JOSÉ SANT ROZ
Previo al 18 de octubre de 1945, un mar de chismes, rumores, insidias e inventos trasmitía por aquellos días la oposición a Medina Angarita a la embajada norteamericana, trama bárbara que luego se transmitía a Nelson Rockefeller (con influencia en el Departamento de Estado), íntimo amigo de Betancourt. Era tal esta situación, que nos refiere el historiador Carlos Chalbaud Zerpa, que no fue Pérez Jiménez quien buscó para el golpe la ayuda de AD, sino que la condición sine qua non que impuso el Departamento de Estado para poder reconocer al gobierno de facto que surgiera, era que los golpistas debían contar con un partido de oposición fuerte. Es decir, que ya AD había realizado un trabajo impresionante con Valmore Rodríguez a la cabeza, para convertirse en la niña preferida de Washington para coronar su meta.
No olvidemos que Nelson Rockefeller fue uno de los grandes propulsores de la CIA. Después que se produjera el derrocamiento del presidente Isaías Medina Angarita, Rockefeller recibirá como regalo una lujosa finca en el estado Carabobo. Hay quienes sostienen que esta finca fue un obsequio de aquel primer gobierno adeco por su contribución al golpe de Estado del 18 de octubre del 45. Rockefeller «nunca fue, es, ni será sectario», y así como fue amigo del dirigente supremo de AD, lo será también del señor Marcos Pérez Jiménez cuando éste sea presidente. Llama sobremanera la atención cómo Betancourt llegó a aliarse con tanta fuerza con un Nelson Rockefeller, cuando hacía pocos años lo había atacado con furia. En una ocasión al terminar un artículo sarcástico sobre él (con quien después colaboraría en proyectos agrícolas y pesqueros) sostenía que los Rockefeller eran «explotadores de nuestro país con toda su hipocresía máxima».
El Nelson petrolero, implementó para la política exterior una enorme burocracia, cuyo único fin era el control de la cultura y la educación en América Latina. Organizó conciertos, exposiciones de pintura, programas de estudios políticos, proyectos de intercambio cultural y educativo.
El 16 de agosto de 1940, mister Rocke (como le llamaban sus grandes amigos adecos), había sido nombrado director de la Oficina para la Coordinación de las Relaciones Culturales y Comerciales entre las repúblicas americanas, con un mandato de hacer efectivo el uso de los medios gubernamentales y privados en materias tales como las artes y las ciencias, la educación y los viajes, en radio, prensa y cine, para promover la defensa nacional y fortalecer los lazos entre las naciones del hemisferio occidental. Más tarde, la Oficina de Información de la Guerra (OWI), continuó actividades de la misma naturaleza, pero a una escala global. Al final de la guerra las funciones de la OWI en el exterior, fueron trasladadas al Departamento de Estado, quien acabó creando una Oficina de Información Internacional y de Asuntos Culturales. Este era el comienzo de un sistema de expansión, conformado por agencias para propaganda e información en tiempo de paz, que culminaron en las operaciones mundiales permanentes de la Agencia de Información de los Estados Unidos (USIA) y la Voz de América.
En la década de los cincuenta, cuando Betancourt establezca su residencia en Estados Unidos, comenzará nuevamente a recibir apoyo del sistema de mecenazgo que había implantado en el mundo la Fundación Rockefeller. Así, obtuvo pasajes para contactar a sus amigos José Figueres y Luis Muñoz Marín, permanencia en buenos hoteles, almuerzos con líderes socialistas y ayudas «para paliar la mala situación que siempre padece un exiliado». También se agitaba toda una diplomacia cultural subvencionada por la Fundación Ford, hermana mayor de la Fundación Rockefeller. Esta futura sucursal de la CIA seleccionaba notables políticos latinoamericanos para iniciar un vasto programa de intercambio cultural, que incluyera la publicación de trabajos de pensadores que en el combate dialéctico fuesen capaces de derrotar a los intelectuales de izquierda.
