos y de los jóvenes. Sánchez Peláez imponía a Palomares. Félix Guzmán publicó su «Croquis de la Esperanza», que el «mocho» Celestino Ledezma andaba recitando por todas partes. El pintor Quintana Castillo recomendaba leer a Horacio Quiroga y pintaba en el depósito de una librería; Salvador Garmendia era locutor de una radio y no decía ni pío. El que decía demasiado era Rodolfo Izaguirre, quien afirmaba que había sido él el que había escrito «Los pequeños seres», novela que apareció en 1959. Sanoja Hernández estaba en México. Aquí yo nunca oí hablar de Sanoja. Los comunistas, desde la clandestinidad, llevaban la voz cantante. Los adecos, estaban representados por la inteligencia de Guillermo Sucre.