El martes pasado circulaba un perturbador vídeo referido a la muerte espantosa de James Dempse, un anciano internado en un centro privado de mayores de la ciudad norteamericana de Atlanta (Georgia), mientras estaba al cuidado de un grupo de enfermeras.
Los hechos tuvieron en este asilo de ancianos en el 2014 cuando el fallecido contaba con 89 años de edad.
En un momento determinado, el hombre necesitó ayuda, al ser incapaz de respirar y pidió desesperado el auxilio del personal sanitario.
En un primer momento, el deceso de Dempse se consideró de “causa natural” dada su avanzada edad. Incluso, sus familiares lo recibieron con resignación.
Las enfermeras declararon que habían hecho todo lo posible intentado reanimar sin éxito al anciano.
Sin embargo, un vídeo que salía recientemente a luz mostró que el paciente no había sido asistido. Las enfermeras ignoraron las repetidas ocasiones en las que Dempsey expresó que no podía respirar. El hombre se ahogó sin recibir respiración asistida.
Pero más desgarrador es que mientras Dempsey agonizaba en la cama las enfermeras se burlaban insensiblemente tratando de encender la máquina de oxígeno.
Las sanitarias tardaron una hora en llamar a emergencias. Para entonces, lógicamente, Dempsey ya había fallecido.
Ante la evidencia de las imágenes, la supervisora de las auxiliares admitió que en los primeros momentos no se había practicado ninguna maniobra.
Después de reconocer los cargos durante la vista oral del juicio en su contra, el abogado de la familia le preguntó a la enfermera: «¿Y cómo se siente viendo esto?»
A lo cual ésta respondió: “Enferma».
Y es cierto que es una enferma, producto de una sociedad enferma y que corrompe hasta lo más íntimo a las personas que la conforman.
Si reflexionamos en profundidad ante este hecho despreciable e inhumano no podemos hacerlo, efectivamente, haciando abstracción de la sociedad en la que se producen estos acontecimientos: la sociedad estadounidense, el prototipo capitalista por excelencia.
La llamada “sociedad moderna capitalista” es un sistema productor de mercancías y sujetos. En palabras de Carlos Marx en su “Introducción a la crítica de la economía política de 1857”: “La producción no sólo produce un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto”.
De ello se desprende, por tanto, que el sujeto en el capitalismo es producido no sólo como una “mercancía humana” sino también como un ser deshumanizado tanto física como espiritualmente.
En definitiva, la reacción de las enfermeras que dejaron morir al anciano son las propias de este sistema, que desnaturalizan al ser humano, lo separan de sus semejantes, lo alienan y lo enajenan hasta la frustración más atroz de su existencia.
Se impone a los individuos una vida desarticulada, reducida a la rueda interminable del extenuante tiempo de trabajo y el efímero tiempo de ocio, con sus correspondientes repercusiones psicológicas, artífice de monstruosidades como esta.
Se trata de una vida en la que al sujeto, desde sus primeros años en el seno “familiar”, luego en el sistema educativo y finalmente en el ámbito laboral y social, se le escinde del mundo colectivo
El sujeto resultante de esta fragmentación de la vida, generalmente es alguien con poca o nula empatía, puesto que solo se ha procurado vínculos ligados a relaciones afectivas coyunturales y precarias, cuando no virtuales.
Un científico de la talla de Albert Einstein, cuando pensó estas cuestiones de la subjetividad humana, se preguntó: “¿será posible aspirar a comprender el mundo solo por el pensamiento lógico sin tener en cuenta nuestra experiencia vital”.
Por JUAN ANDRÉS PÉREZ RODRÍGUEZ/CANARIAS SEMANAL.ORG.-