En abril de 1945, Corrigan invita a Betancourt a una reunión para tratar el preocupante tema de la sucesión de Medina, y en mayo la embajada le planifica al jefe adeco una visita a Estados Unidos para que le acompañe Raúl Leoni; irán para sostener un acuerdo con Diógenes
Escalante, como ya mencionáramos. El 3 de julio parten para Washington. En principio, el plan es hacer del señor Escalante una especie de superblandengue Kerenski. Diógenes Escalante carecía de apoyo en las Fuerzas Armadas, y era un total desconocido para el pueblo venezolano.
Betancourt le plantea a Escalante que ellos (los adecos) no tienen aspiraciones burocráticas, que sólo les mueve el amor a la patria, la estabilidad de la nación y que se olvide pues de pensar en ministerios para su partido. El pobre Diógenes, sonriente, le replica: ¡Es decir, que ustedes se situarán en un burladero a ver cómo se desempeña el torero en el ruedo!
Luego de esta entrevista con Escalante, este par de líderes adecos le hacen «una visita de cortesía» al Departamento de Estado, para ponerles al tanto de cuanto han decidido con un grupo numeroso de oficiales a la cabeza de Marcos Pérez Jiménez. Téngase en cuenta también que Pérez Jiménez estuvo en Washington, en 1945, en misión militar, buscando armamento; pasó igualmente unos días en el Pentágono y, cuando regresó al país, dijo que había sido un real éxito su gestión.
En el Departamento de Estado, los dos futuros presidentes de Venezuela, se entrevistaron con Bainbridge C. Davis, de la División de los Asuntos de las Costas Norte y Occidental y con Allan Dawson (quien ya había sido designado consejero de la embajada estadounidense en Caracas). Cuando Betancourt regrese a Venezuela, se mostrará muy orgulloso y satisfecho, tanto de la reunión con el Departamento de Estado como de la importancia que le dieron los funcionarios Davis y Dawson, a la actividad democrática del partido AD. Como consecuencia de esta entrevista nació una relación muy estrecha y fluida entre míster Nelson y Rómulo, tanto como la que éste tenía con Corrigan. En un memorándum confidencial (831.00/7-645) que le dirige Davis a Rockefeller, el 6 de julio de 1945, le dice: «en su opinión sería inadecuado hacer un agasajo oficial a un líder activo del partido de oposición, pero creemos que usted podría extenderle una invitación informal de manera personal».
Para la historiadora Nora Bustamante, el Departamento de Estado estaba abriendo los caminos políticos a los enemigos de Medina, con quien antes no simpatizaban. Dice doña Nora que le favorecía a las líneas de Washington el anticomunismo radical de Rómulo y su histérica fobia contra el PCV. No había —añade Nora— prácticamente un solo despacho de los centenares que envió Corrigan al Departamento de Estado, durante el mandato de Medina, en el que no se hiciera mención de la permisiva actitud del gobierno ante las actividades comunistas.
En el Despacho Nº 7.572, del 3 de agosto, Corrigan escribe al Departamento de Estado para comentar unas declaraciones del líder máximo de AD al diario El País, de ese mismo día: «En ésta, el señor Betancourt niega que el viaje suyo y de Leoni haya sido financiado por el gobierno, así como su objeto hubiera sido convencer al doctor Escalante de que aceptara la candidatura… Tampoco han pedido la intervención de Estados Unidos en la campaña política de 1946».
Resulta ridícula esta última aseveración cuando, como veremos, Corrigan estaba ya de lleno, metido en la campaña para dañar la imagen de cualquiera fuese el candidato propuesto por Medina, y en esto trabajaría hombro con hombro, de acuerdo a las circunstancias, ya
fuese con López Contreras o con Betancourt.
Cabe preguntarse, ¿les pagó Corrigan el viaje? ¿Fueron realmente a solicitar acreditación en el norte para su partido como una organización furibundamente anticomunista, como también, en función de ello, buscar el visto bueno de Washington para proceder a dar el golpe cívico-militar que ya estaba en marcha?
Añádase a todo esto, que en vísperas del golpe, Carlos Delgado Chalbaud había tenido conversaciones radiotelefónicas en inglés con el presidente Truman por intermedio del embajador Frank Corrigan, quien de paso era un borrachito, y que entonces Carlos Delgado
consideraba que el dirigente supremo de AD era el alma de la revolución (¡Betancourt nos trajo el pueblo! ¡Nos trajo el pueblo!).
