(En la gráfica vemos a Argenis Rodríguez con la bella Bárbara Palacios)
El espíritu es una cosa que le interesa bien poco a nuestro país. Yo estoy cansado de nombrar en esta columna a grandes hombres de todas las épocas para ponerlos de ejemplo y evitar que sean olvidados. Eso de nada ha servido. Se me ha pagado con enemistades, se me ha atacado, han inventado calumnias en mi contra. Yo soy un hombre peligroso porque no soy como los demás. Me hice solo. Me eduqué solo y considero que la mayor parte de nuestras luminarias son mediocres y farsantes. Tenemos miles de abogados que serían incapaces de ganarse la comida de una manera sana y honesta. Sin embargo gentes como ellos son las que gobiernan nuestro devenir. Tenemos ingenieros que construyen edificios que se caen y ponen en peligro la vida de toda la colectividad. Tenemos médicos que descuidan las razones por las cuales son médicos y más parecen mafiosos y hombres preocupados por el lucro que por la «humanidad» que dicen representar. Tenemos profesores que creen cumplir dictando algo que se copian y que nunca estudiaron ni profundizaron; y lo que hacen, lo hacen por subsistir mediocremente. Tenemos, por regla general, una clase media que se siente satisfecha cuando alcanza un grado universitario, una colocación en el gobierno o se compra una quinta y un carro. Para lograr esto no se necesita imaginación ni cultura sino arribismo, bajeza y ese espíritu bajo de la emulación que dice: «aquél tiene eso y yo lo alcanzaré teniendo lo mismo».
El hombre, según sé yo, es más grande que el hombre que veo a mi alrededor allá en mi país. El hombre tiene sensibilidades que deben ser educadas, cultivadas y enriquecidas por el estudio constante y el ejercicio permanente. La sensibilidad se enriquece a través de las artes y bien sé yo que en Venezuela las artes están en el último escalón de nuestra evolución como humanos. En Venezuela casi nadie lee, casi nadie asiste a conciertos, casi nadie va a museos, casi nadie ve buen cine o buen teatro. Los mismos guías de arte en Venezuela no son artistas y más bien hacen todo lo posible por frenar todas esas manifestaciones.
Un hombre como Reverón murió en la miseria. Nuestra música carece de asistencia y los pocos que alguna vez figuraron hoy por hoy lo que buscan es una colocación burocrática. Los escritores están pendientes del premio y luego de la colocación. Nuestros escritores viven de un librito publicado no se sabe cuándo. Nuestros políticos hacen la carrera de fiesta en fiesta y de botiquín en botiquín. Nuestros premios literarios se consiguen en las barras de los bares de Sabana Grande. Hay muchos premiados en Venezuela pero ninguna obra conocida. Y cuando salta un hombre como yo entonces es considerado como peligroso, como indeseable y se le inventa una historia. Todo el mundo sabe en mi país que soy un escritor dedicado única y exclusivamente a escribir y que ha publicado, con grandes esfuerzos, once libros. He logrado alcanzar la altura de un Gallegos, de un Pocaterra, de un Mariano Picón Salas y de algunas lumbreras más. Pero cuando se me quiso dar una ubicación para que canalizara todas «mis inquietudes» no hubo para mí más que el puesto del bedel o del portero. Treinta y nueve años de lucha por lograr que la literatura, que el pensamiento, que la imaginación y la poesía no mueran en un medio como el nuestro, lo mandan a uno al exilio, al olvido y a la degradación humana. Buscar la grandeza de Bello, de Simón Rodríguez, de Bolívar, de Ramos Sucre, de Reverón, de Tosta García y de los verdaderos creadores de nuestro espíritu y de nuestra nacionalidad es una estupidez y una pérdida de tiempo sin nombre. Nuestra verdadera grandeza, según y como se entiende ahora, es jugar al cinco y seis, ganarse un billete de loa lotería, conseguir que salgas electo diputado o concejal o que te hagan ministro para que te agasajen o des tú un open house. Por todo esto no tiene nada de extraño que nuestro país sea robado por el extranjero o sirva de festín de tantos truhanes, de tantos piratas y de tantos hampones.
CARACAS: SÁBADO 10 DE ENERO DE 1976
EL NACIONAL, Cuerpo C