Aquí ya nadie escribe cuentos románticos y no me refiero a las tonterías que confunden con el romanticismo. Para mí el romanticismo es superior al positivismo. Románticos fueron los precursores de todas los materialistas y Hegel (padre filosófico de Marx) era romántico y contemporáneo de los más grandes precursores de la poesía, el teatro y la novela representados en las personas de Goethe, Schiller, Hölderlin, Novalis, Kleist, Jean Paul, Hoffman, Schumann, la Brentano. Y esto sino para citar a algunos alemanes, recluyéndome en un círculo que amo y que frecuento todos los días.
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Cuando Inés y yo nos separamos y ella se fue de casa yo no tenía dónde refugiarme. No tenía amigos, estaba peleado con todo el mundo por el asunto de mis libros y en todos los sitios me rechazaban. Si pedía un whisky me veían a la cara, me reconocían y no me servían. Me hacían el vacío y entonces yo me iba por ahí como un perro apaleado y lo mismo me daba dormir en una plaza, en una acera, debajo de un banco o en alguna prefectura. Me encontraba, a mis 44 años, como en mis días de infancia y primera juventud, durmiendo en viejos automóviles, en las arenas del Orinoco o en los bancos del Centro Simón Bolívar. ¿La razón? No quería regresar a aquel apartamento que Inés y Eugenio dejaron en el más completo abandono.
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Hoy hace un año de eso y ya me llegó la sentencia del divorcio.
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Me encamino a la plaza y me acuesto en la grama. Vienen unos policías. Me levantan. Tengo la camisa rota y moretones en el alma; digo en el cuerpo. En el alma no han podido golpearme, pero tengo un brazo roto, me golpearon en el labio de abajo y sangro y tengo una pierna adolorida.
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(¡Y yo pienso en ti, pienso en ti y todo esto es por culpa tuya y tu imagen de cabellos largos y negros está en mi mente y el sabor de tu boca y tu cálido aliento!).