Después de un año se reencontró con su ex mujer. El divorcio estaba por salir y en todo ese tiempo no se habían visto. A ella le iba muy bien en una oficina de relaciones públicas de las grandes empresas del Estado y él continuaba igual, de redactor en un periódico. Y aunque el hombre ganaba menos que la mujer y su situación era difícil la invitó a comer. Entraron en un bar y pidieron whisky. El hombre habló de sus sufrimientos. Se había caído dos veces y en una oportunidad le extrajeron una uña y tenía un dedo casi paralizado. Fue un año maldito, durmiendo en hoteles de mala muerte, padeciendo de insomnio. «Y hasta una vez estuve preso por escándalo en la vía pública».
– Por beber – dijo la mujer.
– Sí, creo que sí.
La mujer tenía prisa porque debía ir a Palacio a buscar un permiso de porte de armas.
– Has llegado muy alto – dijo el hombre. Y le habló del carro y del chofer que esperaban fuera. Conmigo no hubieras pasado de ser lo que eras: la bella y hermosa dama de un redactor de segunda clase. Y el pobre sueldo…
La mujer sonrió y le agarró las manos.
– Podríamos volver si cambiaras.
– Si cambiara, ¿en qué?
– No eres sociable y te gustan estos sitios. Y señaló la calle, la plaza, los montones de tierra que extraían para una estación del Metro. Te gusta la miseria.
– Uno es como es – dijo el hombre encogiendo las espaldas.
– Y has envejecido prematuramente – continuó la mujer -. Contémplate el cabello. Creo que se te cae y se te ha puesto blanco.
– Pues sí, parezco un tango y mi posición en lugar de subir baja, y tú en cambio andas por las nubes.
– Pero podríamos volver juntos. Si lo quisieras. Yo te amo.
– Yo no creo que cambie – dijo el hombre.
– Haz el intento.
– No puedo.
– ¿Y el apartamento?
– En el mismo sitio, aunque prefiero el hotel. Estoy menos solo.
El hombre, mirando a la mujer a los ojos, sonrió amargamente y pensando en una novela de Thomas Wolfe, se dijo: No puedes volver a casa.
La tranquilidad del restaurante era absoluta. Pidieron dos whiskies más y la carta. El hombre no tenía hambre, en cambio la mujer pidió camarones al ajillo y una ensalada. Al hombre le rondaba la frase de Wolfe y se decía: «No puede volver. Me ha roto el orgullo. Y si cedo jamás haría lo que me propuse. Yo de ésta me repongo, y el dolor, la experiencia y el trabajo harán lo demás. No estoy tan acabado como te lo dice. Te lo dice para disminuirte. Tú no quieres carros, ni choferes, ni casas, ni parafernalias. No eres como ella y por eso nunca nos entendimos».
La mujer continuaba siendo hermosa, reía alegremente y bebía despacito. Después de comer quiso besarlo.
– No, pensó el hombre; me va a dejar peor. Y rehusó la cara de la mujer.
– No puedes volver a casa – exclamó el hombre.
– ¿Cómo dices?
– Nada.
– ¿Nada?
– Nada, no dije nada y en todo caso no te interesa.
La mujer rió.
– No cambiarás – dijo.
– No, creo que no – dijo el hombre -. Y, además, no me interesa.
02/05/1981