Guzmán, Antonio Leocadio: Su padre estuvo enrolado en las fuerzas realistas y en las batallas de 1810, de sargento pasa a capitán enfrentándose a Bolívar en Puerto Cabello, degollando patriotas. Antonio Leocadio sufrió mucho al ser señalado con desprecio, como hijo natural, fruto del amancebamiento de su padre con la señora Josefa Agueda García Mujica, a quien por unas manchas en la cara la llamaban La Tiñosa. Para tratar de “reparar” este enorme complejo social, Antonio Leocadio luchará toda su vida por elevarse al nivel de los valores godos de su padre, y es por ello por lo que propondrá al Libertador que se corone emperador. Fue él quien le metió este proyecto en la cabeza a Páez, y luego se dirigirá al sur, para hacerlo ver como una idea ardiente que anhelaba con locura lo más representativo de Venezuela. Siendo muchacho Antonio Leocadio viaó y se educó en España, y cuando 1823 regresa a Venezuela se encuentra que sus parientes godos están todos destruidos. Descubre y reconoce que la única manera para lograr ese grandioso linaje que busca es de momento, acercándose al Libertador. Es así como le pone el ojo a Carlota Blanca Jerez, quien estaba enamorada del brasileño José Abreu y Lima, emparentada con los Aristiguieta Bolívar, hija de María Antonieta Xerez Aristiguieta. Y en la propia casa del Libertador, Antonio Leocadio embaraza a la Carlota. Listo. Ya barrigona y escondiendo el vientre, en septiembre de 1828, cuando se atenta contra el Libertador en Bogotá, se produce privadamente el acto de la boda. El 20 de enero de 1829 nace Antonio Guzmán Blanco, el “emperador” que quiso hacer y no pudo Antonio Leocadio. Es bien conocida la historia de cómo Antonio Leocadio maltrataba terriblemente a su esposa Carlota, dándole de palos y sopapos, quien siempre tenía un pómulo o los ojos amoratados por sus golpes.
Guzmán, Antonio Leocadio: Uno de los causantes de la desintegración de la Gran Colombia, quien en una comisión secreta fue desde Caracas hasta el Perú a proponerle a Bolívar que se coronara. Dijo de él Ramón Díaz Sánchez que era insaciable en su afán de enriquecimiento: “Comercia con los empréstitos, con los bienes de la Universidad, con la moneda, con los alimentos, con los ornamentos de las iglesias, con las raciones de las tropas, con las aduanas, con la navegación, con la deuda pública, con el crédito exterior”[1].
Guzmán, Antonio Leocadio: En 1824 Santander le escribía Bolívar, advirtiéndole que «unos agentes pagados por la Corte de Madrid para ridiculizar al gobierno, dividimos y degollarnos no desempeñarían tan bien su papel, como los tales escritores de Caracas”. Entre esos escritores se encontraba Antonio Leocadio Guzmán.
Desde Caracas, el periódico El Argos, que dirigía Antonio Leocadio Guzmán, lanzaba contra Santander los más duros epítetos: “¡Santander otra vez! -declaraba Guzmán-. De ninguna manera. Sería una plaga para Colombia otros cuatro años de su pésima administración». Añadía Guzmán, en el tiraje número 8 de su periódico: «Aseguran que el Excelentísimo Sr. Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la República, encargado del Poder Ejecutivo, etc. etc. etc. para dar esplendor al gobierno republicano y a la nación, ha adoptado para sí el mismo ceremonial de palacio, paseo, iglesia, teatro, etc., de que usaban los antiguos virreyes. Dicen que en su palacio tiene un famoso solio, bajo el cual se sienta con frecuencia; que cuando sale a paseo o a la iglesia, es acompañado y custodiado por alabarderos y batidores, y que al entrar al coliseo, todo el pueblo concurrente tiene que ponerse en pie y el sombrero en mano, hasta que S. M. toma asiento y da sus órdenes. ¡Bravo republicanismo!…»
En estilo, naturaleza y sentimiento, este Antonio Leocadio Guzmán era idéntico a Santander, a los liberales colombianos; por esto se odiaban tanto.
Guzmán, Antonio Leocadio: El 6 de enero de 1826, Santander escribía al Libertador: «A1 Istmo, ha ido, creo que con miras de pasar donde usted, el célebre redactor de Argos. Antonio Leocadio Guzmán, bicho de cuenta, atrevido, sedicioso y el que, ha tenido a Caracas perturbada con sus papeles: este es el que me ha humillado a dicterios e insultos groseros, porque pertenecía a la facción de Carabaño. Rivitas, etc. Guárdese mucho de él, porque entiendo que se lo mandan de espía, y hágame el favor de no darse enterado por mí».
Mientras ardía Bogotá con las amenazas a Páez, quien estaba a punto de rebelarse contra el Congreso, había llegado al Perú el señor Antonio Leocadio Guzmán. Tenía importantes noticias del General Páez y era visto como portador del secreto político del siglo. El joven mensajero, que había sido educado en España, y de Padre español, tenía una formación política nada común en aquellos tiempos. Sabía expresarse muy bien, y sus conocimientos unidos a esa desenvoltura de los habituados a preámbulos de palacio, creaban aureolas y destellos muy cotizables en tiempos de “ardor revolucionario”. Parecía hombre cauto, sincero, un apasionado patriota. Sin duda confundió un poco al Libertador, quien estaba atareado en la organización del Congreso de Panamá y en la administración del Perú. En una población endémica de legisladores sanos, Bolívar adoptaba una predisposición conciliatoria y hasta subalterna hacia las personas que podían contribuir en algo a la organización del país. Esta cualidad era tan poderosa en él, que no había hombre capaz de sustraerse a ella. Hasta los godos, sentían, en este sentido, su influjo. Esa predisposición -por ironías del destino- fue utilizada precisamente para desintegrar la Gran Colombia, y la que le hizo creer que Guzmán era un joven de talento, que sabía valorar la grandeza de su alma, la obra que había emprendido: la idea quijotesca de confederar a la América Hispana.
