1 de junio.-
Soñé que trabajaba con el Che Guevara y Fidel Castro tenía su oficina enfrente y yo quería entrar a preguntarle a este último si era verdad que estaba escribiendo sus memorias para Feltrinelli.
Vengo de ver una exposición de Salvador Dalí y otra de Jane Gravarol. Pienso que me voy a dedicar a hacer unos desnudos de M para publicarlos en la próxima novela o en el próximo tomo del diario. O en ilustrar yo mismo un libro de relatos.
Los cuadros, dibujos mejor dicho de Dalí que vi eran todos una cantidad de penes desvanecidos. Me hago el propósito de pintar penes desvanecidos. Había una mujer con un culo purulento. Había otra mujer con moscas en el sexo. A la entrada hay un letrero que dice: Prohibido para menores de 18 años. Cuatro y media de la tarde: volvía a la exposición de dibujos de Dalí; se trata de las ilustraciones (originales) que realizó para las Memorias de Casanova.
2 de junio.-
Soñé que M estaba con otro tipo en un chinchorro y yo entré intempestivamente y le dije: “Me voy a buscar mi maleta”. Vivíamos en casa de su familia y sus hermanos me decían que me dominara. Ya C hablaba y me daba la razón “Sí, papá váyase”.
2 de junio.-
Anoche estuve leyendo el “Hitler” de Heiden. Ahí no hay más que insultos.
Voy a dejar de escribir groserías, pero primero tendré que dejar de decirlas. (El que lea esto pensará que yo lo que me sentaba era a escribir tonterías, pero la verdad es que todo lo que escribo tiene un sentido de vida o muerte para mí. Si se me mete en la cabeza que tengo que escribir una frase tengo que escribirla. Es así) Ahora me he puesto a releer “El Túnel”, de Sábato. La primera vez que leí este libro tendría 22 años. Ahora veo que Sábato seguía el “ritmo” que Dostoyesky siguió en “Notas desde el Subsuelo”. Y lo cierto es que hay semejanza hasta en el título. El libro de Dostoyevsky también ha sido publicado con el título de “El Sub-suelo”. Sábato usa pequeños finales de preguntas y respuestas, tal y como las usó Dostoyevsky en “El sub-suelo”. No soy crítico. Hago la observación, no más. En nada desmerita a Sábato lo que hizo. En Dostoyevsky he encontrado comienzos de capítulos que recuerdan comienzos de capítulos de Balzac. Sábato repite mucho una frase: “me he dado cuenta”, etc.
“Me he quedado o me ha tocado”, etc. Esto es lo que repite Sábato. Pero comienzo, antes de entrar de lleno en la narración.
4 de junio
Ayer nos fuimos a casa de mr. Van Haute M, G y yo. Llegamos a las 10 a la estación de Gant. Mr. Van Haute ya nos esperaba. En su casa tomamos unos cinzanos y estuvimos en el patio cogiendo el sol. Luego almorzamos copiosamente carne asada, sopa, espárragos, fresas con crema y café. Hablamos sacando a cada momento esa palabra que lo resuelve todo: “relativo”. Una hora después llegó un compositor belga que vivió hasta los quince años en Buenos Aires que atendía el nombre de Goethals Lucien. Mr. Van Haute nos fotografió a los dos solos diciendo que para la posteridad. Goethals lee a Ortega y Gasset a quien admira. Volvíamos a tomar y llegó un momento que quise salir salí y Mr. y el compositor me alcanzaron, pero comenzó a llover y nos metimos a guarecernos debajo de un pequeño balcón. De allí nos sacó la señora de Mr. Van Haute que salió a buscarnos en el automóvil. Regresamos y volvimos a comer. Mr. Van Haute me habló de la masonería y me dio un libro para que lo leyera. En la mesa recordamos también que esa noche habían pasado en la televisión un film de Spencer Tracy que se llama “El padre de la novia”. Yo le pregunté a la señora si se acordaba de la conversación de esa noche del primero de mayo y no se acordó. Yo le dije que tenía buena memoria y Mr. Van Haute dijo que eso se debía al diario que yo llevaba. Yo le respondí que no y que no anotaba todo; que yo anotaba solo las cosas notables, tonterías que he anotado en otra parte de este diario.
Soñé que Jorge Álvarez me mandó una carta en la que me decía que había rechazado mi novela.
Hoy he estado leyendo la versión al francés de los “Recuerdos de la guerra revolucionaria” del Che Guevara.
Muchas notas de este diario son escritas por compromiso. Me apartaré de este camino. Nombraré más personas.
5 de junio
Hoy, en el Estado de California, cuando anunciaba su victoria electoral sobre los otros candidatos a la presidencia de la Republica de los EE. UU., alguien ha disparado sobre Robert Kennedy.