Existe incluso todavía la duda de si López Contreras, gran amigo de Corrigan, también tuvo su parte en este tinglado, tomando en cuenta que él sí era furibundo anticomunista, y estaba alarmado por la dirección izquierdista que tomaba el régimen de Medina. Por otra parte, es necesario recordar que en la reforma constitucional de 1945, el gobierno aceptó que se eliminara el inciso sexto del artículo 32 de la Carta Magna, que prohibía la existencia de cualquier organización que tuviera algo que ver con los comunistas.
Quizá, por ser visto don Eleazar como uno de los últimos mastodontes del gomecismo no se le incluyó, pero actuó tras bastidores. Si algo debe quedar claro, es que a Medina no se le podía echar en cara que tuviese una mentalidad gomecista y, por tanto, eran vagos los argumentos adecos que sustentaban su expulsión del poder por esta razón. Gómez no lo consideró como oficial de toda su confianza y en una ocasión, por un discurso en su presencia, estuvo a punto de ser confinado en una mazmorra. Además, hizo toda una serie de adelantos en el proceso de modernización de la administración pública que alarmó a la burguesía y al poder imperial, entre ellos las reformas en el Poder Judicial, en las aduanas, la poderosa ley de reforma agraria, en hidrocarburos, en las propias Fuerzas Armadas.
Tan cierto era que Rómulo se había convertido en el niño mimado del Departamento de Estado, que el 30 de octubre, a sólo 12 días de haber sido derrocado Medina, aparece en El Heraldo una información que fue trasmitida desde Washington: «Los intereses norteamericanos creen que el régimen de Betancourt es más democrático que el antiguo régimen de Medina, y aseguran que no habrá dificultades serias entre Estados Unidos y Venezuela acerca de la producción petrolera ni la propiedad de las explotaciones petroleras en Venezuela». Pero ya antes, el 29, el señor James Byrnes, secretario del Departamento de Estado, anuncia desde Washington «que el gobierno de Estados Unidos había extendido su pleno reconocimiento al gobierno de Venezuela».
Kotepa Delgado decía, que estaba fuera de toda duda lo de la participación yanqui en el derrocamiento de Medina. Que los personajes, jefes adictos a esta revolución, estaban todos apoyados por la Standard Oil. En 1949, mister Arthur Proudfit, gerente de la Creole, durante el tiempo en que gobernaron los adecos, declaró a la revista Fortune de Estados Unidos (reproducida luego por Selecciones del Reader’s Digest) lo siguiente: «Nunca un gobierno y una compañía petrolera trabajaron más de acuerdo que la Creole y el Partido Acción Democrática en Venezuela. Todas las medidas tomadas por dicho gobierno, inclusive en materia petrolera fueron sugeridas por nuestro peritos».
De modo que, con toda razón sostuvo Kotepa Delgado que la participación de Venezuela en la OPEP fue sugerida por «nuestros peritos», lo cual no tiene nada de raro porque el jefe de la rama petrolera, Juan Pablo Pérez Alfonzo, fue acusado de haberse opuesto a toda idea de nacionalización así como al refinamiento del petróleo en el país.
Refiere Harrison Sabin Howard: “El otro gran poder con el que había pactado el partido era la metrópolis, los Estados Unidos, cuyos intereses estaban encarnados sobre todo en los monopolios petroleros”. No sólo aceptó fundamentalmente la Junta Revolucionaria la reforma de 1934 sino que tampoco hizo ningún esfuerzo para anular ninguna de las amplias concesiones que el partido había denunciado tanto. Llegaron a una solución de tipo aprista. La Junta, a fines de 1945, exigió contribuciones a los monopolios para intentar asegurar para el Estado, el cincuenta por ciento de los beneficios del petróleo. El gobierno apoyó a los sindicatos de trabajadores, los reconoció, y ellos realizaron aumentos sustanciales en salarios y otros beneficios a expensas de los monopolios petroleros.
