AUTOR: Alberto Rabilotta
En el contexto político de NuestrAmérica, las fuerzas políticas asociadas a EE.UU. no serán dominantes a partir de los comicios en Brasil y Chile, y la correlación de fuerzas favorecerá la posibilidad de retornar a las políticas de integración regional en Sudamérica.
No es “cargar la mano” el definir como genocidiaria la política de los sucesivos gobiernos de Estados Unidos hacia (y contra) Cuba durante seis décadas de embargos, ataques, sabotajes y sanciones de todo tipo para literalmente impedir su desarrollo económico, su comercio exterior y hambrear la población, para poder así derribar el gobierno revolucionario.
En realidad esta política genocidiaria está en los “genes” de las sucesivas colonizaciones llevadas a cabo por los WASP (White Anglo-Saxon Protestants, o Anglosajones Blancos y Protestantes) tanto en Estados Unidos (EE.UU.) como en Canadá, donde las poblaciones amerindias fueron en muchos casos masacradas por enfermedades y desposeídas de sus territorios ancestrales y sometidas a un tutelaje de las autoridades, a lo que se añadió un etnocidio llevado a cabo por una des-culturalización programada, como muestran los cementerios no declarados de los “internados” de iglesias católicas y protestantes en Canadá, y los programas de esterilización forzada de las mujeres en EEUU mediante las políticas eugenistas aplicadas hasta bien entrado el siglo 20 (1).
En el caso de Cuba, con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca en enero del 2021 muchos observadores de la política estadounidense pensaron que la nueva Administración pondría fin a las extremas sanciones y medidas suplementarias impuestas por el ex mandatario Donald Trump, para retornar así a las políticas de la Administración de Barack Obama, de la cual fue Biden fue vicepresidente. Y como ya es usual desde hace 29 años, el pasado 23 de junio la mayoría de países miembros de la ONU (en este caso 184 países) votaron en la Asamblea General para condenar y exigir el fin del bloqueo estadounidense contra Cuba. Solo Israel, que lleva a cabo su propio genocidio contra los palestinos, acompañó a EEUU en el voto en contra.
Pero después de seis meses de espera, y pocos días después de la votación en la ONU, las acciones y declaraciones de Biden a partir de las manifestaciones de grupos anticastristas en Cuba bien financiados y organizados por Washington hay buenas razones para pensar, como declaró el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodriguez, que «EE.UU. identificó el impacto del coronavirus y la pandemia como una oportunidad para reforzar el bloqueo con motivaciones políticas” y aplicar lo que llamó “medidas de máxima presión para reforzar la agresión a nuestro país». Según el Canciller cubano, se trató de «un intento deliberado, cruel, oportunista de aprovechar una pandemia para intentar estrangular» a la economía nacional, haciendo un «uso impúdico, obsceno de la mentira, la calumnia, la manipulación de datos» con el objetivo «de movilizar, convocar, incitar y manipular a las personas».
Hay que notar que esta ofensiva contra Cuba tuvo lugar apenas cuatro días después del asesinato del presidente haitiano Jovenel Moïse, perpetrado por personas en algunos casos vinculadas a instituciones gubernamentales de EE.UU. y de las Fuerzas Armadas de Colombia, principal aliado de Washington en Sudamérica. Y también que entre las primeras reacciones de la Administración Biden frente al magnicidio figuró el posible envío a Haití de fuerzas militares y policiales, como EE.UU. ha hecho varias veces desde 1916 y siempre para mantener a esa nación caribeña bajo su control.
Y de paso, también vale recordar que el asesinato del presidente haitiano quedó en muy segundo plano de la política en Washington a partir de las manifestaciones del 11 de junio en Cuba.
¿Quién está más aislado en el Continente?
Las acciones desestabilizadoras de la Administración Biden contra Cuba no pasaron desapercibidas en NuestrAmérica y varios mandatarios –los de México, Venezuela y Argentina, y el presidente electo de Perú (pero aún no confirmado) Pedro Castillo–, así como los políticos y gobernantes de Bolivia, criticaron a Washington y manifestaron su solidaridad y apoyo a Cuba. Lula da Silva, quien muy probablemente será el próximo presidente de Brasil, rechazó la política de Biden y brindó su apoyo a Cuba, e igual posición manifestaron dirigentes políticos de Chile y otros países del Continente.
