AUTOR: José Sant Roz
A R{omulo Gallegos lo derrocaron los jesuitas con la consigna “CON MIS HIJOS NO TE METAS”. Aquí le contamos los hechos, la historia:
Apenas comenzó a gobernar Rómulo Gallegos, la Iglesia se mantuvo más o menos tranquila hasta que se le tocó muy levemente confrontar lo del Decreto Educativo 321. Esto la puso en ascuas, previendo que podrían venir «peores» decisiones.
En el terreno que compete al poder de la Iglesia se avizoró una preocupante tirantez con el Estado, porque en la Pastoral de enero de 1946, correspondiente a las Conferencias Canónicas de Caracas, se le pedía de manera tajante a los feligreses que debían negarse a votar por los que propugnasen una enseñanza laica, por quienes luchasen por la supresión de los colegios católicos, y por los que pretendiesen eliminar el sacrosanto nombre de Dios de nuestras leyes. Esto lo decían en un tono de clara advertencia que vislumbraba una sangrienta guerra civil.
Le pedía la Iglesia a la Junta Revolucionaria de Gobierno que se mirara en el espejo de la historia, que tuviera en cuenta lo que había ocurrido en España y, que de no obedecer a sus consejos, y tratar de pasar por encima de los valores católicos acendrados en las mejores familias de la República, entonces que se atuvieran a las consecuencias.
La guerra de la Iglesia contra el gobierno de Betancourt, en 1946, estalló con la promulgación del Decreto 321. Se trataba de normativas que se estaban aplicando en todos los Estados modernos y con mucho más rigor de lo que pretendía hacer AD. La intención era imponer un cierto control sobre la educación privada por medio de una reforma del sistema para evaluar exámenes. Así, mientras en la educación primaria se establecía que en los colegios públicos se considerara el 60% del trabajo y rendimiento anual de los estudiantes y un 40% se tomaba del examen final, para los colegios privados se exigía ahora, con el Decreto 321, se asignaba un 20% para el rendimiento anual y un 80% al examen final con un jurado que sería designado por el Ministerio de Educación.
Fue así como la Iglesia comenzó a entrenar a las asociaciones de Padre y Representantes de todos los colegios para que saliesen a decir CON MIS HIJOS SE METAN.
Pues bien, se formó, por esta simple medida, un pavoroso escándalo.
En muy poco tiempo la Iglesia iba a lograr que el referido Decreto se considerara como algo tenebroso, demoníaco y maldito. Los clérigos sacaron a marchar por las calles con sus uniformes a niños y adolescentes (que nada sabían del Decreto, ni lo entendían); eran todos
hijos de familias acomodadas, «educados», de modales y gustos refinados y que se expresaban bien. Sesudos memorandos, informes y panfletos, eran llevados hasta Miraflores en plan francamente desafiante. La Junta Revolucionaria prácticamente se concentró a atender todas estas peticiones. No había en el país ningún otro problema que éste. Extenuantes reuniones, copiosas citas sobre el tema de la educación desde los griegos, se sacaron a relucir hasta las
sentencias de los sabios más eminentes del enciclopedismo, de los Concilios Ecuménicos, Decretos Conciliares, alocuciones papales, la Declaración Gravissimum educationis momentum, del sentido del mandato evangélico: «Id y enseñad a todas las gentes» (Mt. 28, 18-20), al tiempo que se amenazaba con horribles excomuniones. Finalmente, el gobierno se retractó y se expidió un nuevo Decreto, el 344, que suspendía la aplicación del anterior. Pero ya el gobierno había quedado marcado para siempre: estaba inspirado en la maldad y dominado por los mismos espíritus malvados que habían crucificado a nuestro Señor.
En un principio se creyó que el gobierno no iba a ceder. Se realizaron multitudinarias manifestaciones en las que se voceaban consignas como: CON NUESTROS HIJOS SE METAN, «Ni un paso atrás», «Abajo el comunismo».
La Iglesia pronto comenzó a tocar puntos sensibles de las Fuerzas Armadas, cuyos altos oficiales tenían a sus hijos estudiando en colegios católicos. Betancourt percibió el peligro y comenzó a contemporizar con el enemigo. Esto fue sumamente grave, porque lo obligó no sólo a suspender el 321, sino que además solicitó la renuncia del ministro de Educación, el doctor Humberto García Arocha.