5 de junio
Mi papá había resultado tuberculoso y mi mamá nos lo había comunicado a cada de sus hijos con la condición de que ninguno de nosotros se lo comunicara al otro ni a los demás. Mi papá hacía viajes a Las Mercedes del Llano, donde teníamos una casa y allí dormía y comía en casa de los vecinos. Un fin de semana se fue a Las Mercedes porque supo que Adolfo se encontraba allá. Supimos que llegó a la casa y la mujer que cuidaba la casa nos dijo que empezó a ver debajo de las camas y detrás de las viejas armaduras; según la mujer buscaba a mi mamá. Ahora si me acomodé con esta mujer decía. “Venir a perdérseme ahora”. Y con ese propósito salió a buscarla por las calles y como no la encontró en parte alguna y creyendo que la gente se burlaba de él al decirle que él había llegado solo, cogió la carretera y caminó durante una noche. Mi hermano Adolfo que sí estaba en Las Mercedes (cuando le dijimos a mi papá que Adolfo estaba en Las Mercedes para que se fuera para allá no sabíamos si era cierto y lo más probable era que pensáramos que Adolfo no estaba en Las Mercedes) salió al otro día en su camioneta y lo encontró sentado a un lado de la carretera hablando solo. Mi papá no reconoció a Adolfo. Mi papá hablaba en una jerga incomprensible. Decía algo de balazos y de heridas por todo el cuerpo. De regreso a nuestra casa de Caracas empezó a perseguir a mi mamá con un cuchillo. Con nosotros, sus hijos, no se atrevía ni aún en su locura. Yo pienso que nos temía. Yo una vez lo insulté por teléfono una tarde que llamé por mi mamá y fue él el que respondió. Daba ganas de eso. Creo que no le perdonábamos su debilidad. Yo pienso que nos sentíamos defraudados por él. De casa lo sacaron en un taxi y se lo llevaron a un manicomio. Lo dieron de alta y lo encerramos en un cuarto hasta que logramos internarlo en un hospital. Allí murió meses más tarde. Yo me encontraba en Bruselas cuando me enteré que había muerto. Creo que me alegré un poco. Lo único que no hice ese día fue comer carne.
6 de junio
En Las Mercedes del Llano yo vivía con mi papá viejo y mi mamá vieja y allá iban sus hijos (mis tíos) a visitarlos.
Me entero por la radio de la muerte de Robert Kennedy. El asesino fue un jordano, eso es lo que dicen.
Compro dos libros: una Antología de “Ciencia Ficción” y otra que se titula “Las mejores Historias siniestras”, en esta última leo un cuento de Virginia Wolff que no tiene nada de tal.
7 de junio
Hoy no he hecho absolutamente nada. Me leí un trabajo de un salvadoreño, Julio Fausto Fernández, sobre el “Bolívar de Madariaga”. Allá en EE.UU. quieren desviar el asesinato de Kennedy hacia el conflicto Israel-árabe.
Dentro de cuatro meses se le cumple la beca a M. He empezado a preocuparme. ¿Si seguimos en Europa de qué iremos a vivir? Mañana se va Gabriela; pasó 24 días en nuestra compañía. Dice que aprendió bastante conmigo. Creo que me admira. Creo que llegó a admirarme como le ocurre a la gente que me conoce de cerca. Hoy, durante 45 minutos, oí a De Gaulle. Cualquier palabra me es útil.
8 de junio
Está lloviendo; ahí va un negro con un paraguas.
Encontré otro error en la novela: había escrito “vacinilla” en vez de bacinilla. Jorge Álvarez me haría un bien si me devolviera los originales; tal vez continuara trabajándolos y agregándoles capítulos. He estado leyendo “La mala hora”, de García Márquez; veo que como en sus libros anteriores o posteriores, no se cansa en usar el “entonces”, el “entonces” fue cuando el “solo entonces”, etc.
9 de junio
Ayer tarde vino López por nosotros. Dice que me está muy agradecido. Cuando llego a Bruselas no sabía lo que era un cuento o lo que era una novela. Me agradece que le haya despertado el amor por la lectura. Se ha leído unos cuantos libros que le he prestado y ahora me dice que puede hablar de Quiroga, de Mallea, de Calldwel, de Armas Alfonzo, de Cela, de Díaz Solís, etc. gracias a mí. Me dice que se va a hacer un nombre como escritor para que le teman, como me temen a mí. Que va a envainar a un gentío. Está escribiendo unos cuentos. Comimos carne “salpresa” que fritó él mismo y jugamos dominó con Guilarte y el coronel.
Anoche mismo nos enteramos que el presunto asesino del pastor Lutero King había sido apresado en Inglaterra.
Sigue García Márquez metiendo “entonces” a diestra y siniestra.
10 de junio
Le escribo al Dr. Torrealba y le sugiero que dedique una o dos horas al día en redactar o dictar sus memorias. Le digo que recuerde que Goethe escribió el Fausto a los 80 años. El 16 de este mes (junio) el Dr. Torrealba cumplirá 72 años.
Mi visión de infancia del llano es una palma solitaria.
El día que se le murió el hijo a la vieja Negrillo ésta salió gritando a la calle con las manos en la cabeza. El hijo se le había muerto en Coro y se lo avisaron telegráficamente. “Críspulo muerto”. Nadie en el pueblo sabía quién era Críspulo, ni nadie tampoco sabía que la vieja Negrillo tuviera otro hijo más de los 10 años que tenía. Yo me acuerdo que al otro llegó el marido de Negrillo con su camioneta y que atrás traía una urna con el cadáver ya descompuesto y que enterraron enseguida .
Negrillo, a pesar de que su marido ganaba bastante dinero en la compañía petrolera, nos tenía a monte en casa. La gente, en vez de dar la vuelta a la manzana, atravesaba por el patio de nuestra casa y hasta se metía por la pulpería de donde se llevaba los plátanos. Negrillo era una de éstas. Mi mamá nos lo dijo y un día que jugábamos metras con Fay, el hijo mayor de Negrillo, se lo dijimos Alirio y yo de forma acalorada porque Fay nos hizo trampas en el juego. Negrillo no volvió a pasar por el solar de nuestra casa y las dos familias se disputaron. No obstante, Fay siguió siendo amigo de nosotros. Era mayor que yo, más fuerte, más alto. Durante unos carnavales yo andaba con él y una pandilla, y nos metimos en Los Paragüitos, el barrio de putas, y yo mojé a una mujer que dijo que me aguantara para que viera. Yo vi a la mujer hecha furia y salí a la carrera. Fay se interpuso y se agarró con la mujer y rodaron por el suelo. Estuvieron peleando algo así como una hora y cuando la gente veían que ya no podían más les echaban agua y hacían todo lo posible por desnudar a la mujer, uno halando por un lado el vestido, uno halando una tira del sostén y uno que otro aprovechando y metiéndole una patada a la mujer.
