En nuestro viaje decidimos hacer una visita al doctor Carlos Parada, en la famosa y antiquísima posada de mulas, llamada Betania.
El día seguía lluvioso. Nos desviamos de la vía principal y nos internamos por un tortuoso camino bastante irregular de unos cuatro kilómetros donde al fondo está la bella casa de madera como sacada de un cuento de misterios, en medio del bosque, circundada por imponentes labranzas y montañas. Al llegar vimos estacionado un taxi, al frente de la casa un muchacho que nos invita a pasar, nos metemos por un rescoldo bordeado por un muro que da a un abismo, y al traspasar una puerta nos encontramos con Cantalicia, encargada de la cocina. Luego accedemos al centro de la casa donde en un sofá estaba sentado el doctor Carlos, con su bastón al lado. Lo encontramos algo delgado. Nos saludamos, y de inmediato nos reconoce, diciéndonos que la joven (Adriana) no había estado en nuestra primera visita.
Le hacemos un corto recorrido a Adriana para que aprecie los tesoros allí conservados. Le mostramos el primer mapa de Venezuela hecho en la época del general Juan Vicente Gómez, y luego pasamos a la habitación donde se encuentran parte de las joyas de artesanía que el doctor Carlos ha coleccionado de los muchos viajes que ha hecho por el mundo. Hay olor a comida y escuchamos una conversación en una sala anexa y es cuando conocemos a una hermana del doctor que vive en San Cristóbal. Luego nos reunimos con Carlos y platicamos unas dos horas, recordando hechos y personajes de la historia de nuestro país.
Adriana le contó que está haciendo su tesis de grado sobre el escritor Argenis Rodríguez, ella que estudia historia, le explica cómo puede tomarse una narración o ficción como tema en especialidad. El doctor Carlos le dice que las tesis se terminan o exterminan.
Uno percibe que Carlos que ha escogido este lugar para retirarse del mundo, ve ya todo con una nostalgia y un desapego absolutos. En su hablar y meditar conserva esa sabiduría penetrada de ironía y comprensión que constituye una verdadera delicia entre personas sensibles. De modo que el tiempo nos pasa tan rápido que ya el día se oscurecía con el tiempo lluvioso. En medio de tan entretenida conversa, el doctor Carlos le pidió a Adriana que abriera un escaparate que estaba allí en el pasillo, y le dijo que sacara una cobija blanca de lana que tenía bordada el nombre BETANIA. Entonces nos refirió la historia de la cobija: fue hecha con lana de ovejas criadas por él, que fue escarmenada, hilada y tejida por un ecuatoriano que él mismo llevó a su finca. Entonces añadió que esa cobija nos la obsequiaba para que la tuviéramos en La Coromoto como un especial recuerdo de BETANIA.
Nos despedimos con tristeza, sintiendo que dejábamos a un amigo en aquella inmensidad, en la soledad que él ha buscado y ama. Íbamos los tres en silencio quizá pensando en lo mismo. Pasamos por El Molino, el pueblo totalmente soñoliento y apagado, con tres perros echados en la plaza y unos amanecidos borrachitos pasando su cogorza. Todos los negocios cerrados.
Seguimos rumbo a Canaguá en medio de una espesa neblina que nos acompañó por una hora.
Fueron brotando ideas nuevas, como más asentadas y profundas, que Adriana fue resumiendo en estos términos:
- Veníamos de una Venezuela cuyos productos eran falsos, incluso sus intelectuales se habían desnaturalizado por copiar a los creadores europeos o estadounidenses. Así púes, que Venezuela se había cansado de no ser ella, de carecer de destino, de andar encorvada pidiéndole prestado de rodillas a todo el mundo. Hastiada de vivir arrimada, sin voz ni respeto en la tierra. Desconocida, ultrajada, expoliada y humillada. Ya nos estábamos conformando con ser un floreciente burdel del décimo mundo: un reservorio de ardientes minerales con gente sin alma y sin historia propia. Un país apipado de whisky caro, tomando a las salchichas, los quesos camember o roquefort y a los jamones por valores irrenunciables de nuestra cultura. Sin corazón, sin destino y sin honra. Un país que para estar a la moda se estaba proponiendo borrar la huella de su glorioso pasado, y en donde se tenía que vivir avergonzado de nuestros propios hijos y padres libertadores, y de nuestros valores culturales, en medio de un medio hostil hacia lo nuestro, hacia lo sagrado, humilde y sencillo que nace nuestros campos. Todo lo que interesaba era lo adulterado, lo amanerado y falso, lo que llegaba de afuera.
Completaba María Eugenia:
- En nuestra sociedad era más que denigrante tener una fabriquita o una tiendecilla propias. Era una vergüenza producir para lo que necesitamos. Requeríamos la nota de lo exquisitamente artificial. Y por ello proliferaron esos amanerados y amaneradas que se habituaron a vivir de la opinión elegante de lo extraño que de ellos hicieron lo medios de comunicación, los supuestos sabios del club de Oxford o de Harvard o los Chicago boys. El país se acostumbró a vivir de la solemnidad, de las pomposidades, de lo retóricamente servil para todo. Engolosinados y pagados de sí mismos, muchos de aquellos camaleones fundadores se fueron a la tumba sin sospechar que en toda su vida no habían hecho otra cosa que sainetes, que teatros bien malos. Se habían hecho magos del disimulo y embaucaron a medio mundo, a medio mundo que todavía no sale de su embaucamiento.
