(EN LA GRÁFICA VEMOS A ARGENIS RODRÍGUEZ CON SIMÓN DÍAZ)
Tal vez algún día escriba un relato que lleve como epígrafe las siguientes palabras de Hamsun:
«La última crisis me había maltratado demasiado. Empezaba a caérseme el cabello en gran cantidad, tenía dolores de cabeza que me hacían sufrir mucho, sobre todo durante la mañana y los nervios no se me calmaban».
Recuerdo que a raíz de nuestra separación Nora me dijo que por el sufrimiento se le había caído el cabello y que visitó a un médico que le recomendó Valium. Nora nunca había tomado pastillas, ni había sufrido por nada ni por nadie.
Yo, por mi parte, me dediqué a la bebida, y la imaginación y la memoria comenzaron a fallarme. Y para mí pensaba: Sólo otra mujer podrá salvarme. Y aunque tuve miles de mujeres jamás me recuperé. Se lo hice saber a Nora y tratamos de volver. Pero ya nada era como antes.
Buscaba alivio en las viejas lecturas. En Charles Du Bos.
En Wolfe, en Scott Fitzgerald, en José Eustasio Rivera, en Borges, en Van Wyck Brooks, en Mallea y Strindberg.
Después comprendí que las lecturas me hacían mal. Yo no quería recordar nada. No soportaba el cine. Las reuniones me afectaban. Sólo me sentía bien en una barra de botiquín conversando con el cantinero de cosas intranscendentes y banales. Porque todo era hablar de burdeles, de chismes de pueblos, de clientes, de noticias sangrantes. Y tampoco Knut Hamsun era el mismo que leí adolescente y se me caía de las manos.
***
Escribo este diario para probarme a mí mismo de que aún existo, de que aún puedo hacer algo.
***
La literatura es una desgracia. Compadezco (empezando por mí) a los que le dedicaron toda una vida. Que no es cualquier cosa.
***
Una tarde, por esta hora de las cuatro de la tarde, viviendo con Nora, me bebí una botella de Whisky con agua de coco y perdí el sentido. Recuerdo que a su lado bebía de todo, vino sobre todo y por las noches me sentaba con una copa de brandy allí, a oscuras, en el mueble de la sala.
***
En lo que va de año apenas sí me he leído dos libros interesantes: el Scott Fitzgerald, de André LeVot y La Vorágine, de José Eustasio Rivera.