He estado leyendo unos cuentos de una antología de relatos de ciencia-ficción que compré no hace mucho. Cuando me senté aquí no iba a hacer esa anotación, sino otra, la que sigue: M y yo fuimos por aquí cerca a comer en un “foyer” de africanos y cuando nos asomamos a la cocina para pedir la comida, los dos españoles que atienden salieron corriendo a esconderse, pero como vieron nuestra resolución de comer ahí no les quedó otro remedio que salir a servir, máxime cuando la cola de negros crecía y pedía perentoriamente su ración de almuerzo que allí se vende por 25 francos. Bueno, salieron los españoles y nos atendieron cambiando su pena por simpatía. Resulta (en esta historia resulta algo) que estos españoles nunca nos trataban. Pasaban por el frente de nuestra casa como unos condes y ella cargaba una piel y él gritaba mucho y hablaba del automóvil que se había comprado. En la “creche”, de donde tienen un hijo, no nos saludaban. Cómo iban ellos a codearse con unos estudiantes que no tienen ni pieles ni automóviles. De pronto se nos ocurre ir a comer a ese “foyer” de negros, ¿y a quienes vemos?, sino a este par de condes lavando y fregando los platos y cocinando y sirviendo la comida. Se portaron muy bien, no se puede negar; pero la verdad es que se encontraban acorralados. Se portaron humildemente, bajaron la testa y dijeron que eran de Valencia y que tenían un niño ya grande. Nos preguntaron si queríamos repetir y repetimos. Yo no veía a M para no morirme de la risa. Yo sufrí más que los pobres españoles. Hubiera querido no ir allá para no destrozarles sus echonerías. Ahora, en este momento, sufro por ellos. Nadie tiene el derecho de acabar con los sueños o las pesadillas de los demás. Juro no volver al “foyer”, juro saludar a esta pareja de españoles como condes y juro hacerme el desentendido. Sufro bárbaramente. Dios debe saber que lo que ocurrió es una cosa de la casualidad. Amen
Llámenme Genaro. (Llámenme el apocalíptico).
11 de junio
Enfrente de nuestra casa vivían las Pérez y mi mamá (esto lo vine a saber por ella misma ) se peleaba sordamente contra ellas. Existía entre las Pérez y mi mamá lo que hoy se llamaría una guerra fría; mantenían relaciones “cordiales”, competían con los hoteles, y por último, lo más grave, competían en quién tenía los hijos más “bonitos”. Para mí, fríamente, las Pérez eran mucho más bonitas que nosotros. De eso no cabe la menor duda.
En la otra esquina de la plaza vivían Modesto Manuit con su familia. Mi mamá era la que decidía en casa y yo creo que era medio oportunista. Para sus hijos siempre buscó de padrinos los hombres más ricos del pueblo. Modesto Manuit era uno de estos hombres y fue el padrino de uno de nosotros no sé cuál. Otro rico ganadero que es padrino de uno de mis hermanos es de apellido Bolívar y es el hombre más rico en ganados de la región. En San Juan de los Morros, mi mamá se buscó de padrino a un senador, Alberto Turupial que terminó casándose con mi hermana Idilia, que es menor que él, 15 o 20 años.
Al cine: “La hora del lobo”, de Bergman. París: sigue la violencia. Aquí está lloviendo G nos escribe desde Lille; “retour de la violence”.
Anoche soñé que estaba en las guerrillas y andaba por un camino en compañía de Dakota y de Fabio. Yo cargaba una ametralladora y en un momento que creímos ser sorprendidos por el ejército yo me lancé al suelo y apunté. Allí tirado pensaba sin no estaría muy pesado para moverme con rapidez; desconfiaba de mi agilidad. Por eso no me decidía a disparar.
Novela: ni presente ni pasado. Ningún personaje principal. Uno solo que no se sabe quién es. Otros también se mueven en primera o tercera persona.
12 de junio
Tricolor. (Revista venezolana para los niños).-
Hoy no he hecho nada. Fui a la Embajada y me metí en el bolsillo las bases del concurso de cuentos que promueve “El Nacional” todos los años. El jurado no me favorecería. Creo en el buen sentido de M. Otero Silva, pero Zambrano Urdaneta es enemigo mío y reconocería mi estilo. De todos modos, estoy tentado en enviar un relato de tres cuartillas.
13 de junio.
Recibo carta de Siso Martínez. Dice que dio órdenes a la Dirección Técnica para que me arreglen mi problema. Mi problema es la renovación de la beca. (Hoy es el único día 23 desde que estoy aquí que me sale una cosa bien o recibo una buena noticia).
