Pérez
Cisneros, Ángel (Obispo de Mérida): A la muerte del obispo Acacio Chacón Guerra, le sucedió en el
ejercicio de la “pesada mitra”[1], en el Arzobispado de Mérida. Don Ángel Pérez
Cisneros fue de las mayores calamidades que le ha sucedido a Mérida, y para la
alta sociedad de este enclave godo una de las peores manchas de este obispo
radicaba en que era negro. Cuando don Ángel llegó al aeropuerto de Mérida los
agrios campesinos de la Sierra Merideña al verlo dijeron: “¡Obispo negro, la
pinga!”. A decir de mucha gente que conoció a don Ángel, éste fue un buen cura,
un hombre preparado que tocaba muy bien el piano. Pero convertido ya en
arzobispo se entregó a una vida disipada, caótica y sibarita. Prácticamente
arruinó a la inmensa y poderosa fortuna que entonces tenía la iglesia en esa
región, con malos, turbios y nefastos negocios. Vendió los terrenos que hoy
ocupa el Cementerio “La Inmaculada” y donde se tenía pensado hacer un hermoso
colegio, por la suma irrisoria y miserable de trescientos mil bolívares. Vendió
por tres lochas una finca de la Iglesia en El Guayabal, y el dinero
desapareció. Tenía planificado negociar el Edificio Roma y las máquinas del
diario “El Vigilante”. Tenía tantas historias este arzobispo, que si andaba en
malas compañías en las carreteras y se encontraba vilmente sometido a un
prelado argentino llamado Benito Tobia Hueta[2], que hizo con él lo que le vino en gana que no nos
atrevemos a colocar estos temas porque realmente no competen al trabajo. Pero
por el final que llevó este pobre hombre en sus últimos años, digno de lástima,
en Caracas, se ve que no fue él quien se aprovechó de esa avalancha de absurdos
negocios hechos a trancas y barrancas durante su obispado (acabó siendo echado
de Mérida).
[1] Expresión que le robo al doctor Carlos Chalbaud Zerpa.
[2] Este señor colgó los hábitos y se encuentra administrando una licorería en Vargas.