JOSÉ SANT ROZ
En 1940, cuando Rómulo Betancourt regresa a Venezuela luego de un corto periplo por Chile y Argentina recibiendo honores y dando conferencias, regresa a Venezuela, se encuentra con el traspaso de gobierno a Isaías Medina Angarita. Ya Betancourt se siente curado para dar pasos cada vez más atrevidos en la aventura política. Se está internando en un terreno minado de peligrosas amenazas, de momento le parece que nadie mejor que Medina Angarita para el papel del Kerenski. Su odio anticomunista comienza a tomar cuerpo. Reitera de manera airada su condena al comunismo como sistema político. En declaraciones al diario Ahora, con su peculiar estilo dice: «Rechazo al Partido Comunista con toda la fuerza de mi venezolanismo intransigente, porque su dependencia de Moscú lo convierte en una simple dependencia del Estado Soviético». Le pide a la prensa cuando da declaraciones sobre este tema, que por favor lo resalten con titulares y con letras mayúsculas, y así lo publica Ahora: RÓMULO BETANCOURT NO ES COMUNISTA, NO ES MIEMBRO DEL PARTIDO COMUNISTA Y NO HA MILITADO NUNCA EN SUS FILAS.
Este odio se le iba a intensificar a raíz de un discurso de Medina Angarita en el que ataca a las petroleras. Cuando el presidente pronuncia este discurso está apoyado por la plana mayor de los marxistas de entonces. «Fue algo que alarmó y despertó mucho miedo […] Y estas circunstancias las aprovechan las compañías para volcarse a favor de la oposición a Medina. Surgen entonces las proposiciones de Betancourt, pidiendo a las petroleras dinero para propaganda y otras cosas. Pide Betancourt también que fueran eliminados los comunistas de los campos petroleros y que fuesen sustituidos por los militantes de Acción Democrática».
Los comunistas acusaban a Betancourt de guerrerista porque era obvio su apoyo a la posición del presidente Roosevelt contra el eje. El Partido Comunista alertaba que lo que perseguía Estados Unidos con Venezuela era subyugarla, y «Rómulo Betancourt trata de engañar a las masas para que acudan al matadero que prepara Mr. Roosevelt».
Rómulo se enorgullecía de su posición: «Y la mayoría de la población vibraba de júbilo y esperanza al escuchar la voz admonitiva de Franklin Delano Roosevelt… Su prédica encendida llevaba esperanza a los pueblos oprimidos y golpeaba ásperamente en los oídos de autócratas y oligarcas de Hispanoamérica». Betancourt sin cortapisa de ningún tipo proponía que nuestro petróleo debía fluir sin interrupción hacia los depósitos de las naciones combatientes contra el eje nazi-fascista. Los comunistas se daban cuenta de que los imperialistas con el tema de la guerra estaban haciendo un gran negocio y, en nombre de la libertad, se estaban llevando el petróleo, pagando mucho menos que hacía cuatro años. Antes estaban pagando 34 centavos de dólar por el barril y ahora menos de 10 centavos.
Diego Cisneros cuenta que estableció contacto con Rómulo Betancourt a partir de 1937. Refiere don Diego que ya Betancourt era un líder apreciado por los empresarios: «Viendo retrospectivamente me doy cuenta de que, efectivamente, mi vocación en la vida se orientó hacia los negocios y las empresas; ahora bien, en esta instancia serví como soldado en el movimiento inspirado por Rómulo Betancourt y otros grandes líderes de nuestra patria, un movimiento que realmente
fue obra de titanes, cárceles y sacrificios150».
Betancourt se mueve cauteloso, hace también amistad con el doctor Pedro Tinoco, abogado de la Standard Oil, que ya ha establecido estrechos vínculos con don Diego Cisneros. Para constituir un partido político, según el moderno esquema liberal, se hacía imprescindible adoctrinar a un grupo económico fuerte y reclutar militantes de la clase pudiente; mañana esa clase sería el soporte capitalista de una floreciente y robusta democracia.