Hoy he terminado de leer el «Amiel», de Marañón. Dice éste que un diario se escribe por narcisismo. Yo digo que yo empecé a escribir mi diario para aprender a escribir, que después lo inicié para escribir algo todos los días y que ahora (si bien es verdad que lo escribo a veces pensando en la historia), lo escribo en función de búsqueda, tanto novelesca como de profundidad de mi vida. Sé que la gente se asusta con mi diario y esto me alegra, me hace pasar por terrible. Ahora López me imita, usa mis palabras. «Voy a hundir a la gente», dice. «Hundir, esa palabra te la he oído a ti». Me dice que mandó su señora a Caracas con el fin de que le dijera a sus superiores (que le niegan el grado a coronel) que aquí estaba escribiendo un diario y que Argenis Rodríguez (un escritor joven) lo guiaba y le decía lo que debía leer o escribir, etc. Donde voy gano gente. También me gano enemigos, pero de todas formas me impongo.
No puedo leer «NADA», de Carmen Laforet. La compré porque lleva no sé cuántas ediciones y se habla tanto de ella. No soporto ninguna clase de naturalismo, sea éste metafísico o real, o como sea. La novela que imagino o se me forma irá ligada al sueño, o a la realidad metamorfoseada de la manera de cómo yo me la quiera presentar y a un cierto sub-realismo. No puedo decir que sea surrealista. El entusiasmo por el surrealismo me ha llegado con lentitud, a través de las películas de Buñuel, la poesía de Lautréamont, la pintura de Dalí y de Magritte.
Memorias: Relatos medios, precisos, sobre el pasado. Infancia. Sensaciones de la infancia. Pequeños pensamientos. Relación con otras personas. Sueños.
Lectura de un ensayo de Ramón J. Velásquez: «El Zulia antes del petróleo».
14 de junio
Creo que ayer me comí un queso en mal estado y por la noche no pude leer y más tarde vomité. Hoy apenas sí he leído unos cuentos. Recibí una comunicación del Ministerio de Educación, en la que se me comunica que se me prorrogará la beca por un año más. Le digo a M que nos vayamos a Inglaterra. Podríamos estudiar inglés. Además, ella podría seguir un curso de psiquiatría. Nadie sabría (o no le diríamos a nadie para dónde nos vamos). No he querido anotar en este diario que J. V. Torres regresó de Venezuela con una jugosa beca. Lo vi en la Embajadas. Vino a saludarme y yo le respondí secamente en presencia de la señora del Embajador. Allá dijo que era un gran pianista y se lo creyeron. Le dieron una beca de la más extraña. Le becaron para que viniera a dar unos conciertos en Europa. «¡Qué riñones tiene nuestro país -le dijo el coronel- en vez de darle una beca para que toque en Venezuela, se la dan para que venga a tocar aquí donde sobran pianistas!». Yo oía todo esto sin decir nada y luego me vine con López.
Necesidad de un diario secreto. El diario de las botas, llamaban el otro diario de Tolstoy. Lo escondía de su mujer. El que leía su mujer era el que escribía oficialmente. El verdadero era el de las botas.
15 de junio
Sigo mal del estómago. Todo lo que como me produce ardor. Esta mañana vino López a traerme unos sacos de harina pan. Su señora regresó ayer de Venezuela. Además, había ido a gestionar, a averiguar por qué no se le concedió el ascenso a coronel a su marido. López, para que yo no lo viera que él también había escrito su diario, me trajo unos papeles que redactó en una prisión cuando estuvo preso en tiempos de Pérez Jiménez.
Leo en el periódico de la tarde que murió Salvatore Quasimodo.
Salimos a comprar la comida de esta tarde y mañana. Idea: novela que transcurra en un día. Dos personas en una casa, en un cuarto o en un apartamento. Todo lo que se dicen, lo que piensan, lo que han vivido; los movimientos en esa residencia. Idas a la cocina, a los cuartos, al baño. Diálogos. Entre-actos. Digresiones largas para hablar del pasado de cada uno. Pensamientos de cada uno. Visión completa del mundo por medio de esas dos personas.
Como no hablaba francés le hablaba al otro a gritos porque pensaba que así se haría entender. (Aquel secretario de embajada).
Soñé que M y yo nos marchamos en tren de este país. Yo llevaba el maletín negro. Se lo di al que se encargaba de los equipajes y luego vi el maletín en el suelo, sobre un pequeño puente de tablas. Yo iba en el tren y me dije: «ya lo montará el encargado». Pero pensé que ahí cargaba todas mis pertenencias. Me lancé del tren y tuve que luchar con un hombre para recuperar mi maletín. M seguía y yo pensaba que la alcanzaría en la próxima parada y cuando pasó por una calle la veo que me llama desde la ventana de un banco. Entro. El banco está cerrado. M me dice que me robe un radio que está cerca de una mesa. Yo cojo el radio y salto por una ventana. Me despierto creyendo que el viaje lo hacíamos hacia Buenos Aires y no hacia Londres como proyectábamos.
Domingo 16
Llueve. Soñé que me mudaba. O que iba a visitar al Embajador y no sé por qué me llevaba todos mis corotos: muebles, periódicos viejos, libros, trajes, etc. Como la casa del Embajador queda lejos, el chofer me dejó en una acera, no quiso seguir.
Era un día gris y las calles estaban solas y el hombre que caminaba entre la oscuridad conservaba los rasgos duros a causa del frío. Venía pensando: «entro y la golpeo de improviso. No lo soporto más. Ah, pero es mi falta, es mi falta».