Es evidente que en el contexto político de NuestrAmérica las fuerzas políticas asociadas a EE.UU. no serán dominantes a partir de los comicios en Brasil y Chile, y que la correlación de fuerzas favorecerá la posibilidad de retornar a las políticas de integración regional en Sudamérica, de revigorizar la integración con el Caribe, todo lo cual permitirá fortalecer (o crear) sólidos lazos económicos con Cuba. Lo mismo con Venezuela, donde las políticas de EE.UU. no han logrado el objetivo de destruir la revolución bolivariana. El caso de Colombia, donde las protestas populares continúan a pesar de las represiones y asesinatos del gobierno del “dúo” Duque-Uribe, todo dependerá de la unión de fuerzas políticas progresistas para las próximas elecciones, y de la reacción en este proceso de las Fuerzas Armadas apoyadas por EE.UU. e Israel.
Por otra parte, el principal instrumento multilateral de la política estadounidense en la región, la Organización de Estados Americanos (OEA o “ministerio de colonias”), tendrá que ajustarse a los cambios políticos previsibles en NuestrAmérica.
La decadencia imperial también se refleja en su propio país.
Mientras tanto en EE.UU. la situación política seguirá probablemente marcada por la fragmentación y las luchas internas dentro del Partido Republicano creada por el rechazo de Trump a reconocer su derrota electoral, y por la incapacidad de las fuerzas progresistas dentro del Partido Demócrata en insistir en cambios dentro del aparato estatal para limitar o poner fin a las injerencias de Washington en los asuntos internos de los países soberanos, para poder así restaurar el multilateralismo a escala mundial.
Lo que es evidente para quienes observamos la política estadounidense desde hace muchas décadas es que los cambios de los funcionarios clave efectuados por Biden no alteraron la orientación de la política exterior de la Administración Trump, y que siguen en vigor las orientaciones de la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) dada a conocer a mediados de diciembre del 2017 y de la Estrategia de Defensa Nacional (EDN), publicada en enero de 2018, o sea las estrategias adoptadas en el comienzo de la Administración Trump.
Recordemos que esa EDN anticipa que EE.UU. usará de todos los medios para volver a ser la potencia suprema: “Una rivalidad estratégica de largo alcance requiere la integración sin fisuras de múltiples elementos de poder nacional –diplomáticos, informativos, económicos, de inteligencia, de policías y de militares. Más que ninguna otra nación, EE.UU. puede expandir el espacio competitivo, tomar la iniciativa para desafiar a nuestros rivales cuando poseemos las ventajas y a ellos les faltan fuerzas. Una fuerza más letal, robustas alianzas y asociaciones, la innovación tecnología estadounidense, y una cultura de desempeño generará decisivas y sustentadas ventajas militares para EE.UU.”.
Y aunque sobre NuestrAmérica la EDN dice poco (en la parte publicada del documento, pero quizás mucho más en la parte secreta), de manera sibilina indica que se debe “mantener un balance de poder favorable” y “las ventajas” de que dispone en el Hemisferio Occidental, señalando que un “Hemisferio estable, pacífico, que reduce las amenazas de seguridad de EE.UU. le reporta a éste último “inmensos beneficios”, por lo cual Washington deberá utilizar todos los medios a su alcance para “profundizar las relaciones con los países de la región que contribuyen con capacidades militares a los compartidos desafíos de la seguridad regional y global” (2).
Por todo esto es evidente que si el actual inquilino de la Casa Blanca no actúa rápidamente y de manera decisiva para tomar el control del aparato estatal, en la práctica sus iniciativas, como el comienzo de un diálogo con Rusia y la expectativa de que levantaría las más de 200 sanciones contra Cuba adoptadas bajo la Administración Trump, entre otros asuntos críticos como son la negociación con Irán y la situación en Siria, pueden ser saboteadas por funcionarios que seguirán aplicando la política exterior de su antecesor.
Esta puede ser una misión difícil para Biden, dadas las profundas divisiones que caracterizan, y que en buena medida paralizan a la sociedad y al sistema político estadounidense.
– Alberto Rabilotta es periodista argentino-canadiense.
1.- Edwin Black, “War Against the Weak, Eugenics and America’s Campaign to Create a Master Race”. Edición de Four Walls Eight Windows, 2003.
2.- La amenaza mundial que representa la retorcida lógica imperialista, Alberto Rabilotta. https://www.alainet.org/es/articulo/190563