Entonces a la señora le cortaron una pierna y no sé si se la comieron y entonces los tipos que estaban ahí, de la ETA o nadie sabe… Bueno, nadie se hizo responsable, pero la señora quedó mocha.
Bueno, que entonces se pusieron a comé y a comé y todo el mundo comió y nadie sabia lo que se estaba comiendo, pero yo sí: Se estaban comiendo la pierna de la señora.
– ¿Y estaba bien?
– ¡Que si estaba! ¡Buenísima!
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Aunque yo, ¡vaya! me he comido la pierna que da miedo.
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Si hoy no la veo, y probablemente no la vea, tal vez duerma. Ella es mentirosa y cuando desea aventurarse sola inventa lo de la hermana que la visita o los compromisos sociales que no puede eludir y cuando le reclamo, responde:
– Hoy no es mañana. Mañana veremos.
– Cuando no deseas verme titubeas – le respondo yo -. Ya te conozco.
Según ella no es así, pero es así. Para mí es así.
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Señor, Dios de todos los ejércitos, acompáñame. Oh, Dios, mi Señor, llamado por los otros el Dios o los Dioses. Por esos señores tan empingorotados que te llaman de una u otra manera. Mi Dios, mi Señor, ayúdame en este momento tan peligroso para mi existencia. Y yo he venido a meterme aquí. Sácame de todo este mal y de este horror y este error.
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Querían obligarme a beber a juro y yo estaba hasta aquí de cervezas, vinos, whiskys y brandys. Yo me negaba. Me dolía la cabeza y aún tenía un pedazo de cordero nadando en el estómago.
– ¿Ah, con que no lo complace a uno? Uno en cambio lo acepta todo de usted.
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El río se llevó las casas, los carros y lo que servía y no servía. Los damnificados (hombres mujeres y niños mugrientos) se protegieron bajo el oleoducto.
– Y pensar que toda esta riqueza es nuestra – dijo alguien.
– La gente no; eso no sirve para nada. El oleoducto.
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Hemos sido olvidados.
Hemos sido olvidados.
Hemos sido olvidados.
03/01/1981