Por Alberto Salazar
La civilización occidental presume que desde la antigua Grecia la ciencia ha venido demoliendo al pensamiento mítico. Y es que una base firme del mundo académico es sostenerse en la diferencia que hay entre un humano intelectual y otro primitivo. Esta separación radica en que el primero se conduce a través de pensamientos verdaderos y lógicos, no fantasías ni creencias falsas, lo cual le hace acertar más en sus propósitos y metas. Entonces, la academia aborrece los mitos y lucha perennemente contra aquellas suposiciones que se disfrazan de verdad para engañar. Hay algunos que afirman también que desde esa Grecia, cuna de ilustres filósofos y pensadores, se hicieron notables los sofistas como aquel grupo estudiosos que disfrutaban de la retórica y del convencimiento con argumentos, hasta un nivel donde podían presentar ideas erróneas a través de entuertos lógicos y construcciones del lenguaje, con una altura intelectual que pocos podían notar las premisas o los giros discursivos equivocados. En nuestra modernidad un sofisma es equivalente a una falacia, un disparate y creer en ellos aproxima al sujeto a un nivel cercano de creer en mitos. De manera que los mitos conforman la antítesis de la academia y únicamente una falsa academia puede sostenerse en ellos.
Por otra parte, dos escandalosos eventos, la estrepitosa caída del techo de una caminería en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y la revelación pública de unas primas salariales, originadas en modo confidencial, que las autoridades de esa institución en conjunto con la Universidad de Carabobo (UC), se habían otorgado a espaldas de sus propias comunidades, han sacado a flote parte del pensamiento mítico que, por increíble que parezca, aún impera en nuestras débiles universidades. Un pensamiento del cual muchos “expertos” en ciencias sociales de allí, se valen a diario para emitir sus deseos o algo peor, su influencia doctrinal, como si fuera verdadera ciencia. Así podemos ver a “connotados sabios” haciendo pronósticos que nunca se cumplen y emitiendo juicios completamente al revés de lo que es real y que más tarde el tiempo, inexorable maestro, termina aclarando.
En cuanto al segundo bochorno, este ha contribuido también en destrozar la tan cacareada defensa de la meritocracia, que esas mentirosas autoridades expresaban a diario y de la que presumían, que les diferenciaba de los gobernantes en el exterior de sus instituciones. Desafortunadamente, a su comunidad le ha tomado varios años reconocer que todo era un cuento y que la verdad era que para esa gente la meritocracia no le importa un mínimo, lo que les interesa son los reales. Sus exageradas primas salariales, por ocupar un cargo y que nada tienen que ver con la docencia e investigación, ni tampoco con una buena y efectiva función gerencial, así lo muestra.
Es por ello que uno podría suponer que tal vez, para bien de nuestro mundo intelectual la podredumbre de la guía que hoy prevalece en la UCV y la UC, ha hecho implosión de una forma que no puede esconderse de nuevo y ello pudiera constituirse en otra oportunidad para que un aire fresco de renovación permee sobre esas casas de estudio. Desterrando las mafias que por más de dos décadas abruman a nuestras universidades y que en consecuencia dañan su potencial y verdadero aporte al país. Y es que entre escándalos de corrupción financiera y una gerencia plagada de ineptitud y despilfarro, la mal entendida autonomía universitaria ha extendido un velo de oscurantismo en ideas y propuestas, que la nación sufre y lamenta sin aparente remedio.
Pero ante estas nefastas autoridades, hoy atornilladas indefinidamente en el poder, gracias al torpe apoyo de sus “educadas” comunidades, cualquiera puede vislumbrar que varias de las afirmaciones largamente sostenidas por comunidades de universitarios que no reflexionan seriamente sobre sus creencias, no son verdaderas, como ellos han repetido innumerablemente, es decir, son simples mitos. Se ha hecho claro que por el contrario son suposiciones erróneas que se divulgan y nadie cuestiona, ya que solamente atreverse a ello, es interpretado como muestra de querer atentar contra esas instituciones. Pero en verdad son mitos que se sueltan ligeramente cuando alguno plantea otro enfoque para dirigir esas casas de estudio y que una banda de estafadores en las universidades, han aprovechado para lucrarse indebidamente y mantenerse en el poder indefinidamente.