Hemos pasado el día en la casa de López. López le daba un almuerzo al Embajador. El Embajador se irá el jueves y participará en la campaña electoral al lado de Gonzalo Barrios. Después que todo el mundo se fue (se fueron Rotondaro y su señora, Martínez y su señora, G. y su señora, Guilarte y su señora, el coronel y su señora y el Embajador y su señora), después que todo el mundo se fue, digo, López, M y yo nos quedamos discutiendo acerca de sí debíamos votar o no; y de pronto López nos dijo que las dos familias (la del Embajador y la de Licausi) estaban peleadas y que por esa razón él no había invitado a Licausi. ¿Por qué? «No se lo digan a nadie -dijo López- pero el Embajador se puso a atacar a la mujer de Licausi». Licause y el Embajador son compadres y Licause está en Suecia encargado de la Embajada. Parece entonces que la señora de Licause saltó y le dijo a la señora del Embajador que éste la estaba atacando y la señora del Embajador le respondió que era ella la que se le estaba ofreciendo. Yo recordé entonces que la primera vez que fui a la casa del Embajador (fue la nochebuena) vi que el Embajador procuraba sentarse en las piernas a una joven médico que vivía en su casa, y éste le pasaba las manos por los senos. De manera que aquí todo el mundo ha concluido que el Embajador es un sádico y que a una hija del Embajador de Guatemala también la apurruñó y que el Embajador de Guatemala se puso furioso. López contó que el hijo de Licause (que iba muy a menudo a casa del Embajador) y que entró sorpresivamente en un cuarto, encontró al Embajador sentado al borde de la cama de su sobrina (que estaba aquí de paso) y le agarraba los senos y las piernas. Parece que el Embajador también ha atacado a la mujer de Ganteaume y a la de Parra, una farmacéutica maracucha que vive aquí de sus rentas.
17 de junio.
Me llega un ejemplar de “Zona Franca”, el Nº 57. Anoche no dormí o dormí poco. Estuve pensando en venganzas o recordando lo que decía un periódico de Robert Kennedy, que era duro y combativo y siempre pensaba en vengarse. Aunque no fuera así, lo que me gusta de todo esto es que el ánimo de venganza perdure en uno. Para mí Kennedy era un pobre hombre.
Compro: «Huis clos«, de Sartre.
La página blanca.
Salió de la bruma pensando: soy un ángel, pero de todos modos voy a morirme, al rozar la casa la rozó con el brazo y después con el ala se dijo: he rozado la casa estúpidamente. Adentro en la casa de los altos había luz y allí estaba satanás que esperaba por él y él iba a suicidarse; allí saldría aquella mujer de las grandes tetas sudorosas a arroparlo (con sus tetas) como a un pollito. «Bendito seas, Dios mío», se dijo, pensando en la mujer y sus grandes tetas sudorosas y las axilas y los brazos anchos, chatos y sudorosos y ella estaría de pie en el umbral de la puerta esperándolo de pie en la sala y desnuda con su fuerte ombligo y sus líneas en la cintura y él no tendría escapatoria. Es mejor así, pues ya estaba condenado y no se volvería atrás, una vez que entraras ahí no tienes escapatoria, se dijo que muy bien la había pasado, la había puesto rozagante, iba a la perdición. Las dulces putas, se dijo. Y sobre todo la puta de las tetas grandes.
18 de junio
Son las cuatro de la tarde y dentro de poco, a las cinco, saldré para dirigirme a la casa del coronel Sánchez Olivares, quien le hace una recepción o una despedida al Embajador Morales Crespo. Cuando llegué a Bruselas apenas sí el coronel Sánchez y yo nos saludábamos. Pero ahora nos llevamos bien; pensamos en el retorno y en el porvenir político que puede depararnos nuestro país. Por lo que le he oído al mismo coronel, ya debiera ser General, pero lo han «negreado» los adecos, lo han sacado del país y lo han mantenido siempre afuera a pesar de que fue él el que rindió a Carúpano cuando allí se alzó Molina Villegas. Dice el coronel que Betancourt lo vio mal porque no fue a pedir. Luego lo sacaron, lo mandaron a Perú y de allí a Israel y de Israel le ordenaron trasladarse a esta ciudad. El coronel, por lo que le he oído, estudió en la Escuela Militar del Perú y a su regreso (Pérez Jiménez se tambaleaba) Pérez Jiménez lo encargó del Cuartel San Carlos que no se plegó a la gente de Trejo. El Coronel Sánchez Olivares dice que Europa es una «buena escuela». Admira a De Gaulle; lee y relee los discursos de éste. López dice de él que es amargado y tiene fama de serlo. El total es que me he hecho su amigo, hablamos con confianza y jugamos muy bien al dominó. El trato con esta gente mayor que yo me enseña tratar a los demás, la manera de cómo tratarlos, de cómo hablarles. Les oigo. Pienso en mi porvenir político. Como dice el coronel, para mí es buena escuela el trato con la gente mayor y de rango, bien militar como intelectual. Mi mayor debilidad ha sido que no me siento a mis anchas entre la gente. Debo vencer este «complejo» para imponerme políticamente.
19 de junio
Anoche estuve en la casa del coronel Sánchez Olivares; el coronel le hacía una fiesta de despedida al Embajador Morales Crespo. Aquí conocí al cónsul en Amberes, Domingo Rotondaro, de quien se tiene la opinión de que es un oportunista. Su mujer se sentó al lado del Embajador, quien pulsaba una guitarra y cantó en ruso, flamenco, francés y español.