Mientras tanto, el doctor Pérez Alfonzo, tranquilizaba rápidamente a los inquietos monopolistas, asegurándoles que sus intereses no iban a sufrir menoscabo en absoluto: «La experiencia de México nos ha enseñado algo, y una de las lecciones que hemos aprendido es que las compañías petroleras saben explotar el petróleo mejor que ninguna entidad oficial».
En Venezuela fue costumbre (hasta enero de 1999), que cuando arribaba al país un magnate gringo, los presidentes se esmeraban en atenderle en el acto, como si se tratase de supremos mayordomos, como si por ellos Venezuela existiese y tuviese el derecho a ser considerada nación. Así sucedía, por ejemplo, con Nelson Rockefeller.
Pues bien, en 1945, se presentó en Miraflores mister Henry Linam, para tratar con el presidente el álgido problema de los impuestos petroleros. Ese día la agenda del presidente Medina estaba copada, de modo que Linam no podía ser atendido al instante como él exigía,
entonces molesto y ofendido le dice al decano de guardia: «Por favor, dígale que regreso a mi oficina donde me esperan asuntos urgentes por resolver, y que volveré cuando esté menos atareado». En cuanto al presidente se le notifica la manera grosera como ha respondido, da la orden para que se expida un oficio redactado en los siguientes términos: «El señor presidente de la República le hace saber lo valioso de su tiempo, pero también que si no puede esperar, tiene 48 horas para abandonar el país».
Linam fue expulsado de Venezuela por irrespeto al presidente de la República. Betancourt, percibió en esta respuesta un tono que le alarmaba. Cualquiera en su lugar hubiera expresado un acto de solidaridad con Medina, pero no lo hizo ningún político importante de aquel momento. Lo que a Rómulo le preocupaba era que esta posición nacionalista fuese a convertirse en una gran bandera de lucha suramericana. Este temor lo llevó él hasta los centros financieros internacionales, que inmediatamente desplazaron comisiones a Venezuela para que se tomasen los correctivos necesarios. No sabemos hasta qué punto estas reacciones de Medina podían haber sido inspiradas por la influencia de algunos comunistas que apoyaban a su gobierno, pero lo dudamos; hay que recordar que los periodistas Miguel Otero Silva, Pedro Beroes y Gabriel Bracho Montiel (dueños de El Nacional, Últimas Noticias y El Morrocoy Azul, respectivamente) eran todos comunistas blandos y sin profundidad ideológica como para emprender tan arriesgados cambios. Incluso, los comunistas de aquella época, no veían con buenos ojos que se fuese a nacionalizar nuestro petróleo.
Por otra parte, Venezuela tardíamente vino a romper relaciones con los gobiernos de Hitler, Mussolini y del emperador Hirohito. Refiere el dirigente y diplomático de AD, Edilberto Moreno (secretario privado de Betancourt), que para los seguidores de AD, no había la menor duda que el gobierno de Medina simpatizaba con el eje fascista, al igual que el régimen de Perón, y que contra esa posición comenzaron a unirse la mayoría de los estudiantes universitarios de entonces.
Todo esto produce cierta desconfianza en Washington, y el Departamento de Estado decide incrementar su participación en el golpe. En consecuencia, deducimos que desde entonces Betancourt estaba, como insistimos, junto con José (Pepe) Figueres, Luis Muñoz Marín y otros seudodemócratas latinoamericanos, fuertemente atado a los intereses de los norteamericanos en cuestiones políticas y económicas; trabajaba José Figueres junto con Norman Thomas, en Costa Rica, dirigían un instituto dedicado a impulsar proyectos del Departamento de Estado263 en América Latina, entre ellos, un semillero de líderes políticos democráticos en un reducto de agitadores de derecha llamado Instituto de Educación Política. El financiamiento provenía del gobierno norteamericano, canalizado por medio de Kaplan Fund. El presidente y tesorero de la Kaplan Fund trabajó para Allen Dulles en 1956. Norman Thomas fungía como un veterano socialista, y fue presidente del Comité Americano por la Libertad Cultural, otra tapadera de la CIA.