Luego Betancourt hará algo mucho peor, dirá: «Ese decreto fue producto de una maquinación desleal de un grupo enquistado en el Ministerio de Educación».
Recurriendo a una típica manera de hacer terrorismo, los grupos de la derecha se pusieron por encima de la ley y con el mayor desparpajo les pidieron a sus hijos que no fueran a presentar los exámenes finales.
Poco después se encargó de este ministerio el doctor Luis Beltrán Prieto Figueroa, quien intentó nuevamente poner en práctica el 321.
Los obispos comenzaron a salir de sus cuarteles de invierno y a finales de agosto de 1947, realizaron una Conferencia que produjo varios enérgicos memorandos. Como Betancourt, pasado un mes, no hubiese respondido a las terribles filípicas de los obispos, en uno de sus números, la revista SIC editorializó con el siguiente ataque: “…el gobierno fría y estoicamente contempla las reclamaciones… las
40.000 firmas de venezolanos dadas en tres días, los numerosos memorándums,… el éxodo de centenares de estudiantes… la pérdida del curso de alumnos… ni los méritos contraídos por sacrificados educadores, la voz autorizada de los padres de familia… el clamor unánime del Episcopado… con el cual ni siquiera se ha tenido la elemental cortesía de darle una contestación […] ¿Qué pensar de este desprecio de los Poderes Públicos a la más alta representación oficial de la Iglesia?
En febrero de 1947, SIC volvió a arremeter contra el gobierno y publicó: «¿En qué se diferencia este totalitarismo del Estado en la enseñanza del practicado por Mussolini, Hitler y Stalin?»
Para la Iglesia, AD y los comunistas eran idénticos, movimientos que procuraban un mismo fin: el anticlericalismo liberal o ateísmo, eliminación de la propiedad, dominio del Estado en todo, ideologización de la educación, etcétera. Y hay una cosa que en toda la historia se ha visto de manera brutal y estremecedora: la Iglesia nunca retrocede, y en esto se parece mucho al imperialismo norteamericano. La Iglesia, pese a los modos disuasorios que trataba de emplear el gobierno para aminorar la tensión, recrudecía más bien con saña su beligerancia, solicitando la inmediata eliminación del Decreto 321. Su encarnizado enfrentamiento con el gobierno, al fin consiguió que éste se resquebrajara; y las consecuencias de su furia desatada, también arrastraría hacia el desastre al gobierno de Rómulo Gallegos. La Iglesia no iba a frenar sus ataques viendo los excelentes dividendos que le estaba reportando, con un Betancourt ya acobardado y habiendo creado una crisis en el Gabinete, soliviantado a las Fuerzas Armadas y generando todo un ambiente de grave inestabilidad social.
Algunas de las patrañas que la Iglesia hizo correr por los medios de comunicación y sobre todo desde los púlpitos, se referían a que se iba acabar con la religión cristiana; que se iba a eliminar los templos, que en escuelas y hasta de las casas se prohibiría la exposición de imágenes de Cristo y de la Virgen María; que no se iba a poder rezar más, que el nuevo dios de Venezuela sería Satanás. Imagínese el lector cómo calarían estas invectivas en aquella Venezuela casi colonial, hundida en un analfabetismo brutal y severa debilidad moral, en una región sometida por más de 450 años a servidumbres y miserias de toda clase.
Los oficiales que querían salir de Gallegos encontraron pues la mesa servida con el terror impuesto por la Iglesia; se habían creado las condiciones ideales para hacer otras contundentes peticiones al gobierno, que de hecho constituían un formal golpe de Estado: 1) Que Betancourt debía salir del país; 2) Que las milicias fuesen desarmadas; 3) Que en definitiva del gabinete fueran expulsados todos los adecos.
