Has llegado a esta edad en que no vales nada ni nadie te necesita y mucho menos quiere. Te echan en cara tu desprendimiento. Podría estar rico y no lo estás, no fue lo que escogiste. Una filosofía perfecta. Muy buena. Pero yo nunca supe cómo hacerme rico. Y encima de toda la miseria que cargas hablan mal de ti por escribir libros o artículos, no te aceptan en ninguna parte y te sacan el cuerpo. Eres un leproso. No es asunto mío porque no me viene en gana defenderme. En vano solicité una colocación, un trabajo fijo, un puesto. Nunca he cobrado o recibido aguinaldos. Para mí no hay oportunidades. Diciembre se nos viene encima y sé que como el año pasado me encontraré solo en un cuarto los días 24 y 31. Lo que era sagrado para mí se ha convertido en terror. No habrá invitaciones como no las hubo nunca, y lo que es fiesta para otros en amarguras se tornarán para mí.
En mente tengo varios suicidios. El de un joven que se roció con gasolina y se prendió fuego, y el que se lanzó por un balcón. El que, desesperado por su soledad, alquiló un cuarto de hotel y se cortó las venas de las muñecas. El que en otro hotel se arrodilló en la habitación y se metió un balazo. El que se quedó dormido para siempre porque se tragó tres frascos de somníferos. El que escribió una última carta y también avaló un veneno y después se sentó en un mueble a esperar la muerte. La mujer que antes de meterse un tiro frente a un Cristo había descrito todos sus desengaños. El hombre que acabó con toda su familia y luego se voló la cabeza. Estos y otros acontecimientos me persiguen en el insomnio. No tengo qué beber, nada que haga dormir y camino en medio del silencio de la noche. Pienso en Marilyn quien a los treinta y seis años muere aferrada a un teléfono. Pienso en todo eso. En la soledad de los hombres. En toda la desgracia humana. En los que han perdido sus últimas esperanzas. En los desilusionados. Pienso en mí, tirado en esta cama del hotel. Comprendo que nada me distrae. Ni el viaje que hice con tal propósito. Pienso que tal vez me encuentre en el estado en que se hallaba Akutagawa cuando escribió Los Engranajes o Las Puertas del Infierno para luego, otra vez la pistola, meterse un tiro. Estas fueron sus últimas frases:
- ¿Qué te ocurre?
- No. Nada.
“Mi mujer levantó la vista y sonriendo con dificultad respondió:
- Como pasar, no ha pasado nada… pero ¿sabes?, me asaltó el presentimiento de que te ibas a matar”.