Marianela Bustillos Flores*
Marx, el judío alemán, nos reveló cómo funcionaba el capitalismo, el modelo económico de esa civilización europea occidental que se apoderó del mundo e impuso su propio cuento local como la “historia de toda la humanidad”, enseñada igual por un maestro argentino que por uno español, donde griegos y romanos son “la antigüedad clásica”, la edad media una “etapa de oscurantismo” y la era anterior al viaje de Colón “nuestro pasado común”; tan absurdo como decir que la civilización Azteca o la tradición Caribe es la antigüedad o el pasado común que nos une por ejemplo con un suizo.
Ahora bien, ese capitalismo racista y colonial no mostraba necesariamente esas facetas al Karl Marx residente en Londres, escribiendo El Capital; pues situado exactamente en el centro del tornado capitalista, todo el torbellino racial – colonialista desataba su furia en la periferia, mientras mantenía el foco paradójicamente en calma. Igual le pasó al joven Gandhi, cuando acostumbrado a la igualdad de la capital británica se atrevió a montar un tren sudafricano en primera clase del cuál, sin más, lo echaron a empujones. La época que vivió Marx: la industrialización europea, es la adultez del capitalismo, no su nacimiento; es el momento en el que se está consolidando mundialmente como sistema económico y sobresale en sus contradicciones la necesidad de que el hombre común europeo deje de ser inhumanamente explotado por sus burguesías locales, sea redimido, convirtiéndose en “la clase elegida”: el proletariado blanco del mundo desarrollado.
Lo que Marx no ve y apenas vislumbra, se debe precisamente a ese europeísmo que le hace decir: “un negro es un negro y solo se convierte en esclavo bajo determinadas condiciones”, para indicar que no es la negritud el motivo de la esclavitud de una persona, sino su carácter de mercancía humana legalmente transable. Ante tal visión podríamos oponer otra, donde la negritud es precisamente la causa de las cadenas, parafraseada con la siguiente fórmula: “un esclavo es un esclavo y solo la circunstancia del capitalismo racista lo hace que deba ser negro”.
Largo fue el camino de emancipación que la esclavitud europea blanca recorrió, desde los ilotas griegos hasta la época del “capitalismo temprano” en el cuál se hacía trabajar 18 horas al proletario blanco, incluyendo mujeres y niños, la atroz etapa previa a la “aristocracia obrera” del asalariado europeo de hoy en día.
Pero el esclavo afro indígena es otra materia, el apetito de su captura sí venía ya en los genes del capitalismo, era su presa natural para cazarla fuera de casa y hacer posible “la apropiación originaria” que convertiría a la “Europa geopolítica” —léase EEUU, Australia etc.— en el único mundo posible y aceptable.
La no neutralidad del Marx europeo se hace patente en el artículo “Bolívar y Ponte”, una biografía de El Libertador escrita por aquel, donde nos llama a los paisanos de Bolívar “gente incapaz de todo esfuerzo de largo aliento”, lo cual no podría traducirse de otra forma que “tropel o raza de flojos”.
Otro tanto de su “constructo racista subconsciente” se identifica cuando le escribe a Engels que Bolívar “es el verdadero Souloque”, refiriéndose a un dictador negro haitiano, famoso por sus excesos. Así mismo nos califica de “Pueblo sin historia”, donde los procesos revolucionarios librados por mandato práctico, sin la clase hegemónica que imponga racionalidad a la lucha de clases, devienen en procesos caóticos e irracionales “que permitieron a un personaje mediocre y grotesco desempeñar el papel de héroe” (refiriéndose a El Libertador).
Tal como puede verse, ni siquiera el prodigioso método de Marx le permitió al menos asomarse a los 300 años de nexo Caribe transcurridos entre Caribana y Carabobo, entre Guaicapuro y Bolívar. Detenernos a examinar este documento y darle la importancia que tiene, es imperativo para el venezolano, ahí el racismo de Marx se “proyecta” abiertamente. Por ejemplo; asigna el triunfo de La Independencia a la Legión Británica, no a los llaneros; así mismo, de manera insólita acusa de racista a Bolívar atribuyendo la ejecución de Piar a “las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos”, y cuando se refiere al golpe de estado contra Bolívar en Bogotá, refiere que el fusilamiento del Almirante Padilla, “cuya culpabilidad no había sido en absoluto demostrada”, se debió a que “por ser hombre de color no podía ofrecer resistencia alguna”.
Con todo, no se trata de negar la postura “consciente” de Marx contra el racismo, en El Capital escribe: “El trabajo en una piel blanca no puede emanciparse a sí mismo cuando es calificado como piel negra”, porque para él la opresión racista era de plano herramienta expoliadora capitalista y la explica como una ideología surgida para justificar el que 11 millones de personas del África fueran sometidas a la más brutal explotación en las plantaciones americanas, durante el proceso de acumulación del capital originario. De allí su sentencia sobre la unidad de clase por encima de distingos raciales: “Para liberar al trabajador blanco, primero debe liberarse al trabajador negro”.