Carlos Capriles Ayala agrega nuevos datos sobre cómo se fue gestando aquella guerra: La base de apoyo popular no era sólida y fue dócilmente influida por esas élites dominantes a la hora del derrocamiento. Los disgustados no eran solamente los estamentos militar y empresarial… habían despertado la suspicacia de otros sectores nacionales influyentes, tales como el clero, los jóvenes educados en colegios privados y muchas amas de casa celosas de la defensa del núcleo familiar, al que veían amenazado por las ideas laicizantes manifestadas por muchos personeros del régimen. No había sido sólo el Decreto 321 que arbitrariamente situaba a los colegios privados en situación desventajosa con respecto a los públicos, con algunas acciones tales como hacer retirar las imágenes religiosas de las escuelas del Estado o el proyecto para eliminar la mención de Dios de la nueva Constitución. Entre mis recuerdos personales de esa época está haber presenciado escenas callejeras de regocijo de encopetadas damas de la sociedad caraqueña manifestando su alegría con frases tales como por fin se acabó la alpargatocracia… Años después, en los posteriores gobiernos adecos (de la IV República) una de ellas a la que admiro por su carácter y simpatía, vinculada a la familia Zuloaga, se convirtió en una apasionada defensora de esos alpargatudos. Enrique Aristiguieta Gramcko, ex viceministro de Relaciones Interiores, entonces un joven de unos 15 años, me refirió su entusiasmo compartido con otros muchos jóvenes de su edad, cuando trascendió que habían tumbado a Rómulo
Gallegos.
Hay que tener en cuenta que fue un criminal invento, que se propagó con la intención de infundir terror, aquel supuesto con el que se pretendía hacer creer que los alpargatudos iban a tomar el poder.
Rómulo Gallegos mostró especial inclinación por la clase alta mientras estuvo en el poder, pero más pudieron los rumores que se encargó de difundir cierto sector social, sobre todo el ligado a la Iglesia y a las compañías petroleras, que no acababan por fiarse de un civil como jefe máximo en Miraflores. Mientras gobernó Gallegos, los grandes saraos encabezados por el presidente se hacían en el Country Club y en los hoteles más distinguidos de la capital. En el Hotel Ávila se le hizo un gran homenaje al vicepresidente y director de la revista Times y Life, C. D. Jackson, a su vez se encontraba en el acto Francis Brown, Redactor
Jefe de Times; estos personajes estuvieron muy bien atendidos por Rómulo Betancourt, Valmore Rodríguez, Gonzalo Barrios y Raúl Leoni.
El pobre Gallegos venía conociendo el infierno de Dante desde hacía meses: a mediados de 1948, un grupo de adecos de la Asamblea Legislativa del Zulia apoyó una estúpida moción mediante la cual la imagen de Cristo debía quedar suprimida de las oficinas de aquel estado. Es pertinente recordar que, para entonces, se asociaba la cruel y larga dictadura de Gómez, y la persistencia de ese pasado gomecista con la influencia de la Iglesia Católica en los asuntos de gobierno. Lo menos que podía hacer un gobierno que intentase adecuar sus funciones al progreso, era fortalecer el Estado social. Pero la Iglesia vio amenazado su poder y comenzó a gritar a esa temerosa feligresía: Si el fundador de la religión que profesa la mayoría del pueblo venezolano, si el Dios vivo y eterno que preside y orienta un sentido superior de la vida a sus criaturas, es objeto de este trato, ¿cuál será la conducta que les merecerá los templos de ese mismo Cristo, los sacerdotes que le predican, las congregaciones que le tienen como eje y doctor, los libros que exponen su doctrina y pensamiento espirituales? […] Expulsado el Cristo de las escuelas y de los tribunales, para esa secta impía Cristo está de más en los templos y en el espíritu de los hombres. Y de aquí lucharán incansables por expulsarle también. Y por ello, no limitarán su acción a la expulsión de su imagen de las paredes donde, piadosamente, se cuelga su figura de amor. Mediante una literatura materialista, declarados en campaña sistemática y tenaz, los hombres de
Acción Democrática trabajan día y noche por lograr la total, la definitiva expulsión de Cristo de las almas.