No se puede negar que Betancourt conocía muy bien el problema económico que estábamos viviendo y, en cuanto al concepto moderno de hacer política, era quien mejor manejaba el asunto de la información. Sabía leer ya entre líneas y podía desnudar con acuciosidad una nota periodística por la mera forma como trataban de presentarla. Cada conferencia suya va respaldada por un poderoso acopio de datos y estadísticas, cuidadosamente sustentada por periódicos gringos y europeos. Lamentablemente no sabía (o no quería entender), que cualquiera fuese quien nos gobernara, no podía hacer lo que él estaba pensando para hacer cambiar la política monoproductora del país. En todo caso sus advertencias eran sólidas y progresistas: Chile es un país de apreciable desarrollo industrial, que cada día tiende a consumir menos mercancía extranjera y a saturar el mercado nacional con su propia producción manufacturada. Además, tiene una agricultura y una minería aptas para producir numerosos artículos colocables en otros mercados, lo cual le ha permitido compensar en buena parte la disminución de la venta de otros. En cambio, Venezuela es una nación que fuera del petróleo, no produce casi nada. El magno problema nacional, anterior a cualquier otro, es el de aumentar, intensificar, diversificar nuestra producción […] La monstruosa deformación de nuestra economía se expresa en el hecho de que en el mismo año a que vengo aludiendo (de 1940 a 1941) se alcanzó una cifra-récord en la exportación petrolera: 30 millones de toneladas métricas; y una cifra- mínima en la exportación de café: 27 millones de kilogramos, el más bajo en los últimos 60 años […] con el agravante de que el café, el cacao, el balatá, etc., en franco proceso de decadencia, no han sido sustituidos por otros artículos agrícolas o pecuarios colocables en los mercados del exterior […] y ha habido una prosperidad artificial que no ha llegado hasta las capas más humildes […]”.
Su estrategia se centró en procurar imponerse en el PDN e identificar este partido con sus proyectos políticos, cuyo fin inmediato sería lanzar la candidatura de Rómulo Gallegos. El insigne escritor aparecía como una especie de comodín de sus ambiciones. Es un misterio todavía por debelarse si realmente López Contreras tuvo aversión hacía él y le persiguió con saña como cuentan ciertos historiadores, porque el flaco de las más altas charreteras le estaba tanteando para acercársele y hacerle conocer sus planes e ideas anticomunistas, e incluso los nuevos acuerdos sobre el asunto petrolero, el más candente.
Betancourt seguía moviéndose cauteloso: ya para 1941, el Departamento de Estado había seguido paso a paso toda su actividad revolucionaria en Centro América y el Caribe. Ciertos magnates de la Standard Oil habían tenido varias entrevistas con él; informaciones contradictorias procesadas por la policía secreta de López Contreras y comparadas con las que conservaba la embajada americana no eran coincidentes, porque nuestra policía era pésima, pero el Departamento de Estado había decidido mantener relación aparte con Betancourt y no informar de esto en absoluto al gobierno venezolano.
El odio que le irá tomando Betancourt a Isaías Medina Angarita no va a ser en modo alguno de tipo doctrinario o filosófico, sino por celos, porque el Grupo Shell-Gulf resultó ser el más consultado en el tema de la reforma petrolera. Además, será una reforma que el presidente hará de cara al pueblo, estilo que molestaba a Betancourt, quien conceptuaba en sus artículos, que cambios tan significativos no debían hacerse de manera pública. Eran mensajes cifrados los que enviaba al Departamento de Estado, cuando en esas opiniones sugería que las empresas extranjeras debían tomar previsiones ante posibles torpezas de las nuevas leyes petroleras. Una caída en la producción, en plena guerra, se conceptuaba fatal para los aliados, y en nombre de la lucha contra el fascismo (la consigna preferida de Betancourt), la Standard Oil procedió a abrir otro frente, donándole una moderna rotativa al diario de la derecha, La Esfera. Ahora sí iba a saber Medina lo que era meterse con los dueños del mundo. Se echaría a correr toda una campaña de odio, de intrigas y vilezas espantosas que iban, desde que el presidente evacuaba en bacinillas de oro, hasta lo relativo a su «monstruoso pecado», al haberse casado con una mujer divorciada. La Iglesia se hizo eco de estas bajezas y hubo obispos que deploraron de manera pública el matrimonio de Medina con la señora Irma Felizola.
Particularmente, monseñor Humberto Alí Quintero, le aseguró que esa unión marcaría la desgracia de su vida política. Cada día se destaparía algún nuevo invento de corrupción administrativa, de los sueldos miserables de la oficialidad de nuestras Fuerzas Armadas y de los negocios ocultos de los amigos del presidente.