Guzmán explicó a Bolívar la importante misión que tanta alarma causaba al Vicepresidente. No se detuvo en preámbulos y fue directamente al grano; expuso al Libertador que la salida política para dominar el caos era que él se coronase emperador. Que los más grandes generales de Venezuela estaban dispuestos a apoyarle y mantenerle en esa luminosa posición.
Guzmán,
Antonio Leocadio: Cuando el
Libertador retocaba la Constitución que había escrito para Bolivia y en la que
veía la forma política más segura de consolidar la libertad de la América
Hispana y para satisfacer a los que pedían monarquía, federación o centralismo,
le aconsejó a Guzmán que promoviera con prudencia, la aplicación de este Código
Boliviano. Este simple paso, dado con el ánimo de salvar la patria, espantó a
Santander. No porque la Constitución Boliviana[2] fuera absurda y enemiga del orden político de
Colombia, sino porque el conducto por la que se haría conocer era su enemigo,
el injurioso redactor de Argos. Esa fue la razón del odio que comenzó a
crecer en él, contra el Libertador -centrada en la repugnancia al Código
Boliviano- y que lo llevó a atacarle con acrimonia, ingratitud e injusticia
hasta el último momento de su vida. Cuanta defensa hiciera en el futuro Guzmán
de la Constitución Boliviana, sería un golpe amargo a su alma resentida y por
ello también, causa para provocar las facciones contra la unión y levantar los viejos
escombros de las ideas sobre federación. Desde entonces los recursos del crimen
y de la calumnia iban a ser válidos, justos para que Bolívar pagara la
inconsecuencia no sólo de haberle dicho que Guzmán era serio e inteligente
(“excelente muchacho -le escribió- tiene mucho talento… está cordialmente
adicto a mí y puede servir muy bien empleándolo. Aunque él se ocupó en
Venezuela contra usted, fue no por malignidad, sino porque venía lleno de las
ideas liberales de España y porque en Caracas era moda pensar todos mal contra
el gobierno”), sino el de haberle dado el privilegio de ser el propalador de
las novísimas ideas contenidas en la Constitución boliviana. Pobre Bolívar: que
cuando actuaba de buena fe, las hienas partidistas lo devoraban a su antojo. Al
final, aquellos a quienes quería de todo corazón: Santander, Córdova, Guzmán,
Padilla, Páez, Lamar, Santa Cruz, Gamarra, etc., le harían ver las
deformaciones más insólitas de la traición. Por cierto que si Las Cases hubiera
conocido esta vida infernal del Libertador, habría tenido algún consuelo para
los horrores sufridos por su ídolo. (Dice Las Cases que Napoleón fue el hombre
más atacado y desfigurado y sobre quien se lanzaron los más atroces, ridículos
y falsos libelos). Bolívar planteó en resumidas cuentas a Guzmán lo siguiente,
que aquí no se podía formar una monarquía, por el desprestigio que tal sistema
tenía en nuestros pueblos, y le pidió que le trasmitiera a Páez que Francia no
era Colombia, ni él Napoleón, que allá la población es[3] homogénea, que es una república con una tradición
cultural sólida. No había necesidad de un Napoleón para hacer grande a nuestra
América. Que no había necesidad de imitar a César ni mucho menos a Iturbide;
“tales ejemplos son indignos de mi gloria; el título de Libertador es superior
a todos los que han recompensado el sacrificio humano: por tanto me es
imposible degradarlo. El peligro realista ha cesado y no es hora de pensar en
un trono, raíz de los peores males de Europa. Un trono espantaría tanto por su
altura como por su brillo. Dígale, en fin, que ese proyecto no le conviene a
él, ni a mí, ni al país”. Por lo que el señor
Guzmán se declaró ipso facto panegirista y gran admirador de la
Constitución Boliviana. Hizo en el Perú una apología de dicho proyecto; después
partió hacia Guayaquil con cartas del Libertador para que se discutiera -entre
sus amigos y la gente más o menos preparada- la conveniencia o no de aprobarla.
No era de ningún modo alarmante la promoción -decimos- o discusión entre los
pueblos, del Código Boliviano, ni llevaba consigo formas perturbadoras de
privilegios políticos consumados. Creemos sí, que Guzmán era -muy joven-
todavía para conocer la magnitud del encargo e hizo de la exégesis del
reglamento boliviano un medio político para promoverse a sí mismo. Muchos otros
dominados por ambición o vanidad, que ellos inconscientemente llamaban
patriotismo, se unieron con gritos y escándalos a la campaña que promovía
Guzmán.Guzmán, Antonio Leocadio: Funda en 1840 el Partido Liberal, y es el director desde esa época del
periódico El Venezolano. Fue el de la
consigna: «Si mis enemigos dicen centralismo, yo grito federación».
Redomado ladrón, que tuvo la desvergüenza de ir al Perú a solicitar el millón
de pesos que el Congreso (de aquel le país) le otorgara a Bolívar. Lo hizo
porque se consideraba uno de los herederos del Libertador, pero también agregó
que “por mis eminentes servicios a la causa de la libertad”.