«Nuestra actitud, frente a la iglesia, es de respeto», dijo hipócritamente el señor Rómulo Gallegos en su penúltimo discurso del Nuevo Circo de Caracas. Sí, de respeto, y se sanciona el Artículo 53 en la Constitución Nacional, que niega totalmente la libertad de la enseñanza religiosa dándole, como en los Estados de estructura totalitaria, todo el poder magisterial a los Poderes Públicos; «nuestra política es de respeto», sí, y se decreta un 321 que coloca en una triste situación de inferioridad ante la ley a los estudiantes de los colegios particulares, la mayoría de los cuales están regidos y son informados de una enseñanza que no es, precisamente la marxista; «nuestra política es de respeto». Sí, y veladamente se amenaza con expulsar a los Reverendos Padres Jesuitas por el sólo hecho de que éstos abanderados del Catolicismo, valientes y esforzados luchadores, no se callan oportunistamente ante la embestida diabólica del comunismo, que en Venezuela se llama «Acción Democrática»; «nuestra política es de respeto», sí, y se sanciona un Artículo 77, el «Alfaro Ucero», que significa un atentado contra los derechos inalienables de la persona humana, que es conquista indisputada del Cristianismo; «nuestra política es de respeto», sí, y el episcopado venezolano sufre la pena de un desprecio insólito en la oportunidad en que, reunido en la capital de la República, esperaba una audiencia de la Junta Revolucionaria de Gobierno para arreglo amistoso
de aquel problema provocado expresamente por la aplicación del Decreto 321, audiencia que nunca les fue concedida; «nuestra actitud es de respeto», sí, y se busca a un tránsfuga como el diputado Vera para que, faltando a los principios más elementales del Dogma y de la Fe, haga la defensa acalorada de un Régimen que es, en principio, la más formal negación de la propia misión moral de aquel sacerdote; «nuestra actitud
es de respeto», sí, y los legisladores del Partido «Acción Democrática» de Maracaibo Expulsan el crucifijo de las oficinas públicas del estado Zulia, execran con ello su autoridad divina, irrespetan y profanan y vilipendian el eje y centro de toda la razón de vida y destino en una Doctrina, de un Concepto, de una Filosofía, de una Religión. ¿Es así como Don Rómulo Gallegos interpreta el respeto a la Iglesia Católica, sus Sacerdotes y su Misión? ¿Es así acaso, como debe tratarse lo que constituye para la mayoría de los venezolanos lo más grande, lo más sublime, lo único divino, Dios? Y cobra los caracteres de una tragedia el hecho de la expulsión del Crucifijo por los Legisladores de Maracaibo cuando se comprueba que quienes eligieron a esos señores y le ungieron con el carácter de Representantes del Pueblo son gente católica, gente que adora a ese Cristo expulsado, gente que reza el Padre Nuestro, la Oración de las oraciones porque la enseñó el propio Dios, porque la enseñó el mismo Cristo. Y cuando advertimos, a la vez, que esos líderes se ganaron aquel apoyo del pueblo, no sabemos cuál mejor calificativo le
podríamos atribuir, si el de fariseos o el de Judas, o el de Caínes, pues su conducta no merece otra sentencia, ni mejor condenación. Han engañado miserablemente al Pueblo. Lo han traicionado. Se han burlado impunemente de sus creencias. Se han burlado de lo que, en el corazón de esa gente humilde, significa su esperanza, su idealidad y su
fundamento. Cuando, en la lucha electoral llegamos a nombrarles como ellos eran realmente, cuando les decíamos en las plazas públicas que su Partido era, doctrinariamente, anticatólico, pegaban el grito en el Cielo, se mesaban los cabellos, asistían a las procesiones, hasta llegaban, como los vimos nosotros más de una vez, a sentarse en el altozano de la Iglesia en fiestas patronales, como para que el pueblo les viera, piadosos. ¡Oh, hipócritas! ¡Oh, sepulcros blanqueados! Hoy expulsan a Cristo de las Oficinas Públicas de Maracaibo. Mañana le expulsarán de las Oficinas de toda la República. Perseguirán la Iglesia y por «reaccionarios» condenarán a todos los católicos que, sin vacilaciones y sin cobardías, les gritamos en su cara su propia iniquidad.
“¡Oh Santo Cristo que ha sido vejado de nuevo por los escribas y fariseos de los tiempos modernos! Como en la Alemania de Hitler y en la Rusia del Comunismo, en la Venezuela de Acción Democrática se te expulsa y se te ultraja”.