A La Coromoto llegamos a las 5 de la tarde con ese tiempo lluvioso tan espeso, y apenas entramos vemos una multitud de pollos picoteando en el jardín y en el porche, y nos alegramos. Pensamos que eran los pollos que había prometido conseguirnos Manuel, quien hace meses construyó el gallinero.
Tenemos un nuevo hijo además de la perra Solita, y es un gatito que nos ha regalado Manuel. Se realiza una ceremonia para bautizar al gato (o gata) y escoger un nombre. Adriana dice que debemos llamarlo Solito, yo sostengo que mejor es Chorito dado que le chorea la comida a Solita, y fulminante mi propuesta queda pues con el nombre de Chorito. Chorito es realmente inteligente y tremendo, parece más bien una ardilla, no es que trepa sino que vuela por entre los muebles, los leños de la chimenea y hace mil maromas entre las cabuyas de los chinchorros. Lo único que calma a Chorito es cuando Adriana la mete entre su pecho y lo carga como si fuera un Koala.
En el campo leo “Los tratos de la noche” de Mariano Picón Salas y me hago muchas preguntas. Él habla de un mundo de horror que va cambiando lentamente. Habla de la dictadura de Juan Vicente Gómez y de todas las arbitrariedades que se gestaron contra la pequeña burguesía y algunos propietarios. El poder dominante no estaba, como creía Picón Salas en Juan Vicente Gómez. El poder seguía estando en los empresarios, y Juan Vicente era apenas el parapeto que sustentaba provisionalmente a los señorones de la oligarquía. No olvidemos, por ejemplo, el caso de Manuel Antonio Matos el magnate, el hombre más rico de Venezuela, quien fue ministro de Hacienda de varios gobiernos, entre ellos, el del propio Cipriano Castro. Cuando Cipriano lo saca del poder, Manuel Antonio Matos se alza, se va a Estados Unidos a buscar armas, buques y apoyo financiero e invade Venezuela. Pero Cipriano no era ningún pendejo y lo derrota en la Victoria, y entonces Manuel Antonio se convierte en perseguido político del régimen y huye al Norte. Luego viene el golpe de Juan Vicente Gómez a su compadre Castro: se adueña del gobierno y permite el regreso de todos los enemigos de Castro principalmente a Manuel Antonio Matos, Y vuelven los poderosos de siempre a dirigir bajo cuerda las finanzas del país para favorecer a los gringos.
Gómez le sirvió enteramente al poder dominante, y en el fondo, la burguesía jamás lo rechazó. Nadie mejor que Gómez, con sus métodos, con sus esbirros y su espantosa dictadura para proteger los intereses de los capitalistas criollos y extranjeros. Claro, Gómez y sus secuaces se adueñaron de las haciendas que otros se habían robado.
No olvidemos que Mariano Picón Salas sostenía principios socialistas y fue uno de los fundadores del PDN (el germen de Acción Democrática) junto con Rómulo Betancourt. Observamos que en el primer capítulo de su novela “Los tratos de la noche”, a don Mariano le duele ese horrible caos implantado por Gómez en el que sus altos corifeos saquean haciendas de gente “trabajadora y decente”. Quizá don Mariano se queje de estos tratos, sin caer en cuenta de que los “expropiados” ricos de la familia de los Segovia no eran precisamente quienes nos iban a sacar de abajo. Don Mariano y Rómulo Gallegos llaman a estos ladrones gomecistas, bárbaros, pero estos “bárbaros” se mantendrían en el poder durante todo el siglo XX, y sobre todo con el apoyo de los partidos AD y COPEI. En el siglo XX se dio una constante en todos los cambios de gobierno que se sucedían: el nuevo saqueaba al anterior, incluso aún si el que sucedía al anterior pertenecía al mismo partido. Si analizamos con cuidado nuestra historia, encontraremos que gobierno tras gobierno desde el siglo XIX y durante todo el siglo XX vivimos bajo el yugo de una partida de infames truhanes politiqueros. Y la gran tragedia es que mucha gente vive suspirando porque estos infames truhanes nunca dejen de gobernarnos. ¡Cuánta sofistería, inmoralidad y estupidez se esconde bajo esa civilización y ese progreso que muchos en este país desean imitar! Los promotores de esta civilización desparraman agua de colonia y flores para que nos enloquezcamos de nuevo con la esclavitud de los partidos AD y COPEI. Mariano Picón Salas en su novela “Los tratos de la noche”, define con gran claridad a muchos de aquellos farsantes que buscaban derrocar a Juan Vicente Gómez, y estampa en el personaje Eulalio esta frase:
“- …Envejecen los que piensan tumbar el gobierno para montarse ellos, naturalmente, y los que quieren enriquecerse sin trabajar y sueñan en el dinero fácil, la próxima querida o el próximo Cadilac”.
Y más adelante, el mismo Eulalio le dice al personaje Alfonzo:
- Cuando te acabes de convencer que el país no se enmienda si no nos enmendamos primero nosotros, ven a trabajar a la finca.
Todas estas cosas vienen a pelo a un siglo de dolores y luchas políticas tan terribles como las sufridas. Pero el venezolano olvida facilidad; mejor dicho no estudia con meticulosidad nuestra historia, es tan cómodo que prefiere no pensar y por eso mismo envejece tan rápido. Realmente sólo envejecen los que nos piensan. El que piensa tiene palpitante en cada una de sus células el devenir y lo que nos puede sobrevenir. No lo puede evitar.