Por lo que oí, la mujer del cónsul no sabe ni el español. Esto lo he podido comprobar. Los venezolanos saben cualquier lengua, menos el español. esta mujer del cónsul pensaría que se cogería la noche para ella. Después de la parrilla, se levantó en medio de la sala y dijo así;
- Mesdames et messiur (señoras y señores) J´ai l´honeur de vous presenter (tengo el honor de presentar a ustedes) a madame Sánchez Olivares (a la señora Sánchez Olivares). Y pidió aplausos para ésta. Luego esta señora (la del cónsul) de Amberes cantó en ruso y echó una carrerita saltando y diciendo: «dedicado a los rusos que siempre se ganan el concurso reina Elizabeth», y al parecer dijo algo agudo, pues se escondió toda sofocada detrás de otras viejas de su misma ralea. El sofoco no la dejaba hablar, el cansancio no la dejaba hablar, la gordura no la dejaba hablar. Su marido se reía como diciéndole: «estás bien, magnífica», y se reía pícaramente como diciéndole que a ella y nadie más que a ella le debía su puesto.
Conocí también al coronel Murillo Esperandio, quien me habló de Bolívar, como hace últimamente todo el mundo en Venezuela. Todo el mundo quiere crear su propia teoría bolivariana, fundar un partido y erigirse director.
Yo no tomé, pero tampoco hablé largo con nadie. Mi biografía, como anoté ya en otra parte, será una larga enumeración de figuras grises y vulgares, por eso mis personajes novelescos no son inteligentes ni dicen grandes cosas.
Hoy voy a la Embajada. El embajador me deja varios libros. Abre los periódicos y en el suplemento del domingo aparece mi artículo sobre Cela y su idea acerca de la técnica novelesca.
Me llega una carta de la Universidad de Los Andes. Allí hacen un diccionario sobre literatos y me dicen que llene una ficha. Me piden una fotografía de tamaño pasaporte.
Faltan diez minutos para las seis de la tarde. Hace poco tocaron el timbre y me asomé por la ventana. Era Pierre, el chofer del embajador. Me gritaba que de parte del embajador pasará por mí entre las 7 y las 8 de la noche. Creo que pierdo un amigo al irse el embajador Morales Crespo.
20 de junio.
Fuimos a la casa del embajador y yo me llevé los originales de la novela y leí varios capítulos (los correspondientes a ese personaje que se llama Dr. Adelso Fortoul y que se parece a Antonio Márquez Salas). El embajador me dijo que yo no veía sino lo oscuro. Yo le respondí que era cierto y que seguiré por ese camino. Salirme de ese camino sería desviarme, presentarme falso. Le dije que creía en Unamuno cuando decía: «Aprende a hacerte el que eres». Cenamos y bebimos unos whiskies. Estuvieron presentes el coronel Sánchez Morales, que fue el que cocinó, y Fidel Rotondaro, ambos con sus respectivas familias. Yo fui con M y C. El embajador dijo que esa reunión la hacía para mí. En todo momento me dispensó una gran atención. Yo le dije que yo seguía directamente al Grupo Contrapunto y que muchos de los personajes de la novela (la mayoría) pertenecían a ese grupo. En cierto sentido, dije, yo (con esta novela) continué «Los desahuciados», de Mariño Palacio. Regresamos a las doce de la noche.
Compré un libro de Ortega y Gasset: «Goya».
21 de junio.
En la ficha que llené para la Universidad de Los Andes se me olvidó nombrar a Calabozo como otro de los pueblos donde estudié la primaria. Se me olvidó citar a Rimbaud.
22 de junio
Son las seis y cuarto de la tarde. Ayer y hoy he estado leyendo «La ciudad y los perros». Por la noche vino el Comandante G. Venía a buscarnos, eso al menos dijo. Yo me fui con él y en su casa jugamos dominó con el coronel Sánchez y Aquiles López. Me siento acosado. No sé nada de la novela que tiene Jorge Álvarez para imprimir. No sé qué hacer; dónde dirigirme. Sería igual en todas partes. No quiero pasar por Venezuela por temor a arraigarme y sentir un mayor pesar cuando piense en volver a salir. Porque de que voy a salir al poco tiempo de mi país es innegable. Si no soporto diez compatriotas en Bruselas, menos voy a soportar diez millones. Esta mañana (a mediodía) me fui a la Universidad a comer y de paso fui donde López. Nada. Es insoportable esta inactividad. De todos modos, tal vez regrese a Venezuela en los días que vienen. Tengo mucho qué hacer, sobre todo vengarme de Ganteaume.