Es decir, que iba a recibir metralla por parte de la izquierda representada por Betancourt como por la derecha, encabezada por Ramón David León. En esta época, la consigna preferida de Rómulo era: ¡Rompamos! Acabó imponiéndose la tesis betancurista de lanzar la candidatura de Gallegos. El 31 de marzo de 1941, en un elocuente manifiesto (firmado por Betancourt, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios, Valmore Rodríguez, Inocente Palacios, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Carlos D’Ascoli, Luis Lander, Leonardo Ruiz Pineda, Pedro Bernardo Pérez Salinas, Alberto Carnevali y Augusto Malavé Villalba), se sostenía: El sistema electoral venezolano es antidemocrático y falsea la verdad esencial de una república moderna: la verdad del voto. Mientras en Venezuela no exista el sufragio universal directo y secreto para escoger a los delegados de la voluntad popular, ésta será escarnecida y burlada […].
Encontraría pues, Betancourt, el pretexto mediante el cual mantendría en jaque al gobierno, y sobre la marcha hacer contacto con los militares, porque téngase en cuenta que nuestras Fuerzas Armadas, jamás habían sido deliberantes. En realidad, nuestras Fuerzas Armadas a partir de 1830, serían convertidas en un ejército de ocupación, en un pelotón armado al servicio de intereses particulares y del crimen. Cosa que llegará a admitir el futuro jefe de la Seguridad Nacional, Pedro
Estrada.
Medina Angarita obtuvo un amplio respaldo popular, pero como hombre bueno y sensible, la actividad de zapa de Betancourt para desprestigiarlo y hacerlo aparecer como antidemócrata, le afectó profundamente. Sentíase culpable por no haber ganado como le exigían los adecos, mediante el sufragio universal.
A Gallegos le estremeció la derrota: comía mal, sufría de frecuentes jaquecas y dormía poco. Gallegos le temía horriblemente a las burlas; en verdad no tenía fibra de político. Betancourt se reía en su fuero interno, viéndole temblar de impaciencia o de indignación. Betancourt sí sabía esperar, y había algo en él, trabajaba tenazmente por conseguir lo que quería: gobernar a como diese lugar a este país, aunque tuviera que vender su alma al diablo.
El novelista le decía a los conmilitones que le visitaban, pasando la resaca de la derrota: «Otro militar en el poder. ¿Hasta cuándo tendremos presidentes militares? Aquí no hay civismo, ni amor a la democracia ni derechos humanos. Ese es un hombre con un carácter enteramente militar, forrado a la antigua, que lleva en el corazón y en el comportamiento todo lo que sufrimos bajo el antiguo régimen». En todo caso, aquellos políticos de partido que se reunían a echar pestes contra Medina, no veían otra manera de salir del gomecismo que entrando en contacto con la nueva generación de oficiales.
Gallegos y toda su gente pronto iban a sufrir una gran decepción, Medina no era el hombre que ellos se imaginaban, de modo que en pocos meses les quitó todas las banderas con las que pensaban destruirlo: «El militar se convierte en civilista a ultranza; en el instructor de la Escuela Militar, en un defensor de las libertades cívicas como nunca se había visto en la historia política de Venezuela; sin presos políticos ni desterrados y con absoluta libertad para la actuación de los partidos políticos, incluso el comunista que, prohibido por la Constitución, actuaba bajo otro nombre; internacionalmente Venezuela se coloca al lado de las democracias contra las fuerzas nazifascistas […] ¿No eran estas las principales metas políticas del programa de Rómulo Gallegos?»
Entretanto el PDN languidecía. A don Rómulo Gallegos lo llevaban y traían por los estados del país, preparándolo para la próxima contienda. No lo dejaban escribir ni pensar. Se le estaba secando el cerebro, y nada claro se percibía en lo relativo a la política internacional que siempre había dependido de Washington. Betancourt esperaba órdenes del Pentágono para actuar. De momento se le había dicho que la alianza de Roosevelt con Stalin exigía trabajar al lado de los comunistas.
Luego de una dictadura tan férrea, era natural que se produjese una especie de enfermizo cataclismo verbal e intelectual, ditirámbico, nada creativo. Esto, que parecía un desorden callejero de voces sin concierto, no obstante en un país tan atrasado, sirvió para echar las bases del movimiento acciondemocratista. Todos aquellos esperpénticos próceres que daban gritos contra lo que fuese, y que nunca habían hecho nada contra Gómez (porque además de ignorantes eran cobardes), —cuando los protoadecos hablaban de las monstruosidades de Nereo Pacheco en La Rotunda, contra los fariseos del destierro, contra las bandas imperialistas y las paniagudas infecundidades de la razón retrógrada de los cachacos o andinos—, se pegaban como moscas a estos vociferadores de circo y amenazaban con quemar al país y al mundo si Pedro Estrada nos recuerda que Roosevelt dio la orden a los países latinoamericanos para que se tomaran en cuenta a los comunistas en las gestiones de gobierno. Fue una orden. Por eso no se impuso el método de represión utilizado por López Contreras.