Sin embargo, no nos cabe duda que repensar el socialismo desde la hermenéutica de la “blanquitud” del “Marx europeo escribiendo para europeos”, resultará “herejía” a los fundamentalistas del marxismo blanco ateo, porque en su religión sin Dios, el racismo es solo “superestructura” y no los cimientos mismos del capitalismo de mentalidad cartesiano dualista: el “yo – ellos”, el “yo – mundo externo”, que lo hace incapaz de generar humanos competentes para funcionar integrados a la naturaleza y a sus semejantes; colocándolos en el plano de seres reptiles, aptos para atacar, someter y esclavizar a otros humanos por el color, como si se tratará de una especie enemiga.
Tal mandato de dominio de una raza sobre las demás, es demostrada en la obra del gran marxista negro Cedric Robinson, para quién el capitalismo no es la negación revolucionaria de los privilegios de sangre del feudalismo, ya que nació y se amamantó dentro de una Europa feudal sumergida en la discriminación racial, por lo cual capitalismo y racismo constituyeron un mismo proceso que evolucionó hacia la espantosa maquinaria moderna mundial del “capitalismo racista”, con su impronta de colonialismo, violencia y genocidio.
Si el capitalismo nació “racial” no fue para desposeer a los trabajadores o justificar su explotación, el racismo estaba ya en la esencia de la sociedad feudal occidental que hizo inevitable y natural el predominio de unos europeos sobre otros. La “racialización” dentro de Europa fue también un proceso colonizador que involucró invasiones, ocupación y jerarquización racial, ejemplo de lo cual fue por ejemplo la germanización de los territorios eslavos.
Afirmar esto significa deshacer el mito del capitalismo “gran modernizador” que dio a luz al proletariado europeo como “el sujeto histórico” protagonista de la revolución mundial por venir, porque la civilización europea no buscó, con el capitalismo, el “nivelar” las diferencias entre la gente sino resaltarlas, usando lo racial para amplificar las desigualdades sociales, étnicas y culturales.
Tenemos entonces la obligación de auto educarnos, redefinirnos y reconstruir nuestro propio conocimiento, dejando atrás la lógica europea hegemónica de la modernidad – colonialidad. Es el giro rebelde – necesario ante la imposición capitalista de hacernos aceptar la realidad como nos viene, aunque su resultado sea marginación, exclusión y pobreza.
De esta idea es Boaventura de Sousa Santos cuando advierte de la relación entre rectitud y saber: “No hay justicia social si no hay justicia cognitiva”, a lo cual debe añadirse la amenaza de la fragmentación del conocimiento que tienen nuestros tiempos capitalistas, un serio agravante para aquellos “Condenados de la tierra”, como los llama Fanon, que se encuentran constantemente inmersos en las luchas anticoloniales, ese 99% de los seres humanos en busca de su autodeterminación.
En tal indagación, el Marxismo Negro es la oportunidad de Interpelar a “la negritud”, para mirar desde su lucidez crítica el alcance, como también los límites del trabajo de Karl Marx, encontrando posibilidades y desafíos ante la “realidad capitalista inconmovible”. Esa negritud, como antítesis del desprecio del hombre blanco, ha revelado su enorme potencial liberador contra la violencia constitutiva de la plutocracia omnipresente que Aníbal Quijano llama “Colonialidad del poder”, la cual se expresa cotidianamente a través de prácticas que reproducen las desigualdades modernas de raza, sexo y género.
En este repensar vale mucho la perspectiva del oprimido. Según Marx, las ideas dominantes durante determinado período histórico, son las de la clase dominante; lo cual sirvió a la feminista Sandra Harding para descubrir el hecho de que las personas marginadas son excluidas de la construcción del conocimiento, por lo que, paradójicamente, tienen una posición privilegiada para conocer la “verdad objetiva”, debido a que aprenden el punto de vista dominante en tanto experimentan sus limitaciones.
Ese “privilegio epistémico” del excluido también nos conduce a la noción del cimarronaje, por contrapartida a la entelequia de “libertad y justicia” proclamada por la modernidad eurocéntrica, para entender que la emancipación no es algo a ser “alcanzado” reproduciendo jerarquías ya existentes, sino un “edificar” comunidades capaces de autodeterminarse y combatir las desigualdades sociales. Decolonizar va a ser entonces el proceso de crear humanos nuevos que se van a convertir en personas durante el transcurso mismo de su liberación, lo cual llama Frantz Fanon “la pedagogía para construir una nueva humanidad cuestionadora”.
*Doctora en Seguridad de la Nación / Industrióloga