De modo que el primer mito que ha caído es que el voto de los empleados y obreros destruiría la universidad, pues resulta que hasta las asociaciones de profesores actualmente aceptan que las autoridades vigentes destrozaron la UCV y la UC, pero resulta que esas autoridades fueron elegidas por el sistema de votación no paritaria, y es así como fueron, principalmente los profesores, los que las seleccionaron. Por lo que el ejemplo es clara demostración de que es un evidente error creer que únicamente con el voto de profesores y estudiantes la universidad estará bien dirigida. En consecuencia, no hay sostén lógico para rechazar otorgar el voto a empleados y obreros.
El segundo mito es que las autoridades universitarias deben ser profesores con el más alto escalafón y trayectoria para poder comprender y conducir apropiadamente la universidad. Y es que este tren rectoral, a lo largo de varios períodos consecutivos en el poder, con millones en fondos presupuestarios, aunque ellos traten de ocultarlo y con una diversidad y enormidad de recursos, humanos y materiales, ha mostrado como los títulos y trabajos académicos de nada sirvieron para evitar que ellos y todos los miembros de su equipo, lograran realizar una gestión infame. Hasta el techo de una caminería se les cayó encima de la cabeza y ni con una facultad de ingeniería y la escuela de arquitectura y urbanismo pudieron evitar tal desastre.
Supuestamente esas autoridades disponen de una pléyade de sabios, han alquilando estadios y aulas universitarias cosas que les proveen de dinero -comercialmente-, pero no han prestado el menor cuidado por fomentar ingresos propios como resultado de su producto intelectual. Aún así su respuesta es que la institución se cae por que no disponen de recursos. La verdad es que esas autoridades han dictado cátedra de cómo no se conduce una universidad. Es peor aún, ya que ellos y sus designados a dedos, ni siquiera han revelado un mínimo de capacidad para escuchar y atender los sostenidas reclamos de sus bases electorales. Y es así que deben ocultar el beneficio de primas salariales extraordinarias e ilegales, que se otorgaron por propia mano y que nadie en su sano juicio puede justificar. Al mismo tiempo la infraestructura del patrimonio del mundo está en el suelo y la única excusa que semejantes autoridades logran articular es que no pueden hacer nada por no disponer del dinero que le pidieron al ejecutivo que les otorgara. Un comportamiento de cualquier ciudadano sin estudios ni preparación gerencial. En fin, su preparación académica no ha sido útil en su desempeño.
El tercer mito que es fácil de descubrir es que en la universidad están los talentos que el país requiere para salir de la crisis. Y es que semejante creencia se desploma cuando se nota que ni siquiera han sido capaces de mantener, con ingenio, creatividad y talento real, su propia casa de estudios. El país es mucho más complejo de conducir y además tiene problemas aún más graves que la universidad, de manera que si estas eminencias no pueden salvarse a si mismos ¿cómo se debe creer que podrían restaurar a la nación venezolana? De seguro que puestos a la dirección del país, descubrirán que dadas las limitaciones actuales tampoco disponen de las condiciones ideales para restaurar la nación, y fracasarán una vez más como en su propias instituciones ya lo han hecho.
Así pues, las universidades están pidiendo a gritos un cambio, principalmente en el liderazgo, pero semejante transformación racional es impedida tenazmente por esas mismas autoridades, que su comunidad falsamente ilusionada colocó en el poder. Lo triste es pensar, que al negar una evolución natural, pudiera surgir un cambio abrupto y no planificado que cobre innecesarios valores de lo que se supone debería ser una casa de luz intelectual. Tal vez sea el momento de recordar una inquietante frase de 1966, que Robert Kennedy pronunció ante el senado de los EEUU: “Una revolución está llegando que será pacífica si somos lo suficientemente sabios, será compasiva si nos importa lo suficiente, exitosa si somos lo suficientemente afortunados – pero se está aproximando una revolución, lo queramos o no. Podemos afectar su carácter pero no podemos alterar su inevitabilidad.”