26 de junio
Deben ser las ocho o las nueve de la noche y vengo de hablar con el embajador de México, Emilio Calderón Puig, con quien Morales Crespo me dijo que me pusiera en contacto. De la Embajada me traigo dos tomos de cuentos mexicanos correspondientes a los años 1955 y 1959. Yo le he hablado de casi toda la literatura mexicana y él me habló de Carlos Fuentes, con quien trabajó en Ginebra. Mientras hablo con él pienso en Rubén Darío que influenció en toda América Latina y tenía amigos de todas partes. Yo me imagino así. En Chile me imaginaba como Darío, llevando la vida que él llevaba. Pero allá yo no tuve contactos con chilenos salvo con Vargas, que dirigía “El Siglo” y había publicado una novela. Recordaba que Darío era recibido en todas partes de la América Latina. Tenía el espíritu de Bolívar, que se creía con igual derecho de entrar en cualquier país. Por esto, Darío es grande. Tengo que hacer esta unión. Tengo que lograr esta unión. 22 Repúblicas de las cuales vivir después que publique mi libro. Es nuestra hora. Ha llegado nuestra hora. «Pobre Darío, ruega por el mundo que descubriste. Tu mundo, pobre almirante…». «Pobre almirante, tu pobre América…». Voy a ocupar este puesto en la angustia. Me iré. He estado pensando en la América Latina. No en Venezuela, sino en toda la América Latina. En el país que me haga será igual. Como Miranda, como Bolívar, como Bello, como San Martín, como el Che Guevara. Tengo un continente para realizarme. Mi mayor gloria es haber descubierto esto. Tengo 32 años. Me tomé unos cuantos whiskies con el embajador de México. Me sentí contento. No leo sino sudamericanos. «Tu América». «Pobre almirante, ruega a Dios por el mundo que descubriste». Me acordé de Eduardo Arias Suárez. Viejo, ahora casi siempre me acuerdo de ti. No sabía cuánto te debía. Me decías: «No servirás para nada. Nunca llegarás a escribir nada», todo por mi bien. Luego un día me fui a Caracas y tú (por azar) pasaste por la librería en la que yo trabajaba y le dijiste al dueño de la librería: «-Ese muchacho es muy inteligente. Un día hará algo». Estaba envejeciendo. ¿Sigues todavía en Valencia? Ojalá vivas para que me veas más adelante. «Pobre almirante, ruega a Dios por el mundo que descubriste». «Todo esto viene del silencio profundo en que la noche envuelve la terrena ilusión y es como un eco del corazón del mundo que conmueve y penetra mi propio corazón». ¿Habré citado bien a Darío, padre y maestro mágico, liróforo celeste… Estoy contigo desde ahora y para siempre. «Almirante, tu pobre América… Tu América, pobre almirante… Ruega a Dios por el mundo que descubriste…».
27 de junio
Salí a las nueve de la mañana y me fui a la Embajada con los dos tomos de cuentos mexicanos que me traje ayer noche de la Embajada de México, y estuve leyendo y hablando con López. Éste sacó un cuaderno y me leyó las notas que está empezando a llevar. Me dice que escribe como yo. Anotó lo de la fiesta (el sancocho que le dio al embajador Morales Crespo) y lo de la fiesta que también el coronel S. le dio al embajador. Hizo la misma observación mía, esa de que la mujer del cónsul Rotondaro cantó y expelía un olor no muy agradable. Y justamente, cuando me está leyendo esa nota suena el teléfono y es que la mujer del cónsul lo invita a ir a su casa el sábado; la señora también ha invitado al coronel. López hace el comentario de que la mujer del cónsul Rotondaro quiere ponerse en las buenas con todo el mundo por quien gane las elecciones. no invitará sino a él (a L.) y al coronel. ¿Por qué? le pregunta L. «Porque el apartamento que tengo ahora es muy chiquito», dice ella.
Lectura de cuentos de Rulfo, Guadalupe Amor, Juan José Arreola y Tomás Mojarro.
Tal vez dentro de poco me vaya al cine: «Viridiana» y «Los pájaros».
Debo desviar este diario hacia los chismes porque de aquí es de donde sale la verdadera vida de una novela.
Ocho o nueve de la noche. vengo de ver » Viridiana», no me quedó para la otra función porque no había entradas. Ahora como y oigo el concierto para violín y orquesta de Tchaikovsky.
Desde que leí esta frase: «Vine a traer la guerra no la paz», me siento tranquilo. Antes creía que yo era el más malo de los hombres (dicen peor, pero yo digo malo) pero ya veo que ya alguien le fue peor que yo. Donde me encuentro hay guerra, intriga. No puedo hacer nada por impedirlo. Me decía que hacía mal y lo sabía, pero no podía hacer otra cosa. Ahora hago mal a conciencia, no puedo hacer otra cosa. Creo que hago bien. Como en el diccionario de Ambrosio Bierce digo: Bien mal. Él escribió: Negro-blanco. Hay peores que yo, pero yo sé combatirlos y siempre venzo. Soy un malo sibilino. Esta palabra se me vino hoy a la cabeza cuando orinaba en el baño de la embajada. Hoy le dije a López que el embajador me había dicho que yo no veo sino el mal, lo negro, lo oscuro, que no le veo salida a nada. Cierto, le respondí yo. Veo lo negro, lo oscuro y no le veo salida a nada y no buscaré salida, no sería yo, me falsearía. Como Unamuno me digo: «Aprende a hacerte el que eres». L, se queda pensando y salta y me dice: “Así soy yo. Estoy pensando como tú. Mis notas serán como las tuyas”.
- Tengo un buen alumno y esto me alegra -le dije.
Viernes 28 de junio
Hoy he sentido mi propio miedo. El miedo que yo le meto a los demás. López ha comenzado a llevar su propio diario y anota todo lo que recuerda de mí y todo lo que ve en mí. A mí me agrada esto porque en todas las notas dice que si tal cosa la aprendió de mí. Yo le estoy encarrilando. Pero sobre todo lo que más me interesa son las observaciones que hace sobre los demás venezolanos que viven aquí. Mañana irá a Amberes a una fiesta que le hace el cónsul al coronel Sánchez. Yo odio a toda esa gente y me armo oyendo a López. Ahora me leerá lo que escribirá de ellos. O acerca de ellos. «Esta vaina no me gusta -me dice- estoy escribiendo como tú. No uso sino tu vocabulario y meto mucha grosería». No importa, le respondo; en el camino te vas liberando de mi influencia. Las lecturas te ayudarán más.
Será buen alumno este López.
Lo malo va a ser cuando se liberalice y piense que ya no tiene nada que aprender de mí. Como siempre, estoy prevenido y no le confieso nada. Supongo que le he despertado a un gentío el hábito de llevar un diario. Es un hábito. Una vez que se empieza no se puede dejar. Y López es buen alumno. Al menos tiene 42 años. Lo que no tiene como culto lo tiene como diablo, digo como viejo.