El gobierno de Medina tenía conformado un equipo ministerial que le salía al paso a quienes difundían que su gobierno era, en el lenguaje adeco-reformista, retardatario e intransigente. Su equipo está conformado por Luis Gerónimo Pietri como gobernador de Caracas; don Tulio Chiossone, en el Ministerio de Relaciones Interiores; Caracciolo Parra Pérez, en la Cancillería; Rafael Vegas, en el Ministerio de Educación; Arturo Uslar Pietri en la Secretaría de la Presidencia; Alejandro Fuenmayor, en el Ministerio de Educación, y el doctor Félix Lairet en Sanidad.
Para entonces, estaban echadas las columnas de acero del nuevo partido Acción Democrática, que entre sus fundadores, y por razones estratégicas no contará con la presencia de Rómulo Betancourt (siempre tras bastidores). Este movimiento fue inmediatamente legalizado por el presidente Medina. El nombre fue escogido por Gallegos y en el acta fundacional no aparecen sus máximos jefes, Betancourt, Leoni ni Gonzalo Barrios. Entre los primeros miembros integrantes (y más importantes) se cuentan Andrés Eloy Blanco, simpático y fino humorista y, claro, Gallegos. El ex director del Liceo Caracas pasó a ocupar la posición más distinguida dentro de la organización.
Con estos dos meritorios escritores entraba al ruedo político Acción Democrática. Este comenzó a funcionar sobre una base golpista, como fue concebido el partido santanderista, luego del fracaso de la Convención de Ocaña. La gente que lo conformaba fue invitada a conspirar y a tener relaciones con altos oficiales del ejército. Lleva la estructura leninista de la verticalidad en los cuadros, de férrea disciplina jerárquica, como iremos viendo, hasta el extremo que el propio Gallegos llega a convertirse casi en un policía de sus propios compañeros. Toda esta estructura se le debe a Betancourt, quien era un asiduo lector de Lenin, y la construye, siguiendo los pasos de la sección de aquel famoso libro ¿Qué hacer?, llamada La organización de los conjurados.
Betancourt comandaría Acción Democrática con una concepción moderna y revolucionaria de la lucha social, pero (para diferenciarse totalmente de los comunistas) con las raíces hundidas en la tierra americana y nutrida con sus esencias vitales. En las primeras reuniones, Betancourt enfatizaba la lucha en dos frentes, contra: 1) los personeros del caudillismo criollo (remanentes de la Colonia, quienes ejercían el gobierno, en alianza evidente con el capitalismo extranjero) y 2)la sedicente extrema izquierda sovietizante.
Difundía Rómulo por todos los medios posibles su tesis con la que argumentaba que en un país semicolonial, desde el punto de vista de su economía (con su desarrollo autónomo entrabado por el capital financiero foráneo, sin un vigoroso desarrollo de industrias nacionales y con un proletariado débil numérica y organizativamente), la conducción del pueblo a la lucha por la democracia política y la liberación nacional no podía cumplirse, eficazmente, con un partido de restrictiva composición obrera y de ortodoxa filiación marxista.
Igualmente rechazaba la fórmula comunista de la «gimnasia revolucionaria», del enguerrillamiento permanente en las relaciones obrero-patronales y de la exacerbación artificial de la lucha de clases, por considerar que: …esas tácticas aventureras y desorbitadas, sin beneficiar a los trabajadores, restaban aliados al frente democrático nacional e inferían quebranto a la endeble industria criolla. Reuníamos, por último, cuanto significara subordinación de los específicos intereses venezolanos a los de una potencia extranjera, y admitiendo la obvia realidad de nuestra vinculación económica y de coincidencia geopolítica con los Estados Unidos, rechazábamos con energía la tesis colonialista que confunde cooperación con dependencia.
Betancourt se cuidó de no aparecer firmando el acta constitutiva de AD, así como siempre se cuidó durante su exilio de firmar con su nombre ningún artículo contra Gómez. Él luego dice que le dolió: «No asistí al bautizo del hijo engendrado con dolor y criado con zozobras y sacrificios y ello es una contribución más de mi amor a Venezuela y al propósito de crear un instrumento legal de lucha para las clases populares». Como especie de vicepresidentes de partido aparecen Luis Mosquera Soublette y Andrés Eloy Blanco; quedan como integrantes de la Dirección: Juan Pablo Pérez Alfonzo, Ricardo Montilla, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Luis Lander, Julio Ramos y Antonio Briceño.

