Hoy he terminado de leer «La ciudad y los perros». No sé por qué dudo que Jorge Álvarez edite mi novela, ya que esta novela («La ciudad y los perros») ha tenido éxito, yo soy mejor.
Resultado. Enviaré mi próximo libro a un concurso. Premio «Sésamo», de novela corta. «Sésamo». Calle Príncipe, 7.- Madrid 12.- Plazo 30 de septiembre de 1968.
A las seis de la tarde me fui a una fiesta que López le daba a las hijas del coronel que se van el 6 de julio. López es tan buen alumno que toma al pie de la letra todo lo que yo le digo.
Sábado 29
Como decía, ayer estuve en casa y empezamos a tomar. Es lo que se llama tomar encapillado. El coronel habla de cuando era Alférez Mayor y consiguió 1.400 bolívares prestados con el capitán Mario Vargas para hacer la fiesta de su promoción. Aunque acusa a Rómulo Betancourt de sus infortunios admira a Betancourt. Dice que a él le abrieron los ojos muy tarde. Perdió muchas oportunidades. Que Ramoncito le decía: «Siga ahí, queriéndole decir: «yo le voy a contar, pero no vaya a creer que lo anote todo en el diario».
Cuando yo llegué aquí estaba solo y me sentía rodeado de enemigos. Ahora estoy unido al coronel y a L para la lucha que libraremos contra el Caifás (así llama el coronel a G.) El coronel sospecha que el Caifás envía informes acerca de él y de L para el SIFA (policía militar). Va a ver si se hace amigo de la Herminia para quitarle la llave del cofre fuerte de G y registrarle los papeles. Yo ahora estoy pensando que se podrían sacar unas fotocopias y enviarlas a los periódicos de Venezuela con una foto de G. para desenmascarar a este tipo. Mi cuñado Alberto Turupial me decía: «Venezuela perdona todo menos los espías». Ayer L y yo descendíamos del último piso y encontramos a G. dictándole a las secretarias: «Ordenar -decía-. Ordenar…» y se quedó en esa frase esperando que nosotros termináramos de pasar. Cuando nos vio dijo: «Esa palabra ordenar me suena dura». «Sí, le respondí yo, es caudillesca». L soltó la carcajada y yo tampoco pude aguantarme. Creo que G se quedó maldiciéndonos. Yo creo que piensa que lo vivimos envainando. Yo les digo al coronel y al L que debemos mantenernos juntos; es la única manera de dar la pelea; nos tendrán miedo. Vino Parra y entró al cuarto y lo sentamos. L le dijo: “Carajo, le diste una fiesta a la embajadora y dicen que G se fue con su barriguita lustrosa. Pero en lo que nadie me ha igualado es que yo he puesto a comer tigre a todo el mundo». «Esa no era una fiesta -dijo Parra. Se retorcía las manos-: Fue mi mujer que le hizo una atención a la embajadora. G no fue». Yo supongo que incomodamos a Parra. El coronel le dijo que siempre le estaba prometiendo un queso y nunca lo traía. Yo le dije (a Parra) que G es detestable y está loco por aparecer en mi diario, que por eso es que vive hablando mal de mí. Después jugamos dominó. Las novelas salen de los chismes y de las malas impresiones que sacamos de las personas. Seguiré con los chismes. Escribiré una novela de 100 cuartillas. En principio es lo que me digo. Pero puedo ir estirándola. Ahora leo que Italo Svevo dejó un diario. Todo como Estanislao dejó el suyo. No he leído a Svevo, pero dicen que está al alcance de Joyce, digo que alcanza a Joyce. No me apartaré de la novela latinoamericana. Ayer leí un buen relato del mexicano Jorge López Páez: «Los invitados de piedras». Muy bien, vamos a tener que seguir hurgando en las malas costumbres de nuestros pueblos. «Las Malas costumbres», buen título para una novela.
Para la fiesta del «5 de julio» gobierno de Venezuela envió a la embajada la irrisoria suma de mil dólares. Con mil dólares vivo yo un año (con M y C) en Bélgica. Seguro que de este dinero G gastará trescientos dólares y se embolsillará el resto. Ayer también hablé con Torres. Yo lo tenía en cuarentena. Pero bajé y lo saludé y me senté a hablar con el coronel. «¿Cómo va la literatura?», me preguntó. «Bien, le respondí. Estoy esperando una novela que le vendí a un editor argentino». Luego hablé largo y tendido de mis proyectos y no le hice ninguna mención de su piano y de sus actividades. Lo hacía a sabiendas porque yo sé que no hay peor cosa que menospreciar el talento del que se siente artista.
29 (suite).-
Es la una de la madrugada. M y yo regresamos del Museo del Cine donde hemos visto una película francesa: «Yoyo». Una y media de la madrugada, acabo de leer un cuento de Gabriel García Márquez.
30 (Las dos notas de anoche podrían ser del 30, de hoy. Yo cuento el día cuando aclarece.
Trabajo en 21 cuentillos. Bosques de novela.
R no sirve para llevar un diario: es muy agradecido.
31.- «Yo no soy del todo feo -se dijo el consejero-: A mí lo que me joden son los lentes».
Recibo una carta de José Ramón Medina en la me habla de mi libro «En la reciente orilla». Dice: «Ese libro tuvo poca fortuna; muy poco lo entendieron entonces y hasta lo consideraron